Encíclica QUANTA CURA, S.S. Pío IX (1)

 



                  ENCÍCLICA QUANTA CURA DEL SUPREMO PONTÍFICE PÍO IX


A todos los Venerables Hermanos Patriarcas, Primados, Arzobispos y Obispos que tienen gracia y comunión con la Sede Apostólica. Papa Pío IX. Venerables hermanos, salud y bendición apostólica.


¡Con cuánto cuidado y vigilancia pastoral cumplieron los Romanos Pontífices, Nuestros Predecesores, el oficio que les había confiado el mismo Cristo Señor en la persona de San Pedro, Príncipe de los Apóstoles, y la tarea de alimentar a los corderos y ovejas! , nunca dejó de alimentar diligentemente con las palabras de la fe a todo el rebaño del Señor, de educarlo con sana doctrina y de apartarlo de los pastos venenosos, es claro y manifiesto para todos y para vosotros en particular, Venerables Hermanos. En efecto, los mencionados Nuestros Predecesores de la augusta Religión Católica -defensores y garantes de la verdad y de la justicia, extremadamente preocupados por la salud de las almas- no tenían más en el corazón que identificar y condenar, con sus sabias Cartas y Constituciones, todas las herejías y los errores que, al oponerse a nuestra fe divina, a la doctrina de la Iglesia católica, a la honestidad de las costumbres y a la salud eterna de los hombres, provocaron a menudo graves tormentas y devastaron de manera devastadora la república cristiana y civil. Por eso, los mencionados Nuestros Predecesores con fuerza apostólica resistieron continuamente las nefastas maquinaciones de hombres inicuos que, salpicando la espuma de sus falacias como las olas de un mar tormentoso y prometiendo libertad mientras son esclavos de la corrupción, con sus opiniones engañosas y sus más perniciosas En sus escritos han intentado demoler los fundamentos de la religión católica y de la sociedad civil, eliminar toda virtud y justicia, depravar las almas y las mentes de todos, desviar a los jóvenes incautos, y sobre todo a los que no están preparados, de la correcta disciplina del moral, y corromperla miserablemente, aprisionarla en las trampas de los errores y finalmente arrancarla del seno de la Iglesia católica.


Mientras tanto, como bien sabéis, Venerables Hermanos, ya que por una decisión arcana de la divina providencia, ciertamente no por mérito alguno nuestro, fuimos elevados a esta Cátedra de Pedro, viendo con extremo dolor de nuestra alma la horrible tormenta aliviada por tantas malas opiniones y los gravísimos, y nunca suficientemente lamentados daños, que resultan de tantos errores sobre el pueblo cristiano, por deber de Nuestro Ministerio Apostólico, siguiendo las huellas ilustres de Nuestros Predecesores, alzamos Nuestra voz y con varias Cartas Encíclicas difundidas a través de la prensa, con las Alocuciones celebradas en el Consistorio y con otras Cartas Apostólicas condenamos los principales errores de nuestra triste época, y estimulamos vuestra estimada vigilancia episcopal, amonestamos con todas nuestras fuerzas y exhortamos a todos los hijos de la Iglesia Católica, querida por nosotros, que sufrió la infección de una plaga tan cruel fue una abominación suprema y huyó de ella. Especialmente entonces con Nuestra primera Carta Encíclica del 9 de noviembre de 1846 y con dos Alocuciones (una de las cuales fue pronunciada por Nosotros en el Consistorio del 9 de diciembre de 1854 y la otra en el del 9 de junio de 1862) Condenamos las monstruosas enormidades de las opiniones que dominan en particular en nuestra época, en gran perjuicio de las almas y en perjuicio de la misma sociedad civil, que no sólo se oponen a la Iglesia católica, a su saludable doctrina y a sus venerables derechos, sino también a la eterna ley natural grabada por Dios en el corazón de todos y la recta razón; casi todos los demás errores se originan en tales opiniones.


Continuará...

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