I Juan 5, 13-17
“Escribo esto a los que creéis en el
nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna. Y ésta es la
confianza que tenemos con Él: que Él nos escucha si pedimos algo conforme a su
voluntad; y si sabemos que nos escucha en cualquier cosa que le pidamos,
sabemos también que ya obtuvimos todo lo que le hemos pedido.
* Si alguno ve a su hermano cometer un pecado que no es para muerte,
ruegue, y así dará vida a los que no pecan para muerte. Hay un pecado para
muerte; por él no digo que ruegue. Toda injusticia es pecado, pero hay
pecado que no es para muerte”.
[* 16.
Los versículos 14 y 15 preparan el ánimo para recibir esta promesa
extraordinaria, que debe colmar de gozo principalmente a los padres de familia.
Lo que en la santa Unción de enfermos se promete respecto al cuerpo —“y la
oración de la fe sanará al enfermo” (Santiago 5, 14 s.)— se promete aquí
respecto al alma de aquel por quien oremos. Y no es ya solamente como en
Santiago 5, 13, en que se le perdonará si tiene pecados, sino que se le dará
vida, es decir, conversión además del perdón. Es la esperanza de poder salvar,
por la oración, el alma que amamos, como santa Mónica obtuvo la conversión de su
hijo Agustín; como a la oración de Esteban siguió la conversión de Pablo
(Hechos de los Apóstoles 8, 3 y nota); como Dios perdonó a los malos amigos de
Job por la oración de éste (Job 42, 8 y nota). En cuanto al pecado de muerte, no es lo que hoy se entiende por pecado
mortal, sino la apostasía (2, 18 y nota; Hebreos 6, 4 ss.; 10, 26 ss.; I Pedro
2, 1 ss.), el pecado contra el Espíritu Santo (Marcos 3, 29). En tal
hipótesis no habríamos de querer ser más caritativos que Dios y hemos de desear
que se cumpla en todo su voluntad con esa alma, pues sabemos que Él la ama y la
desea mucho más que nosotros y porque nuestro amor por Él ha de ser “sobre
todas las cosas” y nuestra fidelidad ha de llegar si es preciso, a “odiar” a
nuestros padres y a nuestros hijos, como dice Jesús (Lucas 14, 26 y nota).]
Lucas 16, 8-15
“Es que los hijos del
siglo en sus relaciones con los de su especie, son más listos que los hijos de
la luz. 9* Por lo cual Yo os digo, granjeaos amigos por medio de la inicua riqueza
para que, cuando ella falte, os reciban en las moradas eternas. 10* El fiel en lo muy
poco, también en lo mucho es fiel; y quien en lo muy poco es injusto, también
en lo mucho es injusto. 11Si, pues, no habéis sido fieles en la riqueza inicua,
¿quién os confiará la verdadera? 12* Y si en lo ajeno no habéis sido fieles, ¿quién os dará lo vuestro?
13Ningún servidor puede servir a dos amos, porque odiará al uno y amará al
otro, o se adherirá al uno y despreciará al otro; no podéis servir, a Dios y a
Mammón.” 14 Los fariseos, amadores del dinero, oían todo esto y se burlaban de
Él. 15* Entonces les dijo: “Vosotros sois los que os hacéis pasar por justos a
los ojos de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones. Porque lo que
entre los hombres es altamente estimado, a los ojos de Dios es abominable”.
[* 8. Los hijos de la luz son los hijos del reino de Dios. Jesús no alaba las malas prácticas del administrador, sino la habilidad en salvar su existencia. Como el administrador asegura su porvenir, así nosotros podemos “atesorar riquezas en el cielo” (Mateo 6, 20) y no hemos de ser menos previsores que él. Aun las “riquezas de iniquidad” han de ser utilizadas para tal fin. Es de notar que no se trata de un simple individuo sino de un mayordomo y que las liberalidades con que se salvó no fueron a costa de sus bienes propios sino a costa de su amo, que es rico y bueno. ¿No hay aquí una enseñanza también para los pastores, de predicar la bondad y la misericordia de Dios, que viene de su amor (Efesios 2, 4), guardándose de “colocar pesadas cargas sobre los hombros de los demás?” (Mateo 23, 4). Cf. Jeremías 23, 33-40 y nota; Catecismo Romano III 2, 36; IV, 9, 7 s.
* 10.
En lo muy poco: He aquí una promesa, llena de indecible suavidad, porque todos
nos animamos a hacer lo muy poco, si es que queremos. Y Él promete que este
poquísimo se convertirá en mucho, como diciendo: No le importa a mi Padre la
cantidad de lo que hacéis, sino el espíritu con que obráis (cf. Proverbios 4,
23). Si sabéis ser niños, y os contentáis con ser pequeños (cf. Mateo 18, 1
s.), Él se encargará de haceros gigantes, puesto que la santidad es un don de
su Espíritu (I Tesalonicenses 4, 8 y nota). De aquí sacó Teresa de Lisieux su
técnica de preferir y recomendar las virtudes pequeñas más que las “grandes” en
las cuales fácilmente se infiltra, o la falaz presunción, como dice el Kempis,
que luego falla como la de Pedro (Juan 13, 37 s.), o la satisfacción venosa del
amor propio, como en el fariseo que Jesús nos presenta (18, 9 s.), cuya
soberbia, notémoslo bien, no consistía en cosas temporales, riquezas o mando,
sino en el orden espiritual, en pretender que poseía virtudes. * 12. Lo ajeno son los
bienes temporales, pues pertenecen a Dios que los creó (Salmo 23, 1 s.; 49,
12), y los tenemos solamente en préstamo; porque Él, al dárnoslos, no se
desprendió de su dominio, y nos los dio para que con ellos nos ganásemos lo
nuestro, es decir, los espirituales y eternos (versículo 9), únicos que el
Padre celestial nos entrega como propios. Para la adquisición de esta fortuna nuestra,
influye grandemente, como aquí enseña Jesús, el empleo que hacemos de aquel
préstamo ajeno.
* 15.
Abominable. “Tumba del humanismo” ha sido llamada esta sentencia de irreparable
divorcio entre Cristo y los valores mundanos. Cf. I Corintios capítulos 1-3.]
Continuará...