La publicación de la "encíclica" Ecclesiam suam el 6 de agosto de 1964 dominó todos los demás acontecimientos que precedieron a la reunión de la tercera sesión del Conciliábulo Vaticano 2 prevista para septiembre. Este impío documento resonó en todo el mundo como el estrépito de los címbalos y fue como una especie de discurso de apertura del “pontificado” del Anticristo. Pablo 6, en efecto, aunque había usurpado la silla de Pedro en junio de 1963, todavía no había dado a conocer sus verdaderas intenciones, que preocupaban a muchos, tras el tumultuoso desarrollo de la segunda sesión.
En el prólogo de Ecclesiam suam, Pablo 6 indicaba que su encíclica era una “simple conversación epistolar que no quiere revestir un carácter solemne y propiamente doctrinal, ni proponer enseñanzas específicas de orden moral o social; simplemente quiere ser un mensaje fraterno y familiar”. Sin embargo, como ya sabemos que el astuto Montini siempre escondía peligrosas desviaciones y envenenados errores en sus escritos, lo vamos a comprobar inmediatamente gracias al titánico esfuerzo efectuado por el abad Georges de Nantes, quien se esforzó primero en captar todos los matices del texto y luego publicó una crítica teológica del mismo en sus Cartas a mis amigos 180 y 181, respectivamente los días 20 y 28 de agosto de 1964.
Primera observación: Pablo 6 se revela enteramente en esta encíclica y pretende mostrar que no niega nada de sus convicciones pasadas y que permanece fiel a la tradición de los Montini. Quiere ser y se declara heredero de un modo de hacer, de una orientación pastoral inaugurada por S.S. León XIII y continuada por todos sus predecesores, desde S.S. Pío XI hasta Juan 23. Es, pues, muy destacable, muy significativo, que Pablo 6 no haya querido hacer mención de S.S. Pío IX, de gran memoria, y que haya omitido intencionadamente a S.S. San Pío X, el único que fue colocado en los altares, porque sin duda pertenecen a otra tendencia más majestuosa e intransigente con el error, a otra tradición, también legítima, pero que la “encíclica” montiniana dejará en la sombra, como si hubiera caído en desuso.
Podemos resumir perfectamente la intención de la “encíclica” con una sola proposición: “El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, el liberalismo y la civilización moderna». ¡Pero es una cita de la última proposición... condenada por S.S. Pío IX en el Syllabus (Propos. 80)!
“Ahora, anunció Pablo 6, ya no se trata de extirpar de la Iglesia tal o cual herejía específica o ciertos desórdenes generalizados. Gracias a Dios no los hay dentro de la Iglesia”. (!?)
Este juicio eufórico e irreal prolonga pues la visión optimista de Juan 23, como si todo el universo ya estuviera en orden y santificado, de modo que la Iglesia debería asimilarse al mundo, con el evidente riesgo de acomodarse a la concepción profana de la vida que acaba siempre por ahogar la buena semilla de la Fe.

Como observa perspicazmente el abbé de Nantes, Pablo 6, si bien no las impone, al menos elige para sí y para su “pontificado”, e incluso nos propone, con dignidad pero con fuerza, las orientaciones que, de Montalembert a Sangnier y de Jacques Maritain al padre Congar, definen un cierto “nuevo” espíritu cristiano. ¿Cuáles? Las de un avance constante hacia el mundo moderno, enfoque, sin embargo, que se pretende y se declara absolutamente fiel a todas las exigencias de la Iglesia de Cristo. (…) Pablo 6 forma parte de esta corriente, de este torrente, aparentemente mayoritario en el Concilio y el más dinámico hoy. Por lo tanto, adopta a su vez todo un vocabulario, hasta ahora bastante preocupante y prohibido en el lenguaje oficial de la Iglesia: conciencia y recursos, renovación y reforma, convivencia y apertura, diálogo finalmente, son las nociones clave de la encíclica. Pablo 6 está personalmente comprometido con el principio mismo del reformismo congariano. Es una fecha en la historia de la Iglesia. (…)
Pero si Pablo 6 quiso que la Iglesia adoptara un nuevo sistema de convivencia con el mundo, fue mediante la expresión de reservas, es decir, con numerosos "sí, pero” hábilmente equilibrados.
Montini pretende situar su pontificado en la corriente moderna de tradición liberal y reformista, pero porque garantiza su profundo acuerdo con la integridad de la fe y pretende mantenerla firmemente regulada, según las más exigentes exigencias morales y de disciplina eclesiástica. Toda la dificultad de la encíclica y toda la fortuna de su próxima aplicación residen en la demostración y el valor de este acuerdo peligroso y de este equilibrio inestable. Hacer un panorama resumido nos permitirá establecer los puntos de convergencia y oposición del reformismo moderado de Pablo 6, con el progresismo por un lado, y con el “fundamentalismo” Católico por el otro. Aquí tenéis este triple programa:
Conciencia pero fe.
Pablo 6 adopta (…) la conciencia y, colectivamente, la revisión de la vida de la que procede toda reforma de uno mismo, de los demás y de la Iglesia. Montini conoce los graves peligros del subjetivismo; sin embargo, lo considera muy apreciable en sí mismo y prácticamente difundido hoy, como expresión refinada de la cultura moderna. (!?) Sin embargo, está demostrado que los errores del progresismo más contrarios a la fe y a la simple razón, las invenciones más destructivas se basaron inevitablemente en los caprichos instintivos de una conciencia llamada cristiana, tan infalible como despreocupada de toda norma. (…) Exalta, por tanto, la conciencia individual y sus iluminaciones proféticas, al tiempo que pretende contener sus experiencias íntimas dentro de los límites de la fe dogmática. Es muy lícito hacerse la pregunta siguiente:
Pero ¿las conciencias permitirán así que Pablo 6 esclarezca sus caminos secretos y sus experiencias subjetivas? Me temo que más bien aprovecharán la libertad y el tipo de infalibilidad que les reconocemos –bajo el nombre de conciencia eclesial– para sustituir una vez más al Magisterio y emanciparse del imperio de la fe. ¿Quién podrá discernir la conciencia verdadera de la falsa? Por tanto, la ambigüedad y la oposición persisten. El progresismo perturbará aún más nuestro Credo en nombre de la conciencia cristiana; pero el “fundamentalismo” rechazará tales oráculos porque son contrarios al dogma y la moral de la Iglesia. Ambos lo harán al amparo de la encíclica. (…)

El valeroso Abbé de Nantes con sus seguidores en la Roma herética y apóstata post conciliábulo Vaticano 2
Pablo 6 adopta (…) la conciencia y, colectivamente, la revisión de la vida de la que procede toda reforma de uno mismo, de los demás y de la Iglesia. Montini conoce los graves peligros del subjetivismo; sin embargo, lo considera muy apreciable en sí mismo y prácticamente difundido hoy, como expresión refinada de la cultura moderna. (!?) Sin embargo, está demostrado que los errores del progresismo más contrarios a la fe y a la simple razón, las invenciones más destructivas se basaron inevitablemente en los caprichos instintivos de una conciencia llamada cristiana, tan infalible como despreocupada de toda norma. (…) Exalta, por tanto, la conciencia individual y sus iluminaciones proféticas, al tiempo que pretende contener sus experiencias íntimas dentro de los límites de la fe dogmática. Es muy lícito hacerse la pregunta siguiente:
Pero ¿las conciencias permitirán así que Pablo 6 esclarezca sus caminos secretos y sus experiencias subjetivas? Me temo que más bien aprovecharán la libertad y el tipo de infalibilidad que les reconocemos –bajo el nombre de conciencia eclesial– para sustituir una vez más al Magisterio y emanciparse del imperio de la fe. ¿Quién podrá discernir la conciencia verdadera de la falsa? Por tanto, la ambigüedad y la oposición persisten. El progresismo perturbará aún más nuestro Credo en nombre de la conciencia cristiana; pero el “fundamentalismo” rechazará tales oráculos porque son contrarios al dogma y la moral de la Iglesia. Ambos lo harán al amparo de la encíclica. (…)

El valeroso Abbé de Nantes con sus seguidores en la Roma herética y apóstata post conciliábulo Vaticano 2
Renovación, pero perfección espiritual.
Después Montini aborda la cuestión de las reformas que se deben emprender y las medidas que se deben tomar para purificar y rejuvenecer el rostro de la Iglesia, insinuando así sibilinamente que tal vez la Esposa de Cristo no era todavía lo suficientemente “pura” y “joven”, lo cual es blasfemo y perverso. El Anticristo adopta el problema de Congar buscando definir y discernir de antemano qué puede ser renovación saludable y qué es sólo revolución. Rechazando el inmovilismo total o la hostilidad por principio a cualquier acercamiento a la manera de pensar y de hacer vigentes en nuestro tiempo –¿y a quién se le ocurre eso? – Pablo 6, a su vez, distingue entre la idea que se tiene de la esencia de la Iglesia católica y de sus estructuras fundamentales, por un lado, cosas de las que sería abusivo hablar de reforma, y lo que, en la Iglesia tal como es hoy ha llegado a desvirtuar el diseño primitivo y alterar más o menos, debido a la debilidad humana, la pureza de sus rasgos y la belleza de su acción.
Aquí estamos en pleno territorio de la retórica montiniana, un lenguaje hipócrita, tramposo y retorcido, manifiestamente ruin, que afea a la Santa Madre Iglesia y se avergüenza de la obra de santificación que la Esposa de Cristo ha ejercido sobre el mundo durante 20 siglos gracias al Espíritu Santo derramado sobre todo el Cuerpo Místico.
Pero devolver a la Iglesia a su forma perfecta es una fórmula demasiado peligrosa para que Pablo 6 no la haya acompañado inmediatamente con una luminosa y vehemente advertencia contra el error revolucionario. Por tanto, Montini abogó por la reforma de la Iglesia, ¡pero respetando la tradición! ¿Será esto comprendido, oído y seguido? (…)
En última instancia, ¿no sería más sencillo y seguro decir que la Iglesia no necesita reformas y que en estos tiempos de agitación y locura universal sólo llama a sus hijos a una mayor perfección espiritual mediante la oración y la penitencia? (…)
Diálogo, pero sin renunciar a la predicación de la verdad.
Pablo 6 optó por realizar el apostolado centenario de la Iglesia en forma de diálogo con el mundo, de conversación, ¡lo cual es un evidente suicidio espiritual! No se trata de la simple adopción de un eslogan, sino de la expresión de una elección deliberada: “en este momento de la historia del mundo, esta nueva forma de contacto de la Iglesia con toda la humanidad” es la mejor. Y es sin detenerse en ellas para elogiarlas o lamentarlas que Montini pasa revista rápidamente a otras formas, legítimas sin duda, pero según él ya obsoletas (!?), en definitiva, todo el aparato de la autoridad divina y de las instituciones sociales que, para responder a la salvación de las almas, la Iglesia que nos precedió [la verdadera Iglesia, la Esposa] había cumplido con un sentido admirable su misión divina.
Una vez más, ¡qué premio otorgado al progresismo! la sustitución del diálogo por cualquier otro método apostólico es, de hecho, una de sus principales exigencias. ¿Comparte Pablo 6 sus puntos de vista? En parte. La encíclica marca la culminación de un movimiento liberal y personalista para el cual, ante todo, se debe respetar la libertad humana. (…) La ventaja esencial que Montini encuentra en el diálogo es que deja a los hombres “libres para responderle o rechazarlo. Esta forma de relación... si no tiene como objetivo obtener inmediatamente la conversión del interlocutor porque respeta su dignidad y su libertad, sin embargo tiene como objetivo procurar su ventaja...” (!?)
El Anticristo claramente siente que en nuestro tiempo no hay necesidad de desafiar el turbio orgullo del hombre. (…) En tales condiciones, de estima forzada, de simpatía, el cristiano, la Iglesia, ¿no será tentada y, por la fuerza de las cosas, llevada a reducir la oposición de doctrinas, a compartir el error y la verdad en dosis aproximadamente iguales, y pasar de convertir a los hombres a Cristo, a convertirse Ella misma al mundo profano?... El hipócrita Montini reaccionó fuertemente contra esta posibilidad, que sin embargo consideraba evitable.
Pero no hay que ser un Doctor en Teología para comprender que, en ese aproximamiento en igualdad de condiciones al mundo, rápidamente prevalecería la novedad subversiva, que acabaría por arruinar la misma esencia de la Iglesia.
El diálogo, que se ha convertido hoy en regla suprema y único método de apostolado progresista empleado por la nueva iglesia montiniana en todo el orbe, ha revelado su impotencia para convertir a nadie y éste es su vicio esencial. Reducido al diálogo, en completa igualdad y libertad, de un hombre con otro, este extraño apostolado ya no tiene nada objetivamente divino. Es su visión subjetiva la que un cristiano ofrece a otro, cuya visión subjetiva es a priori del mismo valor. Es más, la cortesía exige que el cristiano evite a su interlocutor críticas demasiado fáciles o reprimendas demasiado severas. Sería una usurpación de su libertad inmiscuirse en su vida con toda la autoridad, el poder apremiante, la propuesta soberana de salvación de nuestro Dios que es su Dios, de nuestra fe que debe ser su fe como condición absoluta de la salvación, ¡bajo pena de condenación! Por tanto, es justo que el diálogo humano siempre nos haya parecido teóricamente, como siempre lo ha realizado prácticamente el progresismo, como excluyente del apostolado propiamente dicho. No apunta a la necesaria conversión (…). Como vemos, ¡el hombre efectivamente queda libre! Pero ¿qué pasa con la autoridad soberana de la Palabra de Dios?
Sigamos admirando la profundidad de visión del abbé de Nantes:
Después Montini aborda la cuestión de las reformas que se deben emprender y las medidas que se deben tomar para purificar y rejuvenecer el rostro de la Iglesia, insinuando así sibilinamente que tal vez la Esposa de Cristo no era todavía lo suficientemente “pura” y “joven”, lo cual es blasfemo y perverso. El Anticristo adopta el problema de Congar buscando definir y discernir de antemano qué puede ser renovación saludable y qué es sólo revolución. Rechazando el inmovilismo total o la hostilidad por principio a cualquier acercamiento a la manera de pensar y de hacer vigentes en nuestro tiempo –¿y a quién se le ocurre eso? – Pablo 6, a su vez, distingue entre la idea que se tiene de la esencia de la Iglesia católica y de sus estructuras fundamentales, por un lado, cosas de las que sería abusivo hablar de reforma, y lo que, en la Iglesia tal como es hoy ha llegado a desvirtuar el diseño primitivo y alterar más o menos, debido a la debilidad humana, la pureza de sus rasgos y la belleza de su acción.
Aquí estamos en pleno territorio de la retórica montiniana, un lenguaje hipócrita, tramposo y retorcido, manifiestamente ruin, que afea a la Santa Madre Iglesia y se avergüenza de la obra de santificación que la Esposa de Cristo ha ejercido sobre el mundo durante 20 siglos gracias al Espíritu Santo derramado sobre todo el Cuerpo Místico.
Pero devolver a la Iglesia a su forma perfecta es una fórmula demasiado peligrosa para que Pablo 6 no la haya acompañado inmediatamente con una luminosa y vehemente advertencia contra el error revolucionario. Por tanto, Montini abogó por la reforma de la Iglesia, ¡pero respetando la tradición! ¿Será esto comprendido, oído y seguido? (…)
En última instancia, ¿no sería más sencillo y seguro decir que la Iglesia no necesita reformas y que en estos tiempos de agitación y locura universal sólo llama a sus hijos a una mayor perfección espiritual mediante la oración y la penitencia? (…)
Diálogo, pero sin renunciar a la predicación de la verdad.
Pablo 6 optó por realizar el apostolado centenario de la Iglesia en forma de diálogo con el mundo, de conversación, ¡lo cual es un evidente suicidio espiritual! No se trata de la simple adopción de un eslogan, sino de la expresión de una elección deliberada: “en este momento de la historia del mundo, esta nueva forma de contacto de la Iglesia con toda la humanidad” es la mejor. Y es sin detenerse en ellas para elogiarlas o lamentarlas que Montini pasa revista rápidamente a otras formas, legítimas sin duda, pero según él ya obsoletas (!?), en definitiva, todo el aparato de la autoridad divina y de las instituciones sociales que, para responder a la salvación de las almas, la Iglesia que nos precedió [la verdadera Iglesia, la Esposa] había cumplido con un sentido admirable su misión divina.
Una vez más, ¡qué premio otorgado al progresismo! la sustitución del diálogo por cualquier otro método apostólico es, de hecho, una de sus principales exigencias. ¿Comparte Pablo 6 sus puntos de vista? En parte. La encíclica marca la culminación de un movimiento liberal y personalista para el cual, ante todo, se debe respetar la libertad humana. (…) La ventaja esencial que Montini encuentra en el diálogo es que deja a los hombres “libres para responderle o rechazarlo. Esta forma de relación... si no tiene como objetivo obtener inmediatamente la conversión del interlocutor porque respeta su dignidad y su libertad, sin embargo tiene como objetivo procurar su ventaja...” (!?)
El Anticristo claramente siente que en nuestro tiempo no hay necesidad de desafiar el turbio orgullo del hombre. (…) En tales condiciones, de estima forzada, de simpatía, el cristiano, la Iglesia, ¿no será tentada y, por la fuerza de las cosas, llevada a reducir la oposición de doctrinas, a compartir el error y la verdad en dosis aproximadamente iguales, y pasar de convertir a los hombres a Cristo, a convertirse Ella misma al mundo profano?... El hipócrita Montini reaccionó fuertemente contra esta posibilidad, que sin embargo consideraba evitable.
Pero no hay que ser un Doctor en Teología para comprender que, en ese aproximamiento en igualdad de condiciones al mundo, rápidamente prevalecería la novedad subversiva, que acabaría por arruinar la misma esencia de la Iglesia.
El diálogo, que se ha convertido hoy en regla suprema y único método de apostolado progresista empleado por la nueva iglesia montiniana en todo el orbe, ha revelado su impotencia para convertir a nadie y éste es su vicio esencial. Reducido al diálogo, en completa igualdad y libertad, de un hombre con otro, este extraño apostolado ya no tiene nada objetivamente divino. Es su visión subjetiva la que un cristiano ofrece a otro, cuya visión subjetiva es a priori del mismo valor. Es más, la cortesía exige que el cristiano evite a su interlocutor críticas demasiado fáciles o reprimendas demasiado severas. Sería una usurpación de su libertad inmiscuirse en su vida con toda la autoridad, el poder apremiante, la propuesta soberana de salvación de nuestro Dios que es su Dios, de nuestra fe que debe ser su fe como condición absoluta de la salvación, ¡bajo pena de condenación! Por tanto, es justo que el diálogo humano siempre nos haya parecido teóricamente, como siempre lo ha realizado prácticamente el progresismo, como excluyente del apostolado propiamente dicho. No apunta a la necesaria conversión (…). Como vemos, ¡el hombre efectivamente queda libre! Pero ¿qué pasa con la autoridad soberana de la Palabra de Dios?
Sigamos admirando la profundidad de visión del abbé de Nantes:
Por el contrario, en la predicación, como en el apostolado que la extiende a cada alma, no son dos hombres o dos sociedades humanas las que se encuentran con simpatía, es, a través del ministerio de la Iglesia y de sus representantes, Dios mismo quien viene a convocar al hombre rebelde y pecador a convertirse para ser salvo. Es un duelo, de amor sin duda, pero no de igualdad, no de libertad, que sólo puede terminar con el arrepentimiento y la conversión del infiel, o con el martirio del Enviado celestial... ¡Es así que la Verdad de Dios no sufre acomodaciones ni retrasos! Agreguemos, porque es una observación, que las antiguas formas de apostolado exigían dedicación, abnegación, heroísmo, pero convertían a las personas y llevaban el Evangelio a todos los rincones, regándolas con sangre de Mártires. “La Iglesia en conversación”*, en diálogo, no corre el riesgo de atraernos persecución o molestias, pero tampoco traerá devoción y conversiones a la Iglesia. [*la Ramera montiniana]

LA IGLESIA AL SERVICIO DE UN MUNDO PROFANO
La “encíclica” Ecclesiam suam , cuya intención se centra enteramente en el nuevo sistema de convivencia y de diálogo con el mundo, testimonia que la mentalidad “católica” ha evolucionado más, en este capítulo, en veinte años, que en dos milenios. Hasta entonces (…) la Iglesia trabajó en la ampliación de su dominio, “reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia y de paz”. Sin complejos. La influencia del Mundo Infernal tuvo que retroceder, todos los poderes temporales tuvieron que reconocer la realeza de Cristo o desaparecer. Sin embargo, el trabajo constantemente realizado se vio constantemente amenazado y desafiado. La Iglesia tenía en sus márgenes excomulgados, apóstatas, cismáticos y herejes. Más lejos quedaba la masa compacta e impenetrable de infieles, dominada por la preocupante proliferación de potencias y religiones enemigas. Sin embargo, la fe en la única Iglesia de Cristo, arca de salvación para las naciones, no flaqueó. Al contrario, al apostolado misionero se unió la sed de martirio y el cristianismo se expandió indefinidamente.
Todo ha cambiado. La “encíclica” evoca ahora, como dos realidades distintas, la Iglesia y la sociedad humana. De la pluma del maestro supremo de la ambigüedad surge ahora una "nueva" geografía religiosa: “la Iglesia está rodeada por una parte del mundo que ha sido profundamente influida por el cristianismo y lo ha asimilado profundamente, hasta el punto de que a menudo no se da cuenta de que le debe lo mejor; pero, posteriormente, se ha distinguido y desprendido durante estos últimos siglos del núcleo cristiano de su civilización; otra parte, que es la más considerable de este mundo, se extiende hasta los horizontes más lejanos de los pueblos que llamamos nuevos; pero el conjunto forma un mundo... el mundo moderno”.
Hoy los pobres engañados por la secta montiniana que siguen pensando ingenuamente que la Ramera es la Esposa reconocen una civilización mundial, emancipada, autónoma y, sin embargo, viable, con la que la “Iglesia” debe entablar relaciones, no de interioridad o dominación, sino de exterioridad y servicio. Observemos que no se trata, en esta evolución reconocida, de una desclericalización de la sociedad cristiana donde los poderes políticos han pasado de los clérigos a los laicos, sino de la profanación de una sociedad universal que pretende definirse, vivir y prosperar según valores puramente humanos, independiente de la autoridad y principios de la Iglesia de Cristo. Es este mundo moderno reclamado y definido por Jacques Maritain como un humanismo integral que se presenta en esta “encíclica” como una realidad de hoy, como un hecho histórico innegable que se impone a nuestra fe.
¿Este mundo pretende prescindir de Dios, de Cristo Salvador, de la Iglesia católica, de hecho lo hace y, según admitimos nosotros mismos, puede prescindir de Él? Se construye, se desarrolla, sin estar a favor ni en contra, o es accidental a su ser, a su propio orden, a su armonía profunda. Se compone de muchas razas y también de muchas religiones diversas e ideologías en competencia. No elige, sino que las hace convivir en su singular progreso. Y, según el “iluminado” Pablo 6, “la Iglesia desea que entre él y ella haya encuentro, conocimiento y amor recíproco”. Se trata de una auténtica revolución de la fe tradicional: ¡ya no es el mundo de Satanás, ni mucho menos! Es simplemente la “vida profana”. (…)
Las relaciones de la Iglesia [*la Ramera] con un mundo así definido ya no tendrán nada de la antigua soberanía o apostolado, y nos sorprende que el “Papa” [*el Anticristo Pablo 6 y sus sucesores hasta el infame Bergoglio, alias “Francisco”] se encuentre todavía en el centro geográfico de tal conjunto humano, que rechaza o ignora su autoridad divina. La “Iglesia Católica” [*en realidad la Ramera], por el contrario, parece aceptar ser considerada como una potencia espiritual de segunda categoría, compartiendo con otros la responsabilidad de fortalecer las energías de los hombres para la construcción y mejoramiento de la Ciudad terrena, compitiendo todos pacíficamente en este servicio social y reservando su diálogo al dominio de la pura y gratuita especulación religiosa.
Notemos la impresionante lucidez y perspicacia del abbé de Nantes: El peligro es que al negarse a condenar la apostasía moderna, como ruinosa y digna de castigo, la Iglesia quede vacía de toda su sustancia al ser absorbida por las estructuras seculares de la Ciudad terrenal. La Acción Católica trabaja demasiado en este tema: estar presentes en la llamada a construir un mundo. Al no condenar al Leviatán moderno, la Iglesia corre el riesgo de ser abandonada por sus propios hijos, ebrios de ambiciones humanas. (…)
ENTRAR EN DIÁLOGO CON VARIAS CREENCIAS E INCREDULIDADES
Queriendo entablar un diálogo con diversas creencias e increencias, incluido el marxismo (¡!), el “ingenuo” Pablo 6 las imagina como una serie de círculos en torno a sí mismo tomados como centro y formula varias propuestas de conversación. (…)
Primero los Adoradores del Dios verdadero, hijos dignos de nuestro afectuoso respeto, del pueblo hebreo, fieles a la religión que llamamos del Antiguo Testamento. (!?) Luego, los adoradores de Dios según la concepción de la religión monoteísta - musulmana en particular - que merecen admiración por lo que hay de verdadero y bueno en su culto a Dios (!?); y luego otra vez... los fieles de las grandes religiones afroasiáticas.(!?) Respecto a estos pueblos, el Anticristo adopta principios de conducta muy claros, pero igualmente nuevos. Reconoce con respeto lo que hay de verdadero y de bueno en ellas (!?), se compromete a entrar en una especie de acuerdo con estas multitudes para promover y defender los ideales que podemos tener en común, en el campo de la libertad religiosa, la fraternidad humana, la cultura sana, la beneficencia social y el orden civil. ... Así que aquí está la oferta de una cooperación positiva con objetivos humanitarios y la de un diálogo más distante sobre la verdad religiosa... ¡Esto es una espantosa APOSTASÍA DE LA FE CATÓLICA!
Con una increíble precisión y visión profética, el abbé de Nantes previó las consecuencias catastróficas de tales ofertas de diálogo y cooperación. Anunció que nuestra debilidad sólo podía endurecer a los judíos en su certeza de ser el pueblo elegido por Dios llamado a vengarse y esclavizar a todos los demás pueblos infieles. En cuanto a los musulmanes, lo interpretarían como un nuevo signo de cobardía de los “nazarenos”. ¡Y qué ilusiones hay respecto al budismo y al hinduismo!
Los cismáticos Ortodoxos y los herejes protestantes forman el círculo del mundo más cercano a nosotros... En este ámbito, el diálogo, que ha tomado el nombre de ecuménico, ya está abierto, y Montini adopta de buen grado el principio: pongamos de relieve ante todo lo que tenemos en común, antes de señalar lo que nos divide. Generosamente ofrece más: En muchos puntos que nos diferencian, en términos de tradición, espiritualidad, leyes canónicas, culto, estamos dispuestos a estudiar cómo responder a los deseos legítimos de nuestros hermanos cristianos, aún separados de nosotros. ¡Ay! (…) subrayar que insistiremos en los puntos comunes, anunciar concesiones de detalle, sujetas a su "legitimidad", es ya comprometer el diálogo por la admisión tácita de lo principal, lo que nos divide irremediablemente. Entonces, si este es el caso de los “cristianos que tienen tanto en común con nosotros”, ¿cómo será el de otros, que son completamente ajenos a nuestra fe?
Pablo 6 considera que es la Iglesia católica la que ha tomado la iniciativa de recomponer el único redil de Cristo y, muy firmemente, pero también astutamente, enseña que esta reconciliación sólo puede realizarse en el pleno reconocimiento de la primacía del Papa, en torno a su autoridad soberana, el eje central de la Santa Iglesia. Si se tiene cuidado de observar que las advertencias y restricciones, que a lo largo de la “encíclica” apuntan a proteger a los católicos contra las desviaciones y errores modernos, son todas tesis estrictamente opuestas al protestantismo, se comprenderá la consternación de los ecumenistas. (…) Él cree, quiere creer, sin embargo, en el diálogo entre los bautizados...
El precio de esta esperanza benevolente no es menos alto, una vez más. Las conversaciones amables sólo pueden durar a costa de silencios graves: siguiendo la perversa lógica montiniana, la Iglesia deberá silenciar la ilegitimidad fundamental, históricamente demostrada, tanto de la Reforma Protestante como del Cisma de Oriente; para reconocerlos como interlocutores válidos, debe abstenerse de dar a conocer la extrema pobreza de doctrina, de vida sacramental, de valor moral y místico que caracteriza a las comunidades heréticas y cismáticas constituidas por rebeldes sobre fundamentos distintos de Cristo; se abstendrá, por tanto, de presionar a las almas inocentes y de imponerles el deber de liberarse de su esclavitud para entrar en la única arca de salvación, la Iglesia, única esposa de Cristo y madre incomparable. (...)

LOS HIJOS DE LA CASA ENTREGADOS AL ARBITRIO

LA IGLESIA AL SERVICIO DE UN MUNDO PROFANO
La “encíclica” Ecclesiam suam , cuya intención se centra enteramente en el nuevo sistema de convivencia y de diálogo con el mundo, testimonia que la mentalidad “católica” ha evolucionado más, en este capítulo, en veinte años, que en dos milenios. Hasta entonces (…) la Iglesia trabajó en la ampliación de su dominio, “reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia y de paz”. Sin complejos. La influencia del Mundo Infernal tuvo que retroceder, todos los poderes temporales tuvieron que reconocer la realeza de Cristo o desaparecer. Sin embargo, el trabajo constantemente realizado se vio constantemente amenazado y desafiado. La Iglesia tenía en sus márgenes excomulgados, apóstatas, cismáticos y herejes. Más lejos quedaba la masa compacta e impenetrable de infieles, dominada por la preocupante proliferación de potencias y religiones enemigas. Sin embargo, la fe en la única Iglesia de Cristo, arca de salvación para las naciones, no flaqueó. Al contrario, al apostolado misionero se unió la sed de martirio y el cristianismo se expandió indefinidamente.
Todo ha cambiado. La “encíclica” evoca ahora, como dos realidades distintas, la Iglesia y la sociedad humana. De la pluma del maestro supremo de la ambigüedad surge ahora una "nueva" geografía religiosa: “la Iglesia está rodeada por una parte del mundo que ha sido profundamente influida por el cristianismo y lo ha asimilado profundamente, hasta el punto de que a menudo no se da cuenta de que le debe lo mejor; pero, posteriormente, se ha distinguido y desprendido durante estos últimos siglos del núcleo cristiano de su civilización; otra parte, que es la más considerable de este mundo, se extiende hasta los horizontes más lejanos de los pueblos que llamamos nuevos; pero el conjunto forma un mundo... el mundo moderno”.
Hoy los pobres engañados por la secta montiniana que siguen pensando ingenuamente que la Ramera es la Esposa reconocen una civilización mundial, emancipada, autónoma y, sin embargo, viable, con la que la “Iglesia” debe entablar relaciones, no de interioridad o dominación, sino de exterioridad y servicio. Observemos que no se trata, en esta evolución reconocida, de una desclericalización de la sociedad cristiana donde los poderes políticos han pasado de los clérigos a los laicos, sino de la profanación de una sociedad universal que pretende definirse, vivir y prosperar según valores puramente humanos, independiente de la autoridad y principios de la Iglesia de Cristo. Es este mundo moderno reclamado y definido por Jacques Maritain como un humanismo integral que se presenta en esta “encíclica” como una realidad de hoy, como un hecho histórico innegable que se impone a nuestra fe.
¿Este mundo pretende prescindir de Dios, de Cristo Salvador, de la Iglesia católica, de hecho lo hace y, según admitimos nosotros mismos, puede prescindir de Él? Se construye, se desarrolla, sin estar a favor ni en contra, o es accidental a su ser, a su propio orden, a su armonía profunda. Se compone de muchas razas y también de muchas religiones diversas e ideologías en competencia. No elige, sino que las hace convivir en su singular progreso. Y, según el “iluminado” Pablo 6, “la Iglesia desea que entre él y ella haya encuentro, conocimiento y amor recíproco”. Se trata de una auténtica revolución de la fe tradicional: ¡ya no es el mundo de Satanás, ni mucho menos! Es simplemente la “vida profana”. (…)
Las relaciones de la Iglesia [*la Ramera] con un mundo así definido ya no tendrán nada de la antigua soberanía o apostolado, y nos sorprende que el “Papa” [*el Anticristo Pablo 6 y sus sucesores hasta el infame Bergoglio, alias “Francisco”] se encuentre todavía en el centro geográfico de tal conjunto humano, que rechaza o ignora su autoridad divina. La “Iglesia Católica” [*en realidad la Ramera], por el contrario, parece aceptar ser considerada como una potencia espiritual de segunda categoría, compartiendo con otros la responsabilidad de fortalecer las energías de los hombres para la construcción y mejoramiento de la Ciudad terrena, compitiendo todos pacíficamente en este servicio social y reservando su diálogo al dominio de la pura y gratuita especulación religiosa.
Notemos la impresionante lucidez y perspicacia del abbé de Nantes: El peligro es que al negarse a condenar la apostasía moderna, como ruinosa y digna de castigo, la Iglesia quede vacía de toda su sustancia al ser absorbida por las estructuras seculares de la Ciudad terrenal. La Acción Católica trabaja demasiado en este tema: estar presentes en la llamada a construir un mundo. Al no condenar al Leviatán moderno, la Iglesia corre el riesgo de ser abandonada por sus propios hijos, ebrios de ambiciones humanas. (…)
ENTRAR EN DIÁLOGO CON VARIAS CREENCIAS E INCREDULIDADES
Queriendo entablar un diálogo con diversas creencias e increencias, incluido el marxismo (¡!), el “ingenuo” Pablo 6 las imagina como una serie de círculos en torno a sí mismo tomados como centro y formula varias propuestas de conversación. (…)
Primero los Adoradores del Dios verdadero, hijos dignos de nuestro afectuoso respeto, del pueblo hebreo, fieles a la religión que llamamos del Antiguo Testamento. (!?) Luego, los adoradores de Dios según la concepción de la religión monoteísta - musulmana en particular - que merecen admiración por lo que hay de verdadero y bueno en su culto a Dios (!?); y luego otra vez... los fieles de las grandes religiones afroasiáticas.(!?) Respecto a estos pueblos, el Anticristo adopta principios de conducta muy claros, pero igualmente nuevos. Reconoce con respeto lo que hay de verdadero y de bueno en ellas (!?), se compromete a entrar en una especie de acuerdo con estas multitudes para promover y defender los ideales que podemos tener en común, en el campo de la libertad religiosa, la fraternidad humana, la cultura sana, la beneficencia social y el orden civil. ... Así que aquí está la oferta de una cooperación positiva con objetivos humanitarios y la de un diálogo más distante sobre la verdad religiosa... ¡Esto es una espantosa APOSTASÍA DE LA FE CATÓLICA!
Con una increíble precisión y visión profética, el abbé de Nantes previó las consecuencias catastróficas de tales ofertas de diálogo y cooperación. Anunció que nuestra debilidad sólo podía endurecer a los judíos en su certeza de ser el pueblo elegido por Dios llamado a vengarse y esclavizar a todos los demás pueblos infieles. En cuanto a los musulmanes, lo interpretarían como un nuevo signo de cobardía de los “nazarenos”. ¡Y qué ilusiones hay respecto al budismo y al hinduismo!
Los cismáticos Ortodoxos y los herejes protestantes forman el círculo del mundo más cercano a nosotros... En este ámbito, el diálogo, que ha tomado el nombre de ecuménico, ya está abierto, y Montini adopta de buen grado el principio: pongamos de relieve ante todo lo que tenemos en común, antes de señalar lo que nos divide. Generosamente ofrece más: En muchos puntos que nos diferencian, en términos de tradición, espiritualidad, leyes canónicas, culto, estamos dispuestos a estudiar cómo responder a los deseos legítimos de nuestros hermanos cristianos, aún separados de nosotros. ¡Ay! (…) subrayar que insistiremos en los puntos comunes, anunciar concesiones de detalle, sujetas a su "legitimidad", es ya comprometer el diálogo por la admisión tácita de lo principal, lo que nos divide irremediablemente. Entonces, si este es el caso de los “cristianos que tienen tanto en común con nosotros”, ¿cómo será el de otros, que son completamente ajenos a nuestra fe?
Pablo 6 considera que es la Iglesia católica la que ha tomado la iniciativa de recomponer el único redil de Cristo y, muy firmemente, pero también astutamente, enseña que esta reconciliación sólo puede realizarse en el pleno reconocimiento de la primacía del Papa, en torno a su autoridad soberana, el eje central de la Santa Iglesia. Si se tiene cuidado de observar que las advertencias y restricciones, que a lo largo de la “encíclica” apuntan a proteger a los católicos contra las desviaciones y errores modernos, son todas tesis estrictamente opuestas al protestantismo, se comprenderá la consternación de los ecumenistas. (…) Él cree, quiere creer, sin embargo, en el diálogo entre los bautizados...
El precio de esta esperanza benevolente no es menos alto, una vez más. Las conversaciones amables sólo pueden durar a costa de silencios graves: siguiendo la perversa lógica montiniana, la Iglesia deberá silenciar la ilegitimidad fundamental, históricamente demostrada, tanto de la Reforma Protestante como del Cisma de Oriente; para reconocerlos como interlocutores válidos, debe abstenerse de dar a conocer la extrema pobreza de doctrina, de vida sacramental, de valor moral y místico que caracteriza a las comunidades heréticas y cismáticas constituidas por rebeldes sobre fundamentos distintos de Cristo; se abstendrá, por tanto, de presionar a las almas inocentes y de imponerles el deber de liberarse de su esclavitud para entrar en la única arca de salvación, la Iglesia, única esposa de Cristo y madre incomparable. (...)

LOS HIJOS DE LA CASA ENTREGADOS AL ARBITRIO
“Y finalmente nuestro diálogo se ofrece a los hijos de la Casa de Dios”. Pablo 6 será muy breve sobre este diálogo, que parece preocupado por subordinarlo y limitarlo enteramente a la obediencia. Mucho me temo que este severo llamado a la disciplina más ciega y completa, siga siendo un argumento contra sólo los católicos que van contra la corriente. No hay diálogo para ellos, en la “Iglesia” actual; esto sigue siendo privilegio exclusivo de los progresistas con una conciencia ilustrada. (...)
NEUTRALISMO POLÍTICO
¿Y el comunismo? ¿Y la subversión global? El Anticristo Montini, abriendo una era de diálogo con todos los hombres, distinguidos según sus grupos religiosos, se obliga a creer que anteponen sus convicciones religiosas o metafísicas a sus intereses y a sus pasiones raciales o sociales. Se declara ajeno a cualquier interés temporal y a las formas estrictamente políticas. Pablo 6 se niega a tomar partido entre el Occidente cristiano que está en retirada, la Revolución Comunista que lo asedia por todos lados y desde dentro de sí mismo, el Tercer Mundo dispar e inconsecuente, que escapa a la dominación de uno para correr tras la esclavitud del otro. (…) Montini, confirmando el neutralismo político de Roncalli, no quiere comprometer su poder en la defensa de Occidente. La denuncia, como crimen y como ruina, de la guerra de agresión, de conquista o de dominación, por parte del líder espiritual más escuchado de Occidente, su silencio sobre la guerra de liberación nacional, el instrumento más eficaz de subversión comunista, su recomendación de soluciones negociadas, finalmente su teoría de la paz a toda costa sólo puede debilitar el potencial defensivo de Occidente en la guerra fría de la diplomacia y tal vez mañana, ¡ay! sin que lo hayamos querido ni siquiera preparado, en la guerra atroz que los países comunistas habrán premeditado, preparado y desatado a su antojo, al amparo del neutralismo occidental. ¡Predicar demasiado la paz en un país asediado es conducir a la guerra y al aplastamiento de naciones pacíficas mal defendidas!
Esta actitud atemporal, y deliberadamente alejada de toda política, se encuentra en la condena del comunismo. Lo que uno diga, es limitado y muy atenuado en comparación con sus predecesores. Es el ateísmo persecutorio el que se condena a sí mismo. Entre otros regímenes económicos, sociales y políticos con los que a menudo se identifican sistemas de ateísmo condenados, se menciona especialmente el comunismo. Así, la principal exigencia del progresismo político es finalmente reconocida y aceptada en un documento pontificio: ni los sistemas económicos ni los regímenes políticos, ni siquiera los comunistas, están sujetos a condena, sino el ateísmo persecutorio que actualmente los acompaña. Que se rindan y se reanudará el diálogo con ellos. Que ellos también... dejen los cuchillos en el vestuario, y estaremos encantados de discutir la existencia de Dios en confianza. Pablo 6 formula como esperanza utópica este deseo de reanudar el diálogo, citando muy explícitamente el muy controvertido pasaje de Pacem in terris, que, sin embargo, nos dijeron que en ningún caso podía referirse a regímenes y partidos comunistas.
Esta “encíclica” demuestra, pues, la firme voluntad de Montini de conducir a la Iglesia por los caminos arriesgados del iluminismo, del reformismo y de un ecumenismo ultracristiano bajo el signo engañoso del diálogo con prácticamente todo el mundo.
Con semejante programa de clara inspiración diabólica, el Anticristo sentaba las bases del posterior devenir del conciliábulo y condenaba a muerte a la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, entregándola desarmada a los poderes tenebrosos de este mundo y al desorden y el caos permanente engendrados por la tolerancia culpable del error y la herejía.
¿Y el comunismo? ¿Y la subversión global? El Anticristo Montini, abriendo una era de diálogo con todos los hombres, distinguidos según sus grupos religiosos, se obliga a creer que anteponen sus convicciones religiosas o metafísicas a sus intereses y a sus pasiones raciales o sociales. Se declara ajeno a cualquier interés temporal y a las formas estrictamente políticas. Pablo 6 se niega a tomar partido entre el Occidente cristiano que está en retirada, la Revolución Comunista que lo asedia por todos lados y desde dentro de sí mismo, el Tercer Mundo dispar e inconsecuente, que escapa a la dominación de uno para correr tras la esclavitud del otro. (…) Montini, confirmando el neutralismo político de Roncalli, no quiere comprometer su poder en la defensa de Occidente. La denuncia, como crimen y como ruina, de la guerra de agresión, de conquista o de dominación, por parte del líder espiritual más escuchado de Occidente, su silencio sobre la guerra de liberación nacional, el instrumento más eficaz de subversión comunista, su recomendación de soluciones negociadas, finalmente su teoría de la paz a toda costa sólo puede debilitar el potencial defensivo de Occidente en la guerra fría de la diplomacia y tal vez mañana, ¡ay! sin que lo hayamos querido ni siquiera preparado, en la guerra atroz que los países comunistas habrán premeditado, preparado y desatado a su antojo, al amparo del neutralismo occidental. ¡Predicar demasiado la paz en un país asediado es conducir a la guerra y al aplastamiento de naciones pacíficas mal defendidas!
Esta actitud atemporal, y deliberadamente alejada de toda política, se encuentra en la condena del comunismo. Lo que uno diga, es limitado y muy atenuado en comparación con sus predecesores. Es el ateísmo persecutorio el que se condena a sí mismo. Entre otros regímenes económicos, sociales y políticos con los que a menudo se identifican sistemas de ateísmo condenados, se menciona especialmente el comunismo. Así, la principal exigencia del progresismo político es finalmente reconocida y aceptada en un documento pontificio: ni los sistemas económicos ni los regímenes políticos, ni siquiera los comunistas, están sujetos a condena, sino el ateísmo persecutorio que actualmente los acompaña. Que se rindan y se reanudará el diálogo con ellos. Que ellos también... dejen los cuchillos en el vestuario, y estaremos encantados de discutir la existencia de Dios en confianza. Pablo 6 formula como esperanza utópica este deseo de reanudar el diálogo, citando muy explícitamente el muy controvertido pasaje de Pacem in terris, que, sin embargo, nos dijeron que en ningún caso podía referirse a regímenes y partidos comunistas.
Esta “encíclica” demuestra, pues, la firme voluntad de Montini de conducir a la Iglesia por los caminos arriesgados del iluminismo, del reformismo y de un ecumenismo ultracristiano bajo el signo engañoso del diálogo con prácticamente todo el mundo.
Con semejante programa de clara inspiración diabólica, el Anticristo sentaba las bases del posterior devenir del conciliábulo y condenaba a muerte a la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, entregándola desarmada a los poderes tenebrosos de este mundo y al desorden y el caos permanente engendrados por la tolerancia culpable del error y la herejía.
En el capítulo siguiente, analizaremos todas las aberraciones y desviaciones heréticas contenidas en la abominable “constitución” conciliar Lumen Gentium.
Continuará...

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Continuará...

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