AUDI, FILIA, ET VIDE (Beato Juan de Ávila) (3)

 



                                                                 CAPÍTULO 3 

De qué remedios nos habemos de aprovechar para desapreciar la honra vana del mundo, y de la grande fuerza que Cristo da para la poder vencer.


Mucha ayuda contra este mal nos debía ser, que la misma lumbre natural lo condene; pues nos enseña que el hombre ha de hacer obras dignas de honra, mas no por la honrar merecerla y no preciarla; y que el corazón grande debe despreciar el ser preciado y el ser despreciado; y que ninguna cosa debe tener por grande, sino la virtud.


Mas si con todo esto no tuviere el cristiano corazón para despreciar esta vanidad, alce los ojos a su Señor puesto en cruz, y verle ha tan lleno de deshonras, que si bien se pesaren, pueden competir con la grandeza de los tormentos que recibía. Y no sin causa eligió el Señor muerte con extrema deshonra, sino porque conoció cuan poderoso tirano es el amor de la honra en el corazón de muchos; que no dudan de ponerse a la muerte, y huyen del género de la muerte, si es con deshonra. Y para darnos a entender que no nos ha de espantar lo uno ni lo otro, eligió muerte de cruz, en la cual se juntan graves dolores con excesiva deshonra.


Mirad, pues, si ojos tenéis, a Cristo estimado por el más bajo de los hombres, y aviltado [(de vil), menospreciado, afrentado] con graves deshonras; unas, que la misma muerte de cruz trae consigo, pues era la más infame de todas; y otras con que particularmente ofendieron a nuestro Señor, pues ningún género de gente quedó que no se emplease en le blasfemar, despreciar e injuriar con géneros de deshonras no vistos; y veréis cuan bien cumple lo que predicando había dicho (Jn., 8): Yo no busco mi honra. Haced vos así. Y si paráredes las orejas de vuestra ánima a oír con atención aquel lastimero pregón que contra la misma inocencia se dio, pregonando a Jesucristo nuestro Señor por malhechor por las calles de Jerusalén, os confundiréis vos cuando viéredes que os honran, o cuando deseéis ser honrada; y diréis con gemido entrañable: ¡Oh Señor! ¿Vos pregonado por malo, y yo alabada por buena? ¿Qué cosa de mayor dolor? Y no sólo se os quitará la gana de la honra del mundo, mas tendréis gana de ser despreciada, por ser conforme al Señor, seguir al cual, como dice la Escritura (Ecli., 23, 38), es grande honra. Y entonces diréis con San Pablo (Gal., 6, 14): No plega [agrada] a Dios que yo me honre, sino en la cruz de Jesucristo Nuestro Señor; y desearéis cumplir lo que el mismo Apóstol dice (Hebr., 13, 13): Salgamos, a Cristo fuera de los reales, imitándole en su deshonra.


Y si es poderosa cosa el afecto de la honra vana, muy más poderosa es la medicina del ejemplo y gracia de Cristo, que de tal manera la vencen y desarraigan del corazón, que le hacen sentir que es cosa muy abominable, que viendo un cristiano al Señor de la Majestad bajarse a tales desprecios, se quede el gusano vil hinchado con amor de la honra. Por lo cual el Señor nos convida y esfuerza con su ejemplo, diciendo (Jn., 16, 33): Confiad, que yo vencí al mundo. Como si dijese: Antes que yo acá viniese, cosa recia era tomarse con el mundo engañoso, desechando lo que en él florece, y abrazando lo que él desecha; mas después que contra mí puso todas sus fuerzas, inventando nuevo género de tormentos y deshonras, todo lo cual yo sufrí sin volverles el rostro, ya no solamente pareció flaco, pues encontró con quien pudo más sufrir; mas aún queda vencido para vuestro provecho, pues con mi ejemplo que yo os di, y fortaleza que os gané, lo podréis ligeramente vencer, sobrepujar y hollar.


Mire el cristiano, que pues el mundo despreció al bendito Hijo de Dios, que es eterna Verdad y Bien sumo, no hay por qué nadie en nada le tenga, ni en nada le crea. Antes mirando que fue engañado en no conocer una tan clarísima luz, y en no honrar al que es verdaderísima honra; aquello repruebe el cristiano, que el mundo aprueba; y aquello precie y ame, que el mundo aborrece y desprecia; huyendo con mucho cuidado de ser preciado de aquel que a su Señor despreció; y teniendo por grande señal de ser amado de Cristo, el ser despreciado del mundo, con Él y por Él.


De lo cual resulta, que así como los que son de este mundo no tienen orejas para escuchar la verdad y doctrina de Dios, antes la desprecian, así el que es del bando de Cristo no las ha de tener para escuchar ni creer las mentiras del mundo. Porque ahora halague, ahora persiga, ahora prometa, ahora amenace, ahora espante, o parezca blando, en todo se engaña y quiere engañar, y con tales ojos lo debemos mirar; pues es cierto que en tantas mentiras y falsas promesas le hemos tomado, que las medias [la mitad] que un hombre dijese, en ninguna cosa nos fiaríamos de él, y a duras penas, aunque dijese verdad, le daríamos crédito. No es bien ni mal verdadero lo que el mundo puede hacer, pues no puede dar ni quitar la gracia de Dios. Ni aun en lo que parece que puede, no puede nada, pues que no puede llegar al cabello de nuestra cabeza sin la voluntad del Señor (Lc., 21, 18): y si otra cosa nos quisiere hacer entender, no le creamos. ¿Quién habrá ya que no ose pelear contra un enemigo que no puede nada?

Continuará...

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