El mundo
vive envuelto en múltiples escándalos y en una conmoción permanente, ávido de
novedades malsanas y de pecados que ofenden enormemente a Dios. El mundo está
podrido por el escándalo que provocan los malos y los impíos. Cuando la Santa
Iglesia Católica era visible y estaban los Papas para combatir y denunciar el
error y la falsedad, los escándalos eran pronta y ejemplarmente reprimidos por
los Vicarios de Cristo y por los Obispos y los Santos; pero desde que murió el
último Papa S.S. Pío XII, y el Katejón u obstáculo que impedía la manifestación
del impío Anticristo fue apartado, el diablo ha sido desencadenado y soltado
para que seduzca y engañe a las naciones y a quienes no están marcados con el
sello de la Fe, y esparce sus errores, engaños y escándalos sin nadie que se le
oponga, ya que la Iglesia ha sido eclipsada y como quitada de en medio (San
Victorino de Pettau).
Por eso,
Nuestro Señor condena de manera particular a los escandalosos y a los
calumniadores, pues hacen un daño enorme a muchas almas inocentes, a los
pequeños que no conocen la malicia del mundo y sus engaños.
Todos los
discípulos de Jesucristo estamos llamados a luchar contra el mundo y vencerlo
con la espada de doble filo de la Palabra de Dios y del Espíritu Santo. Toda
nuestra vida debe ser, pues, una lucha constante contra el mundo y sus millares
de voces calumniadoras y escandalosas. Nuestra batalla consiste en demostrar
que el mundo no tiene razón y que sólo sabe engañar y calumniar, como su tiránico príncipe el demonio.
El amor de Dios y el amor del mundo son dos amores incompatibles, porque el amor del mundo no puede existir en el corazón de un cristiano que conoce y ama a su Padre Dios. Quien se deja seducir por el mundo y por sus placeres envenenados no posee el amor del Padre, el cual no puede estar en él dado que el mundo y el Padre son enemigos desde el principio.
A la pregunta de si es lícito a un cristiano amar las cosas del mundo, responderemos con el apóstol que no está prohibido amarlas, pero que ese amor no debe ser desordenado y absoluto, llegando a olvidarse de Dios.
Como nos
dice San Agustín: “Todo lo que hay en el mundo, Dios lo ha hecho…; pero ¡ay de
ti si tú amas las criaturas hasta el punto de abandonar al Creador!... Dios no
te prohíbe amar estas cosas, pero te prohíbe amarlas hasta el punto de buscar
en ellas tu felicidad… Dios te ha dado todas estas cosas. Si, por el contrario,
tú amas estas cosas, aunque hechas por Dios, y tú descuidas al Creador y amas
al mundo, ¿acaso no será juzgado adúltero tu amor?... ¿Amas la tierra? Tierra
eres. ¿Amas a Dios? ¿Qué diré? ¿Eres Dios? No me atrevo a decirlo por cuenta
propia. Oigamos las Escrituras: “Yo he dicho: Sois dioses e hijos del
Altísimo”.
Continuará...
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