Instrucción religiosa sobre el pecado de la ENVIDIA (4)

 


Instrucción religiosa sobre el pecado de la ENVIDIA
(Sacado de Instrucciones morales sobre la Doctrina Cristiana, por Ildefonso de Bressanvido O.F.M., tomo cuarto, Paris, 1853).


VII. Ahora bien, ¡cuán indigno de un cristiano es tal pecado! ¡Cuán ignominioso es para un discípulo de Jesucristo! Este pecado es tan vil, y los caracteres de infamia que lleva consigo son tales, que aquellos mismos que son más culpables, buscan mostrarse inocentes, porque entienden que no pueden tener envidia, sin violar todas las leyes, naturales, divinas y humanas; lo cual es fácil de concebir. Todo cristiano es un hombre dotado de razón; según la ley natural, debe tener sentimientos de humanidad hacia otros hombres. Todo cristiano es miembro de una comunidad ; según las leyes civiles y humanas, debe mantener la unión y no romper los lazos que le unen a la sociedad. Todo cristiano ha llegado a ser miembro de Jesucristo por la gracia del santo bautismo: por lo tanto está obligado, por esta ley de la gracia, a practicar la caridad hacia los demás miembros del mismo cuerpo. Pero ¿qué humanidad, qué espíritu de unión y de caridad encontraremos nosotros en un envidioso? No puede tener ninguna humanidad hacia otros hombres, puesto que la envidia le reduce a la condición de las fieras salvajes, y lo hace aún más cruel, según San Juan Crisóstomo. ¿Lo dudas? dijo el Santo; aquí está la prueba: a veces se lanzan sobre nosotros bestias feroces; pero esto es cuando las hemos provocado, o cuando son empujadas por el hambre. El envidioso, por el contrario, arremete contra su prójimo sin haber sido provocado ni empujado por ninguna necesidad. No perdona ni a sus amigos, ni siquiera a sus benefactores; el envidioso se entrega a todos los transportes de su vil pasión contra quienes envidia. ¿Puede haber algo más ignominioso para el hombre y más indigno de él, que caer así de la cualidad de un ser razonable y descender hasta la condición animalesca?


VIII. ¿Qué unión puede entonces tener un hombre envidioso con los otros miembros de su comunidad, con los habitantes del mismo país, de la misma ciudad? No puede tener ninguna, porque le gustaría estar solo en el mundo y no puede tolerar ningún competidor ni ningún rival. A este comerciante le gustaría estar solo para negociar, para vender y comprar. Este trabajador, este artesano quisiera hacer todo el trabajo del lugar él mismo. ¡Qué indignidad, qué bajeza del alma! El famoso Casiodoro dijo algo que debería hacer sonrojar a cualquier persona envidiosa. En todos los demás lugares, dijo, encuentro unión; la encuentro incluso entre los pájaros, que hacen un pequeño cuerpo de la sociedad con los de su especie, mas no encuentro esta unión entre hombres. El buitre, que se alimenta de cadáveres, no daña a los pájaros pequeños: los defiende aun contra el halcón que los persigue. Pero no ocurre así con la mayoría de los hombres cuando están animados por el espíritu de la envidia. Sólo buscan engañarse unos a otros. A éste gustaría alcanzar este puesto, este trabajo para el que tiene los talentos necesarios, pero el otro le cierra el camino y le priva de toda esperanza. Éste, por su cansancio y por medios justos y lícitos, trabaja para obtener cosas necesarias para mantener a su familia; el otro está estudiando en secreto cómo logrará arruinarlo. En una palabra, en lugar de la buena armonía que debería existir en la sociedad, sólo veo entre los hombres odio, celos, enemistades y divisiones, hasta el punto de que no perdonan ni siquiera a aquellos de su condición, ni a los miembros de su familia. (Lib. de Am. c.6).

Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario