SOBRE EL DOGMA DE LA ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA (S.S. Pío XII)

 



"Por eso la venerada Madre de Dios, desde toda la eternidad unida de modo oculto a Jesucristo en un mismo y único decreto de predestinación,(1) inmaculada en su concepción, virginal perfectísima en su divina maternidad, asociada noble del divino Redentor, que habiendo alcanzado un triunfo completo sobre el pecado y sus consecuencias, obtuvo finalmente, como culmen supremo de sus privilegios, ser preservada incorruptible del sepulcro y que, como su propio Hijo, vencida la muerte, fuera llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, donde, como Reina, está sentada esplendorosa a la diestra de su Hijo, Rey inmortal de los siglos.(2)


Puesto que la Iglesia universal, en la que habita el Espíritu de Verdad, que la orienta infaliblemente hacia un conocimiento cada vez más perfecto de las verdades reveladas, ha expresado muchas veces a lo largo de los siglos su propia creencia, y puesto que los obispos del mundo entero piden casi unánimemente que se defina como dogma de fe divina y católica la verdad de la Asunción corporal de la Bienaventurada Virgen María al cielo, verdad que está fundada en las Sagradas Escrituras, que está profundamente arraigada en la mente de los fieles, que ha sido aprobada en el culto eclesiástico desde los tiempos más remotos, que está en perfecta armonía con las demás verdades reveladas, y que ha sido expuesta y explicada magníficamente en la obra, la ciencia y la sabiduría de los teólogos, creemos que ya ha llegado el momento señalado en el plan de la divina providencia para la solemne proclamación de este eximio privilegio de la Virgen María.


Nosotros, que hemos puesto nuestro pontificado bajo el patrocinio particular de la Santísima Virgen, a la que hemos recurrido tantas veces en momentos de graves tribulaciones, que hemos consagrado a su Corazón Inmaculado todo el género humano en ceremonias públicas y que hemos experimentado en repetidas ocasiones su poderosa protección, confiamos en que esta solemne proclamación y definición de la Asunción contribuirá no poco a la utilidad de la sociedad humana, pues redunda en gloria de la Santísima Trinidad, a la que la Santísima Madre de Dios está unida con tan singulares vínculos. Es de desear que todos los fieles se sientan estimulados a una mayor piedad hacia su Madre celestial y que las almas de todos los que se glorían en el nombre cristiano se vean conmovidas por el deseo de participar en la unidad del Cuerpo Místico de Jesucristo y de aumentar el amor a Aquella que manifiesta su corazón maternal a todos los miembros de este augusto Cuerpo. Así pues, podemos esperar que quienes mediten sobre el glorioso ejemplo que María nos ofrece, se convenzan cada vez más del valor de una vida humana enteramente dedicada a cumplir la voluntad del Padre celestial y a traer el bien a los demás. Así, mientras las enseñanzas ilusorias del materialismo y la corrupción de la moral que se desprende de ellas amenazan con apagar la luz de la virtud y arruinar la vida de los hombres al suscitar discordias entre ellos, de este modo magnífico todos podrán ver claramente a qué alto fin están destinados nuestros cuerpos y nuestras almas. Finalmente, es nuestra esperanza que la creencia en la Asunción corporal de María al cielo fortalecerá y hará más eficaz nuestra creencia en nuestra propia resurrección.


Nos alegramos grandemente de que este solemne acontecimiento caiga, según el designio de la providencia de Dios, durante este Año Santo, de modo que podamos, mientras se celebra el gran Jubileo, adornar la frente de la Virgen Madre de Dios con esta brillante gema, y ​​dejar un monumento más duradero que el bronce de nuestro propio y más ferviente amor a la Madre de Dios.


Por lo cual, después de haber elevado repetidas veces a Dios nuestras oraciones de súplica e invocado la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que prodigó su afecto particular a la Virgen María, para honra de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte, para aumento de la gloria de aquella misma augusta Madre, y para gozo y exultación de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo, y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos como dogma divinamente revelado: que la Inmaculada Madre de Dios, la siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial.


Así pues, si alguno, Dios no lo quiera, se atreviere voluntariamente a negar o poner en duda lo que hemos definido, sepa que se ha apartado completamente de la fe divina y católica.


Para que esta nuestra definición de la Asunción corporal de la Virgen María al cielo sea llevada a la atención de la Iglesia universal, deseamos que esta nuestra Carta Apostólica quede en perpetua memoria, mandando que las copias escritas de ella, o incluso las copias impresas, firmadas de mano de cualquier notario público y con el sello de una persona constituida en dignidad eclesiástica, sean dadas por todos los hombres la misma recepción que darían a esta presente carta, si se les presentara o mostrara.


Está prohibido a cualquier hombre cambiar esta declaración, pronunciamiento y definición nuestra o, mediante un intento temerario, oponerse o contrarrestarla. Si alguien se atreve a hacer tal intento, que sepa que incurrirá en la ira de Dios Todopoderoso y de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo.


Dado en Roma, junto a san Pedro, el año del gran jubileo de 1950, el primer día del mes de noviembre, en la fiesta de Todos los Santos, duodécimo de nuestro pontificado.

S.S. Pío XII

1. Bula Ineffabilis Deus, loc. cit., p. 599.

2. I Tim 1:17.


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