Y
el P. Félix Sardá y Salvany nos elabora esta excelente lista de falsos profetas
que han afligido a la Iglesia desde el principio de su fundación,
advirtiéndonos que "El clérigo apóstata es el
primer factor que busca el diablo para esta su obra de rebelión. Necesita
presentarla de algún modo autorizada a los ojos de los incautos, y para eso
nada le sirve tanto como el refrendo de algún ministro de la Iglesia. Y
como, por desgracia, nunca faltan en ella clérigos corrompidos en sus
costumbres, camino el más común de la herejía; o ciegos de soberbia, causa
también muy usual de todo error; de ahí que nunca le han faltado a éste
apóstoles y fautores eclesiásticos, cualquiera que haya sido la forma con que
se ha presentado en la sociedad cristiana.
Judas, que empezó en el propio apostolado a murmurar y a sembrar recelos
contra el Salvador, y acabó por venderle a sus enemigos, es el primer tipo del
sacerdote apóstata y sembrador de cizaña entre sus hermanos; y Judas,
adviértase, fue uno de los doce primeros sacerdotes ordenados por el mismo
Redentor.
La secta de los Nicolaítas tomó origen del diácono Nicolao, uno de los
siete primeros diáconos ordenados por los Apóstoles para el servicio de la
Iglesia, y compañero de san Esteban, protomártir.
Paulo de Samotracia, gran heresiarca del siglo III, era obispo de
Antioquia.
De los Novacianos que tanto perturbaron con su cisma a la Iglesia
universal, fue padre y autor el presbítero de Roma Novaciano.
Melecio, obispo de la Tebaida, fue autor y jefe del cisma de los Melecianos.
Tertuliano, asimismo sacerdote y elocuente apologista, cae y muere en la
herejía de los Montañistas.
Entre los Priscilianistas españoles, que tanto escándalo causaron en
nuestra patria en el siglo IV, figuran los nombres de Instancio y Salviano, dos
obispos, a quienes desenmascaró y combatió Higinio; fueron condenados en un
concilio reunido en Zaragoza.
El principal heresiarca que ha tenido tal vez la Iglesia fue Arrio, autor
del Arrianismo, que llegó a arrastrar en pos de sí tantos reinos como el
Luteranismo de hoy. Arrio fue un sacerdote de Alejandría, despechado por no
haber alcanzado la dignidad episcopal. Y clero arriano lo hubo en esta secta,
hasta el punto de que gran parte del mundo no tuvo otros obispos ni sacerdotes
durante mucho tiempo.
Nestorio, otro de los famosísimos herejes de los primeros siglos, fue
monje, sacerdote, obispo de Constantinopla y gran predicador. De él procedió el
Nestorianismo.
Eutiques, autor del Eutiquianismo, era presbítero y abad de un monasterio
de Constantinopla.
Vigilando, el hereje tabernero tan donosamente satirizado por san Jerónimo,
había sido ordenado sacerdote en Barcelona.
Pelagio, autor del Pelagianismo, que fue objeto de casi todas las polémicas
de san Agustín, era monje, adoctrinado en sus errores sobre la gracia por
Teodoro, obispo de Mopsuestia.
El gran cisma de los Donatistas llegó a contar gran número de clérigos y
obispos.
De éstos dice un moderno historiador (Amat, Historia de la Iglesia de J.C.):
«Todos imitaron luego la altivez de su jefe Donato, y poseídos de una especie
de fanatismo de amor propio, no hubo evidencia, ni obsequio, ni amenaza que
pudiese apartarlos de su dictamen. Los obispos se creían infalibles e
impecables; los particulares con estas ideas se imaginaban seguros siguiendo a
sus obispos, aun contra la evidencia.
De los herejes Monotelitas fue padre y doctor Sergio, patriarca de
Constantinopla.
De los herejes Adopcianos, Félix, obispo de Urgel.
En la secta Iconoclasta cayeron Constantino, obispo de Anatolia; Tomás, obispo
de Glaudiópolis, y otros prelados, a los cuales combatió San Germán, patriarca
de Constantinopla.
Del gran cisma de Oriente no hay que decir quiénes fueron los autores, pues
sabido es lo fueron Focio, patriarca de Constantinopla, y sus obispos sufragáneos.
Berengario, el perverso impugnador de la sagrada Eucaristía, fue arcediano
de la catedral de Angers.
Wicleff, uno de los precursores de Lutero, era párroco de Inglaterra; Juan
Huss, su compañero de herejía, era también párroco de Bohemia. Fueron ambos
ajusticiados como jefes de los Wiclefista y Husitas.
De Lutero sólo necesitamos recordar que fue monje agustino de Wittemberg.
Zuinglio era párroco de Zúrich.
De Jansenio, autor del maldito Jansenismo ¿quién no sabe que era obispo de
Iprés?
El cisma anglicano, promovido por la lujuria de Enrique VIII, fue
principalmente apoyado por su favorito el arzobispo Cranmer.
En la revolución francesa, los más graves escándalos en la Iglesia de Dios
los dieron los curas y obispos revolucionarios. Horror y espanto causan las
apostasías que afligieron a los buenos en aquellos tristísimos tiempos. La
Asamblea francesa presenció con este motivo escenas que puede leer el curioso
en Henrion o en cualquier otro historiador.
Lo mismo sucedió después en Italia. Conocidas son las apostasías públicas
de Gioberti y Fr. Pantaleone, de Passaglia, del cardenal Andrea.
En España hubo clérigos en los clubs de la primera época constitucional,
clérigos en los incendios de los conventos, clérigos impíos en las Cortes,
clérigos en las barricadas, clérigos en los primeros introductores del
protestantismo después de 1869. Obispos jansenistas los hubo en abundancia en
el reinado de Carlos III. (Véase sobre esto el tomo III de los Heterodoxos, por
Menéndez Pelayo).
Varios de éstos pidieron y muchos aplaudieron en sendas pastorales la
inicua expulsión de la Compañía de Jesús. Hoy mismo en varias diócesis
españolas son conocidos públicamente algunos clérigos apóstatas, y casados
inmediatamente, como es lógico y natural.
Conste, pues, que desde Judas hasta el ex-Padre Jacinto, la raza de los ministros
de la Iglesia traidores a su Jefe y vendidos a la herejía, se sucede sin
interrupción. Que al lado y enfrente de la tradición de la verdad, hay también
en la sociedad cristiana la tradición del error; en contraste con la sucesión
apostólica de los ministros buenos, tiene el infierno la sucesión diabólica de
los ministros pervertidos. Lo cual no debe escandalizar a nadie. Recuérdese a
propósito de esto la sentencia del Apóstol, que no se olvidó de prevenirnos: Es
preciso que haya herejías, para que se manifieste quiénes son entre vosotros
los verdaderamente probados”.
P.
Félix Sardá y Salvany, 1887
Continuará...
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