DEDICACIÓN DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL (29 de septiembre)

 



Dedicación de San Miguel Arcángel


OBJETO DE LA FIESTA

La dedicación de San Miguel, aunque es la más solemne de las fiestas que la Iglesia celebra cada año en honor del Arcángel, le es menos personal, porque en ella se celebra a la vez a todos los coros de la jerarquía angélica. En efecto, la Iglesia, por boca de Rabano Mauro, abad de Fulda, propone a nuestra meditación el objeto de la fiesta de este día en el himno de las primeras Vísperas:


En nuestras alabanzas celebramos

A todos los guerreros del cielo;

Pero ante todo al jefe supremo

De la milicia celestial:

A Miguel que, lleno de valentía,

Derribó al demonio.



ORÍGENES DE LA FIESTA

La fiesta del 8 de mayo nos trae a la memoria la aparición en el monte Gargano. En la Edad Media, sólo la celebraba la Italia meridional. La fiesta del 29 de septiembre es propia de Roma, pues recuerda el aniversario de la Dedicación de una basílica hoy desaparecida, situada en la Via Salaria, al Noreste de la Ciudad.

La dedicación de esta iglesia nos da la razón del título que hasta hoy conserva el Misal Romano para la fiesta de San Miguel: Dedicatio sancti Michaelis. El carácter primitivamente local de este título se fue atenuando poco a poco en los libros litúrgicos de las Iglesias de Francia o de Alemania, que en la Edad Media seguían la Liturgia romana: la fiesta llevaba entonces el título In Natale o In Veneratione sancti michaelis y, del título antiguo no quedaba ya más que el nombre del Arcángel.



EL OFICIO DE SAN MIGUEL

El oficio tampoco podía conservar recuerdo de la dedicación: los oficios antiguos de las dedicaciones celebraban, en efecto, al santo en cuyo honor se consagraba una iglesia y no el edificio material en que era honrado. No tenían, pues, nada de impersonal, sino que, al contrario, revestían un carácter muy especificado.

El oficio de San Miguel puede contarse entre las más bellas composiciones de nuestra Liturgia. Nos hace contemplar unas veces al príncipe de la milicia celestial y jefe de todos los ángeles buenos, otras al ministro de Dios que asiste al juicio particular de cada alma finada, y otras al intermediario que lleva al altar de la liturgia celeste las oraciones del pueblo fiel.



EL ÁNGEL TURIFERARIO

Las primeras Vísperas empiezan con la antífona Stetit Angelus, cuyo texto se repite en el Ofertorio de la Misa del día: “El ángel se puso de pie junto al ara del templo, teniendo en su mano un incensario de oro, y le dieron muchos perfumes: y subió el humo de los perfumes a la presencia de Dios”.

La Oración de la bendición del incienso en la Misa solemne nos da el nombre de este ángel turiferario: es “el bienaventurado Arcángel Miguel”.

El libro del Apocalipsis, de donde están tomados estos textos litúrgicos, nos enseña que los perfumes que suben a la presencia de Dios, son la oración de los justos: “el humo de los perfumes encendidos de las oraciones de los santos subió de mano del ángel a la presencia de Dios”.


Fuente: Año litúrgico - Dom Gueranger






MAÑANA COMIENZA EL AYUNO Y ABSTINENCIA DE LA TÉMPORA DE OTOÑO

 



MAÑANA COMIENZA EL AYUNO Y ABSTINENCIA DE LA TÉMPORA DE OTOÑO.


DÍAS DE AYUNO Y ABSTINENCIA DE CARNE: MIERCOLES 18, VIERNES 20 Y SÁBADO 21 DE SEPTIEMBRE

Témporas de Otoño (o Terceras): Son el miércoles, viernes y sábado siguientes al 14 de septiembre, día de la Exaltación de la Santa Cruz. Si este día cae en miércoles, entonces las témporas serán el miércoles, viernes y sábado de la semana siguiente.

                                             ***

Los Siete Dolores de la Santísima Virgen María (15 de septiembre)

 



Los Siete Dolores de la Santísima Virgen María (15 de septiembre)


Es una ley en el cristianismo que, cuando más cerca se encuentra un cristiano de Cristo, más cerca tiene que estar también de la Cruz. Según este principio, María Santísima, aunque completamente inocente, debía gustar las amarguras de la Pasión de su Hijo. Hoy es el día de repetir amorosamente la famosa secuencia: Stabat Mater Dolorosa, compuesta en el siglo XIII por Jacopone da Todi.


Hoy (15 de septiembre), es la fiesta de los Siete Dolores de la Virgen María, cada uno de los cuales es un evento dolorosísimo en la vida de Nuestra Señora:

La profecía de San Simeón: una espada de dolor traspasará tu corazón.

La huida a Egipto.

El Niño Jesús perdido y hallado en el Templo.

El encuentro con Jesús con la cruz la cuestas camino al Calvario.

La crucifixión y agonía de Jesús.

La lanzada y Jesús muerto colocado en sus brazos.

Jesús es puesto en el sepulcro.


La devoción a la Virgen Dolorosa arraigó en el pueblo cristiano, sobre todo, a partir del siglo XIII, con la aparición de la Orden de los Servitas, que se consagraron a la meditación de los dolores de María. Así nacieron, desde fines de la Edad Media, las dos fiestas del Viernes de Dolores y del 15 de septiembre. Esta última fue extendida a toda la Iglesia por S.S. el Papa Pío VII en 1817, como acción de gracias por su liberación del cautiverio en que lo había tenido Napoleón.


La fiesta de la semana de Pasión nos recuerda especialmente la participación de la Virgen María en el sacrificio de Cristo; la de hoy nos manifiesta la compasión que Nuestra Señora siente por la Iglesia de Cristo, siempre sometida a las pruebas y a las persecuciones.




                                            Nuestra Señora de los Siete Dolores

¡Oh vosotros cuantos por aquí pasáis: Mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor, al dolor con que yo estoy atormentada!" (Lamentaciones 1:12).


Las palabras que el Santo Simeón habló, signo de contradicción, fueron una espada de dolor atravesando tu alma... El primer dolor de tu corazón.


El odio de ese rey engañoso, que quería matar al Niño, hizo que huyeras a Egipto... provocando un segundo dolor en tu alma.


Fuiste a Jerusalén, obedeciendo la ley, en el solemne día de Pascua. El Cordero se queda atrás, para cumplir la voluntad de su Padre... sin embargo, todo esto te causó un enorme pesar.


El Cordero cargado con el madero, el altar de su Cruz, se encuentra contigo en su camino a la muerte, otra espada de dolor... dos corazones traspasados por una Cruz.


El Cordero es alzado en lo alto, reinando desde las alturas... una pena más; el Cordero dice siete palabras; Siete dolores de tu corazón, entre la oscuridad, tan sombría.


El costado del Cordero es traspasado con una lanza, de ese costado emana sangre y agua, sobre su rebaño, tan amado para Él; el Cordero desciende de su trono, patíbulo deshonroso, acariciado por tus brazos amantes, puesto sobre tu regazo, cuna de sabiduría... un sexto dolor, Oh dolorosa Pieta.


El Cordero es envuelto en telas de lino, ungido con perfumes; el fruto de tu vientre Inmaculado, colocado en una tumba de piedra...


Consummatum est, ya todo está terminado, tus dolores están completados...

                                            
                                                ***

EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ (14 de septiembre)

 



                        O Crux ave, spes unica,
                        hoc Passionis tempore
                        piis adauge gratiam,
                        reisque dele crimina.




Adoramus Te Christe, et benedicimus Tibi:
     quia per sanctam crucem tuam redemisti             mundum.




Syllabus de errores condenados por S.S. Pío IX (4)

 


              § V. Errores acerca de la Iglesia y sus derechos.


XIX. La Iglesia no es una verdadera y perfecta sociedad, completamente libre, ni está provista de sus propios y constantes derechos que le confirió su divino fundador, antes bien corresponde a la potestad civil definir cuales sean los derechos de la Iglesia y los límites dentro de los cuales pueda ejercitarlos.

ERROR CONDENADO

(Alocución Singulari quadam, 9 diciembre 1854) (Alocución Multis gravibusque, 17 diciembre 1860) (Alocución Maxima quidem, 9 junio 1862)



XX. La potestad eclesiástica no debe ejercer su autoridad sin la venia y consentimiento del gobierno civil.

ERROR CONDENADO

(Alocución Meminit unusquisque, 30 septiembre 1861)



XXI. La Iglesia carece de la potestad de definir dogmáticamente que la Religión de la Iglesia católica sea únicamente la verdadera Religión.

ERROR CONDENADO

(Letras Apostólicas Multiplices inter, 10 junio 1851)



XXII. La obligación de los maestros y de los escritores católicos se refiere sólo a aquellas materias que por el juicio infalible de la Iglesia son propuestas a todos como dogma de fe para que todos los crean.

ERROR CONDENADO

(Carta al Arzobispo de Frisinga Tuas libenter, 21 diciembre 1863)



XXIII. Los Romanos Pontífices y los Concilios ecuménicos se salieron de los límites de su potestad, usurparon los derechos de los Príncipes, y aun erraron también en definir las cosas tocantes a la fe y a las costumbres.

ERROR CONDENADO

(Letras Apostólicas Multiplices inter, 10 junio 1851)



XXIV. La Iglesia no tiene la potestad de emplear la fuerza, ni potestad ninguna temporal directa ni indirecta.

ERROR CONDENADO

(Letras Apostólicas Ad Apostolicae, 22 agosto 1851)



XXV. Fuera de la potestad inherente al Episcopado, hay otra temporal, concedida a los Obispos expresa o tácitamente por el poder civil, el cual puede por consiguiente revocarla cuando sea de su agrado.

ERROR CONDENADO

(Letras Apostólicas Ad Apostolicae, 22 agosto 1851)



XXVI. La Iglesia no tiene derecho nativo legítimo de adquirir y poseer.

ERROR CONDENADO

(Alocución Nunquam fore, 15 diciembre 1856) (Encíclica Incredibile, 17 septiembre 1863)



XXVII. Los sagrados ministros de la Iglesia y el Romano Pontífice deben ser enteramente excluidos de todo cuidado y dominio de cosas temporales.

ERROR CONDENADO

(Alocución Maxima quidem, 9 de junio de 1862)



XXVIII. No es lícito a los Obispos, sin licencia del Gobierno, ni siquiera promulgar las Letras apostólicas.

ERROR CONDENADO

(Alocución Nunquam fore, 15 diciembre 1856)



XXIX. Deben ser tenidas por írritas las gracias otorgadas por el Romano Pontífice cuando no han sido impetradas por medio del Gobierno.

ERROR CONDENADO

(Alocución Nunquam fore, 15 diciembre 1856)



XXX. La inmunidad de la Iglesia y de las personas eclesiásticas trae su origen del derecho civil.

ERROR CONDENADO

(Letras Apostólicas Multiplices inter, 10 junio 1851)



XXXI. El fuero eclesiástico en las causas temporales de los clérigos, ahora sean estas civiles, ahora criminales, debe ser completamente abolido aun sin necesidad de consultar a la Sede Apostólica, y a pesar de sus reclamaciones.

ERROR CONDENADO

(Alocución Acerbissimum, 27 septiembre 1852) (Alocución Nunquam fore, 15 diciembre 1856)



XXXII. La inmunidad personal, en virtud de la cual los clérigos están libres de quintas y de los ejercicios de la milicia, puede ser abrogada sin violar en ninguna manera el derecho natural ni la equidad; antes el progreso civil reclama esta abrogación, singularmente en las sociedades constituidas según la forma de más libre gobierno.

ERROR CONDENADO

(Carta al Obispo de Monreale Singularis Nobisque, 27 septiembre 1864)



XXXIII. No pertenece únicamente a la potestad de jurisdicción eclesiástica dirigir en virtud de un derecho propio y nativo la enseñanza de la Teología.

ERROR CONDENADO

(Letras Apostólicas Ad Apostolicae, 22 agosto 1851)



XXXIV. La doctrina de los que comparan al Romano Pontífice a un Príncipe libre que ejercita su acción en toda la Iglesia, es doctrina que prevaleció en la Edad Media.

ERROR CONDENADO

(Letras Apostólicas Ad Apostolicae, 22 agosto 1851)



XXXV. Nada impide que por sentencia de algún Concilio general, o por obra de todos los pueblos, el sumo Pontificado sea trasladado del Obispo romano y de Roma a otro Obispo y a otra ciudad.

ERROR CONDENADO

(Letras Apostólicas Ad Apostolicae, 22 agosto 1851)



XXXVI. La definición de un Concilio nacional no puede someterse a ningún examen, y la administración civil puede tomarla como norma irreformable de su conducta.

ERROR CONDENADO

(Letras Apostólicas Ad Apostolicae, 22 agosto 1851)



XXXVII. Pueden ser instituidas Iglesias nacionales no sujetas a la autoridad del Romano Pontífice, y enteramente separadas.

ERROR CONDENADO

(Alocución Multis gravibusque, 17 diciembre 1860) (Alocución Jamdudum cernimus, 18 marzo 1861)



XXXVIII. La conducta excesivamente arbitraria de los Romanos Pontífices contribuyó a la división de la Iglesia en oriental y occidental.

ERROR CONDENADO

(Letras Apostólicas Ad Apostolicae, 22 agosto 1851)

Continuará...

"EN ESPAÑA SE MUERE BESANDO LA CRUZ Y LA BANDERA" (Cardenal Gomá, 1938).

 



7. DEL DISCURSO DEL CARDENAL GOMÁ AL CONGRESO EUCARÍSTICO DE BUDAPEST (25 de mayo de 1938)


“España, que a todos los Congresos Eucarísticos ha mandado nutrida representación, no podía estar ausente del Congreso de Budapest, a pesar de las horas difíciles por que atraviesa nuestra nación y a pesar de que sobre la inmensa mayoría de los católicos españoles pesa, en mil formas, la terrible tragedia que nos agobia. Y estamos presentes, porque el Gobierno nacional, que sabe lo que en el mundo de la fe y de la piedad representa un Congreso Eucarístico Internacional, ha querido que nuestra patria, aunque sangrando, viniese acá a decirle a Hungría, y en ella a todo el mundo católico, que todavía conservamos intacta la herencia de nuestros antepasados; y porque un puñado de devotos del Sacramento, venciendo dificultades casi insuperables, han querido rendir sus homenajes al Dios-Eucaristía, junto al Danubio, en la bella Budapest...


No es sólo la ideología la que ha partido en dos a nuestra España, sino todo un sistema de hechos que de ella derivan. Por parte de la España que no quiere morir, un esfuerzo de reconstrucción espiritual y material, adentrándose en nuestra tradición y en nuestra historia para hallar en ella el nervio vivo que nos hizo ser lo que somos y que se manifiesta en la reviviscencia de leyes, instituciones, costumbres, que da la impresión de un rejuvenecimiento nacional. Por la parte opuesta, la de la España contrahecha y extranjera, un afán de destrucción que ha convertido sus dominios en región de desolación y barbarie.


Fijaos en otro hecho. Yo no diré que sea todo oro puro de religión y españolismo lo que aparece en el campo nacional; pero sí que en él se cree en Dios, y se reza, y se levanta la Hostia Santa en todos los campamentos, y se confiesan los pecados, y el honor tiene su culto y el heroísmo su premio, y se muere besando la Cruz y la bandera, y muchas veces aclamando a Cristo Rey. Mientras que en el otro campo queda arrasado o vilmente profanado todo tipo de religión y se ha hecho tabla rasa de todo lo que era un valor de espíritu en la estimación nacional.


Es decir, que en España luchan la unidad contra la anarquía, la fuerza cohesiva, que busca en el alma nacional todo elemento que la haga perdurable, y la turbulencia del pensamiento, que se traduce en la fuerza explosiva que dispersa todos los factores de unidad de un pueblo o nación.”

Del dossier FRANCISCO FRANCO, SALVADOR DE LA RELIGIÓN CATÓLICA EN ESPAÑA

PREPARACIÓN PARA LA MUERTE, San Alfonso Mª de Ligorio (11)

 


                                                   CUARTA CONSIDERACIÓN
                                                CERTIDUMBRE DE LA MUERTE


                                                           PUNTO SEGUNDO
                                         A cada paso nos acercamos a la muerte 



Es cierto, pues, que todos estamos condenados a muerte. Todos nacemos, dice San Cipriano, con la cuerda al cuello; y cuantos pasos damos, otro tanto nos acercamos a la muerte... Hermano mío, así como estás inscrito en el libro del bautismo, así algún día te inscribirán en el libro de los difuntos. Así como a veces mencionas a tus antepasados, diciendo: Mi padre, mi hermano, de feliz recuerdo, lo mismo dirán de ti tus descendientes. Tal y como tú has oído muchas veces que las campanas tocaban a muerto por otros, así los demás oirán que tocan por ti.


¿Qué dirías de un condenado a muerte que fuese al patíbulo burlándose, riéndose, mirando a todos lados, pensando en teatros, festines y diversiones? Y tú, ¿no caminas también hacia la muerte? ¿Y en qué piensas? Contempla en aquellas tumbas a tus parientes y amigos, cuya sentencia fue ya ejecutada. ¡Qué terror no siente el reo condenado cuando ve a sus compañeros pendientes del patíbulo y muertos ya! Mira a esos cadáveres; cada uno de ellos dice: Ayer a mí, hoy a ti. Lo mismo repiten todos los días los retratos de los que fueron tus parientes, los libros, las casas, los lechos, los vestidos que has heredado.


¡Qué extremada locura es no pensar en ajustar las cuentas del alma y no disponer los medios necesarios para alcanzar buena muerte, sabiendo que hemos de morir, que después de la muerte nos está reservada una eternidad de gozo o de tormento, y que de ese punto depende el ser para siempre dichosos o infelices! Sentimos compasión por los que mueren de repente sin estar preparados para morir, y, con todo, no tratamos de preparamos, a pesar de que lo mismo puede acaecernos. Tarde o temprano, apercibidos o de improviso, pensemos o no en ello, hemos de morir; y a toda hora y en cada instante nos acercamos a nuestro patíbulo, o sea, a la última enfermedad que nos ha de arrojar fuera de este mundo.


Gentes nuevas pueblan, en cada siglo, casas, plazas y ciudades. Los antecesores están en la tumba. Y así como se acabaron para ellos los días de la vida, así vendrá un tiempo en que ni tú, ni yo, ni persona alguna de los que vivimos ahora viviremos en este mundo. Todos estaremos en la eternidad, que será para nosotros, o perdurable día de gozo, o noche eterna de dolor. No hay término medio. Es cierto y de fe que, al fin, nos ha de tocar uno u otro destino.



AFECTOS Y PETICIONES

¡Oh mi amado Redentor! No me atrevería a presentarme ante Vos si no os viera en la cruz desgarrado, escarnecido y muerto por mí. Grande es mi ingratitud, pero aún es más grande vuestra misericordia. Grandísimos mis pecados, mas todavía son mayores vuestros méritos. En vuestras llagas, en vuestra muerte, pongo mi esperanza. Merecí el infierno apenas hube cometido mi primer pecado. He vuelto luego a ofenderos mil y mil veces. Y Vos, no sólo me habéis conservado la vida, sino que, con suma piedad y amor, me habéis ofrecido el perdón y la paz. ¿Cómo he de temer que me arrojéis de vuestra presencia ahora que os amo y que no deseo sino vuestra gracia? Sí; os amo de todo corazón, ¡oh Señor mío!, y mi único anhelo se cifra en amaros. Os adoro y me pesa de haberos ofendido, no tanto por el infierno que merecí, como por haberos despreciado a Vos, Dios mío, que tanto me amáis.


Abrid, pues, Jesús mío, el tesoro de vuestra bondad, y añadid misericordia a misericordia. Haced que yo no vuelva a ser ingrato, y mudad del todo mi corazón, de suerte que sea enteramente vuestro, e inflamado siempre por las llamas de vuestra caridad, ya que antes menospreció vuestro amor y le trocó por los viles placeres del mundo. Espero alcanzar la gloria, para siempre amaros; y aunque allí no podré estar entre las almas inocentes, me pondré al lado de las que hicieron penitencia, deseando, con todo, amaros más todavía que aquéllas. Para gloria de vuestra misericordia, vea el Cielo cómo arde en vuestro amor un pecador que tanto os ha ofendido. Resuelvo entregarme a Vos de hoy en adelante, y pensar no más que en amaros. Auxiliadme con vuestra luz y gracia para cumplir ese deseo mío, dado también por vuestra misma bondad.


¡Oh María, Madre de perseverancia, alcanzadme que sea fiel a mi promesa!

Continuará...

AUDI, FILIA, ET VIDE (Beato Juan de Ávila) (7)

 



                                                                   CAPÍTULO 7

De la grande paz que Dios nuestro Señor da o los que varonilmente pelean contra este enemigo; y de lo mucho que conviene para vencerlo huir de la familiaridad con las mujeres.



Todas estas escaramuzas se suelen pasar en esta guerra de la castidad, cuando el Señor lo permite para probar sus caballeros, si de verdad le aman a Él y a la castidad por quien pelean. Y después de hallados fieles, envía su omnipotente favor, y manda a nuestro adversario que no nos impida nuestra paz ni nuestra secreta habla con Él. Y goza el hombre entonces de lo trabajado, y sábele bien y esle más meritorio.


Es también menester, y muy mucho, para guarda de la castidad, que se evite la conversación familiar de mujeres con hombres, por buenos o parientes que sean. Porque las feas y no pensadas caídas que en el mundo han acaecido acerca de aquesto, nos deben ser un perpetuo amonestador de nuestra flaqueza, y un escarmiento en ajena cabeza, con el cual nos desengañemos de cualquiera falsa seguridad que nuestra soberbia nos quisiere prometer, diciendo que pasaremos sin herida nosotros flacos, en lo que tan fuertes, tan sabios y, lo que más es, tan grandes santos fueron muy gravemente heridos. ¿Quién se fiará de parentesco, leyendo la torpeza de Amnón con su hermana Thamar (2 Reg., 13, 8); con otras muchas tan feas, y más, que en el mundo han acaecido a personas que las ha cegado esta bestial pasión de la carne? ¿Y quién se fiará de santidad suya o ajena, viendo a David, que fue varón conforme al corazón de Dios, ser tan ciegamente derribado en muchos y feos pecados por sólo mirar a una mujer? (2 Reg., 11, 2). ¿Y quién no temblará de su flaqueza oyendo la santidad y sabiduría del rey Salomón, siendo mozo, y sus feas caídas contra la castidad, que le malearon el corazón a la vejez, hasta poner muchedumbre de ídolos y adorarlos, como lo hacían y querían las mujeres que amaba? (3 Reg., 11, 4). Ninguno en esto se engañe, ni se fíe de castidad pasada o presente, aunque sienta su ánima muy fuerte, y dura contra este vicio como una piedra; porque gran verdad dijo el experimentado Jerónimo, que: «Animas de hierro, la lujuria las doma.» Y San Agustín no quiso morar con su hermana, diciendo: «Las que conversan con mi hermana no son mis hermanas.» Y por este camino de recatamiento han caminado todos los santos, a los cuales debemos seguir si queremos no errar.


Por tanto, doncella de Cristo, no seáis en esto descuidada; mas oíd y cumplid lo que San Bernardo dice: «Que las vírgenes que verdaderamente son vírgenes, en todas las cosas temen, aun en las seguras.» Y las que así no lo hacen, presto se verán tan miserablemente caídas, cuanto primero estaban con falsa seguridad miserablemente engañadas. Y aunque por la penitencia se alcance el perdón del pecado, no se alcanza la corona de la virginidad perdida, y «cosa fea es, dice San Jerónimo, que la doncella que esperaba corona pida perdón de haberla perdido», como lo sería si tuviese el Rey una hija muy amada, y guardada para la casar conforme a su dignidad, y cuando el tiempo de ello viniese, le dijese la hija que le pedía perdón de no estar para casarse, por haber perdido malamente su virginidad. «Los remedios de la penitencia, dice San Jerónimo, remedios de desdichados son», pues que ninguna desdicha o miseria hay mayor que hacer pecado mortal, para cuyo remedio es menester la penitencia. Y por tanto, debéis trabajar con toda vigilancia por ser leal al que os escogió, y guardar lo que prometisteis, porque no probéis por experiencia lo que está escrito (Jerem., 2, 19): Conoce y ve cuan mala y amarga cosa es haber dejado al Señor Dios tuyo, y no haber estado su temor en ti; mas gocéis del fruto y nombre de casta esposa, y de la corona que a tales está aparejada.

Continuará...

Syllabus de errores condenados por S.S. Pío IX (3)

 


                        § III. Indiferentismo. Latitudinarismo.


XV. Todo hombre es libre para abrazar y profesar la religión que guiado de la luz de la razón juzgare por verdadera.

ERROR CONDENADO 
(Letras Apostólicas Multiplices inter, 10 junio 1851) (Alocución Maxima quidem, 9 junio 1862)



XVI. En el culto de cualquiera religión pueden los hombres hallar el camino de la salud eterna y conseguir la eterna salvación.

ERROR CONDENADO 
(Encíclica Qui pluribus, 9 noviembre 1846) (Alocución Ubi primum, 17 diciembre 1847) Encíclica Singulari quidem, 17 Marzo 1856)



XVII. Es bien por lo menos esperar la eterna salvación de todos aquellos que no están en la verdadera Iglesia de Cristo.

ERROR CONDENADO 
(Alocución Singulari quadam, 9 diciembre 1854) (Encíclica Quanto conficiamur 17 agosto 1863)



XVIII. El protestantismo no es más que una forma diversa de la misma verdadera Religión cristiana, en la cual, lo mismo que en la Iglesia, es posible agradar a Dios.

ERROR CONDENADO 
(Encíclica Noscitis et Nobiscum 8 diciembre 1849)




§ IV. Socialismo, Comunismo, Sociedades secretas, Sociedades bíblicas, Sociedades clérico-liberales

Tales pestilencias han sido muchas veces y con gravísimas sentencias reprobadas en la Encíclica Qui pluribus, 9 de noviembre de 1846; en la Alocución Quibus quantisque, 20 de abril de 1849; en la Encíclica Noscitis et Nobiscum, 8 de diciembre de 1849; en la Alocución Singulari quadam, 9 de diciembre de 1854; en la Encíclica Quanto conficiamur maerore, 10 de agosto de 1863.

Continuará...

"VERDADERO MARTIRIO DE MILLARES DE ESPAÑOLES, SACERDOTES, RELIGIOSOS Y SEGLARES". (S.S. Pío XI)



 
6. DE LA CARTA COLECTIVA DE LOS OBISPOS ESPAÑOLES A LOS DE TODO EL MUNDO CON MOTIVO DE LA GUERRA DE ESPAÑA (1 de julio de 1937)


“Con nuestra gratitud, Venerables Hermanos, debemos manifestaros nuestro dolor por el desconocimiento de la verdad de lo que en España ocurre. Es un hecho, que nos consta por documentación copiosa, que el pensamiento de un gran sector de opinión extranjera está disociado de la realidad de los hechos ocurridos en nuestro país. Causas de este extravío podrían ser: el espíritu anticristiano, que ha visto en la contienda de España una partida decisiva en pro o en contra de la religión de Jesucristo y la civilización cristiana; la corriente opuesta de doctrinas políticas que aspiran a la hegemonía del mundo; la antipatria, que se ha valido de españoles ilusos que, amparándose en el nombre de católicos, han causado enorme daño a la verdadera España. Y lo que más nos duele es que una buena parte de la prensa católica extranjera haya contribuido a esta desviación mental, que podría ser funesta para los sacratísimos intereses que se ventilan en nuestra patria...


Conste antes que todo, ya que la guerra pudo preverse desde que se atacó ruda e inconsideradamente al espíritu nacional, que el Episcopado español ha dado, desde el año 1931, altísimos ejemplos de prudencia apostólica y ciudadana. Ajustándose a la tradición de la Iglesia y siguiendo las normas de la Santa Sede, se puso resueltamente al lado de los poderes constituidos, con quienes se esforzó en colaborar para el bien común. Y a pesar de los repetidos agravios a personas, cosas y derechos de la Iglesia, no rompió su propósito de no alterar el régimen de concordia de tiempo atrás establecido. A los vejámenes respondimos siempre con el ejemplo de la sumisión leal en lo que podíamos; con la protesta grave, razonada y apostólica cuando debíamos; con la exhortación sincera que hicimos reiteradamente a nuestro pueblo católico a la sumisión legitima, a la oración, a la paciencia y a la paz. Y el pueblo católico nos secundó, siendo nuestra intervención valioso factor de concordancia nacional en momentos de honda conmoción social y política...


Si hoy, colectivamente, formulamos nuestro veredicto en la cuestión complejísima de la guerra de España, es, primero, porque, aun cuando la guerra fuese de carácter político o social, ha sido tan grave su represión de orden religioso, y ha aparecido tan claro, desde sus comienzos, que una de las partes beligerantes iba a la eliminación de la religión católica en España, que nosotros, obispos católicos no podíamos inhibirnos sin dejar abandonados los intereses de nuestro Señor Jesucristo y sin incurrir el tremendo apelativo de "canes muti", con que el Profeta censura a quienes, debiendo hablar, callan ante la injusticia; y luego, porque la posición de la Iglesia española ante la lucha, es decir, del Episcopado español, ha sido torcidamente interpretada en el extranjero...


El 18 de julio del año pasado se realizó el alzamiento militar y estalló la guerra que aún dura. Pero nótese, primero, que la sublevación militar no se produjo, ya desde sus comienzos, sin colaboración con el pueblo sano, que se incorporó en grandes masas al Movimiento que, por ello, debe calificarse de cívico-militar; y segundo, que este movimiento y la revolución comunista son dos hechos que no pueden separarse, si se quiere enjuiciar debidamente la naturaleza de la guerra. Coincidentes en el mismo momento inicial del choque, marcan desde el principio la división profunda de las dos Españas que se batirán en los campos de batalla.


Aún hay más: el Movimiento no se produjo sin que los que lo iniciaron intimaran previamente a los poderes públicos a oponerse por los recursos legales a la revolución marxista inminente. La tentativa fue ineficaz y estalló el conflicto...


Afirmamos que el levantamiento cívico-militar ha tenido en el fondo de la conciencia popular un doble arraigo: el del sentido patriótico, que ha visto en él la única manera de levantar a España y evitar su ruina definitiva; y el sentido religioso, que lo consideró como la fuerza que debía reducir a la impotencia a los enemigos de Dios, y como la garantía de la continuidad de su fe y de la práctica de su religión...


Demos ahora un esbozo del carácter del Movimiento llamado "nacional". Creemos justa esta denominación, primero, por su espíritu; porque la nación española estaba disociada, en su inmensa mayoría, de una situación estatal que no supo encarnar sus profundas necesidades y aspiraciones; y el Movimiento fue aceptado como una esperanza en toda la nación; en las regiones no liberadas sólo espera romper la coraza de las fuerzas comunistas que le oprimen. Es también nacional por su objetivo, por cuanto tiende a salvar y sostener para lo futuro las esencias de un pueblo organizado en un Estado que sepa continuar dignamente su Historia. Expresamos una realidad y un anhelo general de los ciudadanos españoles; no indicamos los medios para realizarlo.


El Movimiento ha fortalecido el sentido de la Patria, contra el exotismo de las fuerzas que le son contrarias. La Patria implica una paternidad; es el ambiente moral, como de una familia dilatada, en que logra el ciudadano su desarrollo total, y el Movimiento nacional ha determinado una corriente de amor que se ha concentrado alrededor del nombre y de la sustancia histórica de España, con aversión de los elementos forasteros que nos acarrearon la ruina. Y como el amor patrio, cuando se ha sobrenaturalizado por el amor de Jesucristo, nuestro Dios y Señor, toca las cumbres de la caridad cristiana, hemos visto una explosión de verdadera caridad que ha tenido su expresión máxima en la sangre de millares de españoles que le han dado al grito de "¡Viva España!" "¡Viva Cristo Rey!".


Dentro del movimiento nacional se ha producido el fenómeno, maravilloso, del martirio -verdadero martirio, como ha dicho el Papa - de millares de españoles, sacerdotes, religiosos y seglares; y este testimonio de sangre deberá condicionar en lo futuro, so pena de inmensa responsabilidad política, la actuación de quienes, depuestas las armas, hayan de construir el nuevo estado en el sosiego de la paz.


El Movimiento ha garantizado el orden en el territorio por él dominado. Contraponemos la situación de las regiones en que ha prevalecido el Movimiento nacional a las denominadas aún por los comunistas. De estas puede decirse la palabra del Sabio: "Ubi non est gubernator, dissipabitur populus"; sin sacerdotes, sin templos, sin culto, sin justicia, sin autoridad, son presa de terrible anarquía, del hambre y la miseria. En cambio, en medio del esfuerzo y del dolor terrible de la guerra, las otras regiones viven en la tranquilidad del orden interno, bajo la tutela de una verdadera autoridad, que es el principio de la justicia, de la paz y del progreso que prometen la fecundidad de la vida social. Mientras en la España marxista se vive sin Dios, en las regiones indemnes o reconquistadas se celebra profusamente el culto divino y pululan y florecen nuevas manifestaciones de la vida cristiana”.

Del dossier "FRANCISCO FRANCO, SALVADOR DE LA RELIGIÓN CATÓLICA".




Instrucción religiosa sobre el pecado de la ENVIDIA (8)

 



Instrucción religiosa sobre el pecado de la ENVIDIA

(Sacado de Instrucciones morales sobre la Doctrina Cristiana, por Ildefonso de Bressanvido O.F.M., tomo cuarto, Paris, 1853).


XV. Pero, diréis, ¿no hay remedios para este mal que era tan poco conocido para nosotros? Sí, hermanos míos; aplicaos para recordarlos. El primer remedio será el desacato a la propiedad de este mundo. ¿Quieres saber, dice el Papa San Gregorio, de dónde viene que estemos sujetos a la envidia? Es que siendo finitas y limitadas las cosas de este mundo, cuanto más numerosos son los que las poseen, más pequeña es la parte que corresponde a cada uno. Entonces, si queremos estar libres de la envidia, desapeguémonos, dice el Santo, de estos bienes terrenales, aspiremos a los bienes eternos y celestiales, y a la gloria del paraíso. Estos bienes y esta felicidad son de tal naturaleza que cada uno de los Bienaventurados los poseerá íntegramente, sin disminución y sin compartirlos, durante la eternidad. Todos los santos en el cielo abundan de alegría y gozo, y la felicidad de algunos, lejos de restar una parte sólo aumenta la de las demás. ¡Que todos nuestros pensamientos y deseos sean sin cesar dirigidos a esta feliz estancia!


XVI. La segunda forma de resistir a la envidia es animarnos de santa caridad los unos hacia los otros. Somos todos, como habéis oído, miembros de Jesucristo; todos somos sus hermanos, todos somos con Él los herederos del reino celestial: debemos, por tanto, como nos recomienda el Apóstol, alegrarnos con los que se alegran y llorar con los que lloran. Debemos tener para con el prójimo esta misma caridad, esta misma compasión que los miembros de nuestro cuerpo tienen entre sí unos con otros. Cuando una espina se hunde en el pie, dice San Agustín, inmediatamente el ojo nota el lugar y se lo indica a la mano, que arranca esta espina, detiene la sangre y cura la herida. Actuemos igual con nuestro prójimo. En una palabra, dejemos que reine entre nosotros la caridad más sincera, y desterraremos la envidia de nuestro corazón.


XVII. El tercer y último remedio, que incluye todos los demás, será eliminar por completo las dos fuentes funestas de la envidia, que son la soberbia y el amor propio. Entremos en sentimientos bajos de nosotros mismos, y concibamos la máxima estima por los demás. Regocijémonos en todos los bienes y todas las ventajas que a Dios le plazca conceder a nuestro prójimo. Alegrémonos de sus méritos, de su gloria, de sus virtudes, como de nuestro propio bien. Si de vez en cuando nos asalta la envidia, seamos lo suficientemente generosos para pedir a Dios que se digne colmar a nuestro prójimo. de todo tipo de felicidad y prosperidad, y veremos a este monstruo caer a nuestros pies. Y Vos, Señor, digna ayudarnos con vuestra gracia a destruir en nosotros toda autoestima ; inspíranos esa santa caridad que siempre nos mantenga unidos a nuestros hermanos en esta vida, para que podamos disfruta de vuestra gloria en el cielo para siempre.


                                                                           FIN


                                              ***

SAN PÍO X, Papa y Confesor

 



SAN PÍO X, Papa y Confesor
                                              n. 2 de junio de 1835 en Riese (Treviso), Italia;
                                              † 20 de agosto de 1914

En Roma, San Pío X, Papa y Confesor, cuyo tránsito se conmemora el 20 de agosto. 

En Corinto, el triunfo de santa Febe, de quien hace mención el Apóstol san Pablo escribiendo a los Romanos. 

En Capua, los santos Mártires Aristeo, Obispo, y Antonino, niño. 

El mismo día, el triunfo de los santos Mártires Aigulfo, Abad de Lerins, y sus Compañeros Monjes, los cuales, después de cortadas las lenguas y, sacados los ojos, fueron degollados. 

También los santos Mártires Zenón y Caritón, de los cuales el uno fue arrojado en una caldera de plomo derretido y el otro a las llamas de un horno. 

En Córdoba de España, san Sándalo, Mártir. En Aquilea, las santas Vírgenes y Mártires Eufemia, Dorotea, Tecla y Erasma, las cuales, siendo Emperador Nerón y Presidente Sebasto, al cabo de muchos suplicios, fueron degolladas y sepultadas por san Hermágoras. 

En Nicomedia, el suplicio de santa Basilisa, Virgen y Mártir, que siendo de nueve años, en la persecución del Emperador Diocleciano, y presidiendo Alejandro, superó por virtud divina los azotes, el fuego y las fieras a que fue condenada, convirtió a la fe de Cristo al mismo Presidente, y por fin, fuera de la ciudad, puesta en oración, entregó el alma a Dios. 

En Toul de Francia, san Mansueto, Obispo y Confesor. 

En Milán, la dichosa muerte de san Auxano, Obispo. 

El mismo día, san Simeón Estilita, el Joven. 

En Roma, la Traslación de santa Serapia, Virgen y Mártir, que padeció el martirio el 29 de Julio. 

En Roma también, la Exaltación al Sumo Pontificado del incomparable varón san Gregorio Magno, que, obligado a tomar sobre sí aquella carga, desde más elevado trono ilustró el Orbe con mayores resplandores de santidad. 

Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes. 
R. Deo Gratias. 

                                        
                                                ***


SAN PÍO X, Papa y Confesor 

- “Padre Santo, bendiga a mi hijo para que sea bueno, porque sé que si Ud. lo hace así lo será, porque Ud. es un SANTO”. 

- “Buena Señora, Ud. se equivoca de consonantes: Yo soy un Sarto (sastre) no un Santo”. 

Hacía alusión a su apellido que en italiano significa sastre. De origen humilde, su padre Juan Bautista, sencillo alguacil de Riese (Treviso, Italia) y Margarita Sansón, ama de casa. El Señor bendijo aquel hogar con diez hijos, de los cuales ocho llegaron a ser mayores. A nuestro protagonista se le impuso en el bautismo el nombre de José. Llamó la atención desde niño por su inteligencia, bondad y amor a todo lo que se refería a cosas del Señor. Quedó huérfano de padre muy pequeño. Su madre suplió muy bien aquella carencia y supo plasmar en el corazón de Beppi –como todos le llamaban cariñosamente– toda una gama de virtudes cristianas que luego dieron su fruto abundantemente. 

Al ser canonizado el 1954, el Papa Pío XII decía de él: “Pío X, pobre y rico, suave y humilde, de corazón fuerte, luchador por los derechos de la Iglesia, esforzado en el empeño de restaurar en Cristo todas las cosas”. Buen resumen de su preciosa y larga vida. D. Tito Fusarini, párroco de Riese, pronto caló en el alma grande del pequeño Beppi. Dijo un día, hablando de aquel niño: “Es el alma más noble de este país…”. Viendo claramente cuál era su vocación, le envió al Seminario y ayudó a pagar su carrera sacerdotal. En el archivo del seminario de Padua se conservan las notas de aquellos años y dicen de él: “Discípulo irreprochable. Inteligencia superior. Memoria excelente. Ofrece toda esperanza”. No se equivocaron. Era todo un presagio… Subió todos los escalones hasta llegar al sacerdocio, don que le llegó el 18 de septiembre de 1858, año de las apariciones de la Virgen de Lourdes. Así era él: Alto, delgado pero fuerte, elegante, de cutis blanco, labios finos, modales señoriales a la vez que sencillos y sin fingimiento, frente alta y cabellos abundantes, de mirada bondadosa. La Divina Providencia guió los pasos de D. Beppi de un modo maravilloso. Estaban marcados de nueve en nueve: como coadjutor, como arcipreste, como canónigo, como obispo, como cardenal… Cuando llegaba el noveno aniversario, ya sabía él que debía cambiar de cargo. Siempre en ascenso. Sólo como Papa fue dos años más. 

Al morir el Papa León XIII en el aula de Consistorio alguien votó al Cardenal Sarto de Venecia. Decía él: “Estos Padres me toman el pelo”. Un cardenal francés le preguntó si sabía o no su idioma; al contestarle que no, dijo: “Pues no es papable”. Sarto respondió: “Demos gracias a Dios”. Pero a la séptima votación fue elegido. Se resistió, mas al ver que era la voluntad divina manifestada por los votos de los Cardenales, aceptó convencido de que si Dios da un cargo, da las gracias necesarias para llevarlo a cabo. 

Tres eran sus más grandes características: La pobreza. Fue un Papa pobre que nunca fue servido más que por dos de sus hermanas, para las que tuvo que solicitar una pensión para que no se quedaran en la miseria a la hora de su muerte. La humildad. Pío X siempre se sintió indigno del cargo de Papa, no permitía lujos excesivos en sus recámaras, y sus hermanas que lo atendían no gozaban de privilegio alguno en el Vaticano. La bondad. Nunca fue difícil tratar con Pío X, pues siempre estaba de buen genio y dispuesto a mostrarse como padre bondadoso con quien necesitara de él. 

Dentro de sus obras destaca el combate contra dos herejías en boga en esa época: El Modernismo, al que combatió fuertemente, principalmente con la encíclica Pascendi; el Jansenismo, decretando la autorización para que los niños pudieran recibir la comunión desde el momento en que entendieran quién está en la Santa Hostia Consagrada. Este decreto le valió ser llamado el Papa de la Eucaristía. Fundó el Instituto Bíblico para perfeccionar las traducciones de la Biblia y nombró una comisión encargada de ordenar y actualizar el Derecho Canónico. Promovió el estudio del Catecismo. Aceptó el Papado “como una cruz”, y de veras que lo fue para él. Había escogido el nombre de Pío inspirado en que los Papas que eligieron ese nombre habían sufrido por defender la religión. Poco antes de morir estalló la primera guerra mundial, a pesar de haber trabajado cuanto pudo para evitarla. Era el 20 de agosto de 1914 cuando volaba al cielo, llorado por toda la cristiandad. 


ORACIÓN A SAN PÍO X 

Glorioso Papa de la Eucaristía, San Pío X, que te has empeñado en “restaurar todas las cosas en Cristo”. Obtenme un verdadero amor a Jesucristo, de tal manera que sólo pueda vivir por y para Él. Ayúdame a alcanzar un ardiente fervor y un sincero deseo de luchar por la santidad, y a poder aprovechar todas las riquezas que brinda la Sagrada Eucaristía. Por tu gran amor a María, madre y reina de todo lo creado, inflama mi corazón con una tierna y gran devoción a ella. Bienaventurado modelo del sacerdocio, intercede para que cada vez hayan más santos y dedicados sacerdotes, y se acrecienten las vocaciones religiosas. Disipa la confusión, el odio y la ansiedad, e inclina nuestros corazones a la paz y la concordia, a fin de que todas las naciones se coloquen bajo el dulce reinado de Jesucristo. Amén. 

Fuentes: Martirologio Romano (1956), Patron Saints Index

PREPARACIÓN PARA LA MUERTE, San Alfonso Mª de Ligorio (10)

 



                                                    CUARTA CONSIDERACIÓN
                                                CERTIDUMBRE DE LA MUERTE


                                                            PUNTO PRIMERO
                                                     Todos tenemos que morir


Statutum est hominibus semel mori ad módícu parens..
Está decretado que los hombres mueren sólo una vez. Heb. 9, 27.



Escrita está la sentencia de muerte para todo el humano linaje. El hombre ha de morir. Decía San Agustín (In Salm. 12): La muerte sólo es segura; los demás bienes y males nuestros, inciertos son. No se puede saber si aquel niño que acaba de nacer será rico o pobre, si tendrá buena o mala salud, si morirá joven o viejo. Todo ello es incierto, pero es cosa indudable que ha de morir. Magnates y reyes serán también segados por la hoz de la muerte, a cuyo poder no hay fuerza que resista. Posible es resistir al fuego, al agua, al hierro, a la potestad de los príncipes, mas no a la muerte. Refiere Vicente de Beauvais que un rey de Francia, viéndose en el término de su vida, exclamó: Con todo mi poder no puedo conseguir que la muerte me espere una hora más. Cuando ese trance llega, ni por un momento podemos demorarle.


Aunque vivieres, lector mío, cuantos años deseas, ha de llegar un día, y en ese día una hora, que será la última para ti. Tanto para mí, que esto escribo, como para ti, que lo lees, está decretado el día y punto en que ni yo podré escribir ni tú leer más. ¿Quién es el hombre que vivirá y no verá la muerte? (Sal. 88, 49). Dada está la sentencia. No ha habido hombre tan necio que se haya forjado la ilusión de que no ha de morir. Lo que acaeció a tus antepasados te sucederá también a ti. De cuantas personas vivían en tu patria al comenzar el pasado siglo, ni una sola queda con vida. También los príncipes y monarcas dejaron este mundo. No queda más de ellos que el sepulcro de mármol y una inscripción pomposa, que hoy nos sirve de enseñanza, patentizándonos que de los grandes del mundo sólo resta un poco de polvo detrás de aquellas losas... Pregunta San Bernardo: Dime, ¿dónde están los amadores del mundo? Y responde: Nada de ellos queda, sino cenizas y gusanos.


Preciso es, por tanto, que procuremos, no la fortuna perecedera, sino la que no tiene fin, porque inmortales son nuestras almas. ¿De qué os servirá ser felices en la tierra—-aunque no puede haber verdadera felicidad en un alma que vive alejada de Dios—, si después habréis de ser desdichados eternamente?... Ya os habéis preparado morada a vuestro gusto. Pensad que pronto tendréis que dejarla para consumiros en la tumba. Habéis alcanzado tal vez la dignidad que os eleva sobre los demás hombres. Pero llegará la muerte y os igualará con los más viles plebeyos del mundo.




AFECTOS Y PETICIONES

¡Infeliz de mi!, que durante tantos años sólo he pensado en ofenderos, ¡oh Dios de mi alma !... Pasaron ya esos años; tal vez mi muerte está ya cerca, y no hallo en mí más que remordimiento y dolor. ¡Ah Señor, si os hubiese siempre servido !...¡ Cuan loco fui !... En tantos años como he vivido, en vez de granjear méritos para la otra vida, ¡ me he colmado de deudas para con la divina justicia!... Amado Redentor mío, dadme luz y ánimo para ordenar mi conciencia ahora. Quizá no esté la muerte lejos de mí, y quiero prepararme para aquel momento decisivo de mi felicidad o mi desdicha eterna. Gracias mil os doy por haberme esperado hasta ahora. Y ya que me habéis dado tiempo de remediar el mal cometido, heme aquí, Dios mío; decidme lo que deseáis que haga por Vos. ¿Queréis que me duela de las ofensas que os hice?... Me arrepiento de ellas y las detesto con toda el alma... ¿Queréis que me emplee en amaros estos años o días que me resten? Así lo haré, Señor. ¡Oh Dios mío! También más de una vez formé en lo pasado esas mismas resoluciones, y mis promesas se trocaron en otros tantos actos de traición. No, Jesús mío; no quiero ya mostrarme ingrato a tantas gracias como me habéis dado. Si ahora, al menos, no mudo de vida, ¿cómo podré en la muerte esperar perdón y alcanzar la gloria? Resuelvo, pues, firmemente dedicarme de veras a serviros desde ahora. Y Vos, Señor, ayudadme, no me abandonéis. Ya que no me abandonasteis cuando tanto os ofendía, espero con mayor motivo vuestro socorro ahora que me propongo abandonarlo todo para serviros. Permitid que os ame, ¡oh Dios, digno de infinito amor! Admitid al traidor que, arrepentido, se postra a vuestros pies y os pide misericordia.


Os amo, Jesús mío, con todo mi corazón y más que a mi mismo. Vuestro soy; disponed de mí y de todas mis cosas como os plazca. Concededme la perseverancia en obedeceros; concededme vuestro amor, y haced de mí lo que os agrade.


María, Madre, refugio y esperanza mía, a Vos me encomiendo; os entrego mi alma; rogad a Dios por mí.

Continuará...

AUDI, FILIA, ET VIDE (Beato Juan de Ávila) (6)

 



                                                                  CAPÍTULO 6

De dos causas de las tentaciones sensuales; y qué medios habemos de usar contra ellas cuando nacen de la impugnación del demonio.


Debemos mucho advertir que el remedio que habemos dicho de afligir la carne suele ser provechoso cuando la tentación nace de la misma carne, como suele acaecer a los mozos y a los que tienen buena salud y regalada su carne; y entonces aprovecha poner el remedio en ella, pues está en ella la raíz de la enfermedad.


Mas otras veces viene esta tentación de parte del demonio; y verse ha ser así, en que más combate con pensamientos y feas imaginaciones del ánima, que con feos sentimientos del cuerpo; o si los hay, no es porque la tentación comience en ellos, mas comenzando por pensamientos, resulta el sentimiento en la carne; la cual algunas veces estando flaquísima y como muerta, están los malos pensamientos vivísimos, como a San Jerónimo acaecía, según él lo cuenta. Y tienen también otra señal, que es venir importunamente y cuando el hombre menos querría, y menos ocasión hay para ello. Y ni acatan reverencia a tiempos de oración, ni de misa, ni lugares sagrados, en los cuales un hombre, por malo que sea, suele tener acatamiento y abstenerse de pensar estas cosas. Y algunas veces son tantos y tales estos pensamientos, que el hombre nunca oyó, ni supo, ni imaginó tales cosas como se le ofrecen. Y en la fuerza con que vienen, y cosas que oye interiormente, siente el hombre que no nacen de él, sino que otro las dice y las hace. Cuando estas y otras señales semejantes hubiere, tened por cierto que es persecución del demonio en la carne, y que no nace de ella, aunque se padece en ella. La cual guerra es más peligrosa que la pasada, por querernos muy mal quien la hace, y por ser enemigo tan infatigable para guerrear, velando y durmiendo, y en todo tiempo y lugar.


Y el remedio de este mal es procurar alguna buena ocupación que ponga en cuidado y trabajo, con el cual pueda olvidar aquellas feas imaginaciones. Y a este intento procuró San Jerónimo, según él mismo lo cuenta, de estudiar la lengua hebrea con mucho trabajo, aunque no sin fruto, y dice: «Haz siempre alguna buena obra porque te halle el demonio bien ocupado.» Y también hablando en este propósito, de cuán provechosa es para esto la vida de los monasterios, le aconseja diciendo: «Y en ella cumplas cada día lo que te fuere encargado, y seas sujeto a quien no querrías, y vayas cansado a la cama, y andando te caigas dormido; y sin haber cumplido con el sueño seas constreñido a te levantar, y digas tu Salmo cuando te viniere, y sirvas a los hermanos, y laves los pies a los huéspedes; y siendo injuriado, calles, y temas, como al señor al abad del monasterio, y le ames como a padre, y creas que todo lo que él te mandare es cosa que te conviene, y no juzgues a tus mayores, pues que tu oficio es obedecer y cumplir lo mandado, según dice Moisés (Deut., 6): Oye, Israel, y calla. Y estando ocupado en tantos negocios, no tendrás lugar para otros pensamientos; y pasando de una obra en otra, aquello solamente tendrás en la memoria, que de presente eres constreñido a hacer.» Esto dice San Jerónimo. Y conforme a esto, se usaba entonces en los monasterios ejercitar a los mozos en buenas ocupaciones, más que en soledad y larga oración, por el peligro que de parte de su carne y pasiones no mortificadas les puede y suele venir.


Aunque esta regla tiene excepciones, por haber en las personas disposiciones diversas y dones particulares de Dios; por lo cual con justa causa puede darse la oración larga al mozo y quitarse al viejo. Y dije que no ocupaban al mozo en larga oración; entiendo de aquella en la cual se gasta casi todo el tiempo, y se tiene como por oficio. Porque no tener algunos ratos de ella sería yerro muy grande, por los bienes que perdería; y porque aun para bien hacer la ocupación es menester ganar espíritu y fuerzas en la oración; que de otra manera suelen los ocupados quejarse y andar desabridos, como carro cargado y no untado con la blandura de la devoción.


Y estén advertidos los principiantes a que el demonio particularmente procura de traerles las tales imaginaciones al tiempo de la oración, por hacer que la dejen y descanse él. Porque aunque el demonio nos fatiga mucho con sus tentaciones, mucho más le fatigamos a él y le queman nuestras devotas oraciones; y por eso procura que no las hagamos, o que las hagamos mal hechas. Mas nosotros debemos, como a porfía, trabajar todo lo que nos fuere posible por no dejar nuestro ejercicio, pues en la persecución que en él tenemos se demuestra bien cuán provechoso nos es. Y si tanto nos acosare la guerra haciendo la oración mentalmente, y sintiéremos mucho peligro por las tales imaginaciones, debemos a más no poder orar vocalmente, y herir nuestros pechos, lastimar nuestra carne, poner los brazos en cruz, alzar las manos y los ojos al Cielo pidiendo socorro a Nuestro Señor; de manera que, en fin, se gaste bien aquel rato que para orar teníamos diputado [dispuesto]; o hacer algo que nos divierta [distraiga], especialmente hablar con alguna buena persona que nos esfuerce; aunque esto ha de ser a más no poder, porque no se vence nuestra flaqueza a querer vencer huyendo, y nos haga nuestro enemigo perder el lugar de nuestra pelea y las fuerzas de pelear; que, en fin, el Señor piadoso y poderoso mandará, cuando nos convenga, que nuestro adversario calle, y no nos impida nuestra secreta y amigable habla que solíamos tener con Él.

Continuará...