LA FIDELIDAD A LA GRACIA - Raúl Plus SJ - (1)

 



LA FIDELIDAD A LA GRACIA

Versión castellana de A.de Miguel Miguel, 1951



A LA VIRGEN FIEL

¡Oh María!

QUE TAN BIEN HABÉIS SERVIDO AL SEÑOR,

Divina Señora

DEL Ecce ancilla Domini,

A VOS A QUIEN LA IGLESIA INVOCA BAJO EL TÍTULO DE

Virgo fidelis,

SE DEDICAN ESTAS PÁGINAS.

¡QUE POR VOS, TODOS LOS «FIELES» QUE LAS LEAN

SE ENTREGUEN EN ADELANTE CON ENTERA FIDELIDAD!


                                            ***


INTRODUCCIÓN


Decía un muchacho que «la santidad consiste en decir siempre sí a Dios». Y, al preguntar a una niña que se acercaba a su Primera Comunión: «¿Qué vas a pedir a Jesús en ese día? —Ser una santa—. ¿Sabes qué es una santa? —Sí; santo es uno que da todo al Señor». Sin saberlo, expresaban estos niños una de las verdades sobre las que más han insistido los Maestros espirituales.


Monseñor Gay, por ejemplo, dice: «La santidad no es más que un sí pleno y perpetuo que la criatura dice a Dios; un sí viviente por el que hace pasar voluntariamente todo su ser; un sí fervoroso, práctico y eficaz». Y en otra parte, resume aún más brevemente: «Tenemos mil deberes y todos se derivan de la obligación de corresponder a la gracia».


Y San Alfonso de Ligorio: «Toda nuestra perfección consiste en el amor a nuestro Dios infinitamente amable. Ahora bien, toda la perfección del amor divino consiste en la unión de nuestra voluntad con la de Dios... Si, pues, deseamos enteramente complacer al Corazón de Dios, procuremos no solamente conformarnos en todo con su santa voluntad, sino uniformarnos a ella, si así puede decirse, de tal manera que de las dos voluntades no hagamos más que una... Los santos no han tenido nunca otro fin que hacer la voluntad de Dios, persuadidos de que en esto consiste toda la perfección de un alma... Y María ha sido la más perfecta entre todos los santos solamente porque ha estado siempre más perfectamente unida a la voluntad de Dios».


«Tengo que hacer una cantidad de bien —escribe Monseñor d’Hulst—, tengo que dar a Dios una cantidad de amor, tengo que consagrar a los hombres una cantidad de abnegación; tengo que cumplir una cantidad de penitencia por mis pecados; otra —indefinida— por los pecados de los hombres; una cantidad de oraciones que ofrecer al cielo por ellos y por mí; una cantidad de deberes de toda clase que cumplir para con mi Padre Celestial; en fin, tengo que hacer un determinado uso de mi alma y de mi cuerpo, de mis facultades y de mis miembros, de mi tiempo y de mis obras, para gloria de Dios y cumplimiento de sus designios. Este es el plan que El me traza y sobre el cual seré juzgado. Necesito poder decir en mi última hora: Consummatum est. Padre, he terminado la tarea que me habéis confiado... Ya he dicho todo; seré santo».


En su peculiar estilo, decía el Cura de Ars: «Si se preguntase a los condenados: ¿Por qué estáis en el infierno?, responderían: Por haber resistido al Espíritu Santo. Y si se preguntase a los santos: ¿Por qué estáis en el cielo?, responderían: Por haber escuchado al Espíritu Santo».


De los escritores espirituales de la Compañía de Jesús, extractamos, entre muchos, estos textos capitales: «Lo más alto y más perfecto es la caridad y amor de Dios. Pues lo más alto y más subido y más puro de ese amor de Dios y como la nata de él, es conformarse en todo con la voluntad de Dios... Luego cuanto uno estuviere más conforme y más unido con la voluntad de Dios, tanto será mejor y más perfecto» (1).


En el Retiro espiritual del Beato P. de la Colombière (2), leemos: «La gracia de Dios es una semilla que no conviene sofocar... Es preciso ser fiel a los movimientos que nos llevan a practicar alguna acción virtuosa en ciertas ocasiones, porque esta fidelidad es a veces la clave de nuestra dicha. Una mortificación que Dios nos inspira en ciertas circunstancias, si se escucha su voz, producirá quizás grandes frutos y la santidad en nosotros, mientras que el desprecio que se hiciera de esta pequeña gracia podría tener funestas consecuencias».




El autor de La Doctrina espiritual, el P. Luis Lallemant, se expresa del mismo modo que el P. de la Colombière: «Haber ahogado un movimiento (de naturaleza) es haber ganado más que la posesión de cien mil mundos para la eternidad» (3). Y añade: «Hay pocas almas perfectas porque son pocas las que siguen la guía del Espíritu Santo... La causa de no llegar más que muy tarde o de no llegar nunca a la perfección es porque se sigue casi en todo solamente a la naturaleza y al sentido humano. Y no se guía más que muy poco o nada por el Espíritu Santo» (4).


Y, por fin, Gonnelieu: «La fidelidad a la gracia no es tanto una virtud particular como el espíritu y el alma de todas las virtudes... La fidelidad a las inspiraciones del Espíritu Santo y a los movimientos de la gracia es lo que hace a todos los santos» (5).


                                            * * *


Puesto que la fidelidad a la gracia es lo que hace a los santos, es de toda evidencia que debemos adiestrarnos en corresponder plenamente a los deseos del Espíritu Santo sobre nosotros. Se comprende, pues, que no se trata en estas páginas de la fidelidad que podríamos llamar negativa, de la fidelidad esencial, necesaria bajo pena de falta. Se trata de un problema mucho más delicado: el de la fidelidad positiva, se trata de esa prontitud alada, flexible, alegre, en adherirnos lo mejor que podamos a lo que pide en el fondo de nosotros mismos la Voz que se hace oír sin ruido de palabras.


La santidad, un sí perfecto, un sí viviente a todas las voluntades, a todas las inspiraciones divinas. Inclinar a las almas a no negarse jamás a estas dos letras victoriosas, es el objeto de nuestras páginas. No constituyen éstas un tratado completo (6), sino un modesto silabario para aprender a decir sí.


Continuará...


1 P. Alonso Rodríguez, S. I., Ejercicio de Perfección, Parle 1.ª, trat. VIII, cap. I.

2 Cuarta Semana.

3 Tercer Principio, cap. II, art. IV, I.

4 Y añade: ... «Muy pocos se mantienen constantemente en los caminos de Dios. Muchos se separan de ellos sin cesar. El Espíritu Santo los llama con sus inspiraciones, pero como no le son dóciles, llenos de sí mismos, aferrados a sus sentimientos, no se dejan guiar fácilmente... Así no avanzan mucho, y la muerte les sorprende sin haber dado más de veinte pasos cuando hubiesen podido dar diez mil si se hubiesen abandonado a la guía del Señor. Por el contrario, las personas verdaderamente interiores que se guían por la luz del Espíritu de Dios... van a paso de gigante por los caminos de la gracia» (Ed. Pottier, 187-188).

5 De la Présence de Dieu. 1.ª parte, cap. III. al principio.

6 El libro V del volumen Dans le Christ Jésus, págs. 187 a 219. puede ayudar a

precisar la Psicología del Espíritu Santo actuando en el alma y la Psicología del alma obrando

bajo la acción del E. S. Suponemos adquiridos estos elementos básicos




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