PREPARACIÓN PARA LA MUERTE, San Alfonso Mª de Ligorio (4)

 



PREPARACIÓN PARA LA MUERTE O CONSIDERACIONES SOBRE LAS VERDADES ETERNAS

POR SAN ALFONSO Mª DE LIGORIO,
DOCTOR DE LA IGLESIA Y FUNDADOR DE LOS PP. REDENTORISTAS


SEGUNDA CONSIDERACIÓN
CON LA MUERTE TODO SE ACABA

Venit finis, finis venit. 
El fin llega, llega el fin. 
Ez., VII, 2.


PUNTO PRIMERO 
Con la muerte acaban las riquezas.

Llaman los mundanos feliz solamente a quien goza de los bienes de este mundo, honras, placeres y riquezas. Pero la muerte acaba con toda esta ventura terrenal. ¿Qué es vuestra vida? Es un vapor que aparece por un poco (Stg., 4, 15). Los vapores que la tierra exhala, si acaso, se alzan por el aire, y la luz del sol los dora con sus rayos, tal vez forman vistosísimas apariencias; mas, ¿cuánto dura su brillante aspecto?... Sopla una ráfaga de viento, y todo desaparece. .. Aquel prepotente, hoy tan alabado, tan temido y casi adorado, mañana, cuando haya muerto, será despreciado, hollado y maldito.


Con la muerte hemos de dejarlo todo. El hermano del gran siervo de Dios Tomás de Kempis preciábase de haberse edificado una muy bella casa. Uno de sus amigos le dijo que notaba en ella un grave defecto. «¿Cuál es?»—le preguntó aquél—. «El defecto— respondió el amigo—-es que habéis hecho en ella una puerta.» «¡Cómo!—dijo el dueño de la casa—, ¿la puerta es un defecto?» «Sí—replicó el otro—, porque por esa puerta tendréis algún día que salir, ya muerto, dejando así la casa y todas vuestras cosas.»


La muerte, en suma, despoja al hombre de todos los bienes de este mundo... ¡Qué espectáculo el ver arrojar fuera de su propio palacio a un príncipe, que jamás volverá a entrar en él, y considerar que otros toman posesión de los muebles, tesoros y demás bienes del difunto! Los servidores le dejan en la sepultura con un vestido que apenas basta para cubrirle el cuerpo. No hay ya quien le atienda ni adule, ni, tal vez, quien haga caso de su postrera voluntad. Saladino, que conquistó en Asia muchos reinos, dispuso, al morir, que cuando llevasen su cuerpo a enterrar le precediese un soldado llevando colgada de una lanza la túnica interior del muerto, y exclamando: «Ved aquí todo lo que lleva Saladino al sepulcro.»


Puesto en la fosa el cadáver del príncipe, deshácense sus carnes, y no queda en los restos mortales señal alguna que los distinga de los demás. Contempla los sepulcros— dice San Basilio—, y no podrás distinguir quién fue el siervo ni quién el señor. En presencia de Alejandro Magno, mostrábase Diógenes un día buscando muy solícito alguna cosa entre varios huesos humanos. «¿Qué buscas?»—preguntó Alejandro con curiosidad—. «Estoy buscando—respondió Diógenes— el cráneo del rey Filipo, tu padre, y no puedo distinguirle. Muéstramelo tú, si sabes hallarle.» Desiguales nacen los hombres en el mundo, pero la muerte los iguala (1), dice Séneca. Y Horacio decía que la muerte iguala los cetros y las azadas (2). En suma, cuando viene la muerte, finis venit, todo se acaba y todo se deja, y de todas las cosas del mundo nada llevamos a la tumba.



AFECTOS Y PETICIONES

Señor, ya que dais luz para conocer que cuanto el mundo estima es humo y demencia, dadme fuerza para desasirme de ello antes que la muerte me lo arrebate. ¡Infeliz de mí, que tantas veces, por míseros placeres y bienes de la tierra, os he ofendido a Vos y perdido el bien infinito!...


¡Oh Jesús mío, médico celestial, volved los ojos hacia mi pobre alma; curadla de las llagas que yo mismo abrí con mis pecados y tened piedad de mí! Sé que podéis y queréis sanarme, mas para ello también queréis que me arrepienta de las ofensas que os hice. Y como me arrepiento de corazón, curadme, ya que podéis hacerlo (Salmo 40, 5). Me olvidé de Vos; pero Vos no me habéis olvidado, y ahora me dais a entender que hasta queréis olvidar mis ofensas, con tal que yo las deteste (Ez., 18, 21). Las detesto y aborrezco sobre todos los males... Olvidad, pues, Redentor mío, las amarguras de que os he colmado. Prefiero, en adelante, perderlo todo, hasta la vida, antes que perder vuestra gracia... ¿De qué me servirían sin ella todos los bienes del mundo? Dignaos ayudarme, Señor, ya que conocéis mi flaqueza. . . El infierno no dejará de tentarme : mil asaltos prepara para hacerme otra vez su esclavo. Mas Vos, Jesús mío, no me abandonéis. Esclavo quiero ser de vuestro amor. Vos sois mi único dueño, que me ha creado, redimido y amado sin límites... Sois el único que merece amor, y a Vos solo quiero amar.


Continuará...

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