El Anticristo fue manifestado al mundo, formalmente, el mismo día del 8 de diciembre de 1965, fecha en que tiene lugar la Gran Apostasía, al proclamarse como el primer líder de la nueva religión universal que se fundó en esa impía asamblea; antes de eso no había tal manifestación, formal, pues Montini era un usurpador del poder temporal del Papa, esto es, un soberano temporal ilegítimo, pero aún no sería el Anticristo personal formalmente hablando, dado que debía ser el líder supremo de una religión universal anticatólica, esto es, anticristiana.
Se puede
afirmar que con S.S. Pío XII comienza la época de la Iglesia de Laodicea, como
él mismo dijo, en su primera encíclica:
“¿Qué época ha tenido mayor necesidad
de estos bienes que la nuestra? ¿Qué época más que la nuestra, a pesar de los
progresos de toda clase que ha producido en el orden técnico y puramente
exterior, ha sufrido un vacío interior tan crecido y una indigencia espiritual
tan íntima? Se le puede aplicar con exactitud la palabra aleccionadora del
Apocalipsis: Dices: Rico soy y opulento y de nada necesito, y no sabes que eres
mísero, miserable, pobre, ciego y desnudo (Ap. 3, 17)”.
Lo que se
vive hoy es justamente lo que el Anticristo Montini necesitaba para poder
proclamar "la paz y la seguridad", y eso sólo bastó para seducir a
las naciones y a todos los pueblos, porque se trata de una paz y una seguridad
sin Dios, sin Cristo y sin Iglesia, o sea, la peor de las imposturas. Ésa fue
la misión del Anticristo, y ésa sigue siendo la misión de sus desgraciados
sucesores al frente de la abominable secta que fue engendrada durante el infame
conciliábulo.
En efecto,
oigamos a Montini en su discurso en la sede de las Naciones Unidas, algo
insólito y escandaloso si se considera el carácter masónico y abiertamente
anticristiano de ese organismo, 2 meses antes de clausurar el conciliábulo, el
4 de octubre de 1965:
“¡Nunca jamás guerra! ¡Nunca jamás
guerra! Es la paz, la paz, la que debe guiar el destino de los pueblos y de
toda la humanidad”.
Es “curioso”
que, según Montini, la paz deba ser la que deba guiar el destino de los pueblos
y de toda la humanidad, y no Dios, ni Cristo, ni tampoco Su Vicario ni Su
Esposa, a la que se le dio tal poder, como leemos en Juan 21,15-17.
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