MANUAL DE SUPERVIVENCIA DURANTE LA GRAN TRIBULACIÓN Y LA OPERACIÓN DEL ERROR. (LIX)

 

Y es que, una única cosa es necesaria, que es escuchar la Palabra de Dios con humildad y atención, dejando que penetre en nuestra alma y pueda así crecer y dar mucho fruto después. (Lucas 10, 38-42) Como leemos en el comentario de este pasaje del Evangelio en la Biblia de Monseñor Straubinger, es éste otro de los puntos fundamentales de la Revelación cristiana, y harto difícil de comprender para el que no se hace pequeño. Dios no necesita de nosotros ni de nuestras obras, y éstas valen en proporción al amor que las inspira (I Corintios 13). Jesucristo es “el que habla” (Juan 4, 26; 9, 37), y el primer homenaje que le debemos es escucharlo (Mateo 17, 5; Juan 6. 29). Sólo así podremos luego servirlo dignamente (II Timoteo 3, 16). En efecto, no podemos hacer nada que sea de valor para Dios mientras no le escuchemos primero con calma y humildad. Si pretendemos obrar sin conocer lo que Dios quiere de nosotros, únicamente estaremos satisfaciendo nuestro orgullo y nuestro amor propio, pero no haremos la Voluntad de Dios, lo cual es el peor error en que podemos incurrir, pues la autocomplacencia y el egoísmo no son aceptos al Señor, y por muchas obras aparentemente elogiosas que hagamos, mientras no las hagamos por puro amor de Dios y para cumplir Su Voluntad, tendrán muy poco o ningún valor a sus ojos. “Aunque yo hable la lengua de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Y aunque tenga (el don de) profecía, y sepa todos los misterios, y toda la ciencia, y tenga toda la fe en forma que traslade montañas, si no tengo amor, nada soy. Y si repartiese mi hacienda toda, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, mas no tengo caridad, nada me aprovecha”. (I Corintios 13, 1-3) Por esta razón, las obras y los afanes inútiles de los mundanos no son agradables a Dios, porque no obran según Su santa Voluntad ni se rigen por Su bendita palabra, sino que en el mundo cada uno busca hacer su propia voluntad egoísta y pisotear a los demás si pudieran, confirmando así de manera cierta y terrible que siguen las impías sugestiones del espíritu malo.

 

De ahí que quienes estén dominados por el espíritu mundano de incredulidad e impiedad, un espíritu totalmente hostil a Dios, sean considerados como “perros”, “asnos” y “puercos” por la Santa Escritura, como ya hemos mencionado anteriormente en este capítulo. Leamos a este respecto las siguientes citas:


Salmo 31,9

“No queráis ser como el caballo o el mulo, que no tienen entendimiento”.

 

San Mateo 7,6

“No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen”.

 

En efecto, los infelices mundanos no tienen entendimiento espiritual, sino únicamente carnal, por lo que se dejan llevar por su sensualidad y naturaleza corrompidas por el pecado, juzgando según sus propias emociones y conveniencias egoístas, sin tener en cuenta a Dios para nada, a la vez que menosprecian y odian a quienes se dejan guiar por el Espíritu Santo y procuran observar fielmente los Mandamientos y obedecer al Magisterio de los Vicarios de Cristo. Esto es verdaderamente un profundo misterio insondable, por qué tan solo unos muy pocos escuchan la voz de Dios y siguen Sus mandatos, mientras que la gran mayoría no escucha, o si alguno de ellos lo hace, escucha mal, y llegada la hora de la prueba, no resiste y traiciona al Señor, defeccionando de la Fe.

 

A continuación, siguen unas citas para ahondar sobre el mismo tema.

Continuará...



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