MANUAL DE SUPERVIVENCIA DURANTE LA GRAN TRIBULACIÓN Y LA OPERACIÓN DEL ERROR. (LXVI)

 

El mundo está mal desde el principio, desde que Adán y Eva fueron vencidos por la antigua serpiente, Satanás; por eso, el espíritu del mundo y todo lo que el mundo tiene por valores y cosas nobles y elogiables, para los cristianos no son sino vanidad de vanidades, falsas apariencias, orgullo hinchado, concupiscencia de la carne y de los ojos. Hablar por tanto del “sentido común”, de lo que piensan el común de los habitantes del orbe, de lo que el mundo siempre ha considerado como bueno y aceptable, para nosotros los que amamos a Dios es en realidad una trampa en la que no debemos caer, pues todos los valores y ambiciones del mundo y de quienes tienen su espíritu torcido son para nosotros necedad y locura, ambición desmesurada, egoísmo absoluto, licencia y disipación supremas, inmoralidad e idolatría flagrantes. El mundo no tiene el “sensus fidei”, en el sentido de la gran tradición escolástica de Alberto Magno y Tomás de Aquino, entendido como una actividad del creyente que se adhiere a la revelación; también como consenso universal en materia de fe; el sensus fidei apela a la forma del conocer personal que precede al conocimiento reflejo; es fruto de la gracia y acción del Espíritu Santo que actúa sobre el creyente para que "comprenda y crea". El sensus fidei se inserta ante todo en el horizonte peculiar de la comprensión de fe como llamada al seguimiento, que hace al discípulo cada vez más afín al maestro. En este sentido, ya en el Nuevo Testamento se encuentran referencias, como "sensus Domini" (1 Cor 2,16), ´ojos iluminados del corazón´ (Ef 11,18), "inteligencia espiritual" (Col 1,9). Esta misma terminología se encuentra en los Padres, donde el concepto se enriquece con una nueva connotación: la comunión visible de todos los creyentes en torno a una única verdad. Se habla en consecuencia de " sensus eclesiasticu et catholicus" y -particularmente en Basilio, Agustín, León y los grandes Padres- del "sentire cum Ecclesia". La expresión más significativa, cercana a nuestra idea, se encuentra en Agustín: "Habet namque fides oculos suos". Para los Padres, acostumbrados a tener una relación de inmediatez entre la verdad que procedía del anuncio de fe y de la praxis cotidiana del vivir del creyente, desembocar en el sensus fidei equivalía a comprender la forma de conocimiento coherente para comprender el Evangelio; una verdad que les precedía y que los encontraba en las diversas situaciones de vida, permitiéndoles arrostrarlo todo, hasta el martirio, con la inquebrantable certeza de estar en la fe de toda la Iglesia. El mundo no entiende ni podrá entender jamás las cosas como las “entiende” Dios, porque no conoce al Espíritu Santo ni conoce a Dios.


Como hemos mencionado anteriormente, el mundo vive instalado en una especie de error común monumental y permanente, por eso su criterio no es fiable para nosotros los hijos de Dios. Todo lo que el mundo considera que es bueno y deseable, en realidad es malo y despreciable; del mismo modo, lo que el mundo toma como necedad y locura, nosotros los cristianos sabemos que es la verdadera sabiduría y la gloriosa “locura” de la Cruz, que el mundo no puede entender. El llamado “sentido común mundano” es en verdad la suma de los disparates y las injusticias, lo que piensan el común de los infortunados habitantes de este mundo pecador y apóstata. Por eso no debemos acomodarnos de ninguna manera al modo de pensar y juzgar que usan el mundo y sus acólitos, porque son fallidos y engañosos, al no estar basados en la única Verdad que es Dios.


El mundo es también falso e hipócrita, como los fariseos que condenaron a muerte al Hijo de Dios, N.S.J.C., por eso no hay verdad en el mundo ni tampoco la puede conocer, puesto que el mundo vive instalado en el error y la mentira, el fingimiento y la doblez, las falsas apariencias y la vanidad, y todo esto permanentemente. Dios detesta particularmente a los hipócritas y los falsarios, mientras que ama a quienes son rectos de corazón. [Las promesas del Señor son para los hombres sin ficción (Salmo 7, 11; 31, 11). Dios no se cansa de insistir, en ambos Testamentos, sobre, esta condición primaria e indispensable que es la rectitud de corazón, o sea la sinceridad sin doblez (Salmo 25, 2). Es en realidad lo único que Él pide, pues todo lo demás nos lo da el Espíritu Santo con su gracia y sus dones. De ahí la asombrosa benevolencia de Jesús con los más grandes pecadores, frente a su tremenda severidad con los fariseos, que pecaban contra la luz (Juan 3, 19) o que oraban por fórmula (Santiago 4, 8). De ahí la sorprendente revelación de que el Padre descubre a los niños lo que oculta a los sabios (Lucas 10, 21).]

Continuará...



MANUAL DE SUPERVIVENCIA DURANTE LA GRAN TRIBULACIÓN Y LA OPERACIÓN DEL ERROR. (LXV)

 

“Judas —no el Iscariote— le dijo: “Señor, ¿cómo es eso: que te has de manifestar a nosotros y no al mundo?” Jesús le respondió y dijo: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y en él haremos morada. El que no me ama no guardará mis palabras; y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.

Os he dicho estas cosas durante mi permanencia con vosotros. Pero el intercesor, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, Él os lo enseñará todo, y os recordará todo lo que Yo os he dicho. Os dejo la paz, os doy la paz mía; no os doy Yo como da el mundo. No se turbe vuestro corazón, ni se amedrente. Acabáis de oírme decir: «Me voy y volveré a vosotros.» Si me amaseis, os alegraríais de que voy al Padre, porque el Padre es más grande que Yo. Os lo he dicho antes que acontezca, para que cuando esto se verifique, creáis. Ya no hablaré mucho con vosotros, porque viene el príncipe del mundo. No es que tenga derecho contra Mí, pero es para que el mundo conozca que Yo amo al Padre, y que obro según el mandato que me dio el Padre. Levantaos, vamos de aquí”. (Juan 14, 22-31).


[* 23. El amor es el motor indispensable de la vida sobrenatural: todo aquel que ama, vive según el Evangelio; el que no ama no puede cumplir los preceptos de Cristo, ni siquiera conoce a Dios, puesto que Dios es amor (I Juan 4, 8). “Del amor a Dios brota de por sí la obediencia a su divina voluntad (Mateo 7, 21; 12, 50; Marcos 3, 33; Lucas 8, 21), la confianza en su providencia (Mateo 6, 25-34; 10, 29-33; Lucas 12, 4-12 y 22-34; 18, 1-8), la oración devota (Mateo 6, 7-8; 7, 7-12; Marcos 11, 24; Lucas 11, 1-13; Juan 16, 23-24), y el respeto a la casa de Dios (Mateo 21, 12-17; Juan 2, 16)” (Lesétre).

* 24. Dios nos revela a este respecto su intimidad diciendo: “Como una mujer que desprecia al que la ama, así me ha despreciado Israel” (Jeremías 3, 20). Esto nos hace comprender que querer suplir con obras materiales la falta de amor, sería como si una mujer que rechaza el amor de un príncipe pretendiera consolarlo ofreciéndole dinero. O como si un hijo que se apartó del hogar creyese que satisface a su padre con mandarle regalos. Véase la clara doctrina de San Pablo en I Corintios 13, 1 ss.

* 26. Jesús hace aquí quizá la más estupenda de sus revelaciones y de sus promesas. El mismo Espíritu divino, que Él nos conquistó con sus méritos infinitos, se hará el inspirador de nuestra alma y el motor de nuestros actos, habitando en nosotros (v. 16 s.). Tal es el sentido de las palabras “os lo enseñará todo”, es decir, no todas las cosas que pueden saberse, sino todo lo vuestro, como maestro permanente de vuestra vida en todo instante. San Pablo confirma esto en Romanos 8, 14 llamando hijos de Dios a “los que son movidos por el Espíritu de Dios”. Si bien miramos, todo el fruto de la Pasión de Cristo consiste en habernos conseguido esa maravilla de que el Espíritu de Dios, que es todo luz y amor y gozo, entre en nosotros, confortándonos, consolándonos, inspirándonos en todo momento y llevándonos al amor de Jesús (6, 44 y nota) para que Jesús nos lleve al Padre (versículos 6 ss.) y así el Padre sea glorificado en el Hijo (v. 13). Tal es el plan del Padre en favor nuestro (6, 40 y nota), de tal modo que la glorificación de ambos sea también la nuestra, como se ve expresamente en 17, 2. Para entrar en nosotros ese nuevo rector que es el Espíritu Santo, sólo espera que el anterior le ceda su puesto. Eso quiere decir simplemente el “renunciarse a sí mismo”. Os recordará, etc.: es decir, traerá a la memoria en cada momento oportuno (Mateo 10, 19; Marcos 13, 11) las enseñanzas de Jesús a los que se hayan preocupado de aprenderlas. Véase 16, 13; Lucas 11, 13 y notas.

* 28. El Padre es más grande que Yo significa que el Padre es el origen y el Hijo la derivación. Como dice San Hilario, el Padre no es mayor que el Hijo en poder, eternidad o grandeza, sino en razón de que es principio del Hijo, a quien da la vida. Porque el Padre nada recibe de otro alguno, mas el Hijo recibe su naturaleza del Padre por eterna generación, sin que ello implique imperfección en el Hijo. De ahí la inmensa gratitud de Jesús y su constante obediencia y adoración del Padre. Un buen hijo, aunque sea adulto y tan poderoso como su padre, siempre lo mirará como a superior. Tal fue la constante característica de Jesús (4, 34; 6, 38; 12, 49 s.; 17, 2S, etc.), también cuando, como Verbo eterno, era la Palabra creadora y Sabiduría del Padre (1, 2; Proverbios 8, 22 ss.; Sabiduría 7, 26; 8, 3; Eclesiástico 24, 12 ss., etc.). Véase 5, 48 y nota; Mateo 24, 36; Maro 13, 32; Hechos 1, 7; I Corintios 15, 28 y notas. El Hijo como hombre es menor que el Padre.

* 30. El príncipe del mundo: Satanás. Tremenda revelación que, explicándose por el triunfo originario de la serpiente sobre el hombre (cf. Sabiduría 2, 24 y nota), explica a su vez las condenaciones implacables que a cada paso formula el Señor sobre todo lo mundano, que en cualquier tiempo aparece tan honorable como aparecían los que condenaron a Jesús. Cf. v. 16; 7, 7; 12; 31; 15, 18 ss.; 16, 11; 17, 9 y 14; Lucas 16, 15; Romanos 12, 2; Gal, 1, 4; 6, 14; I Timoteo 6, 13; Santiago 1, 27; 4, 4; I Pedro 5, 8; I Juan 2, 15 y notas.

* 31. No es por cierto a Jesús a quien tiene nada que reclamar el “acusador” (Apocalipsis 12, 10 y nota). Pero el Padre le encomendó las “ovejas perdidas de Israel” (Mateo 10, 5 y nota), y cuando vino a lo suyo, “los suyos no lo recibieron” (1, 11), despreciando el mensaje de arrepentimiento y perdón (Marcos 1, 15) que traía “para confirmar las promesas de los patriarcas” (Romanos 15, 8). Entonces, como anunciaban misteriosamente las profecías desde Moisés (cf. Hechos 3, 22 y nota), el Buen Pastor se entregó como un cordero (10, 11), libremente (10, 17 s.), dando cuanto tenía, hasta la última gota de su Sangre, aparentemente vencido por Satanás para despojarlo de su escritura contra nosotros clavándola en la Cruz (Colosenses 2, 14 s.), y realizar, a costa Suya, el anhelo salvador del Padre (6, 38; Mateo 26, 42 y notas) y “no sólo por la nación sino también para congregar en uno a todos los hijos de Dios dispersos” (11. 52). viniendo a ser por su Sangre causa de eterna salud para judíos y gentiles, como enseña San Pablo (Hechos 5, 9 s.).]

Continuará...




MANUAL DE SUPERVIVENCIA DURANTE LA GRAN TRIBULACIÓN Y LA OPERACIÓN DEL ERROR. (LXIV)

 

Enemistad, hostilidad y antipatía absolutas entre el mundo y Dios.

“Si me amáis, conservaréis mis mandamientos. Y Yo rogaré al Padre, y Él os dará otro Intercesor, que quede siempre con vosotros, el Espíritu de verdad, que el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce; mas vosotros lo conocéis, porque Él mora con vosotros y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; volveré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más, pero vosotros me volveréis a ver, porque Yo vivo, y vosotros viviréis. En aquel día conoceréis que Yo soy en mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos y los conserva, ése es el que me ama; y quien me ama, será amado de mi Padre, y Yo también lo amaré, y me manifestaré a él.” (Juan 14, 15-21).


[* 15. El que ama se preocupa de cumplir los mandamientos, y para eso cuida ante todo de conservarlos en su corazón. Véase v. 23 s.; Salmo 118, 11 y nota.

* 16. El otro Intercesor es el Espíritu Santo, que nos ilumina y consuela y fortalece con virtud divina. El mundo es regido por su príncipe (v. 30). y por eso no podrá nunca entender al Espíritu Santo (I Corintios 2, 14), ni recibir sus gracias e ilustraciones. Los apóstoles experimentaron la fortaleza y la luz del divino Paráclito pocos días después de la Ascensión del Señor, en el día de Pentecostés (Hechos 2) y recibieron carismas visibles, de los cuales se habla en los Hechos de los Apóstoles.

* 17 ss. Mora con vosotros: Casi siempre vivimos en un estado de fe imperfecta, como diciéndonos: si yo lo tuviera delante al Padre celestial o a Jesús, le diría tal y tal cosa. Olvidamos que el Padre y el Hijo no son como los hombres ausentes que hay que ir a buscar, sino que están en nuestro interior (versículos 20 y 23), lo mismo que el Espíritu (v. 26; 16, 13; Lucas 11, 13). Nada consuela tanto como el cultivo suavísimo de esta presencia de Dios permanente en nosotros, que nos está mirando, sin cansarse, con ojos de amor como los padres contemplan a su hijo en la cuna (Salmo 138, 1; Santiago 7, 10 y notas). Y nada santifica tanto como el conocimiento vivo de esta verdad que “nos corrobora por el Espíritu en el hombre interior” (Efesios 3, 16) como templos vivos de Dios (Efesios 2, 21 s.). Estará en vosotros: Entendamos bien esto: “El Espíritu Santo estará en nosotros como un viento que sopla permanentemente para mantener levantada una hoja seca, que sin Él cae. De modo que a un tiempo somos y no somos. En cuanto ese viento va realizando eso en nosotros, somos agradables a Dios, sin dejar empero de ser por nosotros mismos lo que somos, es decir, «siervos inútiles» (Lucas 17, 10). Si no fuese así, caeríamos fatalmente (a causa de la corrupción que heredamos de Adán) en continuos actos de soberbia y presunción, que no sólo quitaría todo valor a nuestras acciones delante de Dios, sino que sería ante Él una blasfemia contra la fe, es decir, una rivalidad que pretendería sustituir la Gracia por esa ilusoria suficiencia propia que sólo busca quitar a Dios la gloria de ser el que nos salva.”

* 20. En aquel día: Véase 16, 16 y nota. Vosotros estáis en Mí, etc. “En vano soñarán los poetas una plenitud de amor y de unión entre el Creador y la creatura, ni una felicidad para nosotros como ésta que nos asegura nuestra fe y que desde ahora poseemos «en esperanza». Es un misterio propio de la naturaleza divina que desafía y supera todas las audacias de la imaginación, y que sería increíble si Él no lo revelase. ¿Qué atractivos puede hallar Él en nosotros? ¡Y sin embargo, al remediar el pecado de Adán, en vez de rechazarnos de su intimidad (mirabilius reformasti) buscó un pretexto para unirnos del todo a Él, como sí no pudiese vivir sin nosotros!” Véase 17, 26 y nota.

* 21. Es decir: el que obedece eficazmente al Padre muestra que tiene amor, pues si no lo amase no tendría fuerza para obedecerlo, como vemos, en el v. 23. No tiene amor porque obra, sino que obra porque tiene amor. Cf. Lucas 7, 47 y nota.]

Continuará...




MANUAL DE SUPERVIVENCIA DURANTE LA GRAN TRIBULACIÓN Y LA OPERACIÓN DEL ERROR. (LXIII)

 

Continuando con nuestras reflexiones, señalaremos que, básicamente, el mundo está en el error y el engaño desde el principio, en un monumental error común de proporciones universales, pues no aceptó a quien le creó, no creyó en Él ni le recibió cuando vino al mundo: “La verdadera luz, la que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. Él estaba en el mundo; por Él, el mundo había sido hecho, y el mundo no lo conoció. Él vino a lo suyo, y los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios: a los que creen en su nombre. Los cuales no han nacido de la sangre, ni del deseo de la carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. (Juan 1, 9-13).


Por eso el mundo anda en tinieblas permanentes: “En Él era la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz luce en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron”. (Juan 1, 4-5) El mundo y sus infortunados habitantes andan en tinieblas porque no han reconocido ni recibido al único que es la Luz del mundo, N.S.J.C.


De lo que se deduce que todos los sistemas de pensamiento, toda la filosofía mundana, todo el criterio puramente humano que no haya sido iluminado por el Espíritu santo debe ser necesariamente falible y errado, limitado e incompleto, injusto e impío, pues se opone a Dios, a quien no reconoce en su soberbia y autosuficiencia verdaderamente satánicas, o directamente Le ofende y contraría, como vemos en las múltiples y perniciosas corrientes e ideologías profunda y abiertamente anticristianas, tales como el liberalismo, el modernismo, el subjetivismo, el indiferentismo, el relativismo, el socialismo, el comunismo, el ateísmo, el empirismo, el inmanentismo, el gnosticismo, el feminismo, la perversa ideología de género, y demás sistemas aberrantes y esclavizadores para el género humano, para los hijos e hijas de Dios Uno y Trino.


El cristiano verdadero está llamado a ser otro Cristo, a luchar contra el mundo y vencerlo: “salí del Padre, y vine al mundo; otra vez dejo el mundo, y retorno al Padre.” Los discípulos le dijeron: “He aquí que ahora nos hablas claramente y sin parábolas. Ahora sabemos que conoces todo, y no necesitas que nadie te interrogue. Por esto creemos que has venido de Dios.” Pero Jesús les respondió: “¿Creéis ya ahora? Pues he aquí que viene la hora, y ya ha llegado, en que os dispersaréis cada uno por su lado, dejándome enteramente sólo. Pero, Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Os he dicho estas cosas, para que halléis paz en Mí. En el mundo pasáis apreturas, pero tened confianza: Yo he vencido al mundo.” (Juan 16, 28-33). Vencer al mundo significa vencer sus falsas máximas, denunciar sus múltiples engaños y errores, convencerle de que está en pecado aunque él no lo crea, hacerle frente cada vez que niegue e ignore los derechos y la gloria de Dios sobre toda la Creación y todas las criaturas, no conformarse en nada con su falso espíritu y sus falaces y torcidos criterios morales: “Y cuando Él (el Espíritu Santo Paráclito Consolador) venga, presentará querella al mundo, por capítulo de pecado, por capítulo de justicia, y por capítulo de juicio: por capítulo de pecado, porque no han creído en Mí; por capítulo de justicia, porque Yo me voy a mi Padre, y vosotros no me veréis más; por capítulo de juicio, porque el príncipe de este mundo está juzgado”. (Juan 16, 8-11). 

[* 8. Presentará querella: “Desde entonces el mundo es un reo, sentado en el banquillo de Dios, perpetuamente acusado por el Espíritu. ¿Cómo podría tener la simpatía del creyente si no es por la engañosa seducción de sus galas?”

* 9. Jesús se refiere únicamente al pecado de incredulidad, mostrándonos que tal es el pecado por antonomasia, porque pone a prueba la rectitud del corazón. Véase 3, 19; 3, 36; 7, 17; 8, 24; 12, 37 y siguientes; Marcos 3, 22; Romanos 11, 32 y notas.

* 10. Es decir porque Él va a ser glorificado por el Padre, con lo cual quedará de manifiesto su santidad; y entre tanto sus discípulos, aunque privados de la presencia visible del Maestro, serán conducidos por el Paráclito al cumplimiento de toda justicia, con lo cual su vida será un reproche constante para el mundo pecador.

* 11. El Espíritu Santo dará contra el espíritu mundano este tremendo testimonio, que consiste en demostrar que, no obstante las virtudes que suele pregonar, tiene como rector al mismo Satanás. Y así como ha quedado demostrada la justicia de la causa de Cristo (v. 10), quedará también evidenciada, para los hijos de la sabiduría humana, la condenación de la causa de Satanás. Esto no quiere decir que ya esté cumplida plenamente la sentencia contra el diablo y sus ángeles. Véase II Pedro 2, 4; Judas 6; Apocalipsis 20, 3, 7 y 9.]

Continuará...


MANUAL DE SUPERVIVENCIA DURANTE LA GRAN TRIBULACIÓN Y LA OPERACIÓN DEL ERROR. (LXII)

 

El mundo y sus ciegos amadores y pobres esclavos están en el orden de la naturaleza, en el reino de lo sensible y lo material, mientras que los Santos y a quienes se nos ha abierto el entendimiento espiritual para entender las cosas sobrenaturales estamos en el orden de la Gracia, en el reino de lo espiritual, en un plano sobrenatural superior al plano natural en que se hallan los que no han dejado entrar en ellos la Palabra de Dios y no reciben el influjo del Espíritu Santo. Es crucial entender que Dios es un Padre bueno, justo y misericordioso con todos Sus hijos, y que no desea que nadie se pierda, sino que todos tenga la vida eterna, pero Él respeta profundamente nuestro libre albedrío, y no nos fuerza a que Le conozcamos y Le amemos, sino que quiere que seamos nosotros quienes, por voluntad propia, demos el paso y el salto de Fe necesario para que Dios entre en nuestra vida por la predicación de la Verdad y por la lectura de libros espirituales y de piedad. Si alguien se obstina en rechazar las muchas llamadas que Dios le hace, y desprecia las gracias que Él envía a cada alma, llega un momento en que Dios abandona a esa alma al verse abandonado de ella en primer lugar. Esto constituye la mayor de las desgracias que le puede acontecer a alguien en vida, verse abandonado de Dios por su propia rebeldía y orgullo. El principal problema hoy es que ya casi nadie predica la Palabra de Dios, por tanto, la buena semilla difícilmente puede entrar en las almas y el Espíritu Santo no puede ejercer su influjo y su acción bienhechora en ellas, no puede formar a las almas para la vida eterna. Y el mayor responsable de que esto sea así es el mundo y sus engaños y vanidades, que tiene a la gran mayoría de las almas en estado crítico por negligencia espiritual, y que únicamente se ocupa de satisfacer sus necesidades corporales y de inflar el orgullo y la vanagloria de quienes están bajo su perniciosa influencia. Es por eso que decimos que el mundo es nuestro principal enemigo hoy, porque su atmósfera infecta y negativa para la vida espiritual ha invadido prácticamente todos los ámbitos de la vida pública y privada, impidiendo que las personas piensen en Dios y en la eternidad, haciendo de ellas meros esclavos de las pasiones y las posesiones materiales.


“La primera acción del Espíritu Santo será la de ponemos en guardia contra el único obstáculo en la tierra capaz de separarnos de la voluntad divina, es decir, nuestro amor al pecado. Pues bien, el amor al pecado se nutre de objetos sin los cuales no puede subsistir, y es el mundo y son nuestras propias pasiones quienes lo alimentan con las riquezas que mantienen vivo. ¿Qué alimento es ese? San Juan dice: «Porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida» (I Jn 2, 16). En la tierra y en el mundo --ese mundo que nuestro Señor detesta- hay objetos que nos atraen y que favorecen la concupiscencia de la carne con las tentaciones más bajas, la concupiscencia de los ojos con los bienes materiales y la concupiscencia del espíritu con la soberbia y la independencia. En el mundo no hay otra cosa y, por eso, nuestro Señor detesta esos tres atractivos que, para hacernos pecar, tienden a arrancar del Reino de Dios nuestros afanes, nuestras aspiraciones y nuestra voluntad.

El don de temor de Dios nos arma contra esas tendencias pecaminosas -contra esas tres concupiscencias que buscan las riquezas de este mundo- por medio del desprendimiento de la carne, del desprendimiento de una independencia exagerada y del desprendimiento de las riquezas. Pues bien, eso es el espíritu de pobreza. El temor perfecto nos inspira un sentimiento de rechazo hacia nuestra tendencia al pecado y hacia los bienes con los que se alimenta, que se traduce por el deseo de desprendimiento de todos esos bienes.

¡Qué diferencia con el espíritu mundano que, en su carrera desenfrenada, se vuelca en los placeres, los honores, el libertinaje y la fortuna! La llamada del Espíritu de Dios es absolutamente opuesta. San Pablo dice: «Lo que eran para mí ganancias lo considero basura» (Fil 3, 8). El Espíritu de temor hace que convirtamos el objeto de nuestros deseos mundanos en un objeto rechazable. Rechazable porque aun aceptándolo en cierta medida, nos asusta el peligro de ligamos a él y separamos de nuestro Señor; porque tememos su justicia; y porque no contamos con más refugio que Él ni con más seguridad que la que el espíritu de pobreza nos inspira frente a todo lo que podría alimentar nuestra tendencia al pecado”.

(Fr. Ambroise Gardeil OP, El Espíritu Santo en la vida cristiana, pp. 30-32).

Continuará...





MANUAL DE SUPERVIVENCIA DURANTE LA GRAN TRIBULACIÓN Y LA OPERACIÓN DEL ERROR. (LXI)

 

I Juan 5, 13-17

“Escribo esto a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna. Y ésta es la confianza que tenemos con Él: que Él nos escucha si pedimos algo conforme a su voluntad; y si sabemos que nos escucha en cualquier cosa que le pidamos, sabemos también que ya obtuvimos todo lo que le hemos pedido.

* Si alguno ve a su hermano cometer un pecado que no es para muerte, ruegue, y así dará vida a los que no pecan para muerte. Hay un pecado para muerte; por él no digo que ruegue. Toda injusticia es pecado, pero hay pecado que no es para muerte”.

[* 16. Los versículos 14 y 15 preparan el ánimo para recibir esta promesa extraordinaria, que debe colmar de gozo principalmente a los padres de familia. Lo que en la santa Unción de enfermos se promete respecto al cuerpo —“y la oración de la fe sanará al enfermo” (Santiago 5, 14 s.)— se promete aquí respecto al alma de aquel por quien oremos. Y no es ya solamente como en Santiago 5, 13, en que se le perdonará si tiene pecados, sino que se le dará vida, es decir, conversión además del perdón. Es la esperanza de poder salvar, por la oración, el alma que amamos, como santa Mónica obtuvo la conversión de su hijo Agustín; como a la oración de Esteban siguió la conversión de Pablo (Hechos de los Apóstoles 8, 3 y nota); como Dios perdonó a los malos amigos de Job por la oración de éste (Job 42, 8 y nota). En cuanto al pecado de muerte, no es lo que hoy se entiende por pecado mortal, sino la apostasía (2, 18 y nota; Hebreos 6, 4 ss.; 10, 26 ss.; I Pedro 2, 1 ss.), el pecado contra el Espíritu Santo (Marcos 3, 29). En tal hipótesis no habríamos de querer ser más caritativos que Dios y hemos de desear que se cumpla en todo su voluntad con esa alma, pues sabemos que Él la ama y la desea mucho más que nosotros y porque nuestro amor por Él ha de ser “sobre todas las cosas” y nuestra fidelidad ha de llegar si es preciso, a “odiar” a nuestros padres y a nuestros hijos, como dice Jesús (Lucas 14, 26 y nota).]


Lucas 16, 8-15

“Es que los hijos del siglo en sus relaciones con los de su especie, son más listos que los hijos de la luz. 9* Por lo cual Yo os digo, granjeaos amigos por medio de la inicua riqueza para que, cuando ella falte, os reciban en las moradas eternas. 10* El fiel en lo muy poco, también en lo mucho es fiel; y quien en lo muy poco es injusto, también en lo mucho es injusto. 11Si, pues, no habéis sido fieles en la riqueza inicua, ¿quién os confiará la verdadera? 12* Y si en lo ajeno no habéis sido fieles, ¿quién os dará lo vuestro? 13Ningún servidor puede servir a dos amos, porque odiará al uno y amará al otro, o se adherirá al uno y despreciará al otro; no podéis servir, a Dios y a Mammón.” 14 Los fariseos, amadores del dinero, oían todo esto y se burlaban de Él. 15* Entonces les dijo: “Vosotros sois los que os hacéis pasar por justos a los ojos de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones. Porque lo que entre los hombres es altamente estimado, a los ojos de Dios es abominable”.

[* 8. Los hijos de la luz son los hijos del reino de Dios. Jesús no alaba las malas prácticas del administrador, sino la habilidad en salvar su existencia. Como el administrador asegura su porvenir, así nosotros podemos “atesorar riquezas en el cielo” (Mateo 6, 20) y no hemos de ser menos previsores que él. Aun las “riquezas de iniquidad” han de ser utilizadas para tal fin. Es de notar que no se trata de un simple individuo sino de un mayordomo y que las liberalidades con que se salvó no fueron a costa de sus bienes propios sino a costa de su amo, que es rico y bueno. ¿No hay aquí una enseñanza también para los pastores, de predicar la bondad y la misericordia de Dios, que viene de su amor (Efesios 2, 4), guardándose de “colocar pesadas cargas sobre los hombros de los demás?” (Mateo 23, 4). Cf. Jeremías 23, 33-40 y nota; Catecismo Romano III 2, 36; IV, 9, 7 s.

* 10. En lo muy poco: He aquí una promesa, llena de indecible suavidad, porque todos nos animamos a hacer lo muy poco, si es que queremos. Y Él promete que este poquísimo se convertirá en mucho, como diciendo: No le importa a mi Padre la cantidad de lo que hacéis, sino el espíritu con que obráis (cf. Proverbios 4, 23). Si sabéis ser niños, y os contentáis con ser pequeños (cf. Mateo 18, 1 s.), Él se encargará de haceros gigantes, puesto que la santidad es un don de su Espíritu (I Tesalonicenses 4, 8 y nota). De aquí sacó Teresa de Lisieux su técnica de preferir y recomendar las virtudes pequeñas más que las “grandes” en las cuales fácilmente se infiltra, o la falaz presunción, como dice el Kempis, que luego falla como la de Pedro (Juan 13, 37 s.), o la satisfacción venosa del amor propio, como en el fariseo que Jesús nos presenta (18, 9 s.), cuya soberbia, notémoslo bien, no consistía en cosas temporales, riquezas o mando, sino en el orden espiritual, en pretender que poseía virtudes. * 12. Lo ajeno son los bienes temporales, pues pertenecen a Dios que los creó (Salmo 23, 1 s.; 49, 12), y los tenemos solamente en préstamo; porque Él, al dárnoslos, no se desprendió de su dominio, y nos los dio para que con ellos nos ganásemos lo nuestro, es decir, los espirituales y eternos (versículo 9), únicos que el Padre celestial nos entrega como propios. Para la adquisición de esta fortuna nuestra, influye grandemente, como aquí enseña Jesús, el empleo que hacemos de aquel préstamo ajeno.

* 15. Abominable. “Tumba del humanismo” ha sido llamada esta sentencia de irreparable divorcio entre Cristo y los valores mundanos. Cf. I Corintios capítulos 1-3.]

Continuará...



MANUAL DE SUPERVIVENCIA DURANTE LA GRAN TRIBULACIÓN Y LA OPERACIÓN DEL ERROR. (LX)

 

Salmo 72 (73) La misteriosa prosperidad de los impíos

1 ¡Cuán bueno es Dios para Israel, el Señor para los que son rectos de corazón! 2 Pero, mis pies casi resbalaron, cerca estuve de dar un mal paso; 3 porque envidiaba a los jactanciosos al observar la prosperidad de los pecadores. 4 No hay para ellos tribulaciones; su cuerpo está sano y robusto. 5 No conocen las inquietudes de los mortales, ni son golpeados como los demás hombres. 6 Por eso la soberbia los envuelve como un collar; y la violencia los cubre como un manto. 7 De su craso corazón desborda su iniquidad; desfogan los caprichos de su ánimo. 8 Zahieren y hablan con malignidad, y altivamente amenazan con su opresión. 9 Su boca se abre contra el cielo, y su lengua se pasea por toda la tierra. 10 Así el pueblo se vuelve hacia ellos y encuentra sus días plenos; 11 y dice: “¿Acaso lo sabe Dios? ¿Tiene conocimiento el Altísimo? 12 Ved cómo tales impíos están siempre tranquilos y aumentan su poder. 13 Luego, en vano he guardado puro mi corazón, y lavado mis manos en la inocencia, 14 pues padezco flagelos todo el tiempo y soy atormentado cada día.” 15 Si yo dijere: “Hablaré como ellos”, renegaría del linaje de tus hijos. 16 Me puse, pues, a reflexionar para comprender esto; pero me pareció demasiado difícil para mí. 17Hasta que penetré en los santos arcanos de Dios, y consideré la suerte final de aquellos hombres. 18 En verdad Tú los pones en un camino resbaladizo y los dejas precipitarse en la ruina. 19 ¡Cómo se deslizaron de golpe! Son arrebatados, consumidos por el terror, 20 son como quien despierta de un sueño; así Tú, Señor, al despertar despreciarás su ficción. 21 Cuando, pues, exasperaba mi mente y se torturaban mis entrañas, 22 era yo un estúpido que no entendía; fui delante de Ti como un jumento. 23 Mas yo estaré contigo siempre, Tú me has tomado de la mano derecha. 24 Por tu consejo me conducirás, y al fin me recibirás en la gloria.


I Juan 5, 4-5 y 18-21; comentarios extraídos de la Biblia de Mons. Straubinger

“Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe.  ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?

(…) Sabemos que todo el que es engendrado de Dios no peca; sino que Aquel que fue engendrado de Dios le guarda, y sobre él nada puede el Maligno. *Pues sabemos que nosotros somos de Dios, en tanto que el mundo entero está bajo el Maligno. Y sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento para que conozcamos al (Dios) verdadero; y estamos en el verdadero, (estando) en su Hijo Jesucristo. Éste es el verdadero Dios y vida eterna. Hijitos, guardaos de los ídolos”.

[* 19. Está bajo el Maligno: Cf. Juan 14, 30. La gran obra de misericordia del Padre, dice San Pablo, consiste en sacarnos de esa potestad para trasladarnos al reino del Hijo de su amor (Colosenses 1, 13). Esto sucede a los que se revisten del nombre nuevo mediante el conocimiento íntimo de Cristo (Colosenses 3, 9 s.), dejando al hombre viejo que yacía bajo el Maligno. Porque el conocimiento de Cristo buscado con sinceridad es para el hombre una iluminación sobre la verdad del Padre (versículo 20). “Creía conocer a Cristo desde la infancia, mas cuando lo estudié en las Escrituras vi, con inmensa sorpresa, que había hecho un descubrimiento nuevo, el único que siempre puede llamarse descubrimiento, porque cada día nos revela, en sus palabras, nuevos aspectos de su sabiduría. Esta nunca se agota, y nosotros nunca nos saciamos de penetrarla” (Mons. Keppler).]

Continuará...




MANUAL DE SUPERVIVENCIA DURANTE LA GRAN TRIBULACIÓN Y LA OPERACIÓN DEL ERROR. (LXVI)

  El mundo está mal desde el principio, desde que Adán y Eva fueron vencidos por la antigua serpiente, Satanás; por eso, el espíritu del mun...