SERMON PARA EL JUEVES SANTO (Presbítero Miguel Sánchez, 1864)

 


SERMÓN PARA EL JUEVES SANTO - El mandato

Presbítero Miguel Sánchez, 1864



Si hoc scitis, beati eritis si faeceritis ea.

Si sabéis estas cosas, seréis bienaventurados si las cumplís.

(San Juan, cap. xiii, v, 17.)




Amados hermanos míos en Jesucristo: Hoy debemos

hablar de la última Cena ó, mejor dicho, del

último testamento que, al prepararse para la muerte,

entregó el Salvador á sus discípulos. Con el fin

de espresar con absoluta exactitud la doctrina de

nuestro Divino Maestro, debemos limitarnos á lo

que dice el Santo Evangelio.




Antes del dia de la fiesta de la Pascua, sabiendo

Jesús que se le acercaba la hora para pasar de

este mundo á su Padre, y habiendo amado á los

suyos, que estaban en el mundo, quiso amarlos hasta

el fin. Hecha la cena, habiendo el diablo tentado á

Judas para que entregase a Jesús, sabiendo el Señor

que todo lo habia puesto el Padre en sus manos;

que había descendido de Dios, y que á Dios volvía,

se levantó de la Cena, se puso sus vestiduras, y 

recibiendo un paño, se ciñó con él. Despues puso agua

en una vacía, y empezó á lavar los pies á sus discípulos

, y limpiarlos con el paño de que estaba ceñido.

Llegó, pues, á Simón Pedro, y este le dijo:—

«Señor, ¿Tú me lavas lós pies?—Y Jesús respondió

:— Lo que yo hago, tú no lo sabes; pero lo sabrás

despues.—Y replicó Pedro: —Jamás me lavarás

los pies.— A esto contestó el Señor: — Si no te

lavo los pies, no tendrás parte en mi reino. — Señor,

añadió entonces Simón Pedro, lávame no solo

los pies, sino también las manos y la cabeza. — A

lo cual añadió el Divinó Maestro : — El que está

limpio, solo necesita lavar sus pies.»




Despues de haber practicado esta humildísima

ceremonia, dijo el Señor á sus discípulos: "¿Sabéis

qué es lo que acabo de hacer? Vosotros me llamais

Maestro y Señor, y hacéis bien, porque lo soy. Si

yo he lavado vuestros pies, siendo vuestro Señor y

vuestro Maestro, vosotros debeis también lavaros

mutuamente los pies. En verdad os digo que no es

el siervo mayor que su Señor, ni el Apóstol es más

digno que el que lo envia.  En verdad os digo que

uno de vosotros me ha de entregar."




Lo que acabamos de oir, todo es del cap. xiii

de San Juan. Para que podamos esplicarlo con claridad

y espíritu de devocion, es necesario implorar

los auxilios de la divina gracia. Pidámosla, pues, al

Señor, haciendo una oracion humilde y fervorosa.

Ave Maria.




Amados hermanos mios en Jesucristo: En las palabras

del Santo Evangelio que acabais de oír, habréis

observado que Nuestro Señor Jesucristo, al

lavar los píes de sus discípulos en la última Cena,

nos enseña á humillarnos con el corazon para adquirir

fortaleza en el espíritu. Jesús veia que estaba

próxima la hora de la persecución, y, como dice San

Juan, quiso darnos ejemplo, para que, como Él

obró, así obremos nosotros en idénticas circunstancias.

Jesús no solo se humilla, sino que quiere que

sus discípulos se humillen dejándose lavar por El.

Por esto reprende á San Pedro cuando movido por

el gran respeto que le tenia, rehusaba el ser lavado

por quien era su Señor y su Dios. Y no solo

enseña Jesús la humildad con su ejemplo, sino que

la inculca ademas con su doctrina. Practica al mismo

tiempo la caridad de una manera admirable. Judas

intenta vender a Jesucristo, Jesús lo sabe, y sin

embargo, lo admite en su apostolado, lo trata como

Apóstol, le lava los pies, y haciéndole participe de

sus divinos Misterios, le dá á comer su propio cuerpo

y á beber su propia sangre. ¡Cuánta humildad en

Nuestro Divino Salvador! ¡Qué santísima doctrina

nos enseña al proclamar y honrar la necesidad de la

humillación! ¡Que caridad tan asombrosa al perdonar

a su enemigo, y al dársenos en cuerpo y alma, tal

cual es en el Santísimo Sacramento! Y es que Jesús

veia muy cerca la persecución, y para que la resistiesen

quería dar fuerzas espirituales á sus discípulos.




Oigamos lo que dice el mismo Evangelio. «Dijo

Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del hombre y

Dios glorificado en él. Hijos mios, muy poco tiempo

me queda de permanecer con vosotros. Me buscareis;

pero no podéis ir á donde yo voy. Os doy un

mandato nuevo: Amaos mútuamente como yo os

he amado á vosotros. Las gentes conocerán que sois

mis discípulos por la caridad mutua con que debeis

amaros unos á otros.» Aquí, hermanos mios, Jesús

anuncia el peligro, que es la persecución, y señala

el medio de obtener la victoria, que es la humildad

con que debemos inclinar nuestro espíritu ante Dios,

y la caridad con que debemos amar á nuestros hermanos.

En la humildad, está la fé. En la caridad, se halla el consuelo y la fortaleza. Por tanto, en las persecuciones con que hoy nos amenaza el mundo; en las asechanzas que a todas horas nos prepara el espíritu; en las terribles tentaciones de la carne; en fin, en todos los peligros para nuestra alma, debemos pedir al Señor humildad para que no se entibie nuestra fé, y ardiente caridad para que socorriéndonos mútuamente, nunca podamos ser vencidos.




Jesús nos dice: «No se turbe vuestro corazon.

Si creeis en Dios, creed en mí. En la casa de mi

Padre, hay muchas mansiones. Yo voy a prepararos

el lugar. Cuando os haya preparado el lugar,

volveré á vosotros, os tomaré, y os llevaré á mi

mismo para que esteis vosotros donde Yo estoy.»

¡Qué palabras tan consoladoras! La persecución se

acerca. El Pastor será herido y se dispersarán las

ovejas; pero el Señor ha subido al cielo para prepararles

morada, y cuando la haya preparado, volverá

a la tierra para llevarnos á Él mismo. El Apóstol

Felipe, al oir esto, dijo: «Señor, muéstranos al Padre,

y esto basta. Y el Señor le contestó:—¿No habéis

podido conocerme en tanto tiempo como he

permanecido á vuestro lado ? Felipe, quien me vé

á Mí, vé á mi Padre. ¿No creeis que mi Padre está

en mí, y que Yo estoy en mi Padre?» ¿Podremos,

hermanos mios, temer las persecuciones de la iniquidad, 

ni los trabajos de la vida, si recordamos

que Jesús es nuestro Padre; que Jesús es Dios, que

desde lo alto del cielo nos está siempre amparando

con su omnipotencia? ¿Podéis dudar de la eficacísima

protección de Jesús? Pues Él mismo nos dice:

«Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, yo lo

haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

Si me amais, observad mis Mandamientos. Yo rogaré

al Padre, y os dará el Espíritu Santo para que

permanezca eternamente con vosotros. Y será el espíritu

de verdad, á quien el mundo no puede recibir

porque no lo vé ni lo conoce; pero vosotros lo

conoceréis porque permanecerá entre vosotros, y

será entre vosotros."




Y como si aun no fuese bastante todo esto, el

Señor, para infundirnos santa fortaleza en el corazón,

añade: «No os dejaré huérfanos; vendré otra

vez á vosotros.» 

Sí, no os dejaré huérfanos, no os dejaré desamparados, por que, aunque se acerca la persecución, vosotros, al recibir mi fé, me habéis recibido á mi mismo; al conocerme á mí, habéis conocido á mi propio Padre; al dejaros lavaros pies por mi, me habéis probado que poseeis la humildad, fundamento de toda fé, y la fé con la fuerza necesaria para trasladar los montes. No os dejaré huérfanos, sí, por que quien recibe mis mandatos y los observa, ese es quien me ama; y quien me ama, será amado por mi Padre, y conmigo vivirá en la eterna mansión de mi Padre. No os dejaré huérfanos, sí, por que el Espíritu Santo que os enviará el Padre en mi nombre, os enseñará todo lo necesario y os sugerirá todas las cosas que yo os hubiere dicho. No os dejaré huérfanos, sí, por que os he dado mi paz, no como la dá el mundo, con falsas palabras, sino como la dá Dios, con celestial doctrina y hechos de vida eterna. No se turbe, pues, vuestro corazon, ni tembleis ante las persecuciones. En fin, yo no os dejaré huérfanos, por que si voy al Padre como os he dicho, volveré á vosotros, y si me amáis, en el dia de la Resurreccion os inundareis de santa alegría.




Hé aquí lo que significa la humillación de Jesús

al lavar los pies á sus discípulos. No les lava como

quería San Pedro, las manos y la cabeza, por que

todos, ménos uno, estaban limpios; pero les lava los

pies, como para indicarles que la humildad es el

principio de la fé, y que sin la fé es imposible

agradar al Señor. Por esto amenaza á Pedro hasta

con escluirlo del reino de Dios si no se deja lavar los

pies, es decir, si no consiente en humillarse para

que la celestial doctrina de Jesucristo no encuentre

obstáculos en su corazon.




No solo nos dice el Salvador que la fé en su divinidad nos dará virtud y fortaleza, sino que nos asegura que sin esta fé, hija de la humildad, no podemos hacer nada bueno en órden á la vida eterna.


«Yo, dice Jesús, soy la verdadera vid. Permaneced

en mí, y yo permaneceré en vosotros. Como la

rama no puede producir frutos por sí sola si no permanece

unida al árbol, del mismo modo vosotros no

podéis ser justos si no permaneceis en mí. Yo soy la

vid, y vosotros las ramas. Quien permanece en mí

y-yo en él, este es el que practica la virtud, por

que sin mí nada podéis hacer. El que no permanece

en mí será arrojado afuera, y como el sarmiento,

se secará, y lo arrojarán al fuego y se convertirá

en cenizas. Si permaneceis en mí y recordáis

mis palabras, obtendréis todo lo que pidáis á

Dios.» Sí, hermanos mios: en Dios, en Jesús consiste

toda nuestra fortaleza: dejémonos lavar los pies

por Jesús para aprender á lavar los pies á nuestros

hermanos. Al recordar que Jesús se humilló ante

nosotros, no podemos hallar ningún inconveniente

en humillarnos nosotros ante los hombres. Jesús

es el árbol; nosotros somos las ramas, y la humillación

debe ser siempre el lazo de unión entre las

ramas que necesitan la vida y el árbol que se

las dá.




«Como me amó mi Padre, os amo yo á vosotros.

Permaneced en mi amor. Os digo estas cosas para

que mi gozo sea en vosotros y vuestro gozo sea cumplido.

Amaos mútuamente, como yo os he amado.

Vosotros sereis mis amigos si hacéis lo que os mando.

Ya no os llamaré siervos, porque el siervo ignora

lo que hace su Señor. Os llamaré amigos, porque

os he manifestado todo lo que he oido de mi Padre.

No me habéis elegido vosotros, sino yo os he elegido

para que vayais y produzcáis fruto, y vuestro

fruto permanezca, para que el Padre os dé todo lo que

le pidáis.» Miradlo bien. Permaneciendo unidos á Jesús, 

Él nos elige, Él nos llama amigos, Él nos revela

todo lo que ha oido de su Padre, Él, en fin,

con tal de que nos humillemos para tener fé, y nos

amemos para practicar la caridad, nos dará su bendición

omnipotente para que nuestro fruto permanezca

y nuestras oraciones sean oidas por Dios. 


Hé aquí otro efecto de la humillación de los Apóstoles.

Consienten en que Jesús les lave los pies; creen que

Dios se puede humillar hasta lavar los pies del hombre;

creen que el Verbo Eterno puede humillarse

hasta tomar carne humana; creen, en fin, que el

Dios omnipotente puede humillarse hasta tomar la

forma de siervo, y sufrir inicuas persecuciones de

los hombres, y porque tienen esta fé, porque cautivan

su entendimiento en obsequio de la fé, el Señor

declara, no solo que están limpios, sino que han

sido purificados; no solo que son justos, sino que

están confirmados en la gracia; no solo que son ramas

de la vid, sino que son ramas fecundísimas,

inseparables de la vid, de Jesucristo, que darán muchos

frutos, y que sus frutos serán permanentes.

Permanentes, porque su fé no se entibiará jamás»

y nunca la confesarán con tanta valentía como en

las gradas del cadalso ó ante el tribunal de los perseguidores.

Permanentes, porque su caridad no se

estinguirá nunca, aunque para practicarla sea necesario

imitar á Jesucristo, dando al mismo Judas,

es decir, á los traidores, los más encarnizados

enemigos, lós más insignes,ejemplos de humildad y

caridad. Permanentes, en fin, porque aunque el

cielo y la tierra se estremezcan, aunque la débil

barquilla parezca próxima á ser sepultada por el

furor de las olas en las entrañas del mar; aunque

vean á Jesús pendiente del árbol Santo y aun

con una pesada losa sobre su sepulcro, jamás dejarán

de esperar en su Resurrección y creer en su

divinidad. «Si el mundo os aborrece, dice el Salvador,

sabed que primero me ha aborrecido á mí.

Si fuéreis del mundo, el mundo amaría lo que era

suyo. Pero como no sois, el mundo os aborrece.

Pero esto os lo harán en mi nombre, porque no conocen

al que me ha enviado.» 



Si, hermanos míos: estas palabras nos mueven á perdonar a nuestros enemigos, como Jesús perdonó al pérfido Judas. No nos aborrecen por ódio á nosotros; nos odian porque aborrecen á Dios. Esto nos obliga á compadecer, antes que á pedir venganza contra nuestros enemigos.

Más aun hace nuestro divino Redentor. Después

de enseñarnos á ser humildes con su ejemplo y sus

palabras; despues de enseñarnos á perdonar á nuestros

enemigos con su doctrina y su conducta, consagra

su propio cuerpo y su propia sangre, y nos

lo dá bajo las especies Sacramentales. ¡Oh Cena admirable!

¡Oh último testamento de Jesús! Jamás,

hermanos mios, caeríamos en la culpa si siempre

lo tuviésemos delante de nuestros ojos. 

Cualquiera que sea la tribulación en que nos encontremos, seamos humildes, y la humillación llenará nuestra alma de consuelo. Si nos encontramos afligidos por la persecución ó la desgracia, invoquemos con humildad la protección del Señor, y el Señor se humillará hasta lavar nuestros pies, es decir, hasta socorrernos en nuestro infortunio. Si nos hallásemos angustiados por la traición, por la calumnia ó la perfidia, imitemos á Jesús, perdonemos y amemos al mismo Judas, y el Señor desarmará á nuestros enemigos y romperá los lazos que se armen debajo de nuestros pies. Por último: si en las borrascas de la vida sentimos debilidad en nuestra alma, recibamos con fé y amor el Pan de los ángeles, el Cuerpo Santísimo de Jesús, y no temeremos á la misma muerte, y nuestra fé será cada dia más viva, núestra caridad se inflamará por instantes, y nuestra esperanza se aumentará hasta llegar á convertirse en la inmensa alegría de los Santos.




Ya, hermanos mios, sabemos cuál es la última

voluntad de Jesús. Solo nos falta practicarla para

adquirir la eterna bienaventuranza.—Amen.




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