Instrucción religiosa sobre el pecado de la ENVIDIA (1)

 



Instrucción religiosa sobre el pecado de la ENVIDIA
(Sacado de Instrucciones morales sobre la Doctrina Cristiana, por Ildefonso de Bressanvido O.F.M., tomo cuarto, Paris, 1853).


Hoy hablaremos del cuarto de los pecados capitales que es la envidia. Pecado que mira San Juan Crisóstomo como más grave que los demás, en el sentido de que los demás pueden cubrirse con ciertos pretextos, mientras que éste no tiene ninguno. El voluptuoso ofrece como excusa el ardor de la concupiscencia que le lleva al placer; el ladrón, su pobreza; el vengativo, su ira; excusas vanas y frívolas en verdad, pero que sin embargo tienen alguna apariencia de fundamento. Pero tú, envidioso, ¿qué excusa puedes dar que no sea tu extrema malicia? Tu vero, quam dicis causa, rogo? nullam penitus, nisi immensam malitiam (S. Chrys. Hom. 44. ad popul.). Siendo la envidia un pecado tan grave, no puedo prescindir de hacer una instrucción especial sobre este tema. Y para que os sea provechoso a todos, veremos primero qué es la envidia y de cuántos pecados es origen. En segundo lugar, cuán indigno es de un cristiano y, sin embargo, cuán "universal" es. Finalmente, os mostraré los remedios necesarios para protegerse de ello.


I. La envidia, según la definición de los santos padres y teólogos, es una tristeza que siente el hombre por los beneficios de su prójimo, o una alegría maligna que experimenta ante las desgracia de los demás, considerando estas ventajas del prójimo como algo contrario y perjudicial para su propia gloria y para su interés, y las desgracias ajenas como buenas para él mismo. Debe observarse que toda tristeza que uno sienta por los beneficios del prójimo no es pecado de envidia. Veo, por ejemplo, a una persona que es claramente indigna, la veo elevada a este cargo, a este honor, a este puesto de responsabilidad, en detrimento de otras personas mucho más merecedoras que ella; esta elevación me entristece y desagrada; mas esto no es pecado, no es envidia, es amor al orden. Veo que un gran número de pecadores abusan de su salud y de otros bienes que recibieron de Dios para ofenderlo y dañar a otros; siento tristeza, disgusto; incluso desearía que, por el bien de sus almas, quedaran reducidos a una fortuna mediocre; esto no es envidia, sino caridad. He aquí un hombre poderoso que acaba de llegar a esta dignidad; preveo con razón que usará su autoridad para abrumarme o para oprimir a personas inocentes, entonces manifiesto dolor; no es envidia, es solo un temor justo y permitido. Veo que este hombre sobresale en cierta ciencia, en tal arte, en tal profesión, es colmado de elogios y honor; me entristece, no porque lo vea dotado con estas excelentes cualidades o conocimientos, o porque sea honrado, sino porque me he privado a mí mismo de ventajas similares, a causa de mi pereza y despreocupación, esto todavía no es envidia, sino emulación; y si el disgusto que siento por verme privado de este bien me lleva a tomar los medios para adquirirlo, entonces esta emulación es buena y loable.

Continuará...

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