LA GRAN APOSTASÍA BÍBLICA DEL CONCILIÁBULO VATICANO 2 (Traiciones, escándalos, errores y omisiones sin fin desde el inicio del Vaticano 2: la mano negra de Montini siempre moviendo los hilos)

 



4. Vergonzosas traiciones, grotescos escándalos, numerosas irregularidades, ambigüedades, errores groseros y omisiones culpables desde el inicio del conciliábulo, con una constante: la mano negra del siniestro Montini estuvo siempre detrás de estos turbios episodios.



Para la confección de este importante capítulo, hemos recurrido principalmente a Ralph Wiltgen, Romano Amerio, Randy Engel y Piers Compton, añadiendo nuestras propias aportaciones de modo puntual.


En preparación para el "Concilio", la Oficina del Secretariado encuestó por correo a los obispos católicos de todo el mundo para conocer sus opiniones sobre los temas que se tratarían en el "Concilio". El comunismo encabezaba la lista.



Sin embargo, como se documentó en el capítulo anterior, a instancias del “cardenal” Montini, dos meses antes de la apertura del "Concilio", Juan 23 aprobó la firma del Acuerdo de Metz con funcionarios de Moscú, por el cual los soviéticos permitirían que dos representantes de la Iglesia Estatal rusa asistieran al "Concilio" a cambio de un silencio absoluto y total en el "Concilio" sobre el tema del comunismo/marxismo.



A excepción del taimado Montini, que dio instrucciones a Juan 23 para que entrara en negociaciones con los soviéticos, del cardenal Eugéne Tisserant, que firmó el Acuerdo, y del "obispo" Jan Willebrands, que hizo los contactos finales con los representantes de la Iglesia Estatal rusa, los Padres de la Iglesia en el "Concilio" ignoraban la existencia y la naturaleza del Acuerdo de Metz y la horrenda traición que representaba.



                           



                                      



                                     



El grado de engaño y duplicidad que rodea los términos del Acuerdo de Metz queda claro cuando leemos el popular comentario del Padre Ralph Wiltgen sobre el Concilio, El Rin desemboca en el Tíber, escrito en 1966, en el que el autor asegura a sus lectores que no hubo obstáculos para un debate sobre el comunismo en el "Concilio":


"El tema del comunismo no se planteó directamente en las reuniones de Francia ni en las de Moscú. La Iglesia Ortodoxa Rusa no pidió que el tema no se tratara en el Concilio, y "Monseñor" Willebrands no dio garantías de que no se trataría. Al explicar el orden del día del "Concilio", "Monseñor" Willebrands simplemente afirmó que el problema se trató positivamente en el programa del "Concilio". Sin embargo, dejó claro que, una vez iniciado el "Concilio", los Padres conciliares eran libres de modificar el programa e introducir cualquier tema que quisieran.



Sin embargo, los soviéticos no se salieron completamente con la suya en el "Concilio". Antes de la llegada de los observadores de la Iglesia Estatal Rusa el 12 de octubre de 1962, los obispos ucranianos de emigración emitieron una declaración pública en la que expresaban su “amargura” por el hecho de que el obispo Josyf Ivanovycè Slipiy, el único sobreviviente de once obispos ucranianos que pasaron 18 años en prisiones estalinistas, campos de trabajo y exilio en Siberia, no estuviera presente en el Concilio. Sin embargo, los funcionarios de la Iglesia habían dispuesto que funcionarios de la Iglesia Estatal Rusa estuvieran representados en el "Concilio".



El comunicado de prensa ucraniano afirmó que la presencia de los dos observadores de la Iglesia Estatal rusa en el Segundo Concilio Vaticano “ha perturbado a los creyentes... se realiza un acto ecuménico y se olvida el sufrimiento de la Iglesia ucraniana”. El comunicado de prensa señaló que la presencia de los rusos en el Concilio “no puede considerarse un hecho de carácter religioso y eclesiástico, sino un acto contaminado por un propósito ajeno a la religión, llevado a cabo por el régimen soviético para difundir la confusión”.



Hoy sabemos que los Padres de la Iglesia, de hecho, no fueron agentes libres en lo que respecta a la cuestión del comunismo/marxismo en el Vaticano 2, y que era el deber del cardenal Tisserant como Primer Presidente del "Concilio" asegurar su silencio sobre el asunto y asegurarse de que el tema nunca fuera objeto de debate o discusión formal en el "Concilio".



                  






"Esto costó algo de trabajo, a la luz de la determinación de muchos prelados de presionar para que se elaborara un esquema separado dedicado a una refutación integral del comunismo. El cardenal Tisserant pudo lograrlo gracias a la capacidad de Montini para controlar la agenda del "Concilio" desde el principio hasta el final. Cuando se calmó el ruido, la única referencia al comunismo fue una nota a pie de página que citaba declaraciones pasadas de Papas anteriores contra el comunismo. La traición fue completa. En la era venidera de la Ostpolitik, la condena del comunismo ya no tenía un lugar predominante en el Magisterio romano.



*Mi comentario: Pero esto NO es en ningún modo excusa para los Obispos presentes en la Basílica de San Pedro, pues si hubieran estado realmente movidos por el santo celo por la gloria de Dios y la defensa de la Santa Iglesia Católica, entonces muchos de ellos, algunos, o tal vez pocos, da igual, con UN SOLO OBISPO que se hubiera levantado en mitad de tan siniestra asamblea y hubiera protestado vehementemente para que se debatiera y condenara el criminal comunismo marxista, esgrimiendo las numerosas y graves condenas que los anteriores Vicarios de Cristo habían lanzado contra el odioso veneno rojo, con UN ÚNICO OBISPO que hubiera tenido el valor y la dignidad de confesar a Cristo delante de una camarilla de prelados felones y enemigos de Dios y su Iglesia, el asunto habría ido seguramente por unos derroteros bien distintos. Con su silencio fueron cómplices de una monstruosa traición a Cristo y a la santa Fe Católica, cómplices también del asesinato de muchos mártires católicos víctimas del satánico odio ateo soviético.




Como se verá a lo largo y ancho de este trabajo, el Conciliábulo cumplió fielmente los propósitos de aquellos progresistas, liberales, infiltrados (llámenlos como quieran) que lo habían creado.



El primer grupo, compuesto en su mayor parte por obispos de habla alemana, había estado activo desde el principio entre bastidores. Tenían audiencias frecuentes con Juan 23 y discutían cambios en la liturgia y otros temas que tenían en mente. Modificaron las reglas de procedimiento para adaptarlas a su política y se aseguraron de que las diversas comisiones estuvieran compuestas por personas que compartían su punto de vista. Distorsionaron o suprimieron cualquier tema que no se ajustara a sus propósitos. Bloquearon el nombramiento de oponentes para cualquier puesto en el que sus voces pudieran ser escuchadas, descartaron resoluciones que no les agradaban y se apropiaron de los documentos en los que se basaban las deliberaciones.


                           



Los obispos alemanes contaban con el apoyo de la prensa, que, por supuesto, estaba controlada por el mismo poder que el que echaba leña al fuego de la infiltración. Además, los obispos alemanes financiaron su propia agencia de noticias. Así, en los informes que llegaban al público, los obispos de izquierdas eran retratados como honestos, brillantes y hombres de intelecto elevado, mientras que los del bando opuesto eran estúpidos, débiles, testarudos y anticuados. La izquierda, además, contaba con el poder del Vaticano detrás de ella y con un boletín semanal, escrito por Montini, que marcaba el tono de la manera en que el "Concilio" resolvería las cuestiones discutibles. Sus observaciones sobre la reforma litúrgica fueron popularizadas por la prensa y acogidas por aquellos que deseaban ver la misa reducida al nivel de una comida entre amigos.



Al mirar atrás a día de hoy, uno se ve obligado a preguntarse por la negligencia o la debilidad con la que sus oponentes tradicionales u ortodoxos afrontaron acciones que, para los hombres de su profesión, amenazaban el propósito mismo de su existencia. No ignoraban lo que se había planeado y lo que estaba sucediendo en ese momento. Sabían que una poderosa quinta columna, muchos de ellos miembros mitrados de la jerarquía, estaba trabajando para la caída de la Iglesia occidental. Pero no hicieron nada más que observar el protocolo y superar cualquier resentimiento que sintieran mediante una obediencia innata. Era casi como si (asumiendo que la moral estaba de su lado) quisieran ejemplificar el dicho: "Los hombres buenos son débiles y están cansados; son los canallas los que son atrevidos y se arriesgan".



Un factor que contribuyó a decidir la situación fue la edad. La mayoría de los padres conciliares pertenecientes a la vieja escuela tradicional habían pasado la flor de la edad y ahora, como el cardenal Ottaviani, cuyo nombre había tenido en su día peso en la curia, no eran más que una retaguardia casi despreciada. Otro de ellos, el anciano obispo de Dakar, reconoció inconscientemente este hecho y sacudió la cabeza ante el método dictatorial con el que los modernistas, incluso en las fases preliminares del "Concilio", arrasaron con todo lo que se les cruzó por delante. «Fue organizado por una mente maestra», dijo.



                   



Por su parte, los modernistas se mostraban francamente desdeñosos con todo lo que planteaban los elementos ortodoxos del "Concilio". Cuando una de sus propuestas se sometió a un debate provisional, un padre conciliar “actualizado” (aggiornado) declaró que quienes la habían propuesto “merecían ser lanzados a la luna”. Pero, aun así, los observadores rusos, a pesar de las primeras señales de que el "Concilio" estaba dispuesto a seguir la línea comunista, no estaban completamente satisfechos, aunque se elogiaba a Juan 23 por mantener su independencia y por no convertirse en un títere de la derecha.



Pero el corresponsal de Tass lamentó la presencia de demasiados “reaccionarios evidentes” en la asamblea, un sentimiento que fue compartido por M. Mchedlov, quien agregó: “Hasta ahora, los conservadores acérrimos no han logrado imponerse. No han logrado convertir a la Iglesia en una herramienta de su propaganda reaccionaria”.



Otro episodio vergonzoso sucedió nada más empezar el conciliábulo. Según Amerio, la preeminente voluntad modernizadora de la asamblea ecuménica, que rechazó todo el trabajo preparatorio de tres años conducido bajo la presidencia de Juan 23, había aparecido ya desde la primera congregación con el incidente del 13 de octubre. La asamblea habría debido elegir aquel día a los miembros de su competencia (dieciséis sobre veinticuatro) de las diez comisiones destinadas a examinar los esquemas redactados por la Comisión preparatoria. La secretaría del Concilio había distribuido las diez papeletas, cada una con espacios en blanco donde escribir los nombres elegidos.



Había también procedido a dar a conocer la lista de los componentes de las comisiones preconciliares de las cuales habían surgido los esquemas. Este procedimiento estaba destinado obviamente a mantener una continuidad orgánica entre la fase de los borradores y la fase de la redacción definitiva. Esto resulta conforme al método tradicional.


                                                           
 


Responde también casi a una necesidad, pues la presentación de un documento no puede ser mejor hecha por nadie que por quien lo ha estudiado, cribado, y redactado. Finalmente, no prejuzgaba la libertad de los electores, quienes tenían la facultad de prescindir enteramente de las comisiones preconciliares al constituir las conciliares.



La única objeción que podía aducirse era que, tratándose del tercer día desde la apertura del Sínodo y no conociéndose entre sí los miembros de la plural y heterogénea asamblea, la elección podía resultar viciada por precipitación y no estar lo bastante meditada.



El procedimiento les pareció sin embargo a una conspicua parte de los Padres una tentativa de coacción, y suscitó un vivo resentimiento. En la apertura de la congregación, el Card. Liénart, uno de los nueve presidentes de la Asamblea, se convirtió en su intérprete. Habiendo pedido el uso de la palabra al presidente Card. Tisserant y habiéndole sido denegada (conforme al Reglamento, ya que la congregación había sido convocada para votar, y no para decidir si votar o no), el prelado francés, rompiendo la legalidad, aunque entre aplausos unánimes, agarró el micrófono y leyó una declaración: era imposible llegar a la votación sin previa información sobre las cualidades de los candidatos, sin previo concierto entre los electores y sin previa consulta a las conferencias nacionales.



La votación no tuvo lugar, la congregación fue disuelta y las comisiones fueron después formadas con una amplia inclusión de elementos extraños a los trabajos preconciliares.



El gesto del Card. Liénart fue contemplado por la prensa como un golpe de fuerza con el cual el obispo de Lille «desviaba la marcha del Concilio y entraba en la historia».



                      



Pero todos los observadores reconocieron en él un momento auténticamente discriminante en los caminos del Sínodo ecuménico, uno de esos puntos en los que en un instante la historia se contrae para ir desenvolviéndose después.



Finalmente el mismo Liénart, consciente (al menos a posteriori) de los efectos de aquella intervención suya y preocupado por excluir que fuese premeditada y concertada, lo interpreta en las citadas memorias como una inspiración carismática: «Yo hablé solamente porque me encontré constreñido a hacerlo por una fuerza superior, en la cual debo reconocer la del Espíritu Santo». (!?)



De este modo, tendríamos que concluir que el "Concilio" habría sido ordenado por Juan 23 (según su propio testimonio) merced a una sugestión del "Espíritu", y el "Concilio" preparado por él habría sufrido pronto un vuelco brusco a causa de una moción otorgada por el mismo "Espíritu" al cardenal francés. (!) No creemos que se tratara del Espíritu Santo, como afirmó el felón Liénart, sino de otro "espíritu" mucho más oscuro y siniestro...



                              



Sobre el repudio de la orientación del "Concilio" preparado tenemos también en ICI, n. 577, p. 41 (15 agosto 1982) una abierta confesión del P. Chenu, uno de los exponentes de la corriente modernizante. El eminente dominico y su compañero de orden el P. Congar quedaron desconcertados por la lectura de los textos de la Comisión preparatoria, que les parecían abstractos, anticuados, y extraños a las aspiraciones de la humanidad contemporánea (!!); entonces promovieron una acción que hiciese salir al "Concilio" de ese coto cerrado y lo abriese a las exigencias del mundo (!!!), induciendo a la Asamblea a manifestar la nueva inspiración en un mensaje a la humanidad. (!!!)



El mensaje (dice el P Chenu) «suponía una crítica severa del contenido y del espíritu del trabajo de la Comisión central preparatoria».



El texto propuesto al "Concilio" fue aprobado por Juan 23 y por los "cardenales" Liénart, Garrone, Frings, Dópfner, Alfrink, Montini y Léger.



Desarrollaba los temas siguientes: el mundo moderno aspira al Evangelio (!?); todas las civilizaciones contienen una virtualidad que las impulsa hacia Cristo (!?); el género humano es una unidad fraterna más allá de las fronteras, los regímenes y las religiones (!?); y la Iglesia lucha por la paz, el desarrollo y la dignidad de los hombres. (¿Y por extender el Reino de Dios no?). El texto fue confiado al card. Liénart y después modificado en algunas partes sin quitarle su originario carácter antropocéntrico y mundano, pero las modificaciones dejaron insatisfechos a sus promotores.



Fue votado el 20 de octubre por dos mil quinientos Padres. En cuanto al efecto de esta acción, es relevante la declaración del P Chenu: «El mensaje sobrecogió eficazmente a la opinión pública a causa de su misma existencia. Los caminos abiertos fueron seguidos casi siempre por las deliberaciones y las orientaciones del Concilio».



Más adelante en este dossier analizaremos los errores contenidos en dicho mensaje al mundo elaborado por los “iluminados” revolucionarios que se adueñaron del desarrollo del conciliábulo desde el primer momento. Pero ahora ha llegado el momento de analizar el excesivamente sobrevalorado discurso de apertura del conciliábulo pronunciado por Juan 23, discurso que sabemos ahora fue redactado por el pérfido Montini, quien se encargó de trufar y embellecer el texto con términos inflados e inéditos en la historia de la Iglesia, los cuales escondían en realidad un mortífero veneno para las pobres almas, como veremos a continuación.


CONTINUARÁ...


                     




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