LA GRAN APOSTASÍA BÍBLICA DEL CONCILIÁBULO VATICANO 2 (LA TREMENDA CULPA DEL FALSO PROFETA ANGELO RONCALLI - JUAN 23; parte 3)

 



PALABRAS Y ESCRITOS PÚBLICOS

1) El nuncio Roncalli

Como queremos tratar aquí del ecumenismo, se considerará sólo el periodo en el cual Angelo Roncalli se halla en contacto con el mundo no católico. Tampoco tomaremos en consideración las palabras privadas referidas por otros. Las palabras públicas y los escritos bastarán para sacar a la luz de forma explícita el tema de la necesidad de buscar siempre y ante todo lo que une, dejando de lado lo que constituye una dificultad: “no se trata de un simple dato caracteriológico, de la consecuencia de una predisposición casi natural: por el contrario, es una elección precisa elevada a teoría, añadiéndose al uso explícito en las homilías del término “hermanos separados”, indicando la necesidad de superar las barreras de cualquier género, invocando una cautela que sin embargo no excluye decisiones concretas, y hablando de la falsedad de una lógica que haga perdurar la separación” (26).


Así, en carta a su hermano Giovanni el 17 de febrero de 1937, Mons. Roncalli se refiere a su comportamiento en Bulgaria y propone como modelo “mi silencio (...) contentarme con poco para no ofender la caridad y la paz” (27). Y en verdad le veremos practicar con habilidad y finura notables el arte de callar todo cuanto pueda disgustar.


“¡Oh, Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica!”, exclama en Estambul el día de Pascua de 1939 (28), pero no añade “romana”, y no lo añadirá jamás. Por el contrario, podrá decir a los ortodoxos antes de abandonar Bulgaria: “el respeto que siempre he querido profesar en público y en privado, por todos y cada uno, mi silencio imperturbable y sin amargura (...) han debido hablar a todos de la sinceridad de mi corazón también hacia ellos, a quienes siento amar en el Señor con la misma caridad cristiana y fraterna que nos enseña el Evangelio. Pensemos todos seriamente en salvar nuestra alma, y habrá de llegar, porque Jesús lo ha dicho, el día en que en la Iglesia santa sean únicos el rebaño y el pastor. Apresuremos con nuestras oraciones y con nuestra caridad ese bendito día. ‘Via pacis, via charitatis, via veritatis’” (29). En consecuencia, el camino a seguir está bien trazado, y será siempre el mismo: primero la paz, luego la caridad, por último la verdad; viviendo en la paz y en el amor fraterno, amándonos a pesar de nuestras diferentes creencias, llegaremos a la verdad.



Pero es al revés: sabemos que, así como el deseo y el amor presuponen el conocimiento, así también la caridad presupone la fe, y la unidad en la caridad presupone la unidad en la fe. Además estamos en 1935, y S.S. Pío XI había escrito claramente en 1928: “puesto que la caridad se apoya, como su fundamento, sobre la fe íntegra y sincera, es necesario que los discípulos de Cristo estén unidos principalmente por el vínculo de la unidad de la fe” (30).


          


Ello no impide que la finalidad de Angelo Roncalli, finalidad que él considera su deber, sea siempre “favorecer esas formas de confraternización entre los católicos y los ortodoxos que sirvan para reconducir a todos más íntimamente a las fuentes puras de la vida religiosa cristiana” (31). Y esa fuente pura es para él la Eucaristía, motivo de comunión entre católicos y ortodoxos.



Así, el 27 de julio de 1926, a un joven búlgaro que le pedía estudiar en el seno de la Iglesia Católica, le escribe para invitarle, “como siempre he hecho con todos los jóvenes ortodoxos, a aprovechar los estudios y la educación que usted recibe en el seminario [ortodoxo] de Sofía”. Para justificar su rechazo explica que “los católicos y los ortodoxos no son enemigos, sino hermanos. Tienen la misma fe, participan en los mismos sacramentos, sobre todo en la misma eucaristía. Nos separan algunos malentendidos sobre la constitución divina de la Iglesia de Jesucristo. Quienes fueron causa de esos malentendidos han muerto hace siglos. Dejemos las antiguas controversias y, cada uno en su campo, trabajemos para hacer buenos a nuestros hermanos, ofreciéndoles nuestros buenos ejemplos (...) Más tarde, aunque partiendo de caminos distintos, nos encontraremos en la unión de las Iglesias para formar todos juntos la verdadera y única Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo” (32).



Estas palabras son verdaderamente tremendas. No sólo se puede apreciar que Roncalli usa ya la palabra “Iglesia” cuando habla de los ortodoxos, sino que debe notarse también la influencia de Dom Lambert Beauduin, con quien Roncalli mantenía desde hacía años estrechos contactos, y que atacaba duramente la práctica de las conversiones individuales: “esta búsqueda de conquistas aisladas es altamente perjudicial para la aproximación de las Iglesias” (33). Esta concepción no era una novedad: era una herencia de algunos herejes anglicanos del siglo XIX (34).


El 18 de marzo de 1927, Angelo Roncalli se entrevista en Estambul con el patriarca ecuménico Basilio III, elegido para la sede de Constantinopla en 1925. Escribe entonces a Adelaide Coari: “hace un mes mantuve en Constantinopla un interesante coloquio con el patriarca ecuménico Basilio III, el sucesor de Focio y de Miguel Cerulario [causantes del cisma de oriente en los siglos IX y XI, respectivamente]. ¡Cómo han cambiado los tiempos! Pero es a la caridad de los católicos a la que se pide que apresure la hora del retorno de los hermanos a la unidad del rebaño. ¿Comprende? A la caridad, más que a las discusiones científicas” (35).



Como siempre, insiste Roncalli sobre la primacía de la caridad en las relaciones con los hermanos separados. Ya en la homilía de Pentecostés de 1925 (apenas llegado a Bulgaria) afirmaba sin temblar: “puesto que la caridad del Señor, difundida hoy en una forma más viva en nuestros corazones, me invita a hablar, permitidme que ofrezca el doble fruto de la fiesta de este día, ‘pax et gaudium’, en señal de saludo y de felicitación a nuestros queridos hermanos ortodoxos, separados de nosotros a causa de una disciplina diferente, pero unidos a nosotros en la misma adoración al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo” (36). Por consiguiente, el terreno estaba bien preparado para recibir todas las influencias y este pensamiento se reencontrará en muchas otras homilías.




Nombrado representante pontificio en Turquía y Grecia en 1935, las convicciones de Angelo Roncalli se confirmarán allí. El 6 de enero, Angelo Roncalli hace su solemne entrada en la catedral del Espíritu Santo, donde pronuncia su primera homilía: “cada cual tiene un espíritu particular, pero todo espíritu alaba al Señor (...) En la Santa Iglesia católica, como en la vida de los pueblos, todo se renueva salvo las bases doctrinales y morales del orden social, natural y sobrenatural; las circunstancias nuevas de tiempos y lugares inspiran nuevas formas de vida y de apostolado religioso. Y bajo este aspecto, afortunado sea quien sepa caminar con los tiempos, ajustarse a las necesidades de las almas, y encontrar en todo el punto justo para preparar el futuro” (37). Y continúa haciendo algunas observaciones sobre la “estabilidad de los principios eternos de la Iglesia y la mutación de las circunstancias”.



El 25 de febrero de 1935, octavario por la unidad de los cristianos, pronuncia unas palabras extrañas: “Jesús no fundó las diversas iglesias cristianas, sino su Iglesia (...) Aquella sociedad divino-humana que debía ser sobre la tierra imagen de la sociedad celestial, se disolvió a medida que aquí y allá los intereses humanos, locales y nacionales se impusieron al designio de Cristo y lo desfiguraron (...) Pero nuestra piedad es grande hacia tantos hermanos en Jesucristo que observamos a nuestro alrededor, dignos como nosotros y más que nosotros de gozar de los frutos de la Redención de Jesús (...) Mis queridos hermanos, no nos detengamos sobre los recuerdos de lo que nos divide (...) Contemplemos el futuro a la luz del designio de Cristo. La unidad de la Iglesia debe ser reconstruida plenamente (...) La palabra de Jesús es eficaz como un sacramento. Pero exige nuestra cooperación: cooperación de oración, cooperación de caridad fraterna (...) roguemos implorando del cielo y de la tierra el retorno a la unidad de la Iglesia (...) y eduquemos cada vez más nuestro corazón en las efusiones de esa caridad hacia nuestros hermanos separados (...) ¡Gran enseñanza es la que me gusta repetir a menudo: ‘via charitatis, via veritatis’, itinerario de caridad, itinerario de verdad!” (38). Observemos que aquí se habla de una recuperación de la unidad de la Iglesia, como si ésta se hubiese perdido, y no de un retorno de los separados a la unidad de la Iglesia. Desgraciadamente, este concepto de unidad se hará cada vez más dominante.



La fiesta de Pentecostés es fuente de inspiración sobre este tema: “¡cuántas luchas en otros tiempos sobre si el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, o procede del Padre por medio del Hijo! ¡Oh, cuánto tiempo perdido en inútiles disquisiciones, que hoy nos revelan la vacuidad de aquellos siglos dolorosos!” (39). ¿Sería posible encontrar un pensamiento más despreciativo para la Iglesia y para sus Padres?



El argumento del cambio en las formas vuelve todavía a añadirse al de la caridad como medio para superar todas las divisiones: “en los designios del Señor, lo material y mutable por naturaleza no tiene importancia (...) El reino de Dios es todo para beneficio de la humanidad, pero no está subordinado a lo que, incluso en la misma religión verdadera, hay de material, de externo, de transitorio. Jesús de Nazaret fijó las líneas fundamentales de la organización eclesiástica, pero no ligó ésta a razones locales o circunstanciales” (40).



En la tercera misa de Navidad de 1943 tenemos una bella meditación sobre el espíritu de fe y sobre el espíritu de mansedumbre, que continúa con una meditación sobre el espíritu de universalidad y de catolicidad: “en Belén comienzan a desaparecer las distinciones: si hay preferencias, es por los pequeños, por los pobres, por los marginados: la democracia en acción [sic] (...) según el nuevo y bueno espíritu que acoge a todos en una sola familia (...) Los pequeños brazos del Niño Jesús, abiertos por igual a los pastores y a los Reyes Magos, son los mismos que desde la Cruz gritan a todos el respeto por la verdadera igualdad y fraternidad universal” (41).





La misma perspectiva y el mismo convencimiento para superar las divisiones son retomados en la homilía de Pentecostés de 1944: “observando el sentimiento que nos hace amar, distingámonos de quien no profesa nuestra fe: hermanos ortodoxos, protestantes, musulmanes, creyentes o no creyentes de otras religiones”. Angelo Roncalli observa que: “parece lógico que cada cual se ocupe de sí mismo, de su tradición familiar o nacional, encerrándose dentro del círculo de la propia camarilla, como se dice de los habitantes de muchas ciudades de la Edad de Hierro”. Pero Roncalli no aprueba esta lógica: “a la luz del Evangelio y del principio católico, ésta es una lógica falsa; Jesús vino a abatir esas barreras; murió para proclamar la fraternidad universal; el punto central de su enseñanza es la caridad, es decir, el amor que une a todos los hombres a Él como primero de los hermanos, y a Él con nosotros al Padre” (42). Por consiguiente, si he entendido bien, la caridad uniría a Cristo con todos los hombres... ¡incluso con quienes no creen en Él!



Si damos un salto adelante llegamos, tras el periodo francés, al discurso con el cual se presenta ante el clero y el pueblo de Venecia el 15 de marzo de 1953. Comienza complaciéndose de su buen temperamento: “un poco de sentido común que me hace ver rápida y claramente las cosas; una disposición hacia el amor a los hombres que se mantiene fiel a la ley del Evangelio, respetuoso de mi derecho y del de los demás, me impide hacer el mal a nadie y me anima a hacer el bien a todos”. Luego describe su experiencia: “la Providencia me hizo recorrer los caminos del mundo en Oriente y en Occidente, acercándome a gente de religión e ideología diversas, conservando la calma y el equilibrio en la investigación y en la opinión; siempre preocupado, salvada la firmeza en los principios del Credo católico y de la moral, más por lo que nos une que por lo que nos separa y suscita confrontaciones” (43).


CONTINUARÁ...


                              


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