FIESTA DE TODOS LOS SANTOS (1 de Noviembre)

 



1 DE NOVIEMBRE - FIESTA DE TODOS LOS SANTOS 
Dom. Próspero Guéranger


LA FIESTA DE LA IGLESIA TRIUNFANTE.Vi una gran muchedumbre, que nadie podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con palmas en sus manos y clamaban con voz poderosa: ¡Salud a nuestro Dios! [1]


Ha pasado el tiempo; es todo el linaje humano ya redimido el que se presenta ante los ojos del profeta de Patmos. La vida militante y miserable de este mundo [2] tendrá su fin un día. Nuestra raza tanto tiempo perdida reforzará los coros de los espíritus puros que disminuyó antaño la rebelión de Satanás; los ángeles fieles, uniéndose al agradecimiento de los rescatados por el Cordero, exclamarán con nosotros: La acción de gracias, el honor, el poderío y la fuerza a nuestro Dios por los siglos de los siglos[3].


Y esto será el fin, como dice el Apóstol [4]: el fin de la muerte y del sufrimiento; el fin de la historia y de sus revoluciones, que en lo sucesivo comprenderemos. El antiguo enemigo, arrojado al abismo con sus partidarios, sólo existirá para ser testigo de su eterna derrota. El Hijo del Hombre, libertador del mundo, habrá entregado el mando a Dios, su Padre, término supremo de toda la creación y de toda redención: Dios será todo en todas las cosas[5].


Mucho antes que San Juan, cantaba Isaías: He visto al Señor sentado sobre un trono elevado y sublime; las franjas de su vestido llenaban el templo y los Serafines clamaban uno a otro: Santo, Santo, Santo el Señor de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria[6].


Las franjas del vestido divino significan aquí los elegidos, convertidos en ornamento del Verbo, esplendor del Padre[7], pues, siendo cabeza de todo el género humano desde el momento en que se desposó con nuestra naturaleza, esta esposa es su gloria, como El es la de Dios[8]. Las virtudes de los santos[9] son el único adorno de nuestra naturaleza; ornato maravilloso que, cuando reciba la última mano, será indicio de que llega el fin de los siglos. Esta fiesta es el anuncio más apremiante de las bodas de la eternidad; cada año celebramos en ella el progreso que en sus preparativos hace la esposa[10].


CONFIANZA. — ¡Dichosos los invitados a las bodas del Cordero! Y ¡felices también nosotros, que recibimos en el bautismo la veste nupcial de la santa caridad como un título para el banquete de los cielos! Preparémonos, con nuestra Madre la Iglesia, al destino inefable que nos reserva el amor. A este fin tienden nuestros afanes de este mundo: trabajos, luchas, padecimientos sufridos por amor de Dios realzan con franjas inestimables el vestido de la gracia que hace a los elegidos. ¡Bienaventurados los que lloran!


Lloraban aquellos a quienes el salmista nos presenta abriendo antes que nosotros el surco de su carrera mortal; su alegría triunfante llega ahora hasta nosotros, lanzando como un rayo de gloria anticipada sobre este valle de lágrimas. Sin esperar a la muerte, la solemnidad que hemos comenzado nos da entrada por medio de una santa esperanza en la mansión de la luz, a donde siguieron a Jesús nuestros padres. ¡Qué pruebas no nos parecerán livianas ante el espectáculo de la eterna felicidad en que terminan las espinas de un día! Lágrimas derramadas sobre los sepulcros recién abiertos, ¿cómo es posible que la felicidad de los seres queridos que desaparecieron no mezcle con vuestra tristeza un placer celestial? Escuchemos los cantos de liberación de aquellos cuya separación momentánea nos hace llorar; pequeños o grandes ésta es su fiesta, como pronto lo será nuestra. En esta estación en que abundan las escarchas y las noches son más largas, la naturaleza, deshaciéndose de sus últimas galas, se diría que prepara al mundo para su éxodo hacia la patria eterna.


Cantemos, pues, nosotros también con el salmo: "Me he alegrado de lo que se me ha dicho: iremos a la casa del Señor. Nuestro pies sólo pisan aún en tus atrios, pero vemos que no cesas en tu crecimiento, Jerusalén, ciudad de paz, que te edificas en la concordia y en el amor. La subida hacia ti de las tribus santas se continúa en la alabanza; los tronos tuyos que aún están vacíos, se llenan. Sean todos los bienes, oh Jerusalén, para los que te aman; el poder y la abundancia reinen en tu afortunado recinto. A causa de mis amigos y de mis hermanos que ya son habitantes tuyos, puse en ti mis complacencias; por el Señor nuestro Dios, cuya mansión eres, coloqué en ti todo mi deseo".


HISTORIA DE LA FIESTA. — En Oriente encontramos los primeros vestigios de una fiesta en honor de los Mártires. San Juan Crisóstomo pronunció una homilía en honra suya en el siglo IV y, en el anterior, celebraba San Gregorio Niseno solemnidades junto a sus sepulcros. En 411, el calendario siríaco nos señala la Conmemoración de los Confesores el sexto día de la semana de Pascua, y en 359, el 13 de mayo, en Edesa, se hace "memoria de los mártires de todo el mundo".


En Occidente, los Sacramentarios de los siglos V y VI contienen muchas misas en honor de los santos mártires que se celebran sin día fijo. El 13 de mayo de 610, S.S. el Papa Bonifacio IV dedicó el templo pagano del Panteón, trasladó a él muchas reliquias y quiso se llamase en lo sucesivo Sancta Maria ad Martyres. El aniversario de esta dedicación continuó festejándose con la intención de honrar en él a todos los mártires en general. S.S. Gregorio III consagraría en el siglo siguiente un oratorio "al Salvador, a su santa Madre, a todos los apóstoles, mártires, confesores y demás justos fenecidos en el mundo".


En 835 S.S. Gregorio IV, deseando que la fiesta romana del 13 de mayo se extendiese a toda la Iglesia, pidió al emperador Ludovico Pío que promulgase un edicto con ese fin y la fijase en el día primero de noviembre. Pronto tuvo su vigilia y S.S. Sixto IV, en el siglo XV, la daba también una Octava para toda la Iglesia.


MISA

"En las calendas de noviembre hay el mismo fervor que en Navidad para asistir al Sacrificio en honor de los Santos", dicen los antiguos documentos relativos a este día. Por general que fuese la fiesta y aun por razón de su universalidad, ¿no era ésta motivo de especial alegría para todos y también un honor para las familias cristianas? Santamente orgullosas de aquellos cuyas virtudes se iban transmitiendo de generación en generación, la gloria que estos antepasados, desconocidos del mundo, tenían en el cielo, las daba a su parecer más nobleza que cualquier honra mundana. Pero la fe viva de aquellos tiempos veía además en esta fiesta una ocasión para reparar las negligencias voluntarias o forzosas que se habían tenido durante el año en el culto de los bienaventurados inscritos en el calendario público.


La antífona del Introito canta el triunfo de los Santos y nos invita a la alegría. ¡Alegría, pues, en la tierra, que sigue dando tan magníficamente su fruto! ¡Alegría entre los Angeles, que ven llenarse los vacíos de sus coros! ¡Alegría, dice el versículo, a todos los bienaventurados, a quienes dirigen sus cantos la tierra y el cielo!


INTROITO

Alegrémonos todos en el Señor, al celebrar esta fiesta en honor de todos los Santos: de cuya solemnidad se alegran los Angeles, y alaban juntos al Hijo de Dios. — Salmo: alegraos, justos, en el Señor: a los rectos conviene la alabanza. V. Gloria al Padre.


Los pecadores, los que estamos siempre en el destierro debemos ante todo, en cualquier circunstancia y en todas las fiestas, ser solícitos de la misericordia de Dios. Tengamos hoy una firme esperanza, ya que hoy la piden por nosotros tantos intercesores. Si la oración de un habitante del cielo es poderosa, ¿qué no alcanzará todo el cielo?


COLECTA

Omnipotente y sempiterno Dios, que nos has concedido venerar los méritos de todos tus Santos en una misma festividad: suplicárnoste que, multiplicados los intercesores, nos concedas la ansiada abundancia de tu propiciación. Por Nuestro Señor Jesucristo.


EPISTOLA
Lección del Libro del Apocalipsis del Ap. San Juan (Apoc., VH, 2-12).

En aquellos días he aquí que yo, Juan, vi subir del nacimiento del sol a otro Angel, que tenía el sello del Dios vivo: y clamó con gran voz a los cuatro Angeles a quienes se había ordenado dañar a la tierra y al mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que señalemos a los siervos de Dios en sus frentes. Y oí el número de los señalados: ciento cuarenta y cuatro mil señalados de todas las tribus de los hijos de Israel. De la tribu de Judá, doce mil señalados. De la tribu de Rubén, doce mil señalados. De la tribu de Gad, doce mil señalados, De la tribu de Aser, doce mil señalados. De la tribu Neftalí, doce mil señalados. De la tribu de Manasés, doce mil señalados. De la tribu de Simeón, doce mil señalados, De la tribu de Leví, doce mil señalados. De la tribu de Isacar, doce mil señalados. De la tribu de Zabutón, doce mil señalados. De la tribu de José, doce mil señalados. De la tribu de Benjamín, doce mil señalados. Después de éstos, vi una gran muchedumbre, que nadie podía contar, de todas las gentes y tribus y pueblos y lenguas, que estaban ante el trono y en presencia del Cordero, vestidos con blancas ropas, y con palmas en sus manos: y clamaban con gran voz, diciendo: Salud a nuestro Dios, que se sienta sobre el trono, y al Cordero. Y todos los Angeles estaban en torno del trono y de los ancianos y de los cuatro animales: y cayeron delante del trono sobre sus rostros, y adoraron a Dios, diciendo: Amén. Bendición y claridad y sabiduría y acción de gracias y poder y fortaleza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.


LOS DOS EMPADRONAMIENTOS.—El Hombre-Dios, sirviéndose para ello de César Augusto, empadronó al mundo una vez por los días de su primera venida; era conveniente que al principio de la redención se hiciese de modo oficial un recuento del estado del mundo. Ahora ha llegado el tiempo de otro recuento que tiene que hacer constar en el libro de la vida el resultado de las obras ordenadas a la salvación.


San Gregorio se pregunta en una de las homilías de Navidad: "¿Para qué se hace este empadronamiento del mundo cuando nace el Señor, sino para hacernos comprender que venía vestido de la carne el que tenía que empadronar en la eternidad a los elegidos? Pero, al quedar por su culpa muchos fuera del beneficio del primer empadronamiento, que se extendía a todos los hombres por la redención del Salvador, se necesitaba otro definitivo, que separase de la universalidad del precedente a los culpables. Sean borrados del libro de los vivos; su lugar no está entre los justos; así habla el rey profeta y lo recuerda en el mismo lugar el santo papa.

Aunque entregada completamente a la alegría, la Iglesia en este día sólo piensa en los escogidos; y únicamente de ellos se trata en el recuento solemne en el que, según acabamos de ver, irán a parar los anales del linaje humano. De hecho, ante Dios, ellos solos cuentan; los reprobos no son más que el deshecho de un mundo en el que sólo la santidad responde a los designios del Creador, al precio del amor infinito. Aprendamos a adaptar nuestras almas al molde divino que las tiene que hacer conformes a la imagen del Unigénito y sellarnos para el tesoro de Dios. Ninguno que esquive la impronta sagrada, evitará la de la bestia; el día que los Angeles cierren las cuentas eternas, cualquier moneda que no pueda ponerse en el activo divino, irá por sí misma a la hornaza, donde arderán eternamente las escorias.

Vivamos, por consiguiente, en el temor que nos recomienda el Gradual: no el del esclavo que sólo teme el castigo, sino el temor filial que nada teme tanto como desagradar a Aquel de quien nos vienen todos los bienes y que merece por su bondad todo nuestro amor. Sin perder nada de su felicidad, sin menguar su amor, las potestades angélicas y todos los bienaventurados se postran en el cielo con un santo temblor, delante de la augusta y tremenda Majestad.


GRADUAL

Temed al Señor, todos sus Santos: porque nada falta a los que le temen. V. Y a los que busquen al Señor no les faltará ningún bien.

Aleluya, aleluya. V. Venid a mí, todos los que trabajáis y estáis cargados: y yo os aliviaré. Aleluya.


EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Mateo (Mt„ V, 1-12).

En aquel tiempo, viendo Jesús a las turbas, subió a un monte y, habiéndose sentado, se acercaron a El sus discípulos, y, abriendo su boca, les enseñó, diciendo: Bienaventurados los pobres de espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos: porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que lloran: porque ellos serán consolados. Bienaven turados los que han hambre y sed de justicia: porque ellos serán hartos. Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón: porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos: porque serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia: porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis vosotros, cuando os maldijeren, y os persiguieren, y dijeren contra vosotros todo mal, mintiendo, por mí: alegraos y gózaos, porque vuestra recompensa será muy grande en los cielos.


LAS BIENAVENTURANZAS. —Hoy está tan cerca la tierra del cielo, que un mismo pensamiento de felicidad llena los corazones. El Amigo, el Esposo, viene a sentarse en medio de los suyos y a hablar de su dicha. Venid, a mi todos cuantos andáis fatigados y agobiados, cantaba hace un momento el versículo del Aleluya, eco feliz de la patria, si bien nos recordaba nuestro destierro. E inmediatamente en el Evangelio se muestra la gracia y la benignidad de nuestro Dios y Salvador. Escuchémosle cómo nos enseña los caminos de la santa esperanza, las delicias dignas, garantía y anticipo de la dicha total de los cielos.

Dios, en el Sinaí, manteniendo al judío a distancia, sólo tenía para él preceptos y amenazas de muerte. ¡De qué modo tan distinto se promulga la ley de amor en la cumbre de esa otra montaña, donde se sentó el Hijo de Dios! Las ocho Bienaventuranzas han ocupado al principio del Nuevo Testamento el lugar que ocupaba, como prólogo del Antiguo, el Decálogo grabado en piedra.

No es que las Bienaventuranzas supriman los mandamientos; pero su justicia superabundante va más allá que todas las prescripciones. Las hizo Jesús de su Corazón para imprimirlas en el corazón de su pueblo y no en la roca. Son todo un retrato del Hijo del Hombre, el resumen de su vida redentora. Mira, pues, y obra conforme al modelo que se te ha puesto delante en el monte.

La pobreza fué ciertamente la primera nota del Dios de Belén; y ¿quién se presentó más manso que el Hijo de María? ¿Quién lloró por causas más nobles en el pesebre donde ya expiaba nuestros pecados y aplacaba a su Padre? Los que tienen hambre de la justicia, los misericordiosos, los puros de corazón, los pacíficos ¿dónde encontrarán, sino en El, el ejemplar incomparable, nunca logrado, siempre imitable? Aun la muerte, que hace de El el augusto capitán de los perseguidos por la justicia es en este mundo la bienaventuranza suprema; en ella se complace la Sabiduría encarnada más que en otra ninguna, de ella habla con insistencia, la describe con pormenores, hasta terminar hoy con ella como en un canto de éxtasis.

La Iglesia no tuvo otro ideal; siguiendo al Esposo, su historia en las diversas épocas no fué más que el eco prolongado de las Bienaventuranzas. Entendámoslo también nosotros; para la felicidad de nuestra vida en la tierra esperando la del cielo, sigamos al Señor y a la Iglesia.

Las Bienaventuranzas evangélicas logran que el hombre supere los tormentos y hasta la misma muerte, que no quita la paz a los justos, antes la consuma. Esto precisamente es lo que canta el Ofertorio, sacado del libro de la Sabiduría.


OFERTORIO

Las almas de los justos están en la mano de Dios, y no los tocará el tormento de la malicia: a los ojos de los necios pareció que morían: pero ellos están en la paz, aleluya.

El Sacrificio al que tenemos la dicha de asistir, dice la Secreta que da gloria a Dios, honra a los Santos y nos granjea a nosotros el favor divino.


SECRETA

Ofrecérnoste, Señor, estos dones de nuestra devoción: los cuales te sean gratos a ti en honor de todos los Justos y, por tu misericordia, sean saludables a nosotros. Por Nuestro Señor Jesucristo.

La Antífona de la Comunión es un eco de la lección evangélica, pero, no pudiendo enumerar otra vez la serie completa de las Bienaventuranzas, recuerda las tres últimas y justamente relaciona a todas con el Sacramento divino de que se nutren.


COMUNION

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios: bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios: bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

La Iglesia pide en la Poscomunión que esta fiesta de todos los Santos tenga por resultado hacer que sus hjjos los honren asiduamente, para beneficiarse también siempre de su poder cerca de Dios.


POSCOMUNION

Suplicárnoste, Señor, concedas a tus pueblos fieles la gracia de alegrarse siempre con la veneración de todos los Santos: y la de ser protegidos con su perpetua intercesión. Por Nuestro Señor Jesucristo.




               



FIESTA DE CRISTO REY

 



                              Fiesta de Cristo Rey


Reflexión espiritual sobre los textos litúrgicos de la fiesta de Cristo Rey. Que todos los reyes lo adoren y todas las naciones lo sirvan. Su poder es eterno y no le será arrebatado: y su reino es un reino que no se deshará.


DOS FIESTAS DEL REINADO DE CRISTO

Al principio del Año litúrgico encontramos ya una fiesta del reinado de Cristo: la Epifanía. Jesús acababa de nacer y se manifestaba a los reyes de Oriente y al pueblo de Israel como "el Señor que tiene en su mano el reino, el poder y el imperio"[1]. Acogimos a este "Salvador, que venía a reinar sobre nosotros"[2], y con los Magos le ofrecimos nuestros presentes, nuestra fe y nuestro amor.


Y ¿por qué quiere la Iglesia que, al fin del año, celebremos una nueva fiesta del reinado de Cristo, de su reinado social y universal?


No padecimos engaño en tiempo de la Epifanía sobre la naturaleza de este reinado, como tampoco lo padecimos sobre la dignidad de Dios que poseía el Niño recién nacido. Pero tal vez nos dejamos fascinar por aquella estrella que, al brillar en el cielo de Belén, nos alumbraba con la luz de la fe y nos hacía esperar mayores claridades para la eternidad. Entonces cantamos el acercamiento de la gentilidad a la fe en la persona de los Magos que vinieron allá del Oriente a adorar al Rey de los Judíos



EL LAICISMO

La Iglesia quiere que pensemos hoy en las consecuencias de este llamamiento Universal a la fe de Cristo. Las naciones, en conjunto, se han convertido al Señor, que las trajo, con los acontecimientos sobrenaturales, los beneficios de una civilización completamente desconocida del mundo antiguo. Pero, desgraciadamente, hace ya dos siglos que un error sumamente pernicioso destroza a todas las naciones, a Francia particularmente: el laicismo. Consiste éste en la negación de los derechos de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo sobre toda la sociedad humana, tanto en la vida privada y familiar, como en la vida social y política. Los propagadores de esta herejía han repetido el grito de los Judíos deicidas: No queremos que reine sobre nosotros. Y con toda la habilidad, tenacidad y audacia de los hijos de las tinieblas, se han esforzado por echar a Cristo de todas partes. Han declarado inmoral a la vida religiosa y expulsado a los religiosos; han intentado imponer a la Iglesia, aunque inútilmente, una constitución cismática; han decretado la separación de la Iglesia y del Estado y han negado a la sociedad civil la obligación de ayudar a los hombres a conquistar los bienes eternos; han introducido el desorden en la familia con la ley del divorcio, han suprimido los crucifijos en los tribunales, hospitales y escuelas. Y, finalmente, han declarado intangibles sus leyes y han hecho del Estado un Dios.



RAZÓN DE ESTA FIESTA

Frente "a esta peste de nuestros días" los Papas no han cesado de levantar su voz. Pero, como la plaga iba en aumento, S.S. Pío XI quiso aprovechar el año jubilar para recordar solemnemente al mundo por la Encíclica Quas primas del 11 de diciembre de 1925, el completo y absoluto poder de Cristo, Hijo de Dios", Rey inmortal de los siglos, sobre todos los hombres y sobre todos los pueblos de todos los tiempos. Además, para que esta doctrina tan necesaria no se olvidase demasiado pronto, instituyó en honor de su reinado universal una fiesta litúrgica que fuese a la vez memorial solemne y reparación de esa apostasía de las naciones y de los individuos, que se afanan por manifestarse en la doctrina y en los hechos en nombre del laicismo contemporáneo. Finalmente, el Sumo Pontífice prescribió para esta misma solemnidad la renovación de la consagración del género humano al Sagrado Corazón.


Los fieles encontrarán en el Breviario o simplemente en el Misal, la doctrina de la Iglesia sobre el reinado social de Cristo y fórmulas incomparables de oraciones de alabanza, de reparación y de petición que pueden dirigirle en esta fiesta. Pero esta enseñanza en toda su amplitud se halla expuesta en la Encíclica del Papa. Nos contentaremos con dar un resumen, invitando a los lectores que acudan al texto original para que, reconociendo los derechos del Señor, arrojen el veneno del laicismo y se lleguen con confianza al Corazón de Jesús, cuyo reinado es de amor y de misericordia.



TRIPLE REINADO

En la Encíclica verán en qué sentido Cristo es Rey de las inteligencias, de los corazones y de las voluntades; quiénes son los súbditos de este Rey, el triple poder incluido en su dignidad regia y la naturaleza espiritual de su reinado.

"Ya está en uso desde hace mucho tiempo el atribuir a Cristo en un sentido metafórico el título de Rey, por razón de la excelencia y eminencia singulares de sus perfecciones, por las cuales sobrepuja a toda criatura. Y nos expresamos de ese modo para afirmar que es el Rey de las inteligencias humanas, no tanto por la penetración de su inteligencia humana y la extensión de su ciencia, cuanto porque es la misma Verdad y los mortales necesitan buscar en Él la verdad y aceptarla con obediencia. Se le llama Rey de las voluntades, no sólo porque a la santidad absoluta de su voluntad divina corresponden la integridad y la sumisión perfecta de su voluntad humana, sino también porque, mediante el impulso y la inspiración de su gracia, somete a Sí nuestra libre voluntad, con lo que viene nuestro ardor a inflamarse para acciones nobilísimas. A Cristo se le reconoce finalmente como Rey de los corazones, a causa de su caridad, que excede a todo conocimiento y de su mansedumbre y bondad, que atraen a las almas; y en efecto, no ha habido hombre alguno hasta hoy que haya sido amado como Jesucristo por todo el género humano, ni tampoco se verá en lo porvenir.



LA DIGNIDAD REGIA, UNA CONSECUENCIA DE LA UNIÓN HIPOSTÁTICA

"Pero, avanzando un poco más en nuestro tema, cada cual puede echar de ver que el nombre y poder de Rey convienen a Cristo en el sentido propio de la palabra; se dice de Cristo que recibió de su Padre el poder, el honor y la dignidad regia en cuanto hombre, pues el Verbo de Dios, que con el Padre posee una misma sustancia, no puede menos de poseer todo en común con su Padre y, por consiguiente, el imperio supremo y absoluto sobre todo lo creado. La dignidad regia de Cristo se funda en la unión admirable que llamamos unión hipostática. Por consiguiente: los ángeles y los hombres tienen que adorar a Cristo en cuanto es Dios, pero tienen que obedecer y exteriorizar su sumisión también a sus mandatos en cuanto hombre, es decir que, por el solo título de la unión hipostática, a Jesucristo se le dio poder sobre todas las criaturas...



LA TRIPLE POTESTAD

"La dignidad regia de Cristo lleva consigo un triple poder: legislativo, judicial y ejecutivo y sin él no se puede concebir aquélla. Los Evangelios no se contentan con afirmarnos que Cristo ratificó algunas leyes, nos le presentan también dictando otras nuevas... Jesús declara además que el Padre le otorgó el poder judicial... Este poder judicial implica el derecho de decretar para los hombres, penas y recompensas, aun en esta vida. Y, por fin, también tenemos que atribuir a Cristo el poder ejecutivo, dado que es de necesidad para todos la obligación de obedecer a sus órdenes, y que ha establecido algunas penas de las que no se librará ningún culpable.



CARÁCTER DEL REINADO DE CRISTO

"Que el reinado de Cristo ha de ser en cierto sentido principalmente espiritual y referirse a las cosas espirituales... Nuestro Señor Jesucristo lo confirmó con su modo de obrar... Ante Pilatos declara que su reino no es de este mundo. En el Evangelio se nos muestra su reino como reino en el que nos preparamos a entrar por la fe y el bautismo... El Salvador no opone su reino más que al reino de Satanás y al poder de las tinieblas. Exige a sus discípulos desasirse de las riquezas y de todos los bienes terrenos, practicar la mansedumbre, tener hambre y sed de la justicia, pero también renunciarse y llevar cada cual su cruz. Como Jesucristo en cuanto Redentor compró a la Iglesia con el precio de su sangre y, en cuanto Sacerdote, se ofrece a sí mismo perpetuamente en sacrificio por los pecados del mundo, ¿quién no echará de ver que su dignidad regia tiene que participar del carácter espiritual de estas dos funciones de Sacerdote y de Redentor?

"Con todo, no se podría negar, sin cometer un grave error, que el reinado de Cristo-Hombre se extiende también a las cosas civiles, puesto que recibió de su Padre un dominio absoluto, de tal modo que abarca todas las cosas creadas y todas están sometidas a su imperio..."



MISA

Mientras en el cielo adoran al Cordero inmolado los Ángeles y los Santos proclamándole Rey, nos reunimos nosotros en la casa de Dios para renovar el misterio de la inmolación de este Cordero y proclamar también nosotros su reinado universal, en la vida individual y familiar, en la vida social y política, aquí y en la eternidad.


INTROITO

Digno es el Cordero que fue inmolado, de recibir el poder, la divinidad, la, sabiduría, la fortaleza y el honor. A Él la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. —Salmo: Oh Dios, da tu juicio al Rey: y tu justicia al Hijo del Rey. V. Gloria al Padre.


La Colecta pide para la gran familia humana dividida por el pecado, la restauración de la unidad. El único medio de conseguirla, es acatar el reinado de Cristo.

COLECTA

Omnipotente y sempiterno Dios, que quisiste restaurarlo todo en tu amado Hijo, Rey de todos: haz propicio que todas las familias de las gentes, disgregadas por la herida del pecado, se sometan a su suavísimo imperio. El cual vive y reina contigo.


CRISTO

La Epístola es un verdadero cántico en el que el apóstol San Pablo proclama arrobado lo que es Cristo para Dios, para la creación, para la Iglesia. El Padre es invisible, habita en una luz, en una región inaccesible, pero he aquí que el que es imagen suya, nacido de Él, Dios como Él, se deja ver entre nosotros, se hace hombre como nosotros, y derrama su sangre por nosotros.

Dios: obra suya es la creación; por Él subsiste todo; en Él tenemos la vida, el movimiento y el ser y todo lo que existe para Él es.

Cabeza de la creación, lo es también de la Iglesia que es su cuerpo, su Esposa. Hay entre ambos unidad de vida. Esta vida la posee Él en su plenitud y esta plenitud se comunica sin padecer mengua jamás; toda belleza, toda santidad proviene de Él como de su fuente. Así lo quiso el Padre con el propósito de reducir todas las cosas a la unidad primitiva y de pacificar en la sangre de su Hijo todo lo que hay en el cielo y en la tierra.



EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los Colosenses (Col., I, 12-20).

Hermanos: Damos gracias a Dios Padre, que nos hizo dignos de participar de la suerte de los Santos en la luz, que nos arrancó de la potestad de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor, en el cual tenemos la redención por su sangre, el perdón de los pecados. Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda criatura: porque en Él fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, sean los Tronos, sean las Dominaciones, sean los Principados, sean las Potestades: todo fue creado por Él y en Él, y Él es antes que todo, y todo existe en Él. Y Él es la cabeza del cuerpo de la Iglesia, el principio, el primogénito de los muertos, para que sea quien tenga el principado en todo: porque plúgole al Padre hacer que habitara en Él toda la plenitud, y conciliario todo en Él, pacificando por la sangre de su cruz tanto lo que hay en la tierra como lo que hay en el cielo, en Jesucristo, nuestro Señor.


El Gradual y el Aleluya cantan la universalidad y la eternidad del reino de Cristo.

GRADUAL

Dominará de un mar a otro mar, y desde el río hasta los confines del orbe de las tierras. V. Y le adorarán todos los reyes de la tierra: todas las gentes le servirán.

Aleluya, aleluya. V. Su poder es un poder eterno, que no será quitado: y su reino, un reino que no será destruido. Aleluya.


EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según S. Juan (Jn„ VIII, 33-37).

En aquel tiempo dijo Pilatos a Jesús: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Respondió Jesús: ¿Dices esto por ti mismo, o te lo dijeron de mí otros? Respondió Pilatos: ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los pontífices te han entregado a mí: ¿qué has hecho? Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, lucharían ciertamente mis ministros, para que no fuera entregado a los judíos: pero ahora mi reino no es de aquí. Dijóle entonces Pilatos: ¿Luego tú eres Rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy Rey. Yo para esto nací y para esto vine al mundo: Para dar testimonio de la verdad: todo el que es de la verdad oye mi voz.


Este diálogo entre Jesús y Pilatos nos hace conocer el carácter espiritual y universal de la dignidad regia del Mesías, su origen divino y su fin: "Nací y vine al mundo para dar testimonio de la verdad: todo el que es de la verdad, oye mi voz."

San Agustín, comentando este texto, nos habla también del desprendimiento y de la bondad de nuestro Rey: "¿De qué le servía al Señor ser rey de Israel? ¿Era por ventura algo grande para el Rey de los siglos, ser rey de los hombres? Cristo no es rey de Israel para exigir tributos, armar de la espada a los batallones y dominar visiblemente a sus enemigos, sino que es rey de Israel para gobernar las almas, velar por ellas para la eternidad y llevar al reino de los cielos a los que creen, esperan y aman." Probemos, pues, que somos súbditos suyos de verdad tributándole el homenaje de nuestra fe, de nuestra confianza y de nuestro amor. El Ofertorio recuerda la promesa, que el Padre hizo al mismo Cristo, de darle como herencia las naciones.



OFERTORIO

Pídemelo y te daré las gentes por herencia tuya, y por posesión tuya hasta los confines de la tierra.



En la Secreta consideramos el reino del Señor en cuanto trae a nuestras almas el don divino de la unidad y de la paz.

SECRETA

Ofrecémoste, Señor, esta hostia de la reconciliación humana: haz, te suplicamos, que Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, a quien inmolamos en el presente sacrificio, conceda Él mismo a todas las gentes los dones de la unidad y de la paz. El cual vive y reina contigo.



En el Prefacio, más aún que en las otras oraciones del Santo Sacrificio, se propone explícitamente a la fe y a la piedad de los creyentes la exacta noción teológica del reinado universal de Cristo. Como Hijo único del Padre, con quien es coeterno y consustancial, el Verbo encarnado comunica a su santa Humanidad, en virtud de la unión hipostática, la doble unción divina del sacerdocio y de la majestad real. En virtud de su Sacrificio Redentor sobre el altar de la cruz, como también por su nacimiento eterno, somete a su imperio indestructible a todas las criaturas, en un reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz.

PREFACIO

Es verdaderamente digno y justo, equitativo y saludable que siempre y en todas partes te demos gracias a ti, Señor santo, Padre omnipotente, eterno Dios: Que ungiste con óleo de alegría a tu unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo, Sacerdote eterno y Rey universal: para que, ofreciéndose a sí mismo, en el ara de la cruz, como hostia inmaculada y pacífica, obrase el misterio de la redención humana: y, sometiendo a su imperio todas las criaturas, entregase a tu inmensa Majestad un reino eterno y universal: un reino de verdad y de vida; un reino de santidad y de gracia; un reino de justicia, de amor y de paz. Y, por eso, con los Ángeles y los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con toda la milicia del ejército celestial, cantamos el himno de tu gloria, diciendo sin cesar:

Santo, Santo, Santo, etc.



El Señor concede la paz a los que le reciben:

COMUNIÓN

Se sentará el Señor Rey para siempre: el Señor bendecirá a su pueblo con la paz.

El fruto de la Comunión consistirá en preparar nuestras almas para entrar en el reino celestial.



POSCOMUNIÓN

Habiendo conseguido el alimento de la inmortalidad, suplicámoste, Señor, hagas que, los que nos gloriamos de militar bajo las banderas de Cristo Rey, podamos reinar eternamente con El en el trono celestial. El cual vive y reina contigo.







    CONSAGRACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

No debemos terminar el día sin hacer nuestra la fórmula de Consagración que compuso S.S. León XIII, cuya recitación pública está prescrita por S.S. Pío XI para todos los años en esta fiesta.

"Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano, miradnos humildemente postrados delante de vuestro altar: vuestros somos y vuestros queremos ser; y a fin de poder vivir más estrechamente unidos con Vos, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón. Muchos, por desgracia, jamás os han conocido; muchos, despreciando vuestros mandamientos, os han deshechado. ¡Oh Jesús benignísimo, compadeceos de los unos y de los otros, y atraedlos a todos a vuestro Corazón Santísimo! ¡Oh Señor! Sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Vos, sino también de los pródigos que os han abandonado, haced que vuelvan pronto a la casa paterna para que no perezcan de hambre y de miseria. Sed Rey de aquellos que por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Vos; devolvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve se forme un solo rebaño bajo de un solo Pastor. Sed Rey de los que permanecen aún envueltos en las tinieblas de la idolatría o del islamismo; dignaos atraerles a todos a la luz de vuestro reino. Mirad finalmente con ojos de misericordia a los hijos de aquel pueblo que en otro tiempo fue vuestro predilecto; descienda también sobre ellos, como bautismo de redención y de vida, la sangre que un día contra sí reclamaron. Conceded, oh Señor, incolumidad y libertad segura a vuestra Iglesia; otorgad a todos la tranquilidad en el orden; haced que del uno al otro confín de la tierra no resuene sino esta voz: "Alabado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud; a Él se entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Así sea."

Fuente: GUERANGER, Dom Prospero. El Año Litúrgico. Burgos, España. (1954) Editorial Aldecoa.






Nuestra Señora del Pilar, Patrona de la Hispanidad - 12 de octubre

 


Nuestra Señora del Pilar, Patrona de la Hispanidad 


Cuenta una antigua y piadosa tradición que, estando el Apóstol Santiago el Mayor en oración a las orillas del río Ebro, se le apareció la Santísima Virgen María, en el año 40, viviendo aún en carne mortal, para consolarlo y esforzarlo a proseguir en España su obra de evangelización, y allí mismo le mandó construir un templo en honor suyo.


Según una venerada tradición, la Santísima Virgen María se manifestó en Zaragoza sobre una columna o pilar, signo visible de su presencia. Esta tradición encontró su expresión cultural en la misa y en el Oficio que, para toda España, decretó S.S. Clemente XII. S.S. Pío VII elevó la categoría litúrgica de la fiesta. Finalmente, S.S. Pío XII otorgó a todas las naciones sudamericanas la posibilidad de celebrar la misma misa que se celebraba en España.


La tradición se remonta al año 40, cuando el 2 de enero la Virgen María se apareció a Santiago el Mayor en Caesaraugusta. María llegó a Zaragoza «en carne mortal» —antes de su Asunción— y como testimonio de su visita dejó una columna de jaspe conocida popularmente como «el Pilar». Santiago y los siete primeros convertidos de la ciudad edificaron una primitiva capilla de adobe a orillas del Ebro. Este testimonio es recogido por un manuscrito de 1297 de los Moralia, que se custodia en el Archivo del Pilar. La devoción mariana inició en los albores del siglo XIII, cuando comenzaron las primeras peregrinaciones a Santa María la Mayor.


La imagen de la Virgen es una talla en madera dorada; mide treinta y seis centímetros y medio de altura y descansa sobre una columna de jaspe forrada de bronce y plata y cubierto, a su vez, por un manto desde los pies de la imagen de la virgen hasta la base vista de la columna o pilar, a excepción de los días dos, doce y veinte de cada mes en que aparece la columna visible en toda su superficie. En la fachada posterior de la capilla se abre el humilladero, donde los fieles pueden venerar la Santa Columna a través de un óculo abierto.



Simbolismo del pilar

El pilar o columna da la idea de la solidez del edificio-iglesia y la firmeza de la columna-confianza en la protección de la Virgen María.


La columna es símbolo del conducto que une el cielo y la tierra, "manifestación de la potencia de Dios en el hombre y la potencia del hombre bajo la influencia de Dios". Es soporte de lo sagrado, soporte de la vida cotidiana. Santa María, la puerta del cielo, la escala de Jacob, ha sido la mujer escogida por Dios para venir a nuestro mundo. En ella la tierra y el cielo se han unido en Jesucristo.


Las columnas garantizan la solidez del edificio, sea arquitectónico o social. Quebrantarlas es amenazar el edificio entero. La columna es la primera piedra del templo, que se desarrolla a su alrededor; es el eje de la construcción que liga entre si los diferentes niveles. La Virgen María es también la primera piedra de la Iglesia, el templo de Dios; en torno a ella, lo mismo que los apóstoles reunidos el día de Pentecostés, va creciendo el pueblo de Dios; la fe y la esperanza de la Virgen alientan a los cristianos en su esfuerzo por edificar el reino de Dios.


La Santa Columna está hecha de jaspe, tiene 1,77 metros de altura, un diámetro de 24 centímetros y un forro de bronce y plata. La tradición pilarista afirma que jamás ha variado su ubicación desde la visita de la Virgen María a Santiago.



Tres rasgos peculiares que caracterizan a la Virgen del Pilar:

1- Se trata de una venida extraordinaria de la Virgen durante su vida mortal. A diferencia de las otras apariciones, la Virgen vino cuando todavía vivía en Palestina.


2- La Columna o Pilar que la misma Señora trajo para que, sobre él se construyera la primera capilla que, de hecho, sería el primer Templo Mariano de toda la Cristiandad.


3- La vinculación de la tradición pilarista con la tradición jacobea (del Santuario de Santiago de Compostela). Por ello, Zaragoza y Compostela, el Pilar y Santiago, han constituido dos ejes fundamentales, en torno a los cuales ha girado durante siglos la espiritualidad de la patria española.


Virgen santa, Madre mía,

luz hermosa, claro día,

que la tierra aragonesa

te dignaste visitar(bis)

Este pueblo que te adora

de tu amor favor implora

y te aclama y te bendice

abrazado a tu Pilar.

Pilar sagrado, faro esplendente,

rico presente de caridad.

Pilar bendito, trono de gloria,

tú a la victoria nos llevarás.

Cantad, cantad

himnos de honor y de alabanza.

Cantad, cantad

a la Virgen del Pilar.




Maternidad de la Santísima Virgen María (11 de octubre)

 



Maternidad de la Santísima Virgen


Oh Dios, que quisiste que, al anuncio del Angel, tu Verbo se encarnase en el seno de la Bienaventurada Virgen María: suplicámoste hagas que, los que creemos que ella es verdadera Madre de Dios, seamos ayudados ante ti por su intercesión. Por el mismo Nuestro Señor Jesucristo.



EL TÍTULO DE MADRE DE DIOS

Entre todos los títulos de alabanza tributados a Nuestra Señora no hay ninguno más glorioso que el de Madre de Dios. Ser Madre de Dios es el porqué de María, el secreto de sus gracias y de sus privilegios.


Para nosotros este título encierra en sustancia todo el misterio de la Encarnación; y no hay otro por el que podamos con más razón felicitarla a ella y regocijarnos nosotros. San Efrén justamente pensaba que, para dar uno prueba cierta de su fe, le bastaba confesar y creer que la Santísima Virgen María es Madre de Dios.


Y por eso la Iglesia no puede celebrar ninguna fiesta de la Virgen María sin alabarla por este augusto privilegio. En su Inmaculada Concepción, en su Natividad, e igualmente en su Asunción, siempre saludamos en ella a la Santa Madre de Dios. Y eso es precisamente lo que hacemos nosotros también al repetir tantas veces a diario el Ave María.



LA HEREJÍA NESTORIANA

“Teotokos, Madre de Dios”: así se la llamó a María en todo tiempo. Hacer la historia del dogma de la maternidad divina sería hacer toda la historia del cristianismo. El nombre Teotokos de tal forma había penetrado en el espíritu y en el corazón de los fieles, que se armó un escándalo enorme el día el que ante Nestorio, obispo de Constantinopla, un sacerdote, portavoz suyo, tuvo la osadía de pretender que María no era Madre más que de un hombre, porque era imposible que un Dios naciese de una mujer.


Pero entonces ocupaba la silla de Alejandría un obispo, San Cirilo, a quien Dios suscitó para defender el honor de la Madre de su Hijo. Al punto hizo pública su extrañeza: “Estoy admirado de que haya hombres que pongan en duda que a la Santísima Virgen se la pueda llamar Madre de Dios. Si Nuestro Señor es Dios, ¿cómo podrá ser que María, que le dio al mundo, no sea Madre de Dios? Esta es la fe que nos transmitieron los discípulos, aunque no se sirviesen de este término; es también la doctrina que nos enseñaron los Santos Padres.”



EL CONCILIO DE EFESO

Nestorio no admitió cambio alguno en sus ideas. El emperador convocó un Concilio, que inauguró sus sesiones en Éfeso el 22 de junio del 431; en él presidió San Cirilo, como legado del Papa Celestino. Se juntaron 200 obispos; proclamaron que “la persona de Cristo es una y divina y que la Santísima Virgen tiene que ser reconocida y venerada por todos como realmente Madre de Dios”. Al saberse esta noticia, los cristianos de Éfeso entonaron cantos de triunfo, iluminaron la ciudad y acompañaron a sus domicilios con antorchas a los obispos “que habían venido, gritaban, a devolvernos la Madre de Dios y a ratificar con su autoridad santa lo que estaba escrito en todos los corazones”.


Y, como ocurre siempre, los esfuerzos del diablo sólo sirvieron para preparar y suscitar un triunfo magnifico a Nuestra Señora; los Padres del Concilio, así cuenta la tradición, para perpetua memoria añadieron al Ave María esta cláusula: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”: oración que desde entonces recitan todos los días millones de almas para reconocer en María la gloria de Madre de Dios que un hereje la quiso arrebatar.



LA FIESTA DEL 11 DE OCTUBRE

El año 1931, al celebrarse el centenario XV del Concilio, pensó S.S. Pío XI que sería “útil y grato a los fieles el meditar y reflexionar sobre un dogma tan importante” como es el de la maternidad divina.


Para que quedase perpetuo testimonio de su piedad a María, escribió la Encíclica Lux Veritatis, restauró la basílica de Santa María la Mayor de Roma y además instituyó una fiesta litúrgica, que “contribuiría al aumento de la devoción hacia la Soberana Madre de Dios entre el clero y los fieles, y presentaría a la Santísima Virgen y a la Sagrada Familia de Nazaret como un modelo para las familias”, para que así se respeten cada vez más la dignidad y la santidad del matrimonio y la educación de la juventud.


En las fiestas del 1º de enero y en las del 25 de marzo tuvimos ocasión de considerar lo que para María lleva consigo su dignidad de Madre de Dios. El tema, por decirlo así, es inagotable: podemos detenernos hoy todavía unos momentos más.



MARÍA EXTERMINADORA DE LAS HEREJÍAS

“Alégrate, oh Virgen María, porque tú sola has destruido en todo el mundo todas las herejías.”

Esta antífona de la Liturgia demuestra claramente que el dogma de la maternidad divina es el sostén y la defensa de todo el cristianismo. Confesar la maternidad divina, vale tanto como confesar, en el Verbo Encarnado, la naturaleza humana y la naturaleza divina, y también la unidad de persona; es afirmar la distinción de personas en Dios y la unidad de su naturaleza; es reconocer todo el orden sobrenatural de la gracia y de la gloria.



MARÍA ES CON TODA VERDAD MADRE DE DIOS

Ahora bien, es fácil reconocer que María es con toda propiedad Madre de Dios. “Si el Hijo de la Santísima Virgen es Dios, escribía S.S. Pío XI en su Encíclica Lux Veritatis, la que le engendró debe llamarse Madre de Dios; si la persona de Jesucristo es una y divina, no cabe duda ninguna que todos tienen que llamar a María Madre de Dios y no sólo Madre de Cristo-hombre… Del mismo modo que a las demás mujeres se las llama madres, y lo son realmente, porque en su seno formaron nuestra sustancia caduca y no porque creasen el alma humana así alcanzó la Virgen la maternidad divina por el hecho de haber engendrado a la única persona de su Hijo.”



CONSECUENCIAS DE LA MATERNIDAD DIVINA

De aquí se derivan como de una misteriosa y viva fuente la gracia especial de María y su suprema dignidad después de Dios. La Bienaventurada Virgen María tiene una dignidad casi infinita, dice Santo Tomás, y proviene del bien infinito que es Dios. Cornelio a Lapide explica así estas palabras: "es Madre de Dios: sobrepuja, por consiguiente, en excelencia a todos los Ángeles, Querubines y Serafines. Es Madre de Dios: es, por tanto, la más pura y las más santa de todas las criaturas, y, excepción hecha de Dios, no es posible figurarse mayor santidad que la de la Santísima Virgen. Es Madre de Dios: por eso, se la concedió a ella su privilegio antes que a cualquier Santo se concediese cualquier privilegio del orden de la gracia santificante".



DIGNIDAD DE MARÍA

Este privilegio de la divina maternidad relaciona a María con Dios con una relación tan particular y tan íntima, que no hay dignidad creada que pueda compararse con la suya. Esa dignidad la pone en relación inmediata con la unión hipostática y la hace entrar en relaciones íntimas y personales con las tres personas de la Santísima Trinidad.


MARÍA Y JESÚS - La maternidad divina une a María con su Hijo con un lazo mucho más fuerte que el de las demás madres con respecto a sus hijos. Estas no son las únicas que intervienen en la generación, mientras que la Santísima Virgen fue ella sola la que produjo a su Hijo, el Hombre-Dios, de su propia sustancia, Jesús es fruto de su virginidad. Pertenece a su Madre porque ella le concibió y le dio a luz en el tiempo, ella le alimentó con la leche virginal de sus pechos, ella le educó, ella ejerció sobre El su autoridad maternal.


MARÍA Y EL PADRE - La maternidad divina liga a María con el Padre de una manera que no se puede expresar con palabras humanas.

María tiene por Hijo al mismo Hijo de Dios; imita y reproduce en el tiempo la generación misteriosa por la que el Padre engendra a su Hijo en la eternidad. Y de ese modo llega a ser la coasociada del Padre en su Paternidad: “Si el Padre nos ha dado pruebas de un afecto sincero, decía Bossuet, porque nos ha dado a su Hijo por Maestro y Salvador, el amor inefable que siente por ti, oh María, le hizo concebir otros muchos planes en nuestro favor. Dispuso que fuese tan tuyo como de El; y, para formar contigo una sociedad eterna, quiso que fueses la Madre de su único Hijo y ser El el Padre del tuyo”


MARÍA Y EL ESPÍRITU SANTO - La maternidad divina une igualmente a María con el Espíritu Santo, ya que por el Espíritu Santo concibió al Verbo en su seno. S.S. León XIII llama a María: Esposa del Espíritu Santo. Y María es su santuario privilegiado a causa de las maravillas inauditas de la gracia que ese Espíritu divino obró en ella.


“Si Dios está con los Santos, concluye San Bernardo, está con María de un modo particularísimo; porque, entre Dios y ella la conformidad es tan perfecta, que Dios se ha unido no sólo a su voluntad, sino también a su carne, y de su sustancia y de la sustancia de la Virgen, hizo un solo Cristo; Cristo, aunque no procede en lo que es, ni todo completo de Dios ni todo completo de la Virgen, no deja de ser, esto no obstante, todo entero de Dios y todo entero de la Virgen; pues no hay dos hijos, sino uno solo, que lo es de Dios y de la Virgen. Por eso la dice el ángel: Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Está contigo no sólo el Señor Hijo, a quien tú revistes de tu carne, sino el Señor Espíritu Santo, de quien tú concibes y el Señor Padre, que ha engendrado al que tú concibes. El Padre está contigo y hace que su Hijo sea tuyo; el Hijo está contigo y, para realizar en ti el admirable misterio, se abre milagrosamente para sí tu seno, pero respetando el sello de tu virginidad; el Espíritu Santo está contigo y juntamente con el Padre y el Hijo, santifica tu seno. Ciertamente, el Señor está contigo”.



ORACIÓN

Santísima Madre de Dios, en vano la herejía ha querido quitaros este glorioso título: postrados a vuestros pies os pedimos nos defendáis de los enemigos de nuestra salvación, para que sean también vanos todos los esfuerzos que hacen para arrancarnos la inocencia del corazón.


Fuente: El Año Litúrgico, Dom Gueranger





NUESTRA SEÑORA DEL SANTO ROSARIO (7 de octubre)

 



Nuestra Señora del Santo Rosario - 7 de octubre


Esta fiesta fue instituida en honor a la Santísima Virgen por la protección que ha dispensado a la Iglesia a través del Santísimo Rosario, como un recuerdo de la gran victoria que las armas cristianas, a las órdenes de Don Juan de Austria, consiguieron en Lepanto, el 7 de octubre de 1571.


El Rosario es la devoción de los últimos siglos. Su fundamento está en el Evangelio mismo, pero su práctica es relativamente reciente. La Santísima Virgen le enseñó esta fórmula a Santo Domingo de Guzmán, a fin de que encontrase en ella un medio de protección y defensa en su lucha contra los albigenses.


Los Dominicos la propagaron en los últimos años en la Edad Media, y el Papa San Pío V concedió a los que la rezasen muchas indulgencias, que fueron ampliadas por sus sucesores. El Rosario es un compendio del Evangelio y un delicado homenaje a María Santísima.



Una fecha importante

El 7 de octubre de 1571, se libró una de las batallas navales más importantes cerca de lo que hoy se conoce como el Golfo de Patrás, en ese entonces el Golfo de Lepanto. De un lado se encontraban las galeras de guerra de la Liga Santa y, del otro, las de los turcos otomanos, disputándose el control definitivo del Mediterráneo. El Papa San Pío V exhortó al mundo cristiano a rezar el rosario, y ordenó la devoción de las 40 horas en Roma durante las cuales tuvo lugar la batalla, y, asimismo, ordenó que las iglesias permanecieran abiertas día y noche. La flota cristiana, superada grandemente en número por los turcos, infligió una derrota increíble a la flota turca, aniquilándola por completo.


Tras la victoria cristiana en esta batalla, el Santo Padre conmemoró esta fecha estableciendo la fiesta de "Nuestra Señora de las Victorias". Más tarde, su sucesor, S.S. Gregorio XIII, cambiaría el título a su actual nombre: "Nuestra Señora del Rosario."



Decreto del Papa San Pío V sobre el poder del santo Rosario

"...Y así, Domingo consideró esa sencilla manera de orar y suplicar a Dios, que se llama Rosario, o Salterio de la Santísima Virgen, accesible a todos y completamente piadosa. En él, la Santísima Virgen es venerada con el angélico saludo repetido ciento cincuenta veces, esto es, según el número del Salterio de David, y con la Oración del Señor en cada decena. Interpuestas con estas oraciones hay ciertas meditaciones que muestran la vida entera de Nuestro Señor Jesucristo, completando así el método de oración ideado por los Padres de la Santa Iglesia Romana. Este mismo método fue propagado por Santo Domingo, y difundido por los frailes del bienaventurado Domingo (...). Los fieles de Cristo, inflamados por estas oraciones, comenzaron inmediatamente a transformarse en hombres nuevos. La oscuridad de la herejía comenzó a disiparse y la luz de la fe católica se reveló. En muchos lugares, los frailes de la Orden empezaron a fundar cofradías en honor a esta oración (...). Siguiendo el ejemplo de nuestros predecesores, al ver que la Iglesia militante, que Dios ha puesto en nuestras manos, es sacudida en estos tiempos por tantas herejías, y es gravemente vejada por tantas guerras y por la depravación de la moral de los hombres, también elevamos nuestros ojos, llorando, pero llenos de esperanza, hacia esa misma montaña, de donde surge toda ayuda, y alentamos y amonestamos a cada miembro de los fieles de Cristo a hacer lo mismo en el Señor".

Roma, Basílica de San Pedro, 17 de septiembre del año 1569, cuarto de Nuestro Pontificado.


De todas las devociones a la Santísima Virgen María, el Rosario es la más extensamente difundida entre los fieles. Todo buen católico, amante de la Madre de Dios, debe tener una tierna devoción al rezo del Rosario y obedecer la petición del cielo de rezarlo diariamente.




Fiesta de los Santos Ángeles Guardianes (2 de octubre)

 



Fiesta de los Santos Ángeles Guardianes - 2 de octubre


Aunque la solemnidad del 29 de septiembre tiene por objeto honrar a todos los espíritus bienaventurados de los nueve coros, la piedad de los fieles en estos últimos siglos ha deseado se consagrase un día especial en la tierra a celebrar a los Ángeles custodios.


Diversas Iglesias empezaron a celebrar esta fiesta y la pusieron en diferentes fechas del año; S.S. Paulo V, aunque la permitía el 27 de septiembre de 1608, creyó conveniente no imponer su aceptación; S.S. Clemente X terminó con esta variedad respecto a la nueva fiesta y el 20 de septiembre de 1670 la fijó en el 2 de octubre, primer día libre después de San Miguel, a cuya fiesta está como subordinada.


Es de fe que en este destierro, Dios encomienda a los Ángeles la custodia de los hombres destinados a contemplarle en el cielo, y esto lo aseguran las Escrituras y lo afirma unánimente la Tradición. Las conclusiones más ciertas de la teología católica extienden el beneficio de esta protección preciosa a todos los miembros de la raza humana, sin distinción de justos o pecadores, de infieles o bautizados.


Alejar los peligros, sostener al hombre en su lucha contra el demonio, despertar en él santos pensamientos, apartarle del mal y castigarle de cuando en cuando, rogar por él y presentar a Dios sus propias oraciones: he ahí el oficio del Ángel custodio. Y es un ministerio tan especial, que no acumula el mismo Ángel la custodia simultánea de varios, y tan asiduo, que acompaña a su protegido desde el primer día al último de su vida, recogiendo el alma al salir de este mundo para conducirla después del juicio al puesto que se mereció en los cielos o en la mansión temporal de purificación y de expiación.


La santa milicia de los Ángeles custodios se recluta principalmente en las proximidades más inmediatas a nuestra naturaleza, entre los puestos del último de los nueve coros. Dios, en efecto, reserva para el honor de formar su augusta corte a los Serafines, Querubines y Tronos. Las Dominaciones presiden desde lo alto de su trono el gobierno del universo; las Virtudes velan por la firmeza de las leyes de la naturaleza, por la conservación de las especies, por los movimientos de los cielos; las Potestades mantienen encadenado al infierno.


La raza humana, en su conjunto y en los cuerpos sociales de las naciones y de las Iglesias, está confiada a los Principados; en tanto que el oficio de los Arcángeles, encargados de las comunidades menores, parece ser también el de transmitir a los Ángeles las órdenes del cielo, con el amor y la luz que baja para nosotros de la primera y suprema jerarquía. ¡Abismos de la Sabiduría de Dios! (Rom. 11, 33).


Así pues, el conjunto admirable de ministerios dispuesto entre los diversos coros de los espíritus celestiales, se ordena, como fin, a la custodia inmediatamente confiada a los más humildes de ellos, a la custodia del hombre, para quien fue creado el universo. Lo mismo afirma la Escuela; y lo dice el Apóstol: "¿No son todos ellos espíritus ministrantes, enviados para servicio en favor de los que han de heredar la salud?" (Heb. 1, 14). (...)


Para terminar, escuchemos hoy, como lo hace la Iglesia, al Abad de Claraval, a cuya elocuencia parece que en esta ocasión le nacen alas: “En todo lugar muéstrate respetuoso con tu Ángel. Muévate a rendir culto a su grandeza el agradecimiento por sus beneficios. Ama a ese futuro coheredero, que ahora es el tutor designado por el Padre para los días de tu niñez. Porque, aunque somos hijos de Dios, no pasamos ahora de niños y el camino es largo y peligroso. Pero Dios ha mandado a sus Ángeles que te guarden en todos tus caminos; y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece en las piedras. Pisarás sobre áspides y basiliscos y hollarás al león y al dragón (Sal. 90, 11-13). Ciertamente, por donde el camino es fácil para un niño, su ayuda se reducirá a ser simplemente un guía, a sostenerte como se hace con los niños. Pero la prueba ¿corre peligro de exceder a tus fuerzas? Te llevarán en sus manos. ¡Manos de Ángeles! ¡Cuántos atolladeros temibles, saltados como sin darse cuenta merced a esas manos, sólo dejarán en el hombre la impresión de una pesadilla desvanecida rápidamente!"


Unámonos a la Iglesia ofreciendo a los Ángeles Guardianes este Himno de las Vísperas del día.


Celebramos a los Ángeles que custodian a los humanos. El Padre Celestial los hizo compañeros de nuestra débil naturaleza, para que no sucumbieran a las trampas enemigas.


Porque, como el ángel maligno fue justamente arrojado de sus honores, la envidia lo corroe y se esfuerza por perder a los que el Señor llama a los cielos.


Vuela, pues, hacia nosotros, guardián que nunca duerme; aparta de la tierra que te ha sido confiada las enfermedades del alma y toda amenaza a la paz de sus habitantes.


Sea siempre alabada y amada la Santísima Trinidad, cuyo poder eterno gobierna este triple mundo de los cielos, la tierra y el abismo, cuya gloria domina los siglos. Amén.


Fuente: L'année liturgique de Dom Guéranger