1 DE NOVIEMBRE - FIESTA DE TODOS LOS SANTOS
Dom. Próspero Guéranger
LA FIESTA DE LA IGLESIA TRIUNFANTE. — Vi una gran muchedumbre, que nadie podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con palmas en sus manos y clamaban con voz poderosa: ¡Salud a nuestro Dios! [1]
Ha pasado el tiempo; es todo el linaje humano ya redimido el que se presenta ante los ojos del profeta de Patmos. La vida militante y miserable de este mundo [2] tendrá su fin un día. Nuestra raza tanto tiempo perdida reforzará los coros de los espíritus puros que disminuyó antaño la rebelión de Satanás; los ángeles fieles, uniéndose al agradecimiento de los rescatados por el Cordero, exclamarán con nosotros: La acción de gracias, el honor, el poderío y la fuerza a nuestro Dios por los siglos de los siglos[3].
Y esto será el fin, como dice el Apóstol [4]: el fin de la muerte y del sufrimiento; el fin de la historia y de sus revoluciones, que en lo sucesivo comprenderemos. El antiguo enemigo, arrojado al abismo con sus partidarios, sólo existirá para ser testigo de su eterna derrota. El Hijo del Hombre, libertador del mundo, habrá entregado el mando a Dios, su Padre, término supremo de toda la creación y de toda redención: Dios será todo en todas las cosas[5].
Mucho antes que San Juan, cantaba Isaías: He visto al Señor sentado sobre un trono elevado y sublime; las franjas de su vestido llenaban el templo y los Serafines clamaban uno a otro: Santo, Santo, Santo el Señor de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria[6].
Las franjas del vestido divino significan aquí los elegidos, convertidos en ornamento del Verbo, esplendor del Padre[7], pues, siendo cabeza de todo el género humano desde el momento en que se desposó con nuestra naturaleza, esta esposa es su gloria, como El es la de Dios[8]. Las virtudes de los santos[9] son el único adorno de nuestra naturaleza; ornato maravilloso que, cuando reciba la última mano, será indicio de que llega el fin de los siglos. Esta fiesta es el anuncio más apremiante de las bodas de la eternidad; cada año celebramos en ella el progreso que en sus preparativos hace la esposa[10].
CONFIANZA. — ¡Dichosos los invitados a las bodas del Cordero! Y ¡felices también nosotros, que recibimos en el bautismo la veste nupcial de la santa caridad como un título para el banquete de los cielos! Preparémonos, con nuestra Madre la Iglesia, al destino inefable que nos reserva el amor. A este fin tienden nuestros afanes de este mundo: trabajos, luchas, padecimientos sufridos por amor de Dios realzan con franjas inestimables el vestido de la gracia que hace a los elegidos. ¡Bienaventurados los que lloran!
Lloraban aquellos a quienes el salmista nos presenta abriendo antes que nosotros el surco de su carrera mortal; su alegría triunfante llega ahora hasta nosotros, lanzando como un rayo de gloria anticipada sobre este valle de lágrimas. Sin esperar a la muerte, la solemnidad que hemos comenzado nos da entrada por medio de una santa esperanza en la mansión de la luz, a donde siguieron a Jesús nuestros padres. ¡Qué pruebas no nos parecerán livianas ante el espectáculo de la eterna felicidad en que terminan las espinas de un día! Lágrimas derramadas sobre los sepulcros recién abiertos, ¿cómo es posible que la felicidad de los seres queridos que desaparecieron no mezcle con vuestra tristeza un placer celestial? Escuchemos los cantos de liberación de aquellos cuya separación momentánea nos hace llorar; pequeños o grandes ésta es su fiesta, como pronto lo será nuestra. En esta estación en que abundan las escarchas y las noches son más largas, la naturaleza, deshaciéndose de sus últimas galas, se diría que prepara al mundo para su éxodo hacia la patria eterna.
Cantemos, pues, nosotros también con el salmo: "Me he alegrado de lo que se me ha dicho: iremos a la casa del Señor. Nuestro pies sólo pisan aún en tus atrios, pero vemos que no cesas en tu crecimiento, Jerusalén, ciudad de paz, que te edificas en la concordia y en el amor. La subida hacia ti de las tribus santas se continúa en la alabanza; los tronos tuyos que aún están vacíos, se llenan. Sean todos los bienes, oh Jerusalén, para los que te aman; el poder y la abundancia reinen en tu afortunado recinto. A causa de mis amigos y de mis hermanos que ya son habitantes tuyos, puse en ti mis complacencias; por el Señor nuestro Dios, cuya mansión eres, coloqué en ti todo mi deseo".
HISTORIA DE LA FIESTA. — En Oriente encontramos los primeros vestigios de una fiesta en honor de los Mártires. San Juan Crisóstomo pronunció una homilía en honra suya en el siglo IV y, en el anterior, celebraba San Gregorio Niseno solemnidades junto a sus sepulcros. En 411, el calendario siríaco nos señala la Conmemoración de los Confesores el sexto día de la semana de Pascua, y en 359, el 13 de mayo, en Edesa, se hace "memoria de los mártires de todo el mundo".
En Occidente, los Sacramentarios de los siglos V y VI contienen muchas misas en honor de los santos mártires que se celebran sin día fijo. El 13 de mayo de 610, S.S. el Papa Bonifacio IV dedicó el templo pagano del Panteón, trasladó a él muchas reliquias y quiso se llamase en lo sucesivo Sancta Maria ad Martyres. El aniversario de esta dedicación continuó festejándose con la intención de honrar en él a todos los mártires en general. S.S. Gregorio III consagraría en el siglo siguiente un oratorio "al Salvador, a su santa Madre, a todos los apóstoles, mártires, confesores y demás justos fenecidos en el mundo".
En 835 S.S. Gregorio IV, deseando que la fiesta romana del 13 de mayo se extendiese a toda la Iglesia, pidió al emperador Ludovico Pío que promulgase un edicto con ese fin y la fijase en el día primero de noviembre. Pronto tuvo su vigilia y S.S. Sixto IV, en el siglo XV, la daba también una Octava para toda la Iglesia.
MISA
"En las calendas de noviembre hay el mismo fervor que en Navidad para asistir al Sacrificio en honor de los Santos", dicen los antiguos documentos relativos a este día. Por general que fuese la fiesta y aun por razón de su universalidad, ¿no era ésta motivo de especial alegría para todos y también un honor para las familias cristianas? Santamente orgullosas de aquellos cuyas virtudes se iban transmitiendo de generación en generación, la gloria que estos antepasados, desconocidos del mundo, tenían en el cielo, las daba a su parecer más nobleza que cualquier honra mundana. Pero la fe viva de aquellos tiempos veía además en esta fiesta una ocasión para reparar las negligencias voluntarias o forzosas que se habían tenido durante el año en el culto de los bienaventurados inscritos en el calendario público.
La antífona del Introito canta el triunfo de los Santos y nos invita a la alegría. ¡Alegría, pues, en la tierra, que sigue dando tan magníficamente su fruto! ¡Alegría entre los Angeles, que ven llenarse los vacíos de sus coros! ¡Alegría, dice el versículo, a todos los bienaventurados, a quienes dirigen sus cantos la tierra y el cielo!
INTROITO
Alegrémonos todos en el Señor, al celebrar esta fiesta en honor de todos los Santos: de cuya solemnidad se alegran los Angeles, y alaban juntos al Hijo de Dios. — Salmo: alegraos, justos, en el Señor: a los rectos conviene la alabanza. V. Gloria al Padre.
Los pecadores, los que estamos siempre en el destierro debemos ante todo, en cualquier circunstancia y en todas las fiestas, ser solícitos de la misericordia de Dios. Tengamos hoy una firme esperanza, ya que hoy la piden por nosotros tantos intercesores. Si la oración de un habitante del cielo es poderosa, ¿qué no alcanzará todo el cielo?
COLECTA
Omnipotente y sempiterno Dios, que nos has concedido venerar los méritos de todos tus Santos en una misma festividad: suplicárnoste que, multiplicados los intercesores, nos concedas la ansiada abundancia de tu propiciación. Por Nuestro Señor Jesucristo.
EPISTOLA
Lección del Libro del Apocalipsis del Ap. San Juan (Apoc., VH, 2-12).
En aquellos días he aquí que yo, Juan, vi subir del nacimiento del sol a otro Angel, que tenía el sello del Dios vivo: y clamó con gran voz a los cuatro Angeles a quienes se había ordenado dañar a la tierra y al mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que señalemos a los siervos de Dios en sus frentes. Y oí el número de los señalados: ciento cuarenta y cuatro mil señalados de todas las tribus de los hijos de Israel. De la tribu de Judá, doce mil señalados. De la tribu de Rubén, doce mil señalados. De la tribu de Gad, doce mil señalados, De la tribu de Aser, doce mil señalados. De la tribu Neftalí, doce mil señalados. De la tribu de Manasés, doce mil señalados. De la tribu de Simeón, doce mil señalados, De la tribu de Leví, doce mil señalados. De la tribu de Isacar, doce mil señalados. De la tribu de Zabutón, doce mil señalados. De la tribu de José, doce mil señalados. De la tribu de Benjamín, doce mil señalados. Después de éstos, vi una gran muchedumbre, que nadie podía contar, de todas las gentes y tribus y pueblos y lenguas, que estaban ante el trono y en presencia del Cordero, vestidos con blancas ropas, y con palmas en sus manos: y clamaban con gran voz, diciendo: Salud a nuestro Dios, que se sienta sobre el trono, y al Cordero. Y todos los Angeles estaban en torno del trono y de los ancianos y de los cuatro animales: y cayeron delante del trono sobre sus rostros, y adoraron a Dios, diciendo: Amén. Bendición y claridad y sabiduría y acción de gracias y poder y fortaleza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.
LOS DOS EMPADRONAMIENTOS.—El Hombre-Dios, sirviéndose para ello de César Augusto, empadronó al mundo una vez por los días de su primera venida; era conveniente que al principio de la redención se hiciese de modo oficial un recuento del estado del mundo. Ahora ha llegado el tiempo de otro recuento que tiene que hacer constar en el libro de la vida el resultado de las obras ordenadas a la salvación.
San Gregorio se pregunta en una de las homilías de Navidad: "¿Para qué se hace este empadronamiento del mundo cuando nace el Señor, sino para hacernos comprender que venía vestido de la carne el que tenía que empadronar en la eternidad a los elegidos? Pero, al quedar por su culpa muchos fuera del beneficio del primer empadronamiento, que se extendía a todos los hombres por la redención del Salvador, se necesitaba otro definitivo, que separase de la universalidad del precedente a los culpables. Sean borrados del libro de los vivos; su lugar no está entre los justos; así habla el rey profeta y lo recuerda en el mismo lugar el santo papa.
Aunque entregada completamente a la alegría, la Iglesia en este día sólo piensa en los escogidos; y únicamente de ellos se trata en el recuento solemne en el que, según acabamos de ver, irán a parar los anales del linaje humano. De hecho, ante Dios, ellos solos cuentan; los reprobos no son más que el deshecho de un mundo en el que sólo la santidad responde a los designios del Creador, al precio del amor infinito. Aprendamos a adaptar nuestras almas al molde divino que las tiene que hacer conformes a la imagen del Unigénito y sellarnos para el tesoro de Dios. Ninguno que esquive la impronta sagrada, evitará la de la bestia; el día que los Angeles cierren las cuentas eternas, cualquier moneda que no pueda ponerse en el activo divino, irá por sí misma a la hornaza, donde arderán eternamente las escorias.
Vivamos, por consiguiente, en el temor que nos recomienda el Gradual: no el del esclavo que sólo teme el castigo, sino el temor filial que nada teme tanto como desagradar a Aquel de quien nos vienen todos los bienes y que merece por su bondad todo nuestro amor. Sin perder nada de su felicidad, sin menguar su amor, las potestades angélicas y todos los bienaventurados se postran en el cielo con un santo temblor, delante de la augusta y tremenda Majestad.
GRADUAL
Temed al Señor, todos sus Santos: porque nada falta a los que le temen. V. Y a los que busquen al Señor no les faltará ningún bien.
Aleluya, aleluya. V. Venid a mí, todos los que trabajáis y estáis cargados: y yo os aliviaré. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Mateo (Mt„ V, 1-12).
En aquel tiempo, viendo Jesús a las turbas, subió a un monte y, habiéndose sentado, se acercaron a El sus discípulos, y, abriendo su boca, les enseñó, diciendo: Bienaventurados los pobres de espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos: porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que lloran: porque ellos serán consolados. Bienaven turados los que han hambre y sed de justicia: porque ellos serán hartos. Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón: porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos: porque serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia: porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis vosotros, cuando os maldijeren, y os persiguieren, y dijeren contra vosotros todo mal, mintiendo, por mí: alegraos y gózaos, porque vuestra recompensa será muy grande en los cielos.
LAS BIENAVENTURANZAS. —Hoy está tan cerca la tierra del cielo, que un mismo pensamiento de felicidad llena los corazones. El Amigo, el Esposo, viene a sentarse en medio de los suyos y a hablar de su dicha. Venid, a mi todos cuantos andáis fatigados y agobiados, cantaba hace un momento el versículo del Aleluya, eco feliz de la patria, si bien nos recordaba nuestro destierro. E inmediatamente en el Evangelio se muestra la gracia y la benignidad de nuestro Dios y Salvador. Escuchémosle cómo nos enseña los caminos de la santa esperanza, las delicias dignas, garantía y anticipo de la dicha total de los cielos.
Dios, en el Sinaí, manteniendo al judío a distancia, sólo tenía para él preceptos y amenazas de muerte. ¡De qué modo tan distinto se promulga la ley de amor en la cumbre de esa otra montaña, donde se sentó el Hijo de Dios! Las ocho Bienaventuranzas han ocupado al principio del Nuevo Testamento el lugar que ocupaba, como prólogo del Antiguo, el Decálogo grabado en piedra.
No es que las Bienaventuranzas supriman los mandamientos; pero su justicia superabundante va más allá que todas las prescripciones. Las hizo Jesús de su Corazón para imprimirlas en el corazón de su pueblo y no en la roca. Son todo un retrato del Hijo del Hombre, el resumen de su vida redentora. Mira, pues, y obra conforme al modelo que se te ha puesto delante en el monte.
La pobreza fué ciertamente la primera nota del Dios de Belén; y ¿quién se presentó más manso que el Hijo de María? ¿Quién lloró por causas más nobles en el pesebre donde ya expiaba nuestros pecados y aplacaba a su Padre? Los que tienen hambre de la justicia, los misericordiosos, los puros de corazón, los pacíficos ¿dónde encontrarán, sino en El, el ejemplar incomparable, nunca logrado, siempre imitable? Aun la muerte, que hace de El el augusto capitán de los perseguidos por la justicia es en este mundo la bienaventuranza suprema; en ella se complace la Sabiduría encarnada más que en otra ninguna, de ella habla con insistencia, la describe con pormenores, hasta terminar hoy con ella como en un canto de éxtasis.
La Iglesia no tuvo otro ideal; siguiendo al Esposo, su historia en las diversas épocas no fué más que el eco prolongado de las Bienaventuranzas. Entendámoslo también nosotros; para la felicidad de nuestra vida en la tierra esperando la del cielo, sigamos al Señor y a la Iglesia.
Las Bienaventuranzas evangélicas logran que el hombre supere los tormentos y hasta la misma muerte, que no quita la paz a los justos, antes la consuma. Esto precisamente es lo que canta el Ofertorio, sacado del libro de la Sabiduría.
OFERTORIO
Las almas de los justos están en la mano de Dios, y no los tocará el tormento de la malicia: a los ojos de los necios pareció que morían: pero ellos están en la paz, aleluya.
El Sacrificio al que tenemos la dicha de asistir, dice la Secreta que da gloria a Dios, honra a los Santos y nos granjea a nosotros el favor divino.
SECRETA
Ofrecérnoste, Señor, estos dones de nuestra devoción: los cuales te sean gratos a ti en honor de todos los Justos y, por tu misericordia, sean saludables a nosotros. Por Nuestro Señor Jesucristo.
La Antífona de la Comunión es un eco de la lección evangélica, pero, no pudiendo enumerar otra vez la serie completa de las Bienaventuranzas, recuerda las tres últimas y justamente relaciona a todas con el Sacramento divino de que se nutren.
COMUNION
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios: bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios: bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
La Iglesia pide en la Poscomunión que esta fiesta de todos los Santos tenga por resultado hacer que sus hjjos los honren asiduamente, para beneficiarse también siempre de su poder cerca de Dios.
POSCOMUNION
Suplicárnoste, Señor, concedas a tus pueblos fieles la gracia de alegrarse siempre con la veneración de todos los Santos: y la de ser protegidos con su perpetua intercesión. Por Nuestro Señor Jesucristo.