Fiesta de los Santos Ángeles Guardianes - 2 de octubre
Aunque la solemnidad del 29 de septiembre tiene por objeto honrar a todos los espíritus bienaventurados de los nueve coros, la piedad de los fieles en estos últimos siglos ha deseado se consagrase un día especial en la tierra a celebrar a los Ángeles custodios.
Diversas Iglesias empezaron a celebrar esta fiesta y la pusieron en diferentes fechas del año; S.S. Paulo V, aunque la permitía el 27 de septiembre de 1608, creyó conveniente no imponer su aceptación; S.S. Clemente X terminó con esta variedad respecto a la nueva fiesta y el 20 de septiembre de 1670 la fijó en el 2 de octubre, primer día libre después de San Miguel, a cuya fiesta está como subordinada.
Es de fe que en este destierro, Dios encomienda a los Ángeles la custodia de los hombres destinados a contemplarle en el cielo, y esto lo aseguran las Escrituras y lo afirma unánimente la Tradición. Las conclusiones más ciertas de la teología católica extienden el beneficio de esta protección preciosa a todos los miembros de la raza humana, sin distinción de justos o pecadores, de infieles o bautizados.
Alejar los peligros, sostener al hombre en su lucha contra el demonio, despertar en él santos pensamientos, apartarle del mal y castigarle de cuando en cuando, rogar por él y presentar a Dios sus propias oraciones: he ahí el oficio del Ángel custodio. Y es un ministerio tan especial, que no acumula el mismo Ángel la custodia simultánea de varios, y tan asiduo, que acompaña a su protegido desde el primer día al último de su vida, recogiendo el alma al salir de este mundo para conducirla después del juicio al puesto que se mereció en los cielos o en la mansión temporal de purificación y de expiación.
La santa milicia de los Ángeles custodios se recluta principalmente en las proximidades más inmediatas a nuestra naturaleza, entre los puestos del último de los nueve coros. Dios, en efecto, reserva para el honor de formar su augusta corte a los Serafines, Querubines y Tronos. Las Dominaciones presiden desde lo alto de su trono el gobierno del universo; las Virtudes velan por la firmeza de las leyes de la naturaleza, por la conservación de las especies, por los movimientos de los cielos; las Potestades mantienen encadenado al infierno.
La raza humana, en su conjunto y en los cuerpos sociales de las naciones y de las Iglesias, está confiada a los Principados; en tanto que el oficio de los Arcángeles, encargados de las comunidades menores, parece ser también el de transmitir a los Ángeles las órdenes del cielo, con el amor y la luz que baja para nosotros de la primera y suprema jerarquía. ¡Abismos de la Sabiduría de Dios! (Rom. 11, 33).
Así pues, el conjunto admirable de ministerios dispuesto entre los diversos coros de los espíritus celestiales, se ordena, como fin, a la custodia inmediatamente confiada a los más humildes de ellos, a la custodia del hombre, para quien fue creado el universo. Lo mismo afirma la Escuela; y lo dice el Apóstol: "¿No son todos ellos espíritus ministrantes, enviados para servicio en favor de los que han de heredar la salud?" (Heb. 1, 14). (...)
Para terminar, escuchemos hoy, como lo hace la Iglesia, al Abad de Claraval, a cuya elocuencia parece que en esta ocasión le nacen alas: “En todo lugar muéstrate respetuoso con tu Ángel. Muévate a rendir culto a su grandeza el agradecimiento por sus beneficios. Ama a ese futuro coheredero, que ahora es el tutor designado por el Padre para los días de tu niñez. Porque, aunque somos hijos de Dios, no pasamos ahora de niños y el camino es largo y peligroso. Pero Dios ha mandado a sus Ángeles que te guarden en todos tus caminos; y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece en las piedras. Pisarás sobre áspides y basiliscos y hollarás al león y al dragón (Sal. 90, 11-13). Ciertamente, por donde el camino es fácil para un niño, su ayuda se reducirá a ser simplemente un guía, a sostenerte como se hace con los niños. Pero la prueba ¿corre peligro de exceder a tus fuerzas? Te llevarán en sus manos. ¡Manos de Ángeles! ¡Cuántos atolladeros temibles, saltados como sin darse cuenta merced a esas manos, sólo dejarán en el hombre la impresión de una pesadilla desvanecida rápidamente!"
Unámonos a la Iglesia ofreciendo a los Ángeles Guardianes este Himno de las Vísperas del día.
Celebramos a los Ángeles que custodian a los humanos. El Padre Celestial los hizo compañeros de nuestra débil naturaleza, para que no sucumbieran a las trampas enemigas.
Porque, como el ángel maligno fue justamente arrojado de sus honores, la envidia lo corroe y se esfuerza por perder a los que el Señor llama a los cielos.
Vuela, pues, hacia nosotros, guardián que nunca duerme; aparta de la tierra que te ha sido confiada las enfermedades del alma y toda amenaza a la paz de sus habitantes.
Sea siempre alabada y amada la Santísima Trinidad, cuyo poder eterno gobierna este triple mundo de los cielos, la tierra y el abismo, cuya gloria domina los siglos. Amén.
Fuente: L'année liturgique de Dom Guéranger
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