LA GRAN APOSTASÍA BÍBLICA DEL CONCILIÁBULO VATICANO 2 (LA TREMENDA CULPA DEL FALSO PROFETA ANGELO RONCALLI - JUAN 23; parte 1)

 



Addendum - LA TREMENDA CULPA DEL FALSO PROFETA ANGELO RONCALLI - JUAN 23.



Este addéndum tan necesario nos lo proporciona Michel Simoulin, hereje lefebvrista de reconocer y resistir, quien sin embargo nos presta un buen servicio aquí al presentarnos al falso profeta Roncalli tal cual era en realidad. Como de costumbre, las comillas, anotaciones adicionales y numerales cardinales como p. ej. Juan 23 o Pablo 6 son nuestros, salvo indicación contraria.


                                              
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Juan 23 convocó el "Concilio" Vaticano 2, y desde su preparación y discurso inaugural le imprimió una dirección muy clara: el llamado aggiornamento (puesta al día), consistente en una adaptación de la Iglesia al mundo. Este proyecto del “Papa Juan” ya venía fraguándose desde su etapa como sacerdote, obispo y cardenal, y quedó reflejado en sus escritos personales (el Diario del alma), cartas y homilías.


El origen de ese proyecto se encuentra en un concepto equivocado de las relaciones entre la fe y la caridad, en virtud de la cual sería posible una unidad del género humano basada exclusivamente en un amor por encima de las divergencias doctrinales, que Juan 23 confundía con la virtud teologal de la caridad.


Este trabajo de Michel Simoulin estudia el desarrollo de esa idea a lo largo de toda la vida de Angelo Roncalli, y recoge algunas misivas cuyo contenido ecumenista aún hoy consigue sorprendernos por su expresividad.


PREÁMBULO

EL DIARIO DEL ALMA
1) En el seminario
2) Sacerdote y obispo
3) Cardenal y Papa
4) Líneas maestras del pensamiento de Angelo Roncalli

PALABRAS Y ESCRITOS PÚBLICOS
1) El nuncio Roncalli
2) Hacia el Concilio

GAUDET MATER ECCLESIAE: JUAN 23 EN GUERRA CON LA TRADICIÓN

CONCLUSIÓN

NOTAS



                      



“Si muchos cardenales hubiesen conocido en la intimidad a nuestro venerado Padre Juan 23, no le habrían votado”: así escribía "mons." Loris Capovilla, el 15 de marzo de 1965, a Adelaide Coari, unida desde su juventud por la amistad espiritual a Angelo Roncalli, con el cual tuvo en común “la experiencia de aquella generación que a principios del siglo XX había asistido, cuando no sufrido, las disposiciones antimodernistas, y se había mantenido firmemente dentro de la Iglesia” (S. Zampa, A. G. Roncalli ed Adelaida Coari: una amicizia spirituale, en Giovanni XXIII, transizione del Papato e della Chiesa, en edición de G. Alberigo, pág. 49, nota 53, y págs. 35 y ss.), a la espera de tiempos más propicios.


En las siguiente líneas desvelaremos, en los escritos del mismo Angelo Roncalli, esa ”intimidad” desconocida para los cardenales electores, y en esa “intimidad” se nos desvelará la raíz primera de la actual crisis de la Iglesia.


PREÁMBULO

El 24 de mayo de 1963, sintiendo el papa Juan 23 próxima su muerte (que acaecería el 3 de junio), confió al "card." Cicognani, a "mons." Dell’Acqua y a "mons." Capovilla su testamento espiritual, que es como el compendio de su pensamiento y de toda su vida: “ahora más que nunca, sin duda, más que en siglos pasados, nos consagramos a servir al hombre en cuanto tal, y no sólo a los católicos; a defender ante todo y donde sea los derechos de la persona humana, y no solamente los de la Iglesia Católica. Las circunstancias actuales, las exigencias de los últimos cincuenta años, la profundización doctrinal, nos han conducido ante realidades nuevas, como dije en el discurso de apertura del Concilio. No es el Evangelio el que cambia. Somos nosotros quienes comenzamos a comprenderlo mejor. Quien ha vivido más y se ha encontrado a principios de siglo ante tareas nuevas de una actividad social que abarca a todo el hombre; quien ha estado, como yo he estado, veinte años en Oriente, ocho en Francia, y ha podido confrontar culturas y tradiciones distintas, sabe que ha llegado el momento de reconocer los signos de los tiempos, de aprovechar las oportunidades y mirar a lo lejos (1).


Para quien ha estudiado la vida del "Papa Juan" leyendo su Diario del alma, sus escritos y discursos hasta su alocución de apertura del "Concilio", la sorpresa no es grande. Porque desde el seminario se aprecia que su mente no entiende bien el concepto de caridad ni sus relaciones con la fe. Y esta desviación se desarrolló a lo largo de todo el curso de su vida. Veremos así el pensamiento de Angelo Roncalli expresarse cada vez más claramente en su predicación, pero sin corregirse jamás.


Sin duda, él experimentó ciertas influencias: su amistad con Ernesto Buonaiuti [modernista], su compañero de seminario que le asistió en la ordenación (2), su admiración hacia mons. Radini Tedeschi, del cual fue fiel secretario de 1905 a 1914, o sus relaciones con Dom Lambert Beauduin (monje benedictino precursor de la sacrílega Reforma litúrgica postconciliar) en Bulgaria. Pero estas influencias no habrían tenido ningún efecto si su espíritu no estuviese ya renqueante. Por ello hay que interrogar a Angelo Roncalli mismo. Esto no es demasiado difícil, porque habló mucho y también escribió mucho. Leeremos, por ejemplo, algunos pasajes del Diario del alma, que escribió desde 1895, al entrar en el seminario de Bérgamo, hasta 1963, algunos días antes de su muerte; leeremos algunos extractos de su predicación en Sofía, Estambul, Venecia y Roma, y veremos aparecer cierta persistencia sobre algunos argumentos esenciales, que se repiten siempre y que se afirmarán con solemnidad en el discurso Gaudet Mater Ecclesia con que abrió el "Concilio" el 11 de octubre de 1962. Y esto debería bastar para demostrar que Juan 23 no era un ecumenista vulgar, mediocre o de bajo nivel, sino un verdadero “humanista”, colaborador consciente y convencido de la fraternidad universal del nuevo orden mundial.


Leamos, para empezar, algunas citas del Diario del alma. Y puesto que se trata del alma, estemos atentos para discernir lo que en él se dice de dos potencias del alma: la inteligencia, potencia del conocimiento, de la verdad y de la fe, y la voluntad, potencia del amor, del bien y de la caridad.



                



EL DIARIO DEL ALMA (3)

1) En el seminario

a) Amor y Caridad.

Angelo Roncalli es seminarista desde 1893 e intenta conquistar la virtud. Tres virtudes le preocupan: la pureza, la humildad y la caridad. En febrero de 1900 (cuando tiene dieciocho años) estudia la teología y anota: “si todos los hombres representan a Dios, ¿por qué no los amaré a todos, por qué no los despreciaré, por qué no seré respetuoso con ellos? Esta reflexión debe frenarme de ofender a mis hermanos de cualquier manera” (4)



Esto puede parecer justo, y de hecho no es falso. Sin embargo, parece que falta en ello una perspectiva esencial para un cristiano: la que diferencia entre el amor natural y la caridad. Bastaría citar aquí el opúsculo De Charitate de Santo Tomás para comprender que la caridad es amor, pero que no todo amor es caridad. El amor es una pasión natural del alma: es la complacencia en el bien. La caridad es una virtud sobrenatural y sólo es caridad ese amor que viene de Dios, pasa por Dios y conduce a Dios. “Amamos al prójimo porque Dios está en él, o al menos para que Dios esté en él”, dice Santo Tomás (5). La caridad no consiste solamente en un amable respeto, sino en un movimiento hacia los demás para dar a los demás el bien que no tienen, el primero de los cuales es la verdad y por consiguiente la fe.



Tenemos en el seminarista Roncalli un concepto de la caridad no gobernada por la fe y por el amor de Dios, “caridad” que no es más que un amor al hombre en cuanto tal, sin orden ni prioridad y sin discernimiento. Lamentablemente, Roncalli no corregirá jamás esta actitud.



                                                 



b) Ciencia y estudio

En 1903, Roncalli está en Roma y lleva dos años en el seminario Romano: “Vigilancia a las superficialidades, ligerezas, manías en lo referente al estudio, a las cosas nuevas, libros nuevos, sistemas nuevos, personas nuevas (...) Debo tener en cuenta todo y seguir con interés el movimiento ascendente de la cultura católica, pero con la debida proporción” (6). “Siento la manía de querer saberlo todo, conocer todos los autores de valor, ponerme al corriente de todo el movimiento científico en sus multiformes expansiones, y en realidad leo aquí, devoro otro escrito allá, y saco poquísimo fruto” (7). Estamos en 1903, y debemos recordar que ese movimiento científico y cultural es el que San Pío X condenará cuatro años después. Tampoco debe olvidarse que el Santo Pontífice declarará que una de las causas del modernismo es precisamente la curiosidad unida a la afición por las novedades: “la curiosidad, si no se frena sabiamente basta por sí sola para explicar todo tipo de errores (...) ¡Lejos del clero el amor a las novedades!” (8).



c) Un signo de los tiempos

El mismo año 1903 dejará también a Roncalli un recuerdo que parece haberle impresionado mucho: la visita a Roma del rey Eduardo VII de Inglaterra y, poco después, la del emperador de Alemania el 2 de mayo: “sin embargo, este hombre, aunque protestante, ha hecho algo verdaderamente bueno aquí en Roma (...) Es un signo de los tiempos, que tras una noche borrascosa se ven iluminados por una luz nueva que brota del Vaticano, un retorno lento, pero vivo y real, de las naciones a los brazos del Padre común que desde hace tanto las espera” (9). Volveremos a encontrar con frecuencia ese “signo de los tiempos”, que Roncalli leerá siempre en las nuevas relaciones de las naciones con la Iglesia.



d) La fe

En diciembre, se prepara para la ordenación al diaconado: “procuraré guardar bien mi fe, como un santo tesoro, y pondré sumo cuidado en empaparme de ese espíritu de fe que va poco a poco desapareciendo por culpa de las llamadas exigencias de la crítica, al soplo y a la luz de los tiempos nuevos (...) Mi estudio procurará siempre, en todas las ciencias sagradas y en todas las cuestiones teológicas y bíblicas, investigar antes la doctrina tradicional de la Iglesia, y a partir de ella juzgar los datos recientes de la ciencia. No desprecio la crítica, y me guardaré muy bien de pensar mal o de faltar al respeto a los críticos; es más, me gusta la crítica y seguiré con entusiasmo los últimos resultados de sus investigaciones, me pondrá al corriente de los nuevos sistemas, de su desarrollo incesante, estudiaré sus tendencias; la crítica para mí es luz y verdad, y la verdad es santa y una sola. Sin embargo me esforzaré siempre por poner en tales discusiones, donde con harta frecuencia prevalecen entusiasmos irrazonables y apariencias deslumbrantes, una gran moderación, armonía, equilibrio y serenidad de juicio, aunque junto con una prudente y circunspecta amplitud de miras (...) Aquí en Roma, sobre todo, debo tomar ocasión de todas las cosas, incluso insignificantes, aun no del todo confirmadas por datos o motivos ciertos para alimentar mi fe, sin dejar nunca que envejezca, para educarla en una fortaleza varonil y decidida, y junto con una ternura inefable y una simpática ingenuidad” (10).


Así pues, la fe es un tesoro que guardar, pero también que alimentar con la ayuda de la “crítica” para que no “envejezca”. La fe se nos presenta como una virtud ad intra, un tesoro que se puede incluso tener la obligación de profesar, pero no sentiremos frecuentemente en Angelo Roncalli la voluntad de compartir este tesoro y transmitir la fe a quienes no la han recibido.


CONTINUARÁ...

 
                                                          



LA GRAN APOSTASÍA BÍBLICA DEL CONCILIÁBULO VATICANO 2  (1)
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