Instrucción religiosa sobre el pecado de la ENVIDIA (3)

 




Instrucción religiosa sobre el pecado de la ENVIDIA
(Sacado de Instrucciones morales sobre la Doctrina Cristiana, por Ildefonso de Bressanvido O.F.M., tomo cuarto, Paris, 1853).


V. ¿No es eso lo que realmente sucede? Es suficiente para convencernos con considerar la envidia, con el Papa San Gregorio y Santo Tomás (2. 2. qu. 56. a. 4. ad tertium), en su tres grados, es decir, en su principio, en sus medios y en su final. Tan pronto como una persona envidiosa ve a otra persona adquirir gloria o riquezas, se siente consumida por unos celos secretos y el miedo que tiene de verse superada le preocupa y le atormenta. No se detiene ahí; de la preocupación y la tristeza, pasa a buscar los medios para rebajar a su rival; y, para triunfar, utiliza los medios más viles y vergonzosos. Va más allá, acepta sufrir él mismo, hacer sufrir a los demás, como lo hizo este hombre envidioso, que pidió que le privaran de un ojo, con la condición de que le sacaran ambos a su competidor. (!)


VI. ¡Ah! Es con razón que San Cipriano (Serm. de zelo et livore) menciona la envidia como la fuente de los males, el origen de los asesinatos y de una infinidad de crímenes: Invidia es radix malorum, fons cladium et seminarium delictorum. San Gregorio asegura que la malicia de la envidia es mayor que la de muchos otros vicios. Es verdad, dice (Lib. 5. mor. c. 32), que, por medio de todos los demás vicios, la serpiente infernal esparce su veneno en los corazones de los hombres, pero lo imprime mucho más profundamente por medio de la envidia: In hac tamen nequitiae invidiae tota sua viscera serpens concutit, et imprimendam malitiae pestem vomit. San Buenaventura dice que la envidia despoja al hombre de todas las virtudes. Los demás vicios se oponen a una sola virtud. El orgullo se opone a la humildad, la lujuria a la castidad, la avaricia a la liberalidad, y así todos los demás; pero la envidia se opone a todo, porque viendo las virtudes en su prójimo, éstas son para la persona envidiosa un motivo de dolor y tristeza, como si todas le fuesen contrarias; le gustaría quitárselas a su rival, y cambiarlas en tantos vicios para ensuciar el alma de su prójimo, si fuera capaz de ello: (S. Bonav. en Diet. sol. c. 4). Esa es, vuelve a decir el mismo Santo, la bestia feroz que devoró al casto José, ya que fue la envidia quien aconsejó y ejecutó su ruina: Fera pessima devoravit eum. Invidia devorat hominem, ut in Genesi fera pessima devoravit Joseph.

Continuará...

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