2) Hacia el Concilio
Con esto me parece que podemos comprender todas las palabras y las conductas del "Papa" Juan, que se confirmarán en su discurso de apertura del "Concilio" el 11 de octubre de 1962.
Cuando en la alocución de 25 de enero de 1959 hable de “una época de renovación”, o cuando lance una “renovada invitación a los fieles de las iglesias separadas a participar con nosotros en este convite de gracia y de fraternidad”, comprenderemos el verdadero sentido de sus palabras (el texto oficial del Osservatore Romano dice: “a seguirnos también ellas en esta búsqueda de unidad y de gracia”).
El 29 de enero de 1959 pide “acabar con las discordias y volver a juntarnos sin hacer un proceso minucioso para dilucidar quién estaba equivocado y quién tenía razón; puede haber habido responsabilidad en todas las partes; así que el Papa sólo quiere decir: juntémonos” (44). Dice también el 31 de enero que “la labor de quien la gobierna [la Iglesia] no es custodiarla como un museo, sino guiarla por el camino de la vida” (45). Escribe al clero véneto el 21 de abril de 1959 hablando de “su deseo más anhelante de dilatar los espacios de la caridad y de permanecer con su puesto con claridad de pensamiento y con grandeza de corazón (...) En Oriente, primero la aproximación, luego el acercamiento, y la reunión perfecta de tantos hermanos separados con la antigua Madre común” (46).
En la audiencia del 14 de febrero de 1960 advierte que “si los hermanos que se han separado, y que también están divididos entre sí, quisieran concretar el común deseo de unidad, podríamos decirles con vivo afecto: ésta es vuestra casa; ésta es la casa de los que llevan el signo de Cristo. Si, por el contrario, como algunos todavía afirman, se quisiese empezar con discusiones y debates, no se concluiría en nada” (47).
En la audiencia del 27 de marzo de 1960 invita a todos a moverse: “y el Papa que os habla, el humilde siervo de Dios, quiere este domingo, también él, moverse para caminar hacia sus hijos más humildes y queridos (...) Lo que importa es moverse siempre, no reposar sobre el surco de los hábitos contraídos; caminar siempre en busca de nuevos contactos; estar siempre abierto a las exigencias legítimas del tiempo en que estamos llamados a vivir, para que Cristo sea anunciado y conocido en todas las formas” (48).
El 7 de marzo, en Santa Sabina, se refiere a la unidad de la Iglesia: “por lo demás, miramos con nostalgia y con amor a nuestros hermanos separados, los cuales, alejados de la unidad de la Iglesia, han dado origen a tradiciones que han quebrantado la gran tradición, pero sin destruirla del todo. La gracia del Señor ha mantenido los elementos más preciosos de la fundación divina” (49).
El 10 de agosto de 1962 dice a los seminaristas que habían venido a visitarle a Castel Gandolfo que “el Concilio quiere tomar la vía ancha, [*el Evangelio, sin embargo, nos enseña lo contrario: “Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición y muchos son los que entran por él. Porque angosta es la puerta y estrecho el camino que lleva a la vida, y pocos son los que lo encuentran”. (Mateo 7, 13-14)] la vía de los pueblos y de las gentes, los caminos vislumbrados por los profetas e indicados por Cristo” (50).
Por último, debemos hablar del mensaje del 11 de septiembre de 1962 (Ecclesia Christi, lumen Gentium), un mes antes de la apertura del Concilio. Si creemos lo publicado por el "Card." Suenens en 1985 y 1991, en él se encuentra una distinción entre la Iglesia ad intra y la Iglesia ad extra que habría sido inspirada y esclarecida por los "cardenales" Suenens, Montini (futuro Pablo 6), Liénart, Lercaro y Siri (51). Algunas partes del mensaje serían casi al pie de la letra pasajes del texto elaborado por dichos "cardenales" para dirigir el "Concilio" según su pensamiento, y según un proyecto que el "papa" Juan pidió se conservase en secreto. Consistiría en que la Iglesia quiere ser estudiada tal cual es, en su estructura interna (vitalidad ad intra), que representa, sobre todo ante sus hijos, los tesoros de la fe iluminadora, pero también en su vitalidad ad extra, es decir, ante las exigencias y las necesidades de los pueblos. Nos encontramos de nuevo aquí con lo que ya habíamos oído sobre la fe y la caridad: la fe es un tesoro que debe custodiarse ad intra, para los fieles, y la caridad es una conducta que debe manifestarse ad extra, para los demás. No fueron los "cardenales" amigos del "Papa" quienes le enseñaron esta distinción, pero quizá le ayudaron a aclarar y expresar su pensamiento.
Todas estas ideas, sin embargo, se encuentran en la alocución de apertura del "Concilio" (Gaudet Mater Ecclesiae) del 11 de octubre de 1962. Tenemos ya todo el material que se resumirá en este discurso, y podemos creer al "Papa" Juan cuando dice a su secretario: “de aquel discurso publicad también su primera redacción en lengua italiana, para que se sepa, no como elogio para mí, sino en deuda de mi asumida responsabilidad, que me pertenece desde la primera palabra hasta la última” (52). De hecho, toda su vida es la verdadera y mejor exégesis de esta alocución.
GAUDET MATER ECCLESIAE: "JUAN XXIII" EN GUERRA CON LA TRADICIÓN
Este discurso es la clave para comprender el "Concilio": define el espíritu del "Concilio" y su método, tomando la dirección opuesta no solamente a todo el trabajo de preparación de la Curia, sino también a las enseñanzas y directrices de los Papas desde la Revolución Francesa y a la tradición pastoral de la Iglesia.
Leyendo los “signos de los tiempos”, "Juan XXIII" hace un análisis de las nuevas relaciones entre la sociedad y la Iglesia: la Cristiandad ya no existe, y eso es un bien para todos; la Iglesia es libre y puede abrirse a todos. Habiendo entrado en una época de renovación, cuyas formas son totalmente distintas, la Iglesia tiene necesidad de un nuevo impulso vital para adaptarse a las exigencias de la edad actual, para que pueda realizar esa renovada forma de unidad en la misericordia. En otros términos, se repite que estamos en el umbral de una nueva era, y el "Concilio" debe tomar la vía ancha. (*de la perdición!!!)
Luego, el discurso desarrolla cuatro ideas:
1. Se trata en primer lugar de la relación dinámica entre la vida terrena y los bienes celestiales. La Iglesia atraviesa el tiempo y el espacio en contacto con todas las realidades humanas. Los cristianos tienen a su disposición el tiempo y las cosas materiales para conseguir los bienes celestiales, y la Iglesia siempre está dispuesta a respetar y valorar los más recientes desarrollos del pensamiento, de la voluntad y del genio humano, sin estar ligada a nada material.
2. Por consiguiente, el fin del "Concilio" no puede ser discutir o repetir la doctrina, sino dar un salto adelante para una nueva profundización doctrinal y espiritual en la doctrina que transmitir. (??) Ésta se ha convertido en “patrimonio común de los hombres”. (??) Por ello tal salto debe darse en conformidad “con los métodos de la investigación y con la expresión literaria que exigen los métodos actuales”. (??) Se trata de una nueva penetración doctrinal, no para cambiar la sustancia de la doctrina, sino para una reformulación de “la manera como se expresa”, según “las normas y exigencias de un magisterio de carácter plenamente pastoral”. (???)
3. Por tanto se debe renunciar a las condenas para anunciar el Evangelio en toda su misericordia. (??) Hay que abandonar la severidad y escoger la misericordia, ilustrando así la validez de la doctrina de la Iglesia. (??) Ésta podrá entonces extender por todas partes la amplitud de la caridad cristiana, arrancando así las semillas de la discordia y favoreciendo la paz y la unión fraterna. (??)
4. De este modo quedará abierta la puerta para un ecumenismo auténtico, superando las divisiones entre cristianos. En realidad, el problema de la unidad cristiana está situado en el más amplio contexto de la unidad de destino de la humanidad entera. Aunque la familia cristiana no haya alcanzado todavía plenamente la unidad en la verdad, la Iglesia quiere trabajar en la recomposición del gran misterio de la unidad. Y ya puede verse como una triple irradiación del misterio de la unidad de la Iglesia: unidad de los católicos entre sí, unidad de oraciones y de deseos de los cristianos separados y, en fin, unidad en la estima y en el respeto hacia la Iglesia de los hombres religiosos no cristianos. Estará así preparada la vía hacia esa unidad del género humano que se pide como necesario fundamento para que la Ciudad terrena se componga a semejanza de la celestial.
En resumen, la Iglesia de los Papas que han condenado los errores del pasado o la Revolución, debe dejar su puesto a esta Iglesia cuya caridad trasciende todos los errores. Hoy, libre la Iglesia del poder civil, debe sin embargo todavía vivir un nuevo Pentecostés que renueve la faz de la tierra. No es un museo de antigüedades que haya que custodiar, sino un jardín cuya riqueza interior hará florecer el "Concilio". Para ello debe liberarse todavía de sus viejas categorías de pensamiento y de sus pasadas actitudes hacia el mundo, para que pueda trabajar con amor y misericordia con todos los hombres de buena voluntad en la edificación de una sociedad nueva adaptada a las nuevas condiciones de la historia, es decir, al nuevo orden mundial en la unidad del género humano.
Wenger, corresponsal de La Croix, no se equivocó al escribir: “el discurso del 11 de octubre es la verdadera ley fundamental del "Concilio". Más que un orden del día, define un espíritu. Más que un programa, daba una orientación (...) Un "Papa" juzgado como conservador proponía un programa innovador” (54). Y la "encíclica" Pacem in Terris será en 1963 la confirmación clara de que el ecumenismo del "Papa" Roncalli no es más que un elemento de su visión mundialista de la Iglesia en el mundo actual.
La tarde de ese mismo día, el "Papa" Juan dirá al pueblo de Roma reunido en la Plaza de San Pedro su famoso “discurso de la luna”, que confirma su pensamiento y que hizo llorar de emoción a todas las gentes: “sigamos pues, amándonos así; y en cada ocasión sigamos tomando lo que nos une, dejando de lado, si lo hay, cualquier cosa que pudiese ponernos en dificultades”.
CONCLUSIÓN
La vida y la experiencia no le enseñaron nada a Angelo Roncalli: captado desde su juventud por una idea fija, revelada en su Diario del alma, en su predicación y en sus últimas palabras, confió esta idea al "Concilio" para hacer de ella la norma de la nueva Iglesia.
Separó la caridad de la fe, y esto es un crimen tremendo: la caridad no puede ser caridad si no incluye la fe, tanto para tener un objeto propio como para comunicarlo. Cuando se trata de Dios, es cierto que la caridad no tiene otro fin que sí misma, porque posee en sí su propio objeto. Pero cuando se trata del prójimo, la caridad lleva siempre y necesariamente o a gozar de Dios si está presente en Él, o a dárselo si está ausente. Es evidente que existe también una forma negativa de la caridad, que busca no molestar, no desagradar, no ofender a nadie: es la paciencia, la cortesía, la amabilidad o la afabilidad.
Pero existe sobre todo una forma positiva, que es la benignidad, es decir, la comunicación del bien. Y el primer bien que debe comunicarse es Dios, su verdad, su caridad y su paz, que es fruto del orden, de la sumisión a la Palabra, a la Verdad, a la Voluntad de Dios. Esta caridad positiva es una obligación para el cristiano, para el sacerdote, para el obispo... ¡pero todavía más para el Papa! Y la verdad sobre Dios jamás puede ser importuna.
Además, "Juan XXIII" quiso olvidar una verdad que conocía bien (¡la recuerda en su alocución!), a saber, que la unidad es una realidad intrínseca. La que nace únicamente de causas extrínsecas no es una unidad, sino un “estar juntos”, una reunión en la cual cada uno conserva su propia identidad. De hecho, todos siguen estando interiormente separados, unidos sólo por un sentimiento amistoso que no cambia nada. La verdadera unidad surge de las causas intrínsecas: idem credere, idem sperare, idem velle et nolle [un mismo creer, un mismo esperar, un mismo querer y no querer], la primera de las cuales es la verdadera y única fe católica. Sólo la fe informada por la caridad puede realizar la verdadera unidad cristiana.
Por el contrario, esa gran unidad con la que sueña el "Papa" Roncalli no es la unidad de la fe, sino sólo la de los hombres que quieren amarse y apreciar a la Iglesia y su doctrina.
Lamentablemente, "Juan XXIII" hizo de una conducta de cortesía, de urbanidad o de sana diplomacia, un principio de teología, no solamente pastoral sino también dogmática: la caridad que se debe tener hacia todos los hombres debe reducir al silencio todas las exigencias de la verdad. (???) La Cristiandad es un monumento del pasado. Se debe caminar hoy sobre la vía ancha de la misericordia (que indudablemente la Iglesia nunca había seguido... hasta él) según principios y métodos despreciados hasta ahora. No es la doctrina la que se intenta cambiar -se dice- sino el espíritu y la actitud ante el mundo moderno.
Así, "Juan XXIII" hizo saltar todos los cerrojos puestos por sus predecesores para proteger la fe de la Iglesia, anulando con un revolucionario discurso de once páginas -*discurso redactado por el pérfido Montini!!!- tres Syllabus: el de S.S. Pío IX (1864), el de S.S. San Pío X (Lamentabili y Pascendi, 1907), y el de S.S. Pío XII (Humani Generis, 1950). Ese discurso es verdaderamente una declaración de guerra a la Tradición de la Iglesia.
Por consiguiente, si buscamos dónde o cuando dio un giro el "Concilio", buscamos en vano. El "Concilio" jamás dio giro alguno. Fue desorientado desde el principio por "Juan XXIII" mismo, y los giros imprimidos al "Concilio" por el Card. Liénart el 13 de octubre de 1962, o por el "Card." Suenens el 4 de diciembre (Vid. Ralph M. Wiltgen, El Rhin desemboca en el Tíber), o cualquiera otro, no son más que la confirmación y el reforzamiento de esa orientación originaria querida y dada personalmente por "Juan XXIII". Todos esos “giros” del "Concilio", como todos los actos que le precedieron (nombramiento de los expertos, por ejemplo), acompañaron (gestos hacia los no católicos, por ejemplo) o siguieron, han sido momentos en los cuales el "Concilio" ha sido guiado o reconducido sobre la vía querida por "Juan XXIII".
Y si releemos las últimas palabras del "Papa" Juan, no podemos dejar de pensar en las palabras tan claras de San Pío X sobre Le Sillon, cuyo fundador Marc Sangnier, había dejado en Mons. Roncalli “el recuerdo más vivo de toda su juventud sacerdotal” (55); verdaderamente se puede decir que el Sillon se ha hecho compañero de viaje del socialismo, puesta la mirada sobre una quimera. Nos tememos algo todavía peor (...) El beneficiario de esta acción social cosmopolita no puede ser otro que una democracia que no será ni católica, ni protestante, ni judía; una religión (porque el sillonismo, sus jefes lo han dicho, es una religión) más universal que la Iglesia Católica, reuniendo a todos los hombres, convertidos, finalmente, en hermanos y camaradas en el ‘reino de Dios’. ‘No se trabaja para la Iglesia, se trabaja para la humanidad’" (56).
"Juan XXIII" no fue un "papa" de tradición, sino de contradicción. Y si fue un "Papa" de transición, lo fue en el sentido en el cual dijo un día el hereje Karl Rahner que “el Papa de transición, "Juan XXIII", aseguró la transición de la Iglesia hacia el porvenir” (57). En este sentido es verdad que el "Papa" Roncalli fue un Papa de transición desde la Iglesia Católica a la “Iglesia Conciliar”. (¡¡¡convertida en la Ramera!!!) Él es el verdadero padre, el único padre del "Concilio" -*FALSO: el verdadero padre oscuro del conciliábulo fue Montini, como vamos a demostrar en este mega dossier-, del ecumenismo actual y de esta “Iglesia Conciliar” que él quiso y de la cual otros "Papas" han sido y son todavía hijos. Él puede decir a todos los "Papas", obispos o sacerdotes de la “Iglesia Conciliar”: “no tenéis muchos padres (...) soy yo quien os ha engendrado” (cfr. Sal. 2, 7).
“Abbé” Michel Simoulin, secta lefebvrista.
NOTAS
1 Mons. Capovilla, Giovanni XXIII, Quindici letture, Roma 1970.
2 Juan XXIII, Diario del alma. Cristiandad, Madrid, 1964. En la edición italiana (San Paolo, 1989) se reproduce una nota autógrafa de Juan XXIII fechada en 1961 y publicada por el Osservatore Romano el 1 de mayo de 1966. Esta nota resulta extraña porque el Papa parece lamentar la muerte sin ceremonias religiosas de Buonaiutti, más que su culpa e impenitencia.
3 “Mi alma está en estas páginas más que en cualquier otro de mis escritos”, Diario del alma, introducción a la edición italiana, pág. 7
4 Diario del alma, pág. 130
5 De charitate, art. 4, n. 6
6 Diario del alma, 4-1-03, pág. 173
7 Diario del alma, 8-1-03, pág. 174
8 San Pío X, Pascendi Domini Gregis, 8-9-1907
9 Diario del alma, 8/9-12-03, págs. 194
10 Diario del alma, 8/9-12-03, págs. 218-219
11 Diario del alma, 10-8-14, pág. 263
12 Diario del alma, ed. It., n.722, nota 2
13 Diario del alma, pág. 322
14 Diario del alma, págs. 328-329
15 Diario del alma, pág. 332
16 Diario del alma, pág. 344
17 Diario del alma, pág. 350
18 Diario del alma, pág. 366
19 Diario del alma, pág. 378
20 Diario del alma, pág. 389
21 Summa Theologica, II-II, 55, 3
22 Diario del alma, ed. It., n.1024
23 G. Ruggeri, Appunti per una teología in Papa Roncalli, en Papa Giovanni, edición de Giuseppe Alberigo, Laterza 1987, pág. 248
24 A. Melloni, Formazione e sviluppo della cultura di Roncalli, en Papa Giovanni cit., pág. 16
25 G. Ruggeri, op. cit., pág. 246
26 M. Guasco, La predicazione di Roncalli, en Papa Giovanni cit., pág. 267
27 Juan XXIII, Cartas a sus familiares. Paulinas, Bilbao 1969, pág. 332
28 A. Melloni, Angelo Giuseppe Roncalli, La predicazione a Istanbul. Omelie, discorsi e note pastorali (1935-1944), Biblioteca de la Rivista di Storia e letteratura religiosa, Florencia 1993, pág. 180
29 Homilía del 25 de diciembre de 1934, en Francesca Della Salda, Obbedienza e pace. Il vescovo Angelo Giuseppe Roncalli tra Sofia e Roma (1925-1934), Marietti 1989, pág. 261
30 Pío XI, encíclica Mortalium Animos de 6 de enero de 1928
31 Carta a Mons. D’Herbigny, 9 de julio de 1925, en Della Salda, op. cit., pág. 37
32 Carta del 27 de julio de 1926 a C. Morcefky, en Della Salda, op. cit., pág. 49
33 De quoi s’agit-il?, en Irenekon. Della Salda, op. cit., pág. 61, nota 88
34 G. Tavard, Petite histoire du mouvement oecuménique, Fleurus 1960, pág. 41
35 Carta del 9 de mayo de 1927, en A. y G. Alberigo, Giovanni XXIII. Profezia nella fedeltà. Queriniana, Brescia 1978, pág. 427
36 Homilía del 31 de mayo de 1925, en Obbedienza e pace, cit., pág. 153
37 Homilía del 6 de enero de 1935, en Melloni, La predicazione a Istanbul cit., págs.. 49-50
38 Homilía del 25 de febrero de 1935, ibid., págs. 54-56
39 Homilía del 30 de mayo de 1936, ibid.., pág. 88. En Church Times del 7 de junio de 1963 se refiere que, recibiendo una vez a un eminente observador anglicano, el Papa le preguntó: “¿es usted teólogo?”. “No, Santo Padre”, repuso el interlocutor algo apurado. “¿Menos mal, ‘Deo gratias! Tampoco yo lo soy más de lo necesario. Fíjese en cuantas dificultades nos han puesto los teólogos profesionales, con sus sutilezas y su amor propio (...) Los cristianos corrientes, como usted y como yo, tenemos que escapar de ellos”.
40 Homilía del 6 de enero de 1938, en Melloni, op. cit., págs. 138-139
41 Homilía del 25 de diciembre de 1944, ivi, pág. 344
42 Homilía del 28 de mayo de 1944, ivi, pág. 368
43 Guasco, op. cit., págs. 125-126. Obsérvese que, el 20 de diciembre de 1949, la instrucción Ecclesia Catholica había pedido a los obispos que vigilasen para que, con el pretexto de que se debía dar mayor consideración a lo que nos une que a lo que nos separa de los no católicos, no se favoreciese el indiferentismo.
44 Il Concilio Vaticano II, en La Civiltà Cattolica, edición de Giovanni Caprile. Annunzio e preparazione, vol. I, pág. 107, n. 1
45 Ivi, pág. 108
46 AAS (1959), pág. 380
47 Acta et documenta Concilio oecumenico vaticano II Apparando, Typis polyglottis vaticanis, 1960, Series I, Volumen I, Acta Summi Pontificis, pág. 74
48 Citado por Ruggieri, op. cit., págs. 256-257. El Papa dará ejemplo recibiendo el 17 de octubre de 1960 a 180 delegados judíos del United Jewish Appeal y diciéndoles: “soy José, vuestro hermano” (J. Toulat. Juifs, mes frères. Paris, 1962, pág. 17)
49 Osservatore Romano, 10 de marzo de 1962
50 Il Concilio Vaticano II cit., vol I, p. II. pág. 576
51 Nouvelle Revue Théologique, n. 107, ene-feb. 1985, págs. 3-21. Card. Suenens, Souvenirs et esperances, Fayard 1991, págs. 65-80
52 Capovilla, op. cit., pág. 197
53 Desgraciadamente, esta distinción entre la sustancia de la doctrina tradicional y su formulación en los términos con que se expresa, fue condenada por San Pío X (Pascendi, 1907) y por Pío XII (Humani Generis, 1950). [N. del T.: para los textos de este discurso nos guiamos por Concilio Vaticano II, Constituciones. Decretos. Declaraciones, B. A. C. 252, Madrid 1965, págs. 745-752. Pero debe tenerse en cuenta que los textos transcritos, correspondientes al n. 14 de dicho discurso (pág. 749), difieren sustancialmente en la versión latina oficial y en las versiones vernáculas. Al respecto, vid. Romano Amerio, Iota Unum. Estudio sobre las transformaciones de la Iglesia Católica en el siglo XX. Salamanca 1995, Cap. IV, págs. 67-69]
54 Vatican II, I session, Paris, 1963, págs.. 38-39
55 Carta del 6 de enero a la Sra. Sangnier, L’âme populaire, n. 571, pág. 4
56 San Pío X, Notre Charge Apostolique, 25 de agosto de 1910, en Doctrina pontificia. Documentos políticos. BAC 174, Madrid 1963, pág. 419, nn. 38-39
57 Citado por G. Zizola, Les Papes du XX siècle, DDB 1996, pág. 153
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