MANUAL DE SUPERVIVENCIA DURANTE LA GRAN TRIBULACIÓN Y LA OPERACIÓN DEL ERROR. (LVIII)

 

En efecto, los mundanos no saben realmente cuál es el propósito de su existencia, no saben para qué viven ni cuál es su finalidad última en la existencia y en el plan de Dios. Es cierto que son dignos de compasión, pues los pobres siguen únicamente la voz caprichosa de las pasiones y la triple concupiscencia de la carne, los ojos, y la soberbia de la vida, por lo que son bamboleados sin piedad por el mundo y sus múltiples vanidades y engaños, que los mantienen ocupados en una ficción absurda hasta que termina el tiempo de vida que les ha sido concedido y se presentan ante el Juez de Jueces y Señor de Señores prácticamente desnudos y vacíos de obras para la vida eterna. Es ciertamente una infinita tragedia y dan ganas de llorar amargamente por todos ellos.


La falsa sabiduría mundana hace que estos innumerables insensatos sean completamente insensibles a las advertencias que Dios les envía por medio del Espíritu Santo, el cual no pueden recibir por haber rechazado a Dios y a quienes les hablaban en Su santo nombre. Tan cegados están que tampoco escuchan los reproches que les dirige su conciencia culpable, la cual nunca miente y ha sido puesta por Dios para ejercer de acusador implacable cuando nos desviamos de la Verdad y consentimos en cualquier pecado o transgresión de la santa Ley de Dios. En el fondo, la filosofía torcida de los mundanos es la de aprovechar el momento que pasa fugaz y no privarse de ningún placer sensual, aunque esté prohibido por la divina ley, ley que ellos conocen más o menos remotamente, pero que no tienen reparo alguno en saltarse cada vez que sus brutas pasiones les piden satisfacción. Dios les espera y sufre pacientemente sus ultrajes y transgresiones, como Padre bueno y misericordioso que es, les da tiempo para que entren en sí mismos y comprendan la gravedad de su pecado, se arrepientan con corazón contrito y humillado, y hagan digna penitencia que les alcanzaría sin duda el perdón de Dios, pero estos insensatos no escuchan casi nunca la voz de la conciencia que les acusa justamente y les urge a arrepentirse, y en vez de esto se entregan a la disipación más absoluta, cumpliéndose así lo que dice la Escritura: En aquel día el Señor, Yahvé de los ejércitos, (os) invitó a llorar y hacer duelo, a rasuraros la cabeza y a vestiros de cilicio.  (En vez de esto) se notan placeres y júbilo; se dedican a matar bueyes y degollar ovejas, comen carne y beben vino (diciendo): “Comamos y bebamos, que mañana moriremos.” Mas Yahvé de los ejércitos se me ha revelado y dijo: “Esta iniquidad no os será perdonada, hasta que muráis”, dice el Señor, Yahvé de los ejércitos. (Isaías 22, 12-14) Y también aquí: Si los muertos no resucitan “¡comamos y bebamos! que mañana morimos”. Más no os dejéis seducir: malas compañías corrompen buenas costumbres. Reaccionad con rectitud y no pequéis; porque —lo digo para vergüenza vuestra— a algunos les falta conocimiento de Dios. (I Corintios 15, 32-34) Y así es, en efecto. Lamentablemente, estos ciegos infelices sólo saben ahogar las penas de la conciencia en la comida y la bebida en abundancia, que les dejan todavía más muertos a lo espiritual, y los asemejan a los brutos animales, entregándose muchos de ellos después a los más infames desórdenes y la lujuria más desenfrenada y criminal. 


Los hijos de Dios, en cambio, estamos bajo el influjo del amor divino y seguimos las santas mociones e inspiraciones del Espíritu Santo, ajustando nuestras vidas y nuestros deberes de estado a la Divina Voluntad, haciéndolo todo por amor a Dios y para la mayor honra y gloria de N.S.J.C., por lo que gozamos de una enorme paz interior ya en este mundo, paz que nos da Dios para confortarnos y animarnos a proseguir nuestro arduo combate contra el mundo y sus engaños y pasiones envenenadas, paz que no es sino un bendito anticipo de la alegría y tranquilidad eternas que poseeremos en la gloria de los Santos si perseveramos en la buena vía hasta el final. Nosotros sí que sabemos para qué vivimos, cuál es nuestro propósito y fin último en la vida, y el Espíritu Santo nos lo confirma con sus santas inspiraciones y la paz interior con la que llena nuestros pequeños odres y vasijas, nuestras almas, por eso podemos sentirnos muy tranquilos incluso en medio de los mayores desastres y conmociones mundanas, porque nuestra mente y nuestro corazón no están ya en el mundo, sino en Dios, de quien nos viene todo gozo y todo descanso. Además, quienes confían plenamente en la Divina Providencia no se preocupan tanto por satisfacer las necesidades esenciales de esta vida mortal, como hacen los mundanos que no conocen ni aman a Dios, pues saben que el Padre Eterno se ocupa de ellos y vela para que nada les falte a quienes lo han dejado todo por seguir a Su Divino Hijo Jesucristo cargando con su cruz y venciendo al mundo y sus engaños. Y dijo a sus discípulos: “Por eso, os digo, no andéis solícitos por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué lo vestiréis. Porque la vida vale más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido. Mirad los cuervos: no siembran, ni siegan, ni tienen bodegas ni graneros, y sin embargo Dios los alimenta. ¡Cuánto más valéis vosotros que las aves! ¿Quién de vosotros podría, a fuerza de preocuparse, añadir un codo a su estatura? Si pues no podéis ni aun lo mínimo ¿a qué os acongojáis por lo restante? Ved los lirios cómo crecen: no trabajan, ni hilan. Sin embargo, Yo os digo que el mismo Salomón, con toda su magnificencia, no estaba vestido como uno de ellos. Si pues a la yerba que está en el campo y mañana será echada al horno, Dios viste así ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe? Tampoco andéis afanados por lo que habéis de comer o beber, y no estéis ansiosos. Todas estas cosas, los paganos del mundo las buscan afanosamente; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de ellas. Buscad antes su reino, y todas las cosas os serán puestas delante.

 

No tengas temor, pequeño rebaño mío, porque plugo a vuestro Padre daros el Reino. Vended aquello que poseéis y dad limosna. Haceos bolsas que no se envejecen, un tesoro inagotable en los cielos, donde el ladrón no llega, y donde la polilla no destruye. Porque allí donde está vuestro tesoro, allí también está vuestro corazón. (Lucas 12, 22-34).

Continuará...




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