AUDI, FILIA, ET VIDE (Beato Juan de Ávila) (4)

 



                                                                    CAPÍTULO 4

En qué grado y por qué fin es lícito desear la humana honra; y del grandísimo peligro que hay en los oficios honrosos y de mando.



Para que mejor entendáis lo que se os ha dicho, habéis de saber que una cosa es amar la honra o estimación humana por sí misma y parando en ella, y esto es malo según se ha dicho, y otra cosa es cuando estas cosas se aman por algún buen fin, y esto no es malo.


Claro es que una persona que tiene mando o estado de aprovechar a otros, puede querer aquella honra y estima para tratar su oficio con mayor provecho de los otros; pues que si tienen en poco al que manda, tendrán en poco su mandamiento, aunque sea bueno.


Y no solamente estas personas, mas generalmente todo cristiano debe cumplir lo que está escrito (Eccli., 41, 15): Ten cuidado de la buena fama. No porque ha de parar en ella, mas porque ha de ser tal un cristiano, que quienquiera que oyere o viere su vida, dé a Dios gloria; como la solemos dar viendo una rosa, o un árbol con fruto y frescura. Esto es lo que manda el santo Evangelio (Mt., 5, 13), que luzca nuestra luz delante de los hombres, de manera que, viendo nuestras buenas obras, den gloria al celestial Padre, del cual procede todo lo bueno.


Y este intento de la honra de Dios y de aprovechar a los prójimos movió a San Pablo (2 Cor., 4) a contar de sí mismo grandes y secretas mercedes que nuestro Señor le había hecho, sin tenerse por quebrantador de la Escritura, que dice (Prov., 27): Alábete la boca ajena, y no la tuya. Porque contaba él estas sus alabanzas tan sin pegársele nada de ellas, como si no las hablara; cumpliendo él mismo lo que había dicho a los de Corinto (1 Cor., 7), que los que tienen mujeres sean como si no las tuviesen, y los que lloran como si no llorasen, con otras cosas semejantes a éstas. En lo cual quiere decir, que aquél provechosamente usa de lo temporal, próspero o adverso, gozoso o triste, que no se le pega el corazón a ello; mas pasa por ello como por cosa vana y que presto se pasa. Y cierto, cuando San Pablo contaba estas cosas de sí, con un corazón las decía, no sólo despreciador de la honra, mas amador del desprecio y deshonra por Jesucristo, cuya cruz él tenía por honra suprema (Gal., 6, 14) Y de estos tales corazones bien se puede fiar que reciban honra, o digan ellos cosas que aprovechen para tenerla; porque nunca harán estas cosas sino cuando fuere muy menester; para algún buen fin.


Más así como es cosa de mucha virtud tener la cosa cómo si no la tuviesen, y no pegarse al corazón la honra que de fuera nos dan, así es cosa dificultosa y que muy pocos la alcanzan. Porque, como San Crisóstomo dice: «Andar entre honras y no pegarse al corazón del honrado, es como andar entre hermosas mujeres sin alguna vez mirarlas con ojos no castos.» Y la experiencia nos ha mostrado que las dignidades y lugares de honra muy pocas veces han hecho de malos buenos, y muy muchas de los buenos malos; Porque para sufrir el peso de la honra y ocasiones que vienen con ella, es menester gran fuerza y virtud. Porque, según San Jerónimo dice: «Los montes más altos con mayores vientos son combatidos.» Y cierto es que se requiere mayor virtud para tener mando que para obedecer. Y no sin causa, y gran causa, nuestro soberano Maestro y Señor, que todo lo sabe, huyó de ser elegido por Rey (Jn., 6). Y pues Él no podía peligrar en estado por alto que fuese, claro está que es doctrina para nuestra flaqueza, que debe ella huir de lo peligroso, pues huyó Él, que estaba seguro.


Y si es atrevimiento muy grande, y contra el ejemplo de Cristo, recibir el estado de honra cuando lo ofrecen, ¿qué será desearlo y qué será procurarlo? Porque para decir cuánto mal es dar dineros por ello, no hay hombre que baste. Cosa es de grandísimo espanto, que pudiendo un hombre andar seguramente por tierra llana, escoja los peligros de andar por la mar; y no con bonanza, sino con tempestades continuas. Porque, según San Gregorio dice: «¿Qué otra cosa es el poderío de la alteza sino tempestad del ánima?» Y tras estos trabajos y peligros que en lugar alto hay, sucede aquélla terrible amenaza dicha por Dios, aunque de pocos oída y sentida, (Sab., 6): Juicio durísimo será hecho en los que tienen mando. ¿Qué será esto, que siendo el juicio ordinario de Dios tal, que los más estirados en la virtud tiemblan y dicen (Sal., 142, 2): No entres en juicio con tu siervo. Señor, hay gente tan atrevida que elija entrar en juicio, no cualquiera, mas estrechísimo y durísimo? Y viendo que un Rey Saúl, a quien fue el reino ofrecido de parte de Dios, sin que por ello él se ensalzase ni hiciese caso de él, y aun se escondió por no recibirlo, y fue hallado porque Dios lo manifestó (1 Reg., 10), con todo esto maltratóle tan mal la alteza de la dignidad con sus ocasiones, que habiendo precedido elegirlo Dios, y huirlo él, sucedió tan mala vida y mal fin, que debe poner temor y escarmiento a los que entran en estados de honra, aun llamados y por buena puerta, y muy mayor a los que no entran por tal.


Y cierto, es cosa de maravillar que haya gente tan tasada [escasa] en el servicio de nuestro Señor, que si les dicen que hagan algo, aunque muy bueno, andan mirando y remirando si es cosa que no les obliga a pecado mortal para no la hacer; porque dicen que son flacos, y no quieren meterse en cosas altas y de perfección, sino andar camino llano, como ellos dicen. Y éstos por una parte tan cobardes en buscar la perfecta virtud para sí mismos, que con la gracia del Señor les fuera fácil de alcanzar, por otra parte son tan atrevidos en meterse en señoríos y mandos y honras, que para usar bien de ellos y sin daño propio, es menester perfecta o aprovechada virtud, que se hacen entender que la tienen, y que darán buena cuenta del lugar alto, sin que peligren sus conciencias en lo que muchos han peligrado. Tanto ciega el deseo de la honra y mandos y de intereses humanos, que a los que no osan acometer lo fácil y seguro, hace acometer lo que está lleno de peligros y dificultad. Y los que no fían de Dios que les ayudará en las buenas obras que tocan a sí mismos, se prometen con grande osadía que los traerá Dios de la mano en lo que toca a regir a los otros, pudiendo Dios responder con mucha justicia, que pues ellos se metieron en aquel peligro, ellos se ayuden a valerse en él. Porque de estos tales dice Dios (Oseas, 8, 4): Ellos reinaron, y no por mi parecer: fueron príncipes, y yo no lo supe. Quiere decir: No lo aprobé, ni me pareció bien. Y quien mirare que desechó Dios de su mano al Rey Saúl, habiéndole el mismo Dios metido en el reino, tendrá mucha razón para desengañarse, pues que no hay quien le asegure de que no sea tan flaco como Saúl, sino la soberbia y gana del mando. Y por muy buena entrada que tenga en él, no será mejor que la de Saúl.


Razón tuvo San Agustín en decir que el lugar alto es necesario para regimiento [gobierno, régimen] del pueblo. Aunque cuando se tiene se administre como conviene, mas cuando no se tiene, no es lícito desearlo. Y él decía de sí mismo, que deseaba y procuraba salvarse en el lugar bajo, por no peligrar en el alto. Especialmente se debe esto hacer cuando el tal lugar tiene regimiento de ánimas; lo cual tiene tanta dificultad para hacerse bien, que se llama «arte de artes». Huir se deben estos peligros en cuánto buenamente fuere posible, imitando el ejemplo ya dicho, que el Señor nos dio, en huir de aceptar el reino, y el que nos han dado muchas personas santas y sabias que los han huido con todo su corazón [San Juan de Ávila rehuyó las mitras de Segovia y Granada]. Y para entrar bien en ellos ha de ser o por revelación del Señor, o por obediencia de quien lo puede mandar, o por consejo de persona que entienda muy bien la obligación del oficio y los peligros de él, y tenga el juicio de Dios delante sus ojos, y muy atrás de ellos todo respeto temporal. Y si estas condiciones no se hallaren, será menester que haya tales conjeturas de que Dios es de ello servido, que sean de tanto peso, que pueda el tal hombre fiarse, de ellas para entrar en tan grave peligro. Y con todo esto aún hay que temer; y conviene velar y suplicar al Señor, que pues guardó la entrada de mal, guarde también la salida, porque no pare en eterna condenación. Porque a muchos de los que han vivido contentos en estos estados, hemos visto morir con deseo de no los haber tenido, y con grandes temores de lo que primero, a su parecer, estaban seguros. Débese mejor parecer la verdad de las cosas temporales, cuanto el hombre más se aleja de ellas, y más se acerca al juicio de Dios, en el cual hay toda verdad.

Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario