MANUAL DE SUPERVIVENCIA DURANTE LA GRAN TRIBULACIÓN Y LA OPERACIÓN DEL ERROR. (LVII)

 

El criterio y la norma para juzgar las cosas y las personas que utilizan el mundo y sus locos amadores están gravemente errados y viciados, por eso no son fiables en absoluto para nosotros los cristianos y no podemos guiarnos por ellos, ya que es un criterio que juzga únicamente guiado por la débil e insuficiente luz de la razón, en base a apariencias engañosas, y jamás penetra en la esencia de las cosas, sino que se queda siempre en la corteza, en lo superficial. El mundo y sus esclavos juzgan según criterios meramente humanos, carnales, y no divinos ni espirituales; el mundo juzga, pero no como Dios, sino como los hombres, como el demonio, guiándose según los sentimientos engañosos y subjetivos, no según Dios y Su Santa Palabra, por eso su juicio no vale o es la mayor de las veces falaz y errado, como lo atestigua N.S.J.C. ante Pedro cuando les declaró a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas, y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día, lo cual escandalizó a Pedro, quien quiso hacer cambiar de pensamiento al mismo Hijo de Dios: “Pero Él volviéndose, dijo a Pedro: “¡Quítateme de delante, Satanás! ¡Un tropiezo eres para Mí, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres!” (Mateo 16, 23). Así como los apóstoles en general, tampoco San Pedro llegó a comprender entonces el pleno sentido de la misión mesiánica de Jesús, que era inseparable de su Pasión. Vemos así que el amor de Pedro era todavía sentimental, y continuó siéndolo hasta que recibió al Espíritu Santo el día de Pentecostés. Esto explica que en Getsemaní abandonase a Jesús y luego lo negase en el palacio del pontífice, pecado por el cual el primer Vicario de Cristo y Príncipe de los Apóstoles lloró después amargamente y expió haciendo penitencia ejemplar durante el resto de su vida.


Además, el mundo se guía por el número y no por la Verdad, es decir, otorga mayor importancia a lo que diga la mayoría ciega y alborotadora que a lo que sostienen unos pocos que han sido iluminados por el Espíritu Santo, y pueden, por tanto, juzgar y discernir a la manera de Dios. Para un cristiano lo que diga y piense el mundo debe importarle bien poco, pues su juicio es siempre falso al no conocer a Dios y no dejarse iluminar y guiar por el Espíritu de Dios. En este sentido, si el mundo entero nos dice que tal persona o cosa son sin duda buenas, mientras que un cristiano que hable con la razón iluminada por la Fe nos dice que son todo lo contrario, o sea, malas, nosotros deberemos otorgar siempre todo el crédito y el respeto a quien habla bajo el influjo del divino Espíritu, y creer que efectivamente son malas, o nos equivocaremos en el juicio y seremos injustos como lo son el mundo y sus partisanos.


Los mundanos necesitan verse respaldados y reafirmados constantemente en sus falsos e inicuos juicios por otros infelices como ellos, pues en el fondo de sus ahogadas y culpables conciencias se saben errados e intuyen, aunque sea de manera muy débil, que están siendo injustos y egoístas. El mundo es una enorme confabulación de pecadores y transgresores de la santa Ley de Dios que buscan refugio y comprensión para sus pecados y crímenes entre ellos mismos, pensando impíamente que por el hecho de sentirse apoyados por una infinita mayoría de pecadores ciegos como ellos van a poder tal vez escapar del juicio inescrutable e implacable de Dios y de Su santa y justa ira. Ciertamente son dignos de compasión, porque están muy extraviados e ignoran cuál sea el único camino que conduce hacia la Verdad inmutable y la vida eterna.


Los mundanos no actúan bajo el influjo del Espíritu Santo, al cual no dejan entrar en sus almas al rechazar la santa Palabra de Dios, por lo que la mayoría de gracias que Dios les envía para salvarles son estériles en ellos, porque no son espirituales y no comprenden las llamadas de la gracia que Dios les envía. En este sentido, aunque parezca muy duro y terrible de aceptar, no deja de ser una dolorosa realidad, y es muy justo afirmar que esta pobre gente, la cual constituye hoy la inmensa mayoría de los habitantes del orbe, se mueve y sigue la inmunda voz del padre de la mentira, el diablo, el cual es el maldito príncipe de este mundo, y se encontrarían fuera de la Voluntad de Dios, por tanto, fuera también de la única senda angosta que conduce a la salvación.

Continuará...



 

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