MANUAL DE SUPERVIVENCIA DURANTE LA GRAN TRIBULACIÓN Y LA OPERACIÓN DEL ERROR. (LXII)

 

El mundo y sus ciegos amadores y pobres esclavos están en el orden de la naturaleza, en el reino de lo sensible y lo material, mientras que los Santos y a quienes se nos ha abierto el entendimiento espiritual para entender las cosas sobrenaturales estamos en el orden de la Gracia, en el reino de lo espiritual, en un plano sobrenatural superior al plano natural en que se hallan los que no han dejado entrar en ellos la Palabra de Dios y no reciben el influjo del Espíritu Santo. Es crucial entender que Dios es un Padre bueno, justo y misericordioso con todos Sus hijos, y que no desea que nadie se pierda, sino que todos tenga la vida eterna, pero Él respeta profundamente nuestro libre albedrío, y no nos fuerza a que Le conozcamos y Le amemos, sino que quiere que seamos nosotros quienes, por voluntad propia, demos el paso y el salto de Fe necesario para que Dios entre en nuestra vida por la predicación de la Verdad y por la lectura de libros espirituales y de piedad. Si alguien se obstina en rechazar las muchas llamadas que Dios le hace, y desprecia las gracias que Él envía a cada alma, llega un momento en que Dios abandona a esa alma al verse abandonado de ella en primer lugar. Esto constituye la mayor de las desgracias que le puede acontecer a alguien en vida, verse abandonado de Dios por su propia rebeldía y orgullo. El principal problema hoy es que ya casi nadie predica la Palabra de Dios, por tanto, la buena semilla difícilmente puede entrar en las almas y el Espíritu Santo no puede ejercer su influjo y su acción bienhechora en ellas, no puede formar a las almas para la vida eterna. Y el mayor responsable de que esto sea así es el mundo y sus engaños y vanidades, que tiene a la gran mayoría de las almas en estado crítico por negligencia espiritual, y que únicamente se ocupa de satisfacer sus necesidades corporales y de inflar el orgullo y la vanagloria de quienes están bajo su perniciosa influencia. Es por eso que decimos que el mundo es nuestro principal enemigo hoy, porque su atmósfera infecta y negativa para la vida espiritual ha invadido prácticamente todos los ámbitos de la vida pública y privada, impidiendo que las personas piensen en Dios y en la eternidad, haciendo de ellas meros esclavos de las pasiones y las posesiones materiales.


“La primera acción del Espíritu Santo será la de ponemos en guardia contra el único obstáculo en la tierra capaz de separarnos de la voluntad divina, es decir, nuestro amor al pecado. Pues bien, el amor al pecado se nutre de objetos sin los cuales no puede subsistir, y es el mundo y son nuestras propias pasiones quienes lo alimentan con las riquezas que mantienen vivo. ¿Qué alimento es ese? San Juan dice: «Porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida» (I Jn 2, 16). En la tierra y en el mundo --ese mundo que nuestro Señor detesta- hay objetos que nos atraen y que favorecen la concupiscencia de la carne con las tentaciones más bajas, la concupiscencia de los ojos con los bienes materiales y la concupiscencia del espíritu con la soberbia y la independencia. En el mundo no hay otra cosa y, por eso, nuestro Señor detesta esos tres atractivos que, para hacernos pecar, tienden a arrancar del Reino de Dios nuestros afanes, nuestras aspiraciones y nuestra voluntad.

El don de temor de Dios nos arma contra esas tendencias pecaminosas -contra esas tres concupiscencias que buscan las riquezas de este mundo- por medio del desprendimiento de la carne, del desprendimiento de una independencia exagerada y del desprendimiento de las riquezas. Pues bien, eso es el espíritu de pobreza. El temor perfecto nos inspira un sentimiento de rechazo hacia nuestra tendencia al pecado y hacia los bienes con los que se alimenta, que se traduce por el deseo de desprendimiento de todos esos bienes.

¡Qué diferencia con el espíritu mundano que, en su carrera desenfrenada, se vuelca en los placeres, los honores, el libertinaje y la fortuna! La llamada del Espíritu de Dios es absolutamente opuesta. San Pablo dice: «Lo que eran para mí ganancias lo considero basura» (Fil 3, 8). El Espíritu de temor hace que convirtamos el objeto de nuestros deseos mundanos en un objeto rechazable. Rechazable porque aun aceptándolo en cierta medida, nos asusta el peligro de ligamos a él y separamos de nuestro Señor; porque tememos su justicia; y porque no contamos con más refugio que Él ni con más seguridad que la que el espíritu de pobreza nos inspira frente a todo lo que podría alimentar nuestra tendencia al pecado”.

(Fr. Ambroise Gardeil OP, El Espíritu Santo en la vida cristiana, pp. 30-32).

Continuará...





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