Volviendo a
la cuestión que abre este apartado, proseguiremos despejando las incógnitas
para aclarar sin sombra de duda que nos
hallamos efectivamente metidos de lleno en la Gran Tribulación, la cual se nos
dijo tendría lugar en los últimos tiempos que preceden a la Parusía de N.S.J.C.
en gloria y majestad. Esta gran tribulación, insistimos, debe entenderse de
manera espiritual e incruenta en vez de física y sangrienta, como
lamentablemente la quieren interpretado muchos, pues el tiempo ha demostrado
que esa exégesis era errónea, ya que todas las persecuciones que sufrió la
Santa Iglesia durante toda su historia hasta la segunda mitad del siglo XX con
el comunismo ateo no consiguieron jamás derrotarla, pues la sangre de los
mártires siempre fue semilla de nuevos cristianos. Hasta que el pérfido diablo
comprendió que nada lograba con las persecuciones encarnizadas y cruentas, las
cuales sólo podían matar los cuerpos pero sin afectar a las almas, por lo que
ideó una estrategia mucho más sutil e insidiosa para infiltrarse en la Iglesia
y destruirla desde adentro, precisamente por medio de la obediencia a aquél que
debía apacentar, regir y gobernar al Rebaño de Cristo. Para llevar a cabo su
mortífero fin, Satanás fue maquinando intrigas y conspiraciones, inspirando a sus peones y lacayos de las
sociedades secretas, hasta que llegado el tiempo de la consumación de los
siglos, el obstáculo que impedía que se manifestara el hombre de pecado fue
quitado de en medio, esto es, el Papado se extinguió tras la muerte de S.S. Pío
XII, el último Vicario de Cristo, y Satanás fue liberado para terminar de
seducir y pervertir a todas las naciones que eran Católicas, concediéndole
permiso para colocar en lo más alto de la Iglesia a su perverso “vicario”, al
hijo de perdición, que no era otro que el Anticristo personal, el infame G.B.
Montini, alias “Pablo 6”, quien llevó a cabo el exterminio espiritual más
sistemático y atroz que jamás haya sido efectuado, amparado bajo su fraudulento
estatus de Sumo Pontifíce, sembrando la cizaña del error, la herejía y la
apostasía más flagrantes y espantosas.
Antes de
entregar su alma a Dios y comparecer ante el Justo Juez y Rey de Reyes, S.S. Pío
XII, por inspiración providencial de Dios Espíritu Santo Paráclito Consolador,
modificó en 1945 la Constitución Apostólica de S.S. San Pío X sobre las Sedes
vacantes, dejando decretado y establecido que toda usurpación de los poderes y
jurisdicción del Papa en vida fueran nulos y sin efecto, esto es inválidos;
además, prohibió igualmente todo cambio de cualquier ley que hubiera declarado
el Papa en vida. Consecuentemente, puesto que es una Ley Divina que del Papa
fluye toda jurisdicción, y que es de él y de nadie más, de quien procede y a
quien corresponde la consagración y confirmación de los Obispos, pues en ello
consiste el Primado de Pedro, por la disciplina vigente impuesta sabiamente por
S.S. Pío XII [cf can. 953, Acta
Apostólica Sedis 43 (1951) 9 de abril, pp. 217-218] toda consagración hecha tras
la muerte del último Papa queda invalidada, es decir no llega a producirse, al
saltarse la Disciplina vigente y la Constitución Apostólica Vacantis
Apostolicae Sedis, que lo prohíbe bajo invalidez.
Así pues, los
Obispos verdaderos, válidos y lícitos que quedaban tras la muerte de S.S. Pío
XII, apostataron miserablemente en el conciliábulo Vaticano 2 consumándose así
la Gran Apostasía bíblica, perdiendo todos ellos de ese modo el cargo
eclesiástico y la jurisdicción, jurisdicción que el Papa les transmitió cuando
fueron consagrados por otros Obispos, siempre con el permiso del sucesor de San
Pedro, y confirmados por él, ya sea S.S. San Pío X, S.S. Benedicto XV, S.S. Pío
XI, o S.S. Pío XII, jurisdicción que perdieron al apostatar públicamente, como
así dice la bula Cum Ex Apostolatus Officio de S.S. Pablo IV y el canon 188.4.
Asimismo, los Sacerdotes perdieron su oficio y la jurisdicción que les dio su
Obispo, por la misma razón de adhesión a una falsa iglesia, la del Anticristo
Montini.
En síntesis,
hubo una apostasía masiva que arrastró a todo el Orbe a la misma, el Anticristo
la impuso primero a toda la jerarquía, y ésta se la impuso a los fieles, configurándose
así la Gran Ramera de Babilonia bíblica.
Continuará...
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