Nuestra Señora del Pilar, Patrona de la Hispanidad - 12 de octubre

 


Nuestra Señora del Pilar, Patrona de la Hispanidad 


Cuenta una antigua y piadosa tradición que, estando el Apóstol Santiago el Mayor en oración a las orillas del río Ebro, se le apareció la Santísima Virgen María, en el año 40, viviendo aún en carne mortal, para consolarlo y esforzarlo a proseguir en España su obra de evangelización, y allí mismo le mandó construir un templo en honor suyo.


Según una venerada tradición, la Santísima Virgen María se manifestó en Zaragoza sobre una columna o pilar, signo visible de su presencia. Esta tradición encontró su expresión cultural en la misa y en el Oficio que, para toda España, decretó S.S. Clemente XII. S.S. Pío VII elevó la categoría litúrgica de la fiesta. Finalmente, S.S. Pío XII otorgó a todas las naciones sudamericanas la posibilidad de celebrar la misma misa que se celebraba en España.


La tradición se remonta al año 40, cuando el 2 de enero la Virgen María se apareció a Santiago el Mayor en Caesaraugusta. María llegó a Zaragoza «en carne mortal» —antes de su Asunción— y como testimonio de su visita dejó una columna de jaspe conocida popularmente como «el Pilar». Santiago y los siete primeros convertidos de la ciudad edificaron una primitiva capilla de adobe a orillas del Ebro. Este testimonio es recogido por un manuscrito de 1297 de los Moralia, que se custodia en el Archivo del Pilar. La devoción mariana inició en los albores del siglo XIII, cuando comenzaron las primeras peregrinaciones a Santa María la Mayor.


La imagen de la Virgen es una talla en madera dorada; mide treinta y seis centímetros y medio de altura y descansa sobre una columna de jaspe forrada de bronce y plata y cubierto, a su vez, por un manto desde los pies de la imagen de la virgen hasta la base vista de la columna o pilar, a excepción de los días dos, doce y veinte de cada mes en que aparece la columna visible en toda su superficie. En la fachada posterior de la capilla se abre el humilladero, donde los fieles pueden venerar la Santa Columna a través de un óculo abierto.



Simbolismo del pilar

El pilar o columna da la idea de la solidez del edificio-iglesia y la firmeza de la columna-confianza en la protección de la Virgen María.


La columna es símbolo del conducto que une el cielo y la tierra, "manifestación de la potencia de Dios en el hombre y la potencia del hombre bajo la influencia de Dios". Es soporte de lo sagrado, soporte de la vida cotidiana. Santa María, la puerta del cielo, la escala de Jacob, ha sido la mujer escogida por Dios para venir a nuestro mundo. En ella la tierra y el cielo se han unido en Jesucristo.


Las columnas garantizan la solidez del edificio, sea arquitectónico o social. Quebrantarlas es amenazar el edificio entero. La columna es la primera piedra del templo, que se desarrolla a su alrededor; es el eje de la construcción que liga entre si los diferentes niveles. La Virgen María es también la primera piedra de la Iglesia, el templo de Dios; en torno a ella, lo mismo que los apóstoles reunidos el día de Pentecostés, va creciendo el pueblo de Dios; la fe y la esperanza de la Virgen alientan a los cristianos en su esfuerzo por edificar el reino de Dios.


La Santa Columna está hecha de jaspe, tiene 1,77 metros de altura, un diámetro de 24 centímetros y un forro de bronce y plata. La tradición pilarista afirma que jamás ha variado su ubicación desde la visita de la Virgen María a Santiago.



Tres rasgos peculiares que caracterizan a la Virgen del Pilar:

1- Se trata de una venida extraordinaria de la Virgen durante su vida mortal. A diferencia de las otras apariciones, la Virgen vino cuando todavía vivía en Palestina.


2- La Columna o Pilar que la misma Señora trajo para que, sobre él se construyera la primera capilla que, de hecho, sería el primer Templo Mariano de toda la Cristiandad.


3- La vinculación de la tradición pilarista con la tradición jacobea (del Santuario de Santiago de Compostela). Por ello, Zaragoza y Compostela, el Pilar y Santiago, han constituido dos ejes fundamentales, en torno a los cuales ha girado durante siglos la espiritualidad de la patria española.


Virgen santa, Madre mía,

luz hermosa, claro día,

que la tierra aragonesa

te dignaste visitar(bis)

Este pueblo que te adora

de tu amor favor implora

y te aclama y te bendice

abrazado a tu Pilar.

Pilar sagrado, faro esplendente,

rico presente de caridad.

Pilar bendito, trono de gloria,

tú a la victoria nos llevarás.

Cantad, cantad

himnos de honor y de alabanza.

Cantad, cantad

a la Virgen del Pilar.




Maternidad de la Santísima Virgen María (11 de octubre)

 



Maternidad de la Santísima Virgen


Oh Dios, que quisiste que, al anuncio del Angel, tu Verbo se encarnase en el seno de la Bienaventurada Virgen María: suplicámoste hagas que, los que creemos que ella es verdadera Madre de Dios, seamos ayudados ante ti por su intercesión. Por el mismo Nuestro Señor Jesucristo.



EL TÍTULO DE MADRE DE DIOS

Entre todos los títulos de alabanza tributados a Nuestra Señora no hay ninguno más glorioso que el de Madre de Dios. Ser Madre de Dios es el porqué de María, el secreto de sus gracias y de sus privilegios.


Para nosotros este título encierra en sustancia todo el misterio de la Encarnación; y no hay otro por el que podamos con más razón felicitarla a ella y regocijarnos nosotros. San Efrén justamente pensaba que, para dar uno prueba cierta de su fe, le bastaba confesar y creer que la Santísima Virgen María es Madre de Dios.


Y por eso la Iglesia no puede celebrar ninguna fiesta de la Virgen María sin alabarla por este augusto privilegio. En su Inmaculada Concepción, en su Natividad, e igualmente en su Asunción, siempre saludamos en ella a la Santa Madre de Dios. Y eso es precisamente lo que hacemos nosotros también al repetir tantas veces a diario el Ave María.



LA HEREJÍA NESTORIANA

“Teotokos, Madre de Dios”: así se la llamó a María en todo tiempo. Hacer la historia del dogma de la maternidad divina sería hacer toda la historia del cristianismo. El nombre Teotokos de tal forma había penetrado en el espíritu y en el corazón de los fieles, que se armó un escándalo enorme el día el que ante Nestorio, obispo de Constantinopla, un sacerdote, portavoz suyo, tuvo la osadía de pretender que María no era Madre más que de un hombre, porque era imposible que un Dios naciese de una mujer.


Pero entonces ocupaba la silla de Alejandría un obispo, San Cirilo, a quien Dios suscitó para defender el honor de la Madre de su Hijo. Al punto hizo pública su extrañeza: “Estoy admirado de que haya hombres que pongan en duda que a la Santísima Virgen se la pueda llamar Madre de Dios. Si Nuestro Señor es Dios, ¿cómo podrá ser que María, que le dio al mundo, no sea Madre de Dios? Esta es la fe que nos transmitieron los discípulos, aunque no se sirviesen de este término; es también la doctrina que nos enseñaron los Santos Padres.”



EL CONCILIO DE EFESO

Nestorio no admitió cambio alguno en sus ideas. El emperador convocó un Concilio, que inauguró sus sesiones en Éfeso el 22 de junio del 431; en él presidió San Cirilo, como legado del Papa Celestino. Se juntaron 200 obispos; proclamaron que “la persona de Cristo es una y divina y que la Santísima Virgen tiene que ser reconocida y venerada por todos como realmente Madre de Dios”. Al saberse esta noticia, los cristianos de Éfeso entonaron cantos de triunfo, iluminaron la ciudad y acompañaron a sus domicilios con antorchas a los obispos “que habían venido, gritaban, a devolvernos la Madre de Dios y a ratificar con su autoridad santa lo que estaba escrito en todos los corazones”.


Y, como ocurre siempre, los esfuerzos del diablo sólo sirvieron para preparar y suscitar un triunfo magnifico a Nuestra Señora; los Padres del Concilio, así cuenta la tradición, para perpetua memoria añadieron al Ave María esta cláusula: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”: oración que desde entonces recitan todos los días millones de almas para reconocer en María la gloria de Madre de Dios que un hereje la quiso arrebatar.



LA FIESTA DEL 11 DE OCTUBRE

El año 1931, al celebrarse el centenario XV del Concilio, pensó S.S. Pío XI que sería “útil y grato a los fieles el meditar y reflexionar sobre un dogma tan importante” como es el de la maternidad divina.


Para que quedase perpetuo testimonio de su piedad a María, escribió la Encíclica Lux Veritatis, restauró la basílica de Santa María la Mayor de Roma y además instituyó una fiesta litúrgica, que “contribuiría al aumento de la devoción hacia la Soberana Madre de Dios entre el clero y los fieles, y presentaría a la Santísima Virgen y a la Sagrada Familia de Nazaret como un modelo para las familias”, para que así se respeten cada vez más la dignidad y la santidad del matrimonio y la educación de la juventud.


En las fiestas del 1º de enero y en las del 25 de marzo tuvimos ocasión de considerar lo que para María lleva consigo su dignidad de Madre de Dios. El tema, por decirlo así, es inagotable: podemos detenernos hoy todavía unos momentos más.



MARÍA EXTERMINADORA DE LAS HEREJÍAS

“Alégrate, oh Virgen María, porque tú sola has destruido en todo el mundo todas las herejías.”

Esta antífona de la Liturgia demuestra claramente que el dogma de la maternidad divina es el sostén y la defensa de todo el cristianismo. Confesar la maternidad divina, vale tanto como confesar, en el Verbo Encarnado, la naturaleza humana y la naturaleza divina, y también la unidad de persona; es afirmar la distinción de personas en Dios y la unidad de su naturaleza; es reconocer todo el orden sobrenatural de la gracia y de la gloria.



MARÍA ES CON TODA VERDAD MADRE DE DIOS

Ahora bien, es fácil reconocer que María es con toda propiedad Madre de Dios. “Si el Hijo de la Santísima Virgen es Dios, escribía S.S. Pío XI en su Encíclica Lux Veritatis, la que le engendró debe llamarse Madre de Dios; si la persona de Jesucristo es una y divina, no cabe duda ninguna que todos tienen que llamar a María Madre de Dios y no sólo Madre de Cristo-hombre… Del mismo modo que a las demás mujeres se las llama madres, y lo son realmente, porque en su seno formaron nuestra sustancia caduca y no porque creasen el alma humana así alcanzó la Virgen la maternidad divina por el hecho de haber engendrado a la única persona de su Hijo.”



CONSECUENCIAS DE LA MATERNIDAD DIVINA

De aquí se derivan como de una misteriosa y viva fuente la gracia especial de María y su suprema dignidad después de Dios. La Bienaventurada Virgen María tiene una dignidad casi infinita, dice Santo Tomás, y proviene del bien infinito que es Dios. Cornelio a Lapide explica así estas palabras: "es Madre de Dios: sobrepuja, por consiguiente, en excelencia a todos los Ángeles, Querubines y Serafines. Es Madre de Dios: es, por tanto, la más pura y las más santa de todas las criaturas, y, excepción hecha de Dios, no es posible figurarse mayor santidad que la de la Santísima Virgen. Es Madre de Dios: por eso, se la concedió a ella su privilegio antes que a cualquier Santo se concediese cualquier privilegio del orden de la gracia santificante".



DIGNIDAD DE MARÍA

Este privilegio de la divina maternidad relaciona a María con Dios con una relación tan particular y tan íntima, que no hay dignidad creada que pueda compararse con la suya. Esa dignidad la pone en relación inmediata con la unión hipostática y la hace entrar en relaciones íntimas y personales con las tres personas de la Santísima Trinidad.


MARÍA Y JESÚS - La maternidad divina une a María con su Hijo con un lazo mucho más fuerte que el de las demás madres con respecto a sus hijos. Estas no son las únicas que intervienen en la generación, mientras que la Santísima Virgen fue ella sola la que produjo a su Hijo, el Hombre-Dios, de su propia sustancia, Jesús es fruto de su virginidad. Pertenece a su Madre porque ella le concibió y le dio a luz en el tiempo, ella le alimentó con la leche virginal de sus pechos, ella le educó, ella ejerció sobre El su autoridad maternal.


MARÍA Y EL PADRE - La maternidad divina liga a María con el Padre de una manera que no se puede expresar con palabras humanas.

María tiene por Hijo al mismo Hijo de Dios; imita y reproduce en el tiempo la generación misteriosa por la que el Padre engendra a su Hijo en la eternidad. Y de ese modo llega a ser la coasociada del Padre en su Paternidad: “Si el Padre nos ha dado pruebas de un afecto sincero, decía Bossuet, porque nos ha dado a su Hijo por Maestro y Salvador, el amor inefable que siente por ti, oh María, le hizo concebir otros muchos planes en nuestro favor. Dispuso que fuese tan tuyo como de El; y, para formar contigo una sociedad eterna, quiso que fueses la Madre de su único Hijo y ser El el Padre del tuyo”


MARÍA Y EL ESPÍRITU SANTO - La maternidad divina une igualmente a María con el Espíritu Santo, ya que por el Espíritu Santo concibió al Verbo en su seno. S.S. León XIII llama a María: Esposa del Espíritu Santo. Y María es su santuario privilegiado a causa de las maravillas inauditas de la gracia que ese Espíritu divino obró en ella.


“Si Dios está con los Santos, concluye San Bernardo, está con María de un modo particularísimo; porque, entre Dios y ella la conformidad es tan perfecta, que Dios se ha unido no sólo a su voluntad, sino también a su carne, y de su sustancia y de la sustancia de la Virgen, hizo un solo Cristo; Cristo, aunque no procede en lo que es, ni todo completo de Dios ni todo completo de la Virgen, no deja de ser, esto no obstante, todo entero de Dios y todo entero de la Virgen; pues no hay dos hijos, sino uno solo, que lo es de Dios y de la Virgen. Por eso la dice el ángel: Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Está contigo no sólo el Señor Hijo, a quien tú revistes de tu carne, sino el Señor Espíritu Santo, de quien tú concibes y el Señor Padre, que ha engendrado al que tú concibes. El Padre está contigo y hace que su Hijo sea tuyo; el Hijo está contigo y, para realizar en ti el admirable misterio, se abre milagrosamente para sí tu seno, pero respetando el sello de tu virginidad; el Espíritu Santo está contigo y juntamente con el Padre y el Hijo, santifica tu seno. Ciertamente, el Señor está contigo”.



ORACIÓN

Santísima Madre de Dios, en vano la herejía ha querido quitaros este glorioso título: postrados a vuestros pies os pedimos nos defendáis de los enemigos de nuestra salvación, para que sean también vanos todos los esfuerzos que hacen para arrancarnos la inocencia del corazón.


Fuente: El Año Litúrgico, Dom Gueranger





NUESTRA SEÑORA DEL SANTO ROSARIO (7 de octubre)

 



Nuestra Señora del Santo Rosario - 7 de octubre


Esta fiesta fue instituida en honor a la Santísima Virgen por la protección que ha dispensado a la Iglesia a través del Santísimo Rosario, como un recuerdo de la gran victoria que las armas cristianas, a las órdenes de Don Juan de Austria, consiguieron en Lepanto, el 7 de octubre de 1571.


El Rosario es la devoción de los últimos siglos. Su fundamento está en el Evangelio mismo, pero su práctica es relativamente reciente. La Santísima Virgen le enseñó esta fórmula a Santo Domingo de Guzmán, a fin de que encontrase en ella un medio de protección y defensa en su lucha contra los albigenses.


Los Dominicos la propagaron en los últimos años en la Edad Media, y el Papa San Pío V concedió a los que la rezasen muchas indulgencias, que fueron ampliadas por sus sucesores. El Rosario es un compendio del Evangelio y un delicado homenaje a María Santísima.



Una fecha importante

El 7 de octubre de 1571, se libró una de las batallas navales más importantes cerca de lo que hoy se conoce como el Golfo de Patrás, en ese entonces el Golfo de Lepanto. De un lado se encontraban las galeras de guerra de la Liga Santa y, del otro, las de los turcos otomanos, disputándose el control definitivo del Mediterráneo. El Papa San Pío V exhortó al mundo cristiano a rezar el rosario, y ordenó la devoción de las 40 horas en Roma durante las cuales tuvo lugar la batalla, y, asimismo, ordenó que las iglesias permanecieran abiertas día y noche. La flota cristiana, superada grandemente en número por los turcos, infligió una derrota increíble a la flota turca, aniquilándola por completo.


Tras la victoria cristiana en esta batalla, el Santo Padre conmemoró esta fecha estableciendo la fiesta de "Nuestra Señora de las Victorias". Más tarde, su sucesor, S.S. Gregorio XIII, cambiaría el título a su actual nombre: "Nuestra Señora del Rosario."



Decreto del Papa San Pío V sobre el poder del santo Rosario

"...Y así, Domingo consideró esa sencilla manera de orar y suplicar a Dios, que se llama Rosario, o Salterio de la Santísima Virgen, accesible a todos y completamente piadosa. En él, la Santísima Virgen es venerada con el angélico saludo repetido ciento cincuenta veces, esto es, según el número del Salterio de David, y con la Oración del Señor en cada decena. Interpuestas con estas oraciones hay ciertas meditaciones que muestran la vida entera de Nuestro Señor Jesucristo, completando así el método de oración ideado por los Padres de la Santa Iglesia Romana. Este mismo método fue propagado por Santo Domingo, y difundido por los frailes del bienaventurado Domingo (...). Los fieles de Cristo, inflamados por estas oraciones, comenzaron inmediatamente a transformarse en hombres nuevos. La oscuridad de la herejía comenzó a disiparse y la luz de la fe católica se reveló. En muchos lugares, los frailes de la Orden empezaron a fundar cofradías en honor a esta oración (...). Siguiendo el ejemplo de nuestros predecesores, al ver que la Iglesia militante, que Dios ha puesto en nuestras manos, es sacudida en estos tiempos por tantas herejías, y es gravemente vejada por tantas guerras y por la depravación de la moral de los hombres, también elevamos nuestros ojos, llorando, pero llenos de esperanza, hacia esa misma montaña, de donde surge toda ayuda, y alentamos y amonestamos a cada miembro de los fieles de Cristo a hacer lo mismo en el Señor".

Roma, Basílica de San Pedro, 17 de septiembre del año 1569, cuarto de Nuestro Pontificado.


De todas las devociones a la Santísima Virgen María, el Rosario es la más extensamente difundida entre los fieles. Todo buen católico, amante de la Madre de Dios, debe tener una tierna devoción al rezo del Rosario y obedecer la petición del cielo de rezarlo diariamente.




Fiesta de los Santos Ángeles Guardianes (2 de octubre)

 



Fiesta de los Santos Ángeles Guardianes - 2 de octubre


Aunque la solemnidad del 29 de septiembre tiene por objeto honrar a todos los espíritus bienaventurados de los nueve coros, la piedad de los fieles en estos últimos siglos ha deseado se consagrase un día especial en la tierra a celebrar a los Ángeles custodios.


Diversas Iglesias empezaron a celebrar esta fiesta y la pusieron en diferentes fechas del año; S.S. Paulo V, aunque la permitía el 27 de septiembre de 1608, creyó conveniente no imponer su aceptación; S.S. Clemente X terminó con esta variedad respecto a la nueva fiesta y el 20 de septiembre de 1670 la fijó en el 2 de octubre, primer día libre después de San Miguel, a cuya fiesta está como subordinada.


Es de fe que en este destierro, Dios encomienda a los Ángeles la custodia de los hombres destinados a contemplarle en el cielo, y esto lo aseguran las Escrituras y lo afirma unánimente la Tradición. Las conclusiones más ciertas de la teología católica extienden el beneficio de esta protección preciosa a todos los miembros de la raza humana, sin distinción de justos o pecadores, de infieles o bautizados.


Alejar los peligros, sostener al hombre en su lucha contra el demonio, despertar en él santos pensamientos, apartarle del mal y castigarle de cuando en cuando, rogar por él y presentar a Dios sus propias oraciones: he ahí el oficio del Ángel custodio. Y es un ministerio tan especial, que no acumula el mismo Ángel la custodia simultánea de varios, y tan asiduo, que acompaña a su protegido desde el primer día al último de su vida, recogiendo el alma al salir de este mundo para conducirla después del juicio al puesto que se mereció en los cielos o en la mansión temporal de purificación y de expiación.


La santa milicia de los Ángeles custodios se recluta principalmente en las proximidades más inmediatas a nuestra naturaleza, entre los puestos del último de los nueve coros. Dios, en efecto, reserva para el honor de formar su augusta corte a los Serafines, Querubines y Tronos. Las Dominaciones presiden desde lo alto de su trono el gobierno del universo; las Virtudes velan por la firmeza de las leyes de la naturaleza, por la conservación de las especies, por los movimientos de los cielos; las Potestades mantienen encadenado al infierno.


La raza humana, en su conjunto y en los cuerpos sociales de las naciones y de las Iglesias, está confiada a los Principados; en tanto que el oficio de los Arcángeles, encargados de las comunidades menores, parece ser también el de transmitir a los Ángeles las órdenes del cielo, con el amor y la luz que baja para nosotros de la primera y suprema jerarquía. ¡Abismos de la Sabiduría de Dios! (Rom. 11, 33).


Así pues, el conjunto admirable de ministerios dispuesto entre los diversos coros de los espíritus celestiales, se ordena, como fin, a la custodia inmediatamente confiada a los más humildes de ellos, a la custodia del hombre, para quien fue creado el universo. Lo mismo afirma la Escuela; y lo dice el Apóstol: "¿No son todos ellos espíritus ministrantes, enviados para servicio en favor de los que han de heredar la salud?" (Heb. 1, 14). (...)


Para terminar, escuchemos hoy, como lo hace la Iglesia, al Abad de Claraval, a cuya elocuencia parece que en esta ocasión le nacen alas: “En todo lugar muéstrate respetuoso con tu Ángel. Muévate a rendir culto a su grandeza el agradecimiento por sus beneficios. Ama a ese futuro coheredero, que ahora es el tutor designado por el Padre para los días de tu niñez. Porque, aunque somos hijos de Dios, no pasamos ahora de niños y el camino es largo y peligroso. Pero Dios ha mandado a sus Ángeles que te guarden en todos tus caminos; y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece en las piedras. Pisarás sobre áspides y basiliscos y hollarás al león y al dragón (Sal. 90, 11-13). Ciertamente, por donde el camino es fácil para un niño, su ayuda se reducirá a ser simplemente un guía, a sostenerte como se hace con los niños. Pero la prueba ¿corre peligro de exceder a tus fuerzas? Te llevarán en sus manos. ¡Manos de Ángeles! ¡Cuántos atolladeros temibles, saltados como sin darse cuenta merced a esas manos, sólo dejarán en el hombre la impresión de una pesadilla desvanecida rápidamente!"


Unámonos a la Iglesia ofreciendo a los Ángeles Guardianes este Himno de las Vísperas del día.


Celebramos a los Ángeles que custodian a los humanos. El Padre Celestial los hizo compañeros de nuestra débil naturaleza, para que no sucumbieran a las trampas enemigas.


Porque, como el ángel maligno fue justamente arrojado de sus honores, la envidia lo corroe y se esfuerza por perder a los que el Señor llama a los cielos.


Vuela, pues, hacia nosotros, guardián que nunca duerme; aparta de la tierra que te ha sido confiada las enfermedades del alma y toda amenaza a la paz de sus habitantes.


Sea siempre alabada y amada la Santísima Trinidad, cuyo poder eterno gobierna este triple mundo de los cielos, la tierra y el abismo, cuya gloria domina los siglos. Amén.


Fuente: L'année liturgique de Dom Guéranger






DEDICACIÓN DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL (29 de septiembre)

 



Dedicación de San Miguel Arcángel


OBJETO DE LA FIESTA

La dedicación de San Miguel, aunque es la más solemne de las fiestas que la Iglesia celebra cada año en honor del Arcángel, le es menos personal, porque en ella se celebra a la vez a todos los coros de la jerarquía angélica. En efecto, la Iglesia, por boca de Rabano Mauro, abad de Fulda, propone a nuestra meditación el objeto de la fiesta de este día en el himno de las primeras Vísperas:


En nuestras alabanzas celebramos

A todos los guerreros del cielo;

Pero ante todo al jefe supremo

De la milicia celestial:

A Miguel que, lleno de valentía,

Derribó al demonio.



ORÍGENES DE LA FIESTA

La fiesta del 8 de mayo nos trae a la memoria la aparición en el monte Gargano. En la Edad Media, sólo la celebraba la Italia meridional. La fiesta del 29 de septiembre es propia de Roma, pues recuerda el aniversario de la Dedicación de una basílica hoy desaparecida, situada en la Via Salaria, al Noreste de la Ciudad.

La dedicación de esta iglesia nos da la razón del título que hasta hoy conserva el Misal Romano para la fiesta de San Miguel: Dedicatio sancti Michaelis. El carácter primitivamente local de este título se fue atenuando poco a poco en los libros litúrgicos de las Iglesias de Francia o de Alemania, que en la Edad Media seguían la Liturgia romana: la fiesta llevaba entonces el título In Natale o In Veneratione sancti michaelis y, del título antiguo no quedaba ya más que el nombre del Arcángel.



EL OFICIO DE SAN MIGUEL

El oficio tampoco podía conservar recuerdo de la dedicación: los oficios antiguos de las dedicaciones celebraban, en efecto, al santo en cuyo honor se consagraba una iglesia y no el edificio material en que era honrado. No tenían, pues, nada de impersonal, sino que, al contrario, revestían un carácter muy especificado.

El oficio de San Miguel puede contarse entre las más bellas composiciones de nuestra Liturgia. Nos hace contemplar unas veces al príncipe de la milicia celestial y jefe de todos los ángeles buenos, otras al ministro de Dios que asiste al juicio particular de cada alma finada, y otras al intermediario que lleva al altar de la liturgia celeste las oraciones del pueblo fiel.



EL ÁNGEL TURIFERARIO

Las primeras Vísperas empiezan con la antífona Stetit Angelus, cuyo texto se repite en el Ofertorio de la Misa del día: “El ángel se puso de pie junto al ara del templo, teniendo en su mano un incensario de oro, y le dieron muchos perfumes: y subió el humo de los perfumes a la presencia de Dios”.

La Oración de la bendición del incienso en la Misa solemne nos da el nombre de este ángel turiferario: es “el bienaventurado Arcángel Miguel”.

El libro del Apocalipsis, de donde están tomados estos textos litúrgicos, nos enseña que los perfumes que suben a la presencia de Dios, son la oración de los justos: “el humo de los perfumes encendidos de las oraciones de los santos subió de mano del ángel a la presencia de Dios”.


Fuente: Año litúrgico - Dom Gueranger






MAÑANA COMIENZA EL AYUNO Y ABSTINENCIA DE LA TÉMPORA DE OTOÑO

 



MAÑANA COMIENZA EL AYUNO Y ABSTINENCIA DE LA TÉMPORA DE OTOÑO.


DÍAS DE AYUNO Y ABSTINENCIA DE CARNE: MIERCOLES 18, VIERNES 20 Y SÁBADO 21 DE SEPTIEMBRE

Témporas de Otoño (o Terceras): Son el miércoles, viernes y sábado siguientes al 14 de septiembre, día de la Exaltación de la Santa Cruz. Si este día cae en miércoles, entonces las témporas serán el miércoles, viernes y sábado de la semana siguiente.

                                             ***

Los Siete Dolores de la Santísima Virgen María (15 de septiembre)

 



Los Siete Dolores de la Santísima Virgen María (15 de septiembre)


Es una ley en el cristianismo que, cuando más cerca se encuentra un cristiano de Cristo, más cerca tiene que estar también de la Cruz. Según este principio, María Santísima, aunque completamente inocente, debía gustar las amarguras de la Pasión de su Hijo. Hoy es el día de repetir amorosamente la famosa secuencia: Stabat Mater Dolorosa, compuesta en el siglo XIII por Jacopone da Todi.


Hoy (15 de septiembre), es la fiesta de los Siete Dolores de la Virgen María, cada uno de los cuales es un evento dolorosísimo en la vida de Nuestra Señora:

La profecía de San Simeón: una espada de dolor traspasará tu corazón.

La huida a Egipto.

El Niño Jesús perdido y hallado en el Templo.

El encuentro con Jesús con la cruz la cuestas camino al Calvario.

La crucifixión y agonía de Jesús.

La lanzada y Jesús muerto colocado en sus brazos.

Jesús es puesto en el sepulcro.


La devoción a la Virgen Dolorosa arraigó en el pueblo cristiano, sobre todo, a partir del siglo XIII, con la aparición de la Orden de los Servitas, que se consagraron a la meditación de los dolores de María. Así nacieron, desde fines de la Edad Media, las dos fiestas del Viernes de Dolores y del 15 de septiembre. Esta última fue extendida a toda la Iglesia por S.S. el Papa Pío VII en 1817, como acción de gracias por su liberación del cautiverio en que lo había tenido Napoleón.


La fiesta de la semana de Pasión nos recuerda especialmente la participación de la Virgen María en el sacrificio de Cristo; la de hoy nos manifiesta la compasión que Nuestra Señora siente por la Iglesia de Cristo, siempre sometida a las pruebas y a las persecuciones.




                                            Nuestra Señora de los Siete Dolores

¡Oh vosotros cuantos por aquí pasáis: Mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor, al dolor con que yo estoy atormentada!" (Lamentaciones 1:12).


Las palabras que el Santo Simeón habló, signo de contradicción, fueron una espada de dolor atravesando tu alma... El primer dolor de tu corazón.


El odio de ese rey engañoso, que quería matar al Niño, hizo que huyeras a Egipto... provocando un segundo dolor en tu alma.


Fuiste a Jerusalén, obedeciendo la ley, en el solemne día de Pascua. El Cordero se queda atrás, para cumplir la voluntad de su Padre... sin embargo, todo esto te causó un enorme pesar.


El Cordero cargado con el madero, el altar de su Cruz, se encuentra contigo en su camino a la muerte, otra espada de dolor... dos corazones traspasados por una Cruz.


El Cordero es alzado en lo alto, reinando desde las alturas... una pena más; el Cordero dice siete palabras; Siete dolores de tu corazón, entre la oscuridad, tan sombría.


El costado del Cordero es traspasado con una lanza, de ese costado emana sangre y agua, sobre su rebaño, tan amado para Él; el Cordero desciende de su trono, patíbulo deshonroso, acariciado por tus brazos amantes, puesto sobre tu regazo, cuna de sabiduría... un sexto dolor, Oh dolorosa Pieta.


El Cordero es envuelto en telas de lino, ungido con perfumes; el fruto de tu vientre Inmaculado, colocado en una tumba de piedra...


Consummatum est, ya todo está terminado, tus dolores están completados...

                                            
                                                ***

EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ (14 de septiembre)

 



                        O Crux ave, spes unica,
                        hoc Passionis tempore
                        piis adauge gratiam,
                        reisque dele crimina.




Adoramus Te Christe, et benedicimus Tibi:
     quia per sanctam crucem tuam redemisti             mundum.




Syllabus de errores condenados por S.S. Pío IX (4)

 


              § V. Errores acerca de la Iglesia y sus derechos.


XIX. La Iglesia no es una verdadera y perfecta sociedad, completamente libre, ni está provista de sus propios y constantes derechos que le confirió su divino fundador, antes bien corresponde a la potestad civil definir cuales sean los derechos de la Iglesia y los límites dentro de los cuales pueda ejercitarlos.

ERROR CONDENADO

(Alocución Singulari quadam, 9 diciembre 1854) (Alocución Multis gravibusque, 17 diciembre 1860) (Alocución Maxima quidem, 9 junio 1862)



XX. La potestad eclesiástica no debe ejercer su autoridad sin la venia y consentimiento del gobierno civil.

ERROR CONDENADO

(Alocución Meminit unusquisque, 30 septiembre 1861)



XXI. La Iglesia carece de la potestad de definir dogmáticamente que la Religión de la Iglesia católica sea únicamente la verdadera Religión.

ERROR CONDENADO

(Letras Apostólicas Multiplices inter, 10 junio 1851)



XXII. La obligación de los maestros y de los escritores católicos se refiere sólo a aquellas materias que por el juicio infalible de la Iglesia son propuestas a todos como dogma de fe para que todos los crean.

ERROR CONDENADO

(Carta al Arzobispo de Frisinga Tuas libenter, 21 diciembre 1863)



XXIII. Los Romanos Pontífices y los Concilios ecuménicos se salieron de los límites de su potestad, usurparon los derechos de los Príncipes, y aun erraron también en definir las cosas tocantes a la fe y a las costumbres.

ERROR CONDENADO

(Letras Apostólicas Multiplices inter, 10 junio 1851)



XXIV. La Iglesia no tiene la potestad de emplear la fuerza, ni potestad ninguna temporal directa ni indirecta.

ERROR CONDENADO

(Letras Apostólicas Ad Apostolicae, 22 agosto 1851)



XXV. Fuera de la potestad inherente al Episcopado, hay otra temporal, concedida a los Obispos expresa o tácitamente por el poder civil, el cual puede por consiguiente revocarla cuando sea de su agrado.

ERROR CONDENADO

(Letras Apostólicas Ad Apostolicae, 22 agosto 1851)



XXVI. La Iglesia no tiene derecho nativo legítimo de adquirir y poseer.

ERROR CONDENADO

(Alocución Nunquam fore, 15 diciembre 1856) (Encíclica Incredibile, 17 septiembre 1863)



XXVII. Los sagrados ministros de la Iglesia y el Romano Pontífice deben ser enteramente excluidos de todo cuidado y dominio de cosas temporales.

ERROR CONDENADO

(Alocución Maxima quidem, 9 de junio de 1862)



XXVIII. No es lícito a los Obispos, sin licencia del Gobierno, ni siquiera promulgar las Letras apostólicas.

ERROR CONDENADO

(Alocución Nunquam fore, 15 diciembre 1856)



XXIX. Deben ser tenidas por írritas las gracias otorgadas por el Romano Pontífice cuando no han sido impetradas por medio del Gobierno.

ERROR CONDENADO

(Alocución Nunquam fore, 15 diciembre 1856)



XXX. La inmunidad de la Iglesia y de las personas eclesiásticas trae su origen del derecho civil.

ERROR CONDENADO

(Letras Apostólicas Multiplices inter, 10 junio 1851)



XXXI. El fuero eclesiástico en las causas temporales de los clérigos, ahora sean estas civiles, ahora criminales, debe ser completamente abolido aun sin necesidad de consultar a la Sede Apostólica, y a pesar de sus reclamaciones.

ERROR CONDENADO

(Alocución Acerbissimum, 27 septiembre 1852) (Alocución Nunquam fore, 15 diciembre 1856)



XXXII. La inmunidad personal, en virtud de la cual los clérigos están libres de quintas y de los ejercicios de la milicia, puede ser abrogada sin violar en ninguna manera el derecho natural ni la equidad; antes el progreso civil reclama esta abrogación, singularmente en las sociedades constituidas según la forma de más libre gobierno.

ERROR CONDENADO

(Carta al Obispo de Monreale Singularis Nobisque, 27 septiembre 1864)



XXXIII. No pertenece únicamente a la potestad de jurisdicción eclesiástica dirigir en virtud de un derecho propio y nativo la enseñanza de la Teología.

ERROR CONDENADO

(Letras Apostólicas Ad Apostolicae, 22 agosto 1851)



XXXIV. La doctrina de los que comparan al Romano Pontífice a un Príncipe libre que ejercita su acción en toda la Iglesia, es doctrina que prevaleció en la Edad Media.

ERROR CONDENADO

(Letras Apostólicas Ad Apostolicae, 22 agosto 1851)



XXXV. Nada impide que por sentencia de algún Concilio general, o por obra de todos los pueblos, el sumo Pontificado sea trasladado del Obispo romano y de Roma a otro Obispo y a otra ciudad.

ERROR CONDENADO

(Letras Apostólicas Ad Apostolicae, 22 agosto 1851)



XXXVI. La definición de un Concilio nacional no puede someterse a ningún examen, y la administración civil puede tomarla como norma irreformable de su conducta.

ERROR CONDENADO

(Letras Apostólicas Ad Apostolicae, 22 agosto 1851)



XXXVII. Pueden ser instituidas Iglesias nacionales no sujetas a la autoridad del Romano Pontífice, y enteramente separadas.

ERROR CONDENADO

(Alocución Multis gravibusque, 17 diciembre 1860) (Alocución Jamdudum cernimus, 18 marzo 1861)



XXXVIII. La conducta excesivamente arbitraria de los Romanos Pontífices contribuyó a la división de la Iglesia en oriental y occidental.

ERROR CONDENADO

(Letras Apostólicas Ad Apostolicae, 22 agosto 1851)

Continuará...

"EN ESPAÑA SE MUERE BESANDO LA CRUZ Y LA BANDERA" (Cardenal Gomá, 1938).

 



7. DEL DISCURSO DEL CARDENAL GOMÁ AL CONGRESO EUCARÍSTICO DE BUDAPEST (25 de mayo de 1938)


“España, que a todos los Congresos Eucarísticos ha mandado nutrida representación, no podía estar ausente del Congreso de Budapest, a pesar de las horas difíciles por que atraviesa nuestra nación y a pesar de que sobre la inmensa mayoría de los católicos españoles pesa, en mil formas, la terrible tragedia que nos agobia. Y estamos presentes, porque el Gobierno nacional, que sabe lo que en el mundo de la fe y de la piedad representa un Congreso Eucarístico Internacional, ha querido que nuestra patria, aunque sangrando, viniese acá a decirle a Hungría, y en ella a todo el mundo católico, que todavía conservamos intacta la herencia de nuestros antepasados; y porque un puñado de devotos del Sacramento, venciendo dificultades casi insuperables, han querido rendir sus homenajes al Dios-Eucaristía, junto al Danubio, en la bella Budapest...


No es sólo la ideología la que ha partido en dos a nuestra España, sino todo un sistema de hechos que de ella derivan. Por parte de la España que no quiere morir, un esfuerzo de reconstrucción espiritual y material, adentrándose en nuestra tradición y en nuestra historia para hallar en ella el nervio vivo que nos hizo ser lo que somos y que se manifiesta en la reviviscencia de leyes, instituciones, costumbres, que da la impresión de un rejuvenecimiento nacional. Por la parte opuesta, la de la España contrahecha y extranjera, un afán de destrucción que ha convertido sus dominios en región de desolación y barbarie.


Fijaos en otro hecho. Yo no diré que sea todo oro puro de religión y españolismo lo que aparece en el campo nacional; pero sí que en él se cree en Dios, y se reza, y se levanta la Hostia Santa en todos los campamentos, y se confiesan los pecados, y el honor tiene su culto y el heroísmo su premio, y se muere besando la Cruz y la bandera, y muchas veces aclamando a Cristo Rey. Mientras que en el otro campo queda arrasado o vilmente profanado todo tipo de religión y se ha hecho tabla rasa de todo lo que era un valor de espíritu en la estimación nacional.


Es decir, que en España luchan la unidad contra la anarquía, la fuerza cohesiva, que busca en el alma nacional todo elemento que la haga perdurable, y la turbulencia del pensamiento, que se traduce en la fuerza explosiva que dispersa todos los factores de unidad de un pueblo o nación.”

Del dossier FRANCISCO FRANCO, SALVADOR DE LA RELIGIÓN CATÓLICA EN ESPAÑA

PREPARACIÓN PARA LA MUERTE, San Alfonso Mª de Ligorio (11)

 


                                                   CUARTA CONSIDERACIÓN
                                                CERTIDUMBRE DE LA MUERTE


                                                           PUNTO SEGUNDO
                                         A cada paso nos acercamos a la muerte 



Es cierto, pues, que todos estamos condenados a muerte. Todos nacemos, dice San Cipriano, con la cuerda al cuello; y cuantos pasos damos, otro tanto nos acercamos a la muerte... Hermano mío, así como estás inscrito en el libro del bautismo, así algún día te inscribirán en el libro de los difuntos. Así como a veces mencionas a tus antepasados, diciendo: Mi padre, mi hermano, de feliz recuerdo, lo mismo dirán de ti tus descendientes. Tal y como tú has oído muchas veces que las campanas tocaban a muerto por otros, así los demás oirán que tocan por ti.


¿Qué dirías de un condenado a muerte que fuese al patíbulo burlándose, riéndose, mirando a todos lados, pensando en teatros, festines y diversiones? Y tú, ¿no caminas también hacia la muerte? ¿Y en qué piensas? Contempla en aquellas tumbas a tus parientes y amigos, cuya sentencia fue ya ejecutada. ¡Qué terror no siente el reo condenado cuando ve a sus compañeros pendientes del patíbulo y muertos ya! Mira a esos cadáveres; cada uno de ellos dice: Ayer a mí, hoy a ti. Lo mismo repiten todos los días los retratos de los que fueron tus parientes, los libros, las casas, los lechos, los vestidos que has heredado.


¡Qué extremada locura es no pensar en ajustar las cuentas del alma y no disponer los medios necesarios para alcanzar buena muerte, sabiendo que hemos de morir, que después de la muerte nos está reservada una eternidad de gozo o de tormento, y que de ese punto depende el ser para siempre dichosos o infelices! Sentimos compasión por los que mueren de repente sin estar preparados para morir, y, con todo, no tratamos de preparamos, a pesar de que lo mismo puede acaecernos. Tarde o temprano, apercibidos o de improviso, pensemos o no en ello, hemos de morir; y a toda hora y en cada instante nos acercamos a nuestro patíbulo, o sea, a la última enfermedad que nos ha de arrojar fuera de este mundo.


Gentes nuevas pueblan, en cada siglo, casas, plazas y ciudades. Los antecesores están en la tumba. Y así como se acabaron para ellos los días de la vida, así vendrá un tiempo en que ni tú, ni yo, ni persona alguna de los que vivimos ahora viviremos en este mundo. Todos estaremos en la eternidad, que será para nosotros, o perdurable día de gozo, o noche eterna de dolor. No hay término medio. Es cierto y de fe que, al fin, nos ha de tocar uno u otro destino.



AFECTOS Y PETICIONES

¡Oh mi amado Redentor! No me atrevería a presentarme ante Vos si no os viera en la cruz desgarrado, escarnecido y muerto por mí. Grande es mi ingratitud, pero aún es más grande vuestra misericordia. Grandísimos mis pecados, mas todavía son mayores vuestros méritos. En vuestras llagas, en vuestra muerte, pongo mi esperanza. Merecí el infierno apenas hube cometido mi primer pecado. He vuelto luego a ofenderos mil y mil veces. Y Vos, no sólo me habéis conservado la vida, sino que, con suma piedad y amor, me habéis ofrecido el perdón y la paz. ¿Cómo he de temer que me arrojéis de vuestra presencia ahora que os amo y que no deseo sino vuestra gracia? Sí; os amo de todo corazón, ¡oh Señor mío!, y mi único anhelo se cifra en amaros. Os adoro y me pesa de haberos ofendido, no tanto por el infierno que merecí, como por haberos despreciado a Vos, Dios mío, que tanto me amáis.


Abrid, pues, Jesús mío, el tesoro de vuestra bondad, y añadid misericordia a misericordia. Haced que yo no vuelva a ser ingrato, y mudad del todo mi corazón, de suerte que sea enteramente vuestro, e inflamado siempre por las llamas de vuestra caridad, ya que antes menospreció vuestro amor y le trocó por los viles placeres del mundo. Espero alcanzar la gloria, para siempre amaros; y aunque allí no podré estar entre las almas inocentes, me pondré al lado de las que hicieron penitencia, deseando, con todo, amaros más todavía que aquéllas. Para gloria de vuestra misericordia, vea el Cielo cómo arde en vuestro amor un pecador que tanto os ha ofendido. Resuelvo entregarme a Vos de hoy en adelante, y pensar no más que en amaros. Auxiliadme con vuestra luz y gracia para cumplir ese deseo mío, dado también por vuestra misma bondad.


¡Oh María, Madre de perseverancia, alcanzadme que sea fiel a mi promesa!

Continuará...

AUDI, FILIA, ET VIDE (Beato Juan de Ávila) (7)

 



                                                                   CAPÍTULO 7

De la grande paz que Dios nuestro Señor da o los que varonilmente pelean contra este enemigo; y de lo mucho que conviene para vencerlo huir de la familiaridad con las mujeres.



Todas estas escaramuzas se suelen pasar en esta guerra de la castidad, cuando el Señor lo permite para probar sus caballeros, si de verdad le aman a Él y a la castidad por quien pelean. Y después de hallados fieles, envía su omnipotente favor, y manda a nuestro adversario que no nos impida nuestra paz ni nuestra secreta habla con Él. Y goza el hombre entonces de lo trabajado, y sábele bien y esle más meritorio.


Es también menester, y muy mucho, para guarda de la castidad, que se evite la conversación familiar de mujeres con hombres, por buenos o parientes que sean. Porque las feas y no pensadas caídas que en el mundo han acaecido acerca de aquesto, nos deben ser un perpetuo amonestador de nuestra flaqueza, y un escarmiento en ajena cabeza, con el cual nos desengañemos de cualquiera falsa seguridad que nuestra soberbia nos quisiere prometer, diciendo que pasaremos sin herida nosotros flacos, en lo que tan fuertes, tan sabios y, lo que más es, tan grandes santos fueron muy gravemente heridos. ¿Quién se fiará de parentesco, leyendo la torpeza de Amnón con su hermana Thamar (2 Reg., 13, 8); con otras muchas tan feas, y más, que en el mundo han acaecido a personas que las ha cegado esta bestial pasión de la carne? ¿Y quién se fiará de santidad suya o ajena, viendo a David, que fue varón conforme al corazón de Dios, ser tan ciegamente derribado en muchos y feos pecados por sólo mirar a una mujer? (2 Reg., 11, 2). ¿Y quién no temblará de su flaqueza oyendo la santidad y sabiduría del rey Salomón, siendo mozo, y sus feas caídas contra la castidad, que le malearon el corazón a la vejez, hasta poner muchedumbre de ídolos y adorarlos, como lo hacían y querían las mujeres que amaba? (3 Reg., 11, 4). Ninguno en esto se engañe, ni se fíe de castidad pasada o presente, aunque sienta su ánima muy fuerte, y dura contra este vicio como una piedra; porque gran verdad dijo el experimentado Jerónimo, que: «Animas de hierro, la lujuria las doma.» Y San Agustín no quiso morar con su hermana, diciendo: «Las que conversan con mi hermana no son mis hermanas.» Y por este camino de recatamiento han caminado todos los santos, a los cuales debemos seguir si queremos no errar.


Por tanto, doncella de Cristo, no seáis en esto descuidada; mas oíd y cumplid lo que San Bernardo dice: «Que las vírgenes que verdaderamente son vírgenes, en todas las cosas temen, aun en las seguras.» Y las que así no lo hacen, presto se verán tan miserablemente caídas, cuanto primero estaban con falsa seguridad miserablemente engañadas. Y aunque por la penitencia se alcance el perdón del pecado, no se alcanza la corona de la virginidad perdida, y «cosa fea es, dice San Jerónimo, que la doncella que esperaba corona pida perdón de haberla perdido», como lo sería si tuviese el Rey una hija muy amada, y guardada para la casar conforme a su dignidad, y cuando el tiempo de ello viniese, le dijese la hija que le pedía perdón de no estar para casarse, por haber perdido malamente su virginidad. «Los remedios de la penitencia, dice San Jerónimo, remedios de desdichados son», pues que ninguna desdicha o miseria hay mayor que hacer pecado mortal, para cuyo remedio es menester la penitencia. Y por tanto, debéis trabajar con toda vigilancia por ser leal al que os escogió, y guardar lo que prometisteis, porque no probéis por experiencia lo que está escrito (Jerem., 2, 19): Conoce y ve cuan mala y amarga cosa es haber dejado al Señor Dios tuyo, y no haber estado su temor en ti; mas gocéis del fruto y nombre de casta esposa, y de la corona que a tales está aparejada.

Continuará...