Las siguientes citas pontificias dejan bien claro que sólo aquellos que se someten y obedecen al Magisterio infalible de los Vicarios de Cristo son dignos de ser considerados hijos de la Iglesia y miembros del Cuerpo Místico. Así que mucho cuidado con opinar libremente sobre cualquier asunto sin tener en cuenta la voz divina y autorizada de los Papas, cuyo Magisterio ordinario y extraordinario debemos honrar con la obediencia.
CASTI CONNUBII
PÍO XI, 1930
«Por lo tanto, que los fieles también estén en guardia contra la independencia
sobrevalorada del juicio privado y esa falsa autonomía de la razón humana.
Porque es bastante extraño para todos los que llevan el nombre de cristiano
confiar en sus propios poderes mentales con el orgullo de estar de acuerdo solo
con aquellas cosas que él puede examinar desde su naturaleza interna, e
imaginar que la Iglesia, enviada por Dios para enseñar y guiar a todas las
naciones, no está familiarizada con los asuntos y circunstancias actuales; o incluso
que deben obedecer solo en aquellos asuntos que ella ha decretado por
definición solemne, como si sus otras decisiones pudieran suponerse falsas o
presentar motivos insuficientes para la verdad y la honestidad. Por el
contrario, una característica de todos los verdaderos seguidores de Cristo, con
letras o sin letras, es dejarse guiar y guiar en todas las cosas que tocan la fe
o la moral por la Santa Iglesia de Dios a través de su Pastor Supremo, el
Romano Pontífice, quien es guiado por Jesucristo Nuestro Señor.»
SAPIENTIAE
CHRISTIANAE
LEÓN XIII, 1890, Sobre las obligaciones de los cristianos.
“Tratándose de
determinar los límites de la obediencia, nadie crea que se ha de obedecer a la
autoridad de los Prelados y principalmente del Romano Pontífice solamente lo
que toca a los dogmas cuando no se pueden rechazar con pertinacia sin cometer
crimen de herejía. Ni tampoco basta admitir con sinceridad las enseñanzas que
la Iglesia, aunque no estén definidas con solemne declaración, propone con su
ordinario y universal magisterio como reveladas por Dios, las cuales manda el
Concilio Vaticano que se crean con fe católica y divina, sino además uno de los
deberes de los cristianos es dejarse regir y gobernar por la autoridad y
dirección de los Obispos y, ante todo, por la Sede Apostólica. Fácilmente se
echa de ver cuán conveniente sea esto. Porque lo que se contiene en la divina
revelación, parte se refiere a Dios y parte al mismo hombre y a las cosas
necesarias a la salvación del hombre. Ahora bien: acerca de ambas cosas, a
saber, qué se debe creer y qué obrar, como dijimos, prescribe la Iglesia por
derecho divino y en la Iglesia el Sumo Pontífice, por virtud de la autoridad,
debe poder juzgar qué es lo que se contiene en las enseñanzas divinas, qué
doctrina concuerda con ellas, y cuál es la que de ellas se aparta, y del mismo modo
señalarnos las cosas buenas y las malas; lo que es necesario hacer o evitar
para conseguir la salvación; pues de otro modo no sería para los hombres
interprete fiel de las enseñanzas de Dios ni guía seguro en el camino de la
vida.
NICOLÁS I,
Concilios Romanos (Año 860-863)
«Si alguno despreciare los dogmas, los mandatos, los entredichos, las sanciones
o decretos que el presidente de la Sede Apostólica ha promulgado saludablemente
en pro de la fe católica, para la disciplina eclesiástica, para la corrección
de los fieles, para castigo de los criminales o prevención de males o
inminentes o futuros, sea anatema. (D 326).»
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