Aduladores únicamente de palabra tiene muchos Jesús, demasiados; se trata de esas almas tibias y poco comprometidas que reciben con cierto gozo algunas semillas de la Palabra de Dios, las que les parecen más acordes con su propio temperamento y su propia voluntad, mas no todas, pues estos individuos dudan y se escandalizan ante las verdades de Fe más duras y difíciles de aceptar para la débil voluntad humana, particularmente los de la eternidad del infierno y el pequeño número de los que se salvan. Esos inconstantes dudan y no creen en esto, cayendo así en la herejía, pues quien cuestiona o niega un solo dogma de Fe es un hereje, como la Iglesia nos ha enseñado siempre.
Hoy estamos rodeados de ese tipo de almas insípidas e idólatras que le ponen una vela a Dios y otra al diablo y se quedan tan tranquilas. Lo peor es que resulta prácticamente inútil predicar y corregir a semejantes individuos, pues su diabólico orgullo les ha endurecido en el error más funesto. De ellos es de quienes los verdaderos fieles hemos de huir a toda prisa sin mirar atrás, pues han sido puestos ahí para ser piedra de tropiezo y escándalo de muchos.
El que hoy se alegre viendo entrar al Señor en Jerusalén deberá llorar con Su Madre la Santísima Virgen María en unos pocos días cuando el mundo y los hombres incrédulos e hipócritas crucifiquen al Hijo de Dios. No sólo eso, sino que deberá también cargar con su propia cruz y estar listo para morir a la carne y al cobarde respeto humano, aliados de Satanás para perder al mayor número de almas. El buen cristiano JAMÁS se conforma y acomoda a los falsos juicios y criterios errados del mundo, sino que los desprecia y denuncia abiertamente ante Dios y los ángeles.
Que nadie se engañe pues. No entrará en el cielo nadie que no haya portado varonilmente su cruz a imitación de N.S.J.C. Y digo bien su cruz, es decir, aquélla que le fue otorgada por la Divina Providencia en su graciosa liberalidad, pero NO la falsa cruz que muchos se han fabricado para intentar escapar en vano de la verdadera que Dios les dio. Porque la cruz no la elegimos nosotros, sino que nos viene impuesta por el Cielo, de ahí que sea de una importancia capital el conocerla y abrazarla fuertemente, pues es lo único que nos abrirá la puerta de la Jerusalén celestial si la hemos sabido llevar paciente y resignadamente hasta el final.
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