El criterio
y la norma para juzgar las cosas y las personas que utilizan el mundo y sus
locos amadores están gravemente errados y viciados, por eso no son fiables en
absoluto para nosotros los cristianos y no podemos guiarnos por ellos, ya que
es un criterio que juzga únicamente guiado por la débil e insuficiente luz de
la razón, en base a apariencias engañosas, y jamás penetra en la esencia de las
cosas, sino que se queda siempre en la corteza, en lo superficial. El mundo y
sus esclavos juzgan según criterios meramente humanos, carnales, y no divinos
ni espirituales; el mundo juzga, pero no como Dios, sino como los hombres, como
el demonio, guiándose según los sentimientos engañosos y subjetivos, no según Dios
y Su Santa Palabra, por eso su juicio no vale o es la mayor de las veces falaz
y errado, como lo atestigua N.S.J.C. ante Pedro cuando les declaró a sus
discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos,
de los sumos sacerdotes y de los escribas, y ser condenado a muerte y resucitar
al tercer día, lo cual escandalizó a Pedro, quien quiso hacer cambiar de
pensamiento al mismo Hijo de Dios: “Pero
Él volviéndose, dijo a Pedro: “¡Quítateme de delante, Satanás! ¡Un tropiezo
eres para Mí, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres!” (Mateo
16, 23). Así como los apóstoles en
general, tampoco San Pedro llegó a comprender entonces el pleno sentido de la
misión mesiánica de Jesús, que era inseparable de su Pasión. Vemos así que el
amor de Pedro era todavía sentimental, y continuó siéndolo hasta que recibió al
Espíritu Santo el día de Pentecostés. Esto explica que en Getsemaní abandonase
a Jesús y luego lo negase en el palacio del pontífice, pecado por el cual el
primer Vicario de Cristo y Príncipe de los Apóstoles lloró después amargamente
y expió haciendo penitencia ejemplar durante el resto de su vida.
Además, el
mundo se guía por el número y no por la Verdad, es decir, otorga mayor
importancia a lo que diga la mayoría ciega y alborotadora que a lo que
sostienen unos pocos que han sido iluminados por el Espíritu Santo, y pueden,
por tanto, juzgar y discernir a la manera de Dios. Para un cristiano lo que
diga y piense el mundo debe importarle bien poco, pues su juicio es siempre
falso al no conocer a Dios y no dejarse iluminar y guiar por el Espíritu de
Dios. En este sentido, si el mundo entero nos dice que tal persona o cosa son
sin duda buenas, mientras que un cristiano que hable con la razón iluminada por
la Fe nos dice que son todo lo contrario, o sea, malas, nosotros deberemos
otorgar siempre todo el crédito y el respeto a quien habla bajo el influjo del
divino Espíritu, y creer que efectivamente son malas, o nos equivocaremos en el
juicio y seremos injustos como lo son el mundo y sus partisanos.
Los mundanos
necesitan verse respaldados y reafirmados constantemente en sus falsos e
inicuos juicios por otros infelices como ellos, pues en el fondo de sus
ahogadas y culpables conciencias se saben errados e intuyen, aunque sea de
manera muy débil, que están siendo injustos y egoístas. El mundo es una enorme
confabulación de pecadores y transgresores de la santa Ley de Dios que buscan
refugio y comprensión para sus pecados y crímenes entre ellos mismos, pensando
impíamente que por el hecho de sentirse apoyados por una infinita mayoría de
pecadores ciegos como ellos van a poder tal vez escapar del juicio inescrutable
e implacable de Dios y de Su santa y justa ira. Ciertamente son dignos de
compasión, porque están muy extraviados e ignoran cuál sea el único camino que
conduce hacia la Verdad inmutable y la vida eterna.
Los mundanos no actúan bajo el influjo del Espíritu Santo, al cual no dejan entrar en sus almas al rechazar la santa Palabra de Dios, por lo que la mayoría de gracias que Dios les envía para salvarles son estériles en ellos, porque no son espirituales y no comprenden las llamadas de la gracia que Dios les envía. En este sentido, aunque parezca muy duro y terrible de aceptar, no deja de ser una dolorosa realidad, y es muy justo afirmar que esta pobre gente, la cual constituye hoy la inmensa mayoría de los habitantes del orbe, se mueve y sigue la inmunda voz del padre de la mentira, el diablo, el cual es el maldito príncipe de este mundo, y se encontrarían fuera de la Voluntad de Dios, por tanto, fuera también de la única senda angosta que conduce a la salvación.
Continuará...
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