Todos los
Santos de N.S.J.C. han hecho la guerra al mundo y le han combatido y
denunciado, siguiendo así el ejemplo marcado por el Divino Salvador y Redentor.
No temieron enfrentarse al mundo y desenmascarar su perfidia e hipocresía. Su
valiente y bendito testimonio convenció al mundo y su príncipe Satanás de
pecado. El Espíritu Santo Paráclito Consolador estaba con ellos y les inspiraba
las palabras que debían pronunciar y la conducta que debían observar en
relación al mundo y sus vanidades y engaños. Por eso los poderosos según el mundo,
esto es, los emperadores, los reyes y los príncipes paganos, en una palabra,
los representantes de Satanás en la tierra, pues toda esa gente gobernaba por
el terror, la esclavitud y el sometimiento de sus desgraciados e impotentes
súbditos, por eso digo, estos poderosos mundanos, hijos de Satán, temían y
odiaban a N.S.J.C., el Hijo de Dios vivo, así como a todos sus Santos
Pontífices, Mártires y Vírgenes, porque ellos eran la luz enviada por el Padre
Eterno para alumbrar al mundo y hacerle ver que sus obras no eran buenas, de
ahí que el mundo y sus desdichados amadores huyan de la luz de Dios, esto es,
del Santo Evangelio de N.S.J.C. y de Su Santa Palabra reflejada en la Sagrada
Escritura, así como del Magisterio infalible de Sus Vicarios, pues le tienen un
pánico atroz porque saben que les denuncia todas sus obras de iniquidad e
hipocresía. Por eso odia tanto el mundo a Dios y a los suyos, porque el mundo
no es de Dios, sino de su impío príncipe, Satanás, el cual fue expulsado del
cielo por su soberbia y su desobediencia intolerables, las cuales ha infundido
en todos los que se rebelan contra la Verdad y la única autoridad, que es Dios
Uno y Trino. Por eso hubo tantos Mártires y Vírgenes que fueron martirizados de
las más diversas y crueles maneras, arrancándoles los ojos en muchos casos sus
crueles verdugos, pues el mundo y sus orgullosos dueños no podían ni pueden
soportar que se les observe y se les reprenda por la perversidad y la falsedad
de sus acciones.
De todo lo
anterior se deduce que quienes somos de Dios no podemos transigir ni comulgar
en lo más mínimo con la falsa filosofía torcida del mundo, pues sus máximas y
sus postulados errados y tendenciosos se oponen siempre al Evangelio y a la
santa Ley de Dios, por tanto, también al Magisterio, la Doctrina y la
Tradición. En efecto, los cristianos no podemos ni debemos nunca acomodarnos a
la opinión general imperante, ni al falso sentido mal llamado “común”, ni a la
sabiduría popular, que no es sabiduría en absoluto sino la más demencial
necedad al no reconocer a Dios ni guiarse por criterios espirituales. Al
contrario, los cristianos hemos sido puestos en el mundo por Dios Uno y Trino
para escandalizar a los mundanos y a quienes han hecho de esta vida miserable
su morada permanente, pensando que van a vivir eternamente aquí, olvidando y
despreciando por completo la otra vida y la eternidad. Los cristianos debemos
incendiar el mundo entero con las llamas de la Caridad y el amor de Dios, y
traspasar los corazones y las conciencias con la espada de doble filo de la
Palabra de Dios, la cual tiene el poder de sacar a quienes estaban en las
tinieblas y hacer de ellos hijos e hijas muy amados de Dios. Un cristiano no
puede ser nunca conformista y complaciente con el mundo y sus mentiras.
Con los
mundanos debemos hablar de cualquier cosa lo justo, pues es más que evidente
que no reciben las luces y gracias que nosotros sí hemos recibido, y por eso
cuando hablan y enjuician, lo hacen no según Dios y el Espíritu Santo como
nosotros, sino según el falso espíritu del mundo, que nosotros sabemos que no es
otro que el espíritu inmundo de Satanás. Cuando los mundanos intenten
imponernos su visión de las cosas torcida y equivocada, debemos corregirles con
Caridad y humildad, pero también con un justo sentido de la equidad, haciéndoles
ver en qué se equivocan, aunque luego ellos no nos hagan ni caso y piensen que
somos nosotros los locos y los raros, los endemoniados, como ya le pasó a
N.S.J.C. cuando reprendía y censuraba la hipocresía y la malicia de los
hipócritas fariseos y escribas. El sino de los cristianos es ser incomprendidos
y perseguidos por el mundo y sus ciegos partisanos, porque vivimos en
hostilidad permanente con el mundo y su impío príncipe.
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