En efecto,
los mundanos no saben realmente cuál es el propósito de su existencia, no saben
para qué viven ni cuál es su finalidad última en la existencia y en el plan de
Dios. Es cierto que son dignos de compasión, pues los pobres siguen únicamente
la voz caprichosa de las pasiones y la triple concupiscencia de la carne, los
ojos, y la soberbia de la vida, por lo que son bamboleados sin piedad por el
mundo y sus múltiples vanidades y engaños, que los mantienen ocupados en una
ficción absurda hasta que termina el tiempo de vida que les ha sido concedido y
se presentan ante el Juez de Jueces y Señor de Señores prácticamente desnudos y
vacíos de obras para la vida eterna. Es ciertamente una infinita tragedia y dan
ganas de llorar amargamente por todos ellos.
La falsa
sabiduría mundana hace que estos innumerables insensatos sean completamente insensibles
a las advertencias que Dios les envía por medio del Espíritu Santo, el cual no
pueden recibir por haber rechazado a Dios y a quienes les hablaban en Su santo
nombre. Tan cegados están que tampoco escuchan los reproches que les dirige su
conciencia culpable, la cual nunca miente y ha sido puesta por Dios para
ejercer de acusador implacable cuando nos desviamos de la Verdad y consentimos
en cualquier pecado o transgresión de la santa Ley de Dios. En el fondo, la
filosofía torcida de los mundanos es la de aprovechar el momento que pasa fugaz
y no privarse de ningún placer sensual, aunque esté prohibido por la divina
ley, ley que ellos conocen más o menos remotamente, pero que no tienen reparo
alguno en saltarse cada vez que sus brutas pasiones les piden satisfacción.
Dios les espera y sufre pacientemente sus ultrajes y transgresiones, como Padre
bueno y misericordioso que es, les da tiempo para que entren en sí mismos y
comprendan la gravedad de su pecado, se arrepientan con corazón contrito y
humillado, y hagan digna penitencia que les alcanzaría sin duda el perdón de
Dios, pero estos insensatos no escuchan casi nunca la voz de la conciencia que
les acusa justamente y les urge a arrepentirse, y en vez de esto se entregan a
la disipación más absoluta, cumpliéndose así lo que dice la Escritura: En aquel día el Señor, Yahvé de los
ejércitos, (os) invitó a llorar y hacer duelo, a rasuraros la cabeza y a
vestiros de cilicio. (En vez de esto) se
notan placeres y júbilo; se dedican a matar bueyes y degollar ovejas, comen
carne y beben vino (diciendo): “Comamos y bebamos, que mañana moriremos.” Mas
Yahvé de los ejércitos se me ha revelado y dijo: “Esta iniquidad no os será
perdonada, hasta que muráis”, dice el Señor, Yahvé de los ejércitos. (Isaías
22, 12-14) Y también aquí: Si los muertos
no resucitan “¡comamos y bebamos! que mañana morimos”. Más no os dejéis
seducir: malas compañías corrompen buenas costumbres. Reaccionad con rectitud y
no pequéis; porque —lo digo para vergüenza vuestra— a algunos les falta
conocimiento de Dios. (I Corintios 15, 32-34) Y así es, en efecto.
Lamentablemente, estos ciegos infelices sólo saben ahogar las penas de la
conciencia en la comida y la bebida en abundancia, que les dejan todavía más
muertos a lo espiritual, y los asemejan a los brutos animales, entregándose
muchos de ellos después a los más infames desórdenes y la lujuria más
desenfrenada y criminal.
Los hijos de
Dios, en cambio, estamos bajo el influjo del amor divino y seguimos las santas
mociones e inspiraciones del Espíritu Santo, ajustando nuestras vidas y
nuestros deberes de estado a la Divina Voluntad, haciéndolo todo por amor a
Dios y para la mayor honra y gloria de N.S.J.C., por lo que gozamos de una
enorme paz interior ya en este mundo, paz que nos da Dios para confortarnos y
animarnos a proseguir nuestro arduo combate contra el mundo y sus engaños y
pasiones envenenadas, paz que no es sino un bendito anticipo de la alegría y
tranquilidad eternas que poseeremos en la gloria de los Santos si perseveramos
en la buena vía hasta el final. Nosotros sí que sabemos para qué vivimos, cuál
es nuestro propósito y fin último en la vida, y el Espíritu Santo nos lo
confirma con sus santas inspiraciones y la paz interior con la que llena
nuestros pequeños odres y vasijas, nuestras almas, por eso podemos sentirnos
muy tranquilos incluso en medio de los mayores desastres y conmociones
mundanas, porque nuestra mente y nuestro corazón no están ya en el mundo, sino
en Dios, de quien nos viene todo gozo y todo descanso. Además, quienes confían
plenamente en la Divina Providencia no se preocupan tanto por satisfacer las
necesidades esenciales de esta vida mortal, como hacen los mundanos que no
conocen ni aman a Dios, pues saben que el Padre Eterno se ocupa de ellos y vela
para que nada les falte a quienes lo han dejado todo por seguir a Su Divino
Hijo Jesucristo cargando con su cruz y venciendo al mundo y sus engaños. Y dijo a sus discípulos: “Por eso, os digo,
no andéis solícitos por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con
qué lo vestiréis. Porque la vida vale más que el alimento, y el cuerpo más que
el vestido. Mirad los cuervos: no siembran, ni siegan, ni tienen bodegas ni
graneros, y sin embargo Dios los alimenta. ¡Cuánto más valéis vosotros que las
aves! ¿Quién de vosotros podría, a fuerza de preocuparse, añadir un codo a su
estatura? Si pues no podéis ni aun lo mínimo ¿a qué os acongojáis por lo restante?
Ved los lirios cómo crecen: no trabajan, ni hilan. Sin embargo, Yo os digo que
el mismo Salomón, con toda su magnificencia, no estaba vestido como uno de
ellos. Si pues a la yerba que está en el campo y mañana será echada al horno,
Dios viste así ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe? Tampoco andéis
afanados por lo que habéis de comer o beber, y no estéis ansiosos. Todas estas
cosas, los paganos del mundo las buscan afanosamente; pero vuestro Padre sabe
que tenéis necesidad de ellas. Buscad antes su reino, y todas las cosas os
serán puestas delante.
No tengas temor, pequeño rebaño mío,
porque plugo a vuestro Padre daros el Reino. Vended aquello que poseéis y dad
limosna. Haceos bolsas que no se envejecen, un tesoro inagotable en los cielos,
donde el ladrón no llega, y donde la polilla no destruye. Porque allí donde
está vuestro tesoro, allí también está vuestro corazón. (Lucas 12, 22-34).
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario