Después de
haber saboreado todas estas deliciosas citas cargadas de verdad y sabiduría
divinas, pasaremos a abordar en detalle la cuestión del mundo y sus numerosos
engaños para el alma con las humildes reflexiones que este pobre siervo del
Señor ha escrito por inspiración del Paráclito Consolador.
El mundo
vive inmerso en una gigantesca mentira y en una inmensa locura y ceguera
colectivas, en una ficción absurda y banal que va construyendo en su afán
suicida por desterrar y apartar a Dios del mundo y a todo lo que recuerde
vagamente a Dios. El mundo se horroriza ante el pensamiento de que hay un Dios
infinitamente santo y justo que todo lo ve y todo lo juzga, un Dios que ama la verdad
y la virtud y odia la mentira y el vicio, porque en el fondo el mundo sabe que
está en el error y en las tinieblas, pero no quiere ser reprendido porque ha
sido, es, y siempre será orgulloso y homicida como su príncipe, el demonio. Por
eso el mundo odia la luz de Dios, porque se siente pecador y sabe que sus obras
no son buenas, por lo que no se acerca nunca a la Verdad, que es N.S.J.C., para
no ser reprimido y reprobado por su maldad y su doblez.
El mundo no
entiende las cosas de Dios, no puede comprender la santa Palabra de Dios, ni
mucho menos el misterio de la Cruz, que para él es locura y escándalo, por eso
Nuestro Señor nos advierte para que no echemos las cosas santas a los perros y
los cerdos, “No deis a los perros lo que
es santo y no echéis vuestras perlas ante los puercos, no sea que las pisoteen
con sus pies, y después, volviéndose, os despedacen” (Mateo 7, 6), porque
el Evangelio es semilla y no debe darse por la fuerza a quienes tienen el
espíritu mal dispuesto por la soberbia, pues sólo conseguiríamos que lo
profanasen y aumentasen su odio. Porque, como dice San Juan de la Cruz, sólo a
los que negando los apetitos se disponen para recibir el espíritu, les es dado
apacentarse del mismo. Estos
perros y puercos son la gente mundana, carnal, materialista, sensual, que no
conocen a Dios ni pueden recibir Su Espíritu porque están cerrados a la Palabra
de Dios y a la vida de la gracia, y viven únicamente para satisfacer sus
sentidos y apetitos desordenados, por eso es inútil predicarles y hablarles de
Dios, porque por muy triste y trágico que nos parezca, esta pobre gente no lo
va a comprender y va a pisotear la palabra que les llevamos de parte de Dios,
es decir, la va a rechazar y a tomar como un absurdo y un escándalo, y lo que
es peor, incluso se va a indignar y encolerizar contra quienes les llevamos esa
bendita Palabra e intentamos corregirlos por su bien, e intentarán
despedazarnos, llegarán hasta a quitarnos la vida si pudieran, como ha pasado
con tantos Santos, Mártires y Vírgenes que murieron violentamente por confesar
el Santo Nombre de Dios y por dar testimonio de su Fe antes que conformarse con
el mundo y su perversidad, que habría supuesto renegar y apostatar de Dios Uno
y Trino.
De todo lo
anterior se deduce fácilmente que el mundo es hoy el principal enemigo de
quienes amamos a Dios y queremos seguir Su Divina Voluntad contra viento y
marea. Es el mayor enemigo de los cristianos porque nos asalta desde todas
partes, entra en nuestras vidas por la televisión, internet, la calle y sus
peligros, la gente que nos rodea y sus opiniones paganas y secularizadas
totalmente alejadas de Dios y del Evangelio. Es prácticamente inevitable no
mancharse, aunque solo sea un poco, con el torcido y deformado espíritu del
mundo y sus ciegos partisanos. Por eso quienes hemos salido del mundo por pura
misericordia y gracia de Dios debemos hacernos violencia y evitar al máximo el
contacto y la conversación innecesarios e incluso peligrosos con los mundanos,
dado que, si no lo hacemos, corremos el riesgo de apartarnos de Dios y
entibiarnos en nuestra Fe y nuestra piedad.
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