EL FALSO PROFETA, EL ANTICRISTO Y EL CONCILIÁBULO CONTRA LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA Y LOS DOS TESTIGOS DEL APOCALIPSIS ("PROFETAS DE CALAMIDADES") - Parte 1

 



EL FALSO PROFETA, EL ANTICRISTO Y EL CONCILIÁBULO CONTRA LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA Y LOS DOS TESTIGOS DEL APOCALIPSIS ("PROFETAS DE CALAMIDADES") - Parte 1




*El “abbé” Michel Simoulin es un anciano hereje lefebvrista de reconocer y resistir. Sin embargo, nos vuelve a prestar un buen servicio aquí al ofrecernos este interesante dossier sobre el falso profeta Roncalli, que nosotros hemos adaptado ligeramente para que sirva de propósito a lo que deseamos expresar, a saber, que el falso profeta Roncalli, el Anticristo personal Montini, y su maldito conciliábulo Vaticano 2, se opusieron con toda su malicia y perfidia heréticas a la Santísima Virgen María y a los llamados "profetas de calamidades", quienes no son otros que los Dos Testigos del Apocalipsis, cuya manifestación debe de ser ya inminente, Dios Uno y Trino mediante.



El dossier original está en francés, que conservamos por respeto a nuestros lectores francófonos, habiendo añadido nosotros la traducción al castellano.




Éditorial

C’EST dès le début de son pontificat que "Jean XXIII" a voulu manifester le nouveau visage qu’il donnait à l’Église. Il le fit par un certain nombre de gestes spectaculaires. Ainsi, le 31 octobre 1958, trois jours seulement après son intronisation, il reçut Roger Schutz, prieur protestant de Taizé et son théologien Max Thurian. Le Vendredi saint 1959, il fit enlever de l’oraison solennelle pour la conversion des juifs les mots perfidis (perfides) et perfidiam (perfide 4). Au mois d’août de cette même année, il supprime aussi dans le texte de la consécration du genre humain au Sacré-Cœur de Jésus, les expressions « ténèbres de l’idolâtrie et de l’islam » et, encore à propos des juifs, « fils du peuple qui fut autrefois le bien-aimé ». 



Le 13 juin 1960, il reçoit avec bienveillance Jules Isaac, juif, qui soutient la thèse qu’Israël n’a pas rejeté Jésus et que Jésus n’a pas réprouvé Israël. Le 17 octobre, il dit à un groupe des membres de l’United Jewish Appeal : « Je suis votre frère Joseph 1. » Ensuite, il établit, comme il dit lui-même, « des contacts courtois avec les frères séparés des confessions diverses », si bien qu’il a pu dire en toute vérité, en recevant les observateurs non catholiques qu’il avait invités au Concile : « J’ai eu de nombreux contacts avec les chrétiens appartenant aux diverses dénominations. [...] Nous n’avons pas parlementé, nous avons parlé ; nous n’avons pas discuté, mais nous nous sommes aimés. » Enfin, autre geste très significatif, il convoqua pour les travaux du Concile des théologiens qui, avant son pontificat, étaient tombés en disgrâce, parmi lesquels Karl Rahner, Yves Congar et Henri de Lubac, qu’il invita personnellement.







Editorial

Fue desde el inicio de su “pontificado” que "Juan XXIII" quiso mostrar el nuevo rostro que estaba dando a la Iglesia. Lo hizo a través de una serie de gestos espectaculares. Así, el 31 de octubre de 1958, sólo tres días después de su toma de posesión, recibió a Roger Schutz, prior protestante de Taizé, y a su teólogo Max Thurian. El Viernes Santo de 1959 hizo eliminar las palabras perfidis (pérfido) y perfidiam (pérfido 4) de la solemne oración por la conversión de los judíos. En agosto de ese mismo año, también eliminó del texto de la consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús las expresiones "tinieblas de la idolatría y del Islam" y, siempre con respecto a los judíos, "hijos del pueblo que una vez fueron los bienamados”.



El 13 de junio de 1960 recibió amablemente a Jules Isaac, un judío que apoyaba la tesis de que Israel no rechazaba a Jesús y que Jesús no condenaba a Israel. El 17 de octubre, le dijo a un grupo de miembros de la United Jewish Appeal: "Soy vuestro hermano José 1". Luego estableció, como él mismo dijo, "contactos corteses con los hermanos separados de las diversas confesiones", de modo que pudo decir con toda verdad, al recibir a los observadores no católicos que había invitado al Concilio: "He tenido muchos contactos con cristianos pertenecientes a las diversas denominaciones. [...] No negociamos, hablamos; No discutimos, pero nos amábamos." Por último, en otro gesto muy significativo, convocó a los trabajos del Concilio a teólogos que, antes de su pontificado, habían caído en desgracia, entre ellos Karl Rahner, Yves Congar y Henri de Lubac, a quienes invitó personalmente.





La « bonté » du "pape" avait donc un but bien précis : ces gestes, qui ont tellement frappé les imaginations qu’on en parle encore aujourd’hui, n’ont pas été de simples expressions d’un sentiment naturel, ou des mouvements spontanés et improvisés, ils ont été les manifestations d’une volonté délibérée du "pape" Jean d’imposer à l’Église une nouvelle direction, de changer quelque chose dans l’attitude, dans le langage, et surtout dans la pensée des catholiques.


Nous en avons la preuve évidente dans au moins deux textes majeurs : l’allocution Gaudet Mater Ecclesia du 11 octobre 1962 pour l’ouverture du "Concile", et l’encyclique Pacem in terris du 11 avril 1963. Ces textes contiennent les principes mêmes qui gouvernèrent l’attitude du pape Jean : acceptation du nouvel ordre antichrétien des choses, nécessité de s’adapter aux temps nouveaux, refus de déplaire à qui que ce soit, aucun reproche ou condamnation à l’égard des erreurs, silence sur ce qui pourrait susciter des désaccords, des divergences ou des discussions. Aujourd’hui, l’Église « conciliaire » (selon l’expression de "Mgr" Benelli 2) se nourrit des fruits amers produits par un concile auquel le pape Jean imposa avec fermeté, voire avec violence, son esprit : nous vivons tous les jours cette ouverture à tous et à tout, ce respect pour tous et pour tout, cet amour de tout et de tous, sauf du passé de l’Église et de sa Tradition où l’on ne trouve plus que des « péchés » à confesser devant le monde entier.






La "bondad" del "Papa" tenía, pues, un fin muy preciso: estos gestos, que impresionaban tanto la imaginación que todavía hoy se habla de ellos, no eran simples expresiones de un sentimiento natural o movimientos espontáneos e improvisados, eran las manifestaciones de un voluntad deliberada del "Papa" Juan de imponer una nueva dirección a la Iglesia, de cambiar algo en la actitud, en el lenguaje y sobre todo en el pensamiento de los católicos.



Tenemos pruebas claras de ello en al menos dos textos importantes: el discurso Gaudet Mater Ecclesia del 11 de octubre de 1962 para la apertura del "Concilio", y la encíclica Pacem in terris del 11 de abril de 1963. Estos textos contienen los mismos principios que gobernaron la actitud del "Papa" Juan: aceptación del nuevo orden de cosas anticristiano, necesidad de adaptación a los nuevos tiempos, negativa a desagradar a nadie, ningún reproche ni condena de los errores, silencio sobre lo que pudiera suscitar desacuerdos, diferencias o discusiones. Hoy, la Iglesia "conciliar" (según la expresión de "Mons." Benelli 2) se alimenta de los frutos amargos producidos por un concilio en el que el "Papa" Juan impuso con firmeza, incluso con violencia, su espíritu: vivamos cada día esta apertura a todos y a todo, este respeto a todo y a todos, este amor a todo y a todos, excepto el pasado de la Iglesia y su Tradición donde sólo encontramos “pecados” para confesar ante todo el mundo.


CONTINUARÁ...




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LA GRAN APOSTASÍA BÍBLICA DEL CONCILIÁBULO VATICANO 2 (Juan 23 abrió las ventanas de la Iglesia… a todos los poderes del infierno)

 



El falso profeta Juan 23 abrió las ventanas de la Iglesia… a todas las tempestades del infierno, que aguardaban furiosas para destruirla.


Excelente artículo de un celoso sacerdote español que asistía perplejo a la devastación total sembrada en la Iglesia por Roncalli y Montini tras el infausto conciliábulo. Lo triste es ver cómo este pobre soldado de Cristo se empeñaba en justificar y absolver de su enorme culpa al falso profeta Roncalli, cuando fue él quien, en connivencia con Montini y los poderes oscuros de este mundo, llevó a cabo la mayor y más rápida destrucción del Cuerpo Místico jamás operada. Ese supremo desgraciado abrió las ventanas de par en par, y por ellas entraron no sólo el humo de Satanás, sino todos los poderes del infierno juntos, que aguardaban furiosos semejante momento.

Las comillas son mías.



Revista FUERZA NUEVA, nº138, 30-Ago-1969

LA IGLESIA ABRE SUS VENTANAS

P. Venancio Marcos


La frase es muy bonita. Y suena muy bien: “La Iglesia abre sus ventanas al mundo”. Creo que el que la inventó fue "Juan XXIII", el "buen Papa" Juan. Y la pronunció con la mejor buena voluntad del mundo.


Lo que no explicó muy bien es qué es lo que quiso decir con ello. No explicó bien qué ventanas eran esas y, menos, con qué fin las abría.


Es una verdadera lástima que no lo hiciera, porque no sabía él bien de qué manera tan extraña iba a ser interpretada por algunos de sus hijos, los católicos. Y por algunos de sus sacerdotes.


Si la Iglesia, con la llegada al solio pontificio de "Juan XXIII" y con la apertura del "Concilio" Ecuménico, abría sus ventanas al mundo, es que hasta entonces las había tenido cerradas. Y a lo que parece, cerradas a cal y canto.


Entonces, ¿es que hasta ese momento, de San Pedro para acá, o al menos desde el Concilio de Trento, los Papas, obispos y sacerdotes, y ni siquiera los católicos seglares, no habían visto el mundo ni por un agujero?




¿Y es que el mundo, eso que llamamos el mundo –ateos, creyentes no cristianos y no católicos- el mundo no había podido ver lo que había dentro del alcázar de la Iglesia porque tenía las ventanas cerradas?


¡Qué barbaridad! Encima de ser una Iglesia-alcázar -cosa equivocada, según algunos progresistas-, para colmo, ese alcázar tenía cerradas las ventanas y hasta las arpilleras de sus almenas.


No, no debió de ser tal la idea del "Papa" Juan, que no podía insultar de ese modo a la Iglesia de sus propios antecesores. Que es lo que hacen sus malos intérpretes.



                                            ***


              



¿Y para qué ha abierto la Iglesia sus ventanas? Lo más obvio que se puede pensar es que las ha abierto para que los hombres no católicos vean con más facilidad lo que la Iglesia encierra por dentro. Como botón de muestra, ahí estuvo el Concilio ecuménico, al que tuvo acceso a la prensa mundial. Y así, en otros aspectos.


Pero entonces no hay que decir, si se quiere hablar con propiedad, que la Iglesia ha abierto sus ventanas, sino solamente que las ha abierto un poco más. Y si no ha sido más que eso, no hay porque echar tan alto las campanas al vuelo, como si se tratara de algo nunca visto ni oído.


Algunos, sin embargo, y entre ellos varios de mis colegas en la prensa española, han escrito que la Iglesia abría sus ventanas porque dentro de ella ya no se podía respirar, o se respiraba un aire infecto. Y las abría al mundo ajeno a la Iglesia para recibir de él bocanadas de aire puro y fresco.


En otras palabras, la Iglesia abría sus ventanas porque dentro de ella no había más que oscuridad y tinieblas. Y las abría al mundo para que el mundo la inundara de luz.


Si por el mundo, como es de suponer, entendemos sus ideas filosóficas y teológicas, sus normas de actuación y sus comportamientos morales, malos aires va a respirar la Iglesia y poca luz va a recibir del mundo.

         


Sí, la Iglesia ha abierto sus ventanas al mundo, más todavía de lo que las tenía ya abiertas, pero es para que la luz que de la Iglesia sale pueda caminar el mundo y para que el perfume de Cristo se extienda más fácilmente por toda la tierra.


Jesucristo no dijo sus apóstoles: “Caminad a la luz que os envié el mundo”, sino: “Vosotros sois la luz del mundo”. ¿O es que porque la Iglesia había dejado de ser luz del mundo, del "Concilio" para acá se han cambiado las tornas y es el mundo la luz de la Iglesia?


Mal servicio han hecho a la Iglesia quienes han interpretado de este modo la bonita frase de "Juan XXIII". Pretenden mundanizar a la Iglesia, cuando lo que hay que hacer es “iglesizar” al mundo.


                                                ***


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LA GRAN APOSTASÍA BÍBLICA DEL CONCILIÁBULO VATICANO 2 (LA TREMENDA CULPA DEL FALSO PROFETA ANGELO RONCALLI - JUAN 23; parte 4)

 



2) Hacia el Concilio

Con esto me parece que podemos comprender todas las palabras y las conductas del "Papa" Juan, que se confirmarán en su discurso de apertura del "Concilio" el 11 de octubre de 1962.


Cuando en la alocución de 25 de enero de 1959 hable de “una época de renovación”, o cuando lance una “renovada invitación a los fieles de las iglesias separadas a participar con nosotros en este convite de gracia y de fraternidad”, comprenderemos el verdadero sentido de sus palabras (el texto oficial del Osservatore Romano dice: “a seguirnos también ellas en esta búsqueda de unidad y de gracia”).


El 29 de enero de 1959 pide “acabar con las discordias y volver a juntarnos sin hacer un proceso minucioso para dilucidar quién estaba equivocado y quién tenía razón; puede haber habido responsabilidad en todas las partes; así que el Papa sólo quiere decir: juntémonos” (44). Dice también el 31 de enero que “la labor de quien la gobierna [la Iglesia] no es custodiarla como un museo, sino guiarla por el camino de la vida” (45). Escribe al clero véneto el 21 de abril de 1959 hablando de “su deseo más anhelante de dilatar los espacios de la caridad y de permanecer con su puesto con claridad de pensamiento y con grandeza de corazón (...) En Oriente, primero la aproximación, luego el acercamiento, y la reunión perfecta de tantos hermanos separados con la antigua Madre común” (46).


En la audiencia del 14 de febrero de 1960 advierte que “si los hermanos que se han separado, y que también están divididos entre sí, quisieran concretar el común deseo de unidad, podríamos decirles con vivo afecto: ésta es vuestra casa; ésta es la casa de los que llevan el signo de Cristo. Si, por el contrario, como algunos todavía afirman, se quisiese empezar con discusiones y debates, no se concluiría en nada” (47).


En la audiencia del 27 de marzo de 1960 invita a todos a moverse: “y el Papa que os habla, el humilde siervo de Dios, quiere este domingo, también él, moverse para caminar hacia sus hijos más humildes y queridos (...) Lo que importa es moverse siempre, no reposar sobre el surco de los hábitos contraídos; caminar siempre en busca de nuevos contactos; estar siempre abierto a las exigencias legítimas del tiempo en que estamos llamados a vivir, para que Cristo sea anunciado y conocido en todas las formas” (48).



El 7 de marzo, en Santa Sabina, se refiere a la unidad de la Iglesia: “por lo demás, miramos con nostalgia y con amor a nuestros hermanos separados, los cuales, alejados de la unidad de la Iglesia, han dado origen a tradiciones que han quebrantado la gran tradición, pero sin destruirla del todo. La gracia del Señor ha mantenido los elementos más preciosos de la fundación divina” (49).


El 10 de agosto de 1962 dice a los seminaristas que habían venido a visitarle a Castel Gandolfo que el Concilio quiere tomar la vía ancha, [*el Evangelio, sin embargo, nos enseña lo contrario: “Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición y muchos son los que entran por él. Porque angosta es la puerta y estrecho el camino que lleva a la vida, y pocos son los que lo encuentran”.  (Mateo 7, 13-14)] la vía de los pueblos y de las gentes, los caminos vislumbrados por los profetas e indicados por Cristo” (50).



Por último, debemos hablar del mensaje del 11 de septiembre de 1962 (Ecclesia Christi, lumen Gentium), un mes antes de la apertura del Concilio. Si creemos lo publicado por el "Card." Suenens en 1985 y 1991, en él se encuentra una distinción entre la Iglesia ad intra y la Iglesia ad extra que habría sido inspirada y esclarecida por los "cardenales" Suenens, Montini (futuro Pablo 6), Liénart, Lercaro y Siri (51). Algunas partes del mensaje serían casi al pie de la letra pasajes del texto elaborado por dichos "cardenales" para dirigir el "Concilio" según su pensamiento, y según un proyecto que el "papa" Juan pidió se conservase en secreto. Consistiría en que la Iglesia quiere ser estudiada tal cual es, en su estructura interna (vitalidad ad intra), que representa, sobre todo ante sus hijos, los tesoros de la fe iluminadora, pero también en su vitalidad ad extra, es decir, ante las exigencias y las necesidades de los pueblos. Nos encontramos de nuevo aquí con lo que ya habíamos oído sobre la fe y la caridad: la fe es un tesoro que debe custodiarse ad intra, para los fieles, y la caridad es una conducta que debe manifestarse ad extra, para los demás. No fueron los "cardenales" amigos del "Papa" quienes le enseñaron esta distinción, pero quizá le ayudaron a aclarar y expresar su pensamiento.


Todas estas ideas, sin embargo, se encuentran en la alocución de apertura del "Concilio" (Gaudet Mater Ecclesiae) del 11 de octubre de 1962. Tenemos ya todo el material que se resumirá en este discurso, y podemos creer al "Papa" Juan cuando dice a su secretario: “de aquel discurso publicad también su primera redacción en lengua italiana, para que se sepa, no como elogio para mí, sino en deuda de mi asumida responsabilidad, que me pertenece desde la primera palabra hasta la última” (52). De hecho, toda su vida es la verdadera y mejor exégesis de esta alocución.


                   


GAUDET MATER ECCLESIAE: "JUAN XXIII" EN GUERRA CON LA TRADICIÓN


Este discurso es la clave para comprender el "Concilio": define el espíritu del "Concilio" y su método, tomando la dirección opuesta no solamente a todo el trabajo de preparación de la Curia, sino también a las enseñanzas y directrices de los Papas desde la Revolución Francesa y a la tradición pastoral de la Iglesia.

http://www.vatican.va/content/john-xxiii/es/speeches/1962/documents/hf_j-xxiii_spe_19621011_opening-council.html


Leyendo los “signos de los tiempos”, "Juan XXIII" hace un análisis de las nuevas relaciones entre la sociedad y la Iglesia: la Cristiandad ya no existe, y eso es un bien para todos; la Iglesia es libre y puede abrirse a todos. Habiendo entrado en una época de renovación, cuyas formas son totalmente distintas, la Iglesia tiene necesidad de un nuevo impulso vital para adaptarse a las exigencias de la edad actual, para que pueda realizar esa renovada forma de unidad en la misericordia. En otros términos, se repite que estamos en el umbral de una nueva era, y el "Concilio" debe tomar la vía ancha. (*de la perdición!!!)



Luego, el discurso desarrolla cuatro ideas:

1. Se trata en primer lugar de la relación dinámica entre la vida terrena y los bienes celestiales. La Iglesia atraviesa el tiempo y el espacio en contacto con todas las realidades humanas. Los cristianos tienen a su disposición el tiempo y las cosas materiales para conseguir los bienes celestiales, y la Iglesia siempre está dispuesta a respetar y valorar los más recientes desarrollos del pensamiento, de la voluntad y del genio humano, sin estar ligada a nada material.


2. Por consiguiente, el fin del "Concilio" no puede ser discutir o repetir la doctrina, sino dar un salto adelante para una nueva profundización doctrinal y espiritual en la doctrina que transmitir. (??) Ésta se ha convertido en “patrimonio común de los hombres”. (??) Por ello tal salto debe darse en conformidad “con los métodos de la investigación y con la expresión literaria que exigen los métodos actuales”. (??) Se trata de una nueva penetración doctrinal, no para cambiar la sustancia de la doctrina, sino para una reformulación de “la manera como se expresa”, según “las normas y exigencias de un magisterio de carácter plenamente pastoral”. (???)




3. Por tanto se debe renunciar a las condenas para anunciar el Evangelio en toda su misericordia. (??) Hay que abandonar la severidad y escoger la misericordia, ilustrando así la validez de la doctrina de la Iglesia. (??) Ésta podrá entonces extender por todas partes la amplitud de la caridad cristiana, arrancando así las semillas de la discordia y favoreciendo la paz y la unión fraterna. (??)


4. De este modo quedará abierta la puerta para un ecumenismo auténtico, superando las divisiones entre cristianos. En realidad, el problema de la unidad cristiana está situado en el más amplio contexto de la unidad de destino de la humanidad entera. Aunque la familia cristiana no haya alcanzado todavía plenamente la unidad en la verdad, la Iglesia quiere trabajar en la recomposición del gran misterio de la unidad. Y ya puede verse como una triple irradiación del misterio de la unidad de la Iglesia: unidad de los católicos entre sí, unidad de oraciones y de deseos de los cristianos separados y, en fin, unidad en la estima y en el respeto hacia la Iglesia de los hombres religiosos no cristianos. Estará así preparada la vía hacia esa unidad del género humano que se pide como necesario fundamento para que la Ciudad terrena se componga a semejanza de la celestial.


En resumen, la Iglesia de los Papas que han condenado los errores del pasado o la Revolución, debe dejar su puesto a esta Iglesia cuya caridad trasciende todos los errores. Hoy, libre la Iglesia del poder civil, debe sin embargo todavía vivir un nuevo Pentecostés que renueve la faz de la tierra. No es un museo de antigüedades que haya que custodiar, sino un jardín cuya riqueza interior hará florecer el "Concilio". Para ello debe liberarse todavía de sus viejas categorías de pensamiento y de sus pasadas actitudes hacia el mundo, para que pueda trabajar con amor y misericordia con todos los hombres de buena voluntad en la edificación de una sociedad nueva adaptada a las nuevas condiciones de la historia, es decir, al nuevo orden mundial en la unidad del género humano.



Wenger, corresponsal de La Croix, no se equivocó al escribir: “el discurso del 11 de octubre es la verdadera ley fundamental del "Concilio". Más que un orden del día, define un espíritu. Más que un programa, daba una orientación (...) Un "Papa" juzgado como conservador proponía un programa innovador” (54). Y la "encíclica" Pacem in Terris será en 1963 la confirmación clara de que el ecumenismo del "Papa" Roncalli no es más que un elemento de su visión mundialista de la Iglesia en el mundo actual.


La tarde de ese mismo día, el "Papa" Juan dirá al pueblo de Roma reunido en la Plaza de San Pedro su famoso “discurso de la luna”, que confirma su pensamiento y que hizo llorar de emoción a todas las gentes: “sigamos pues, amándonos así; y en cada ocasión sigamos tomando lo que nos une, dejando de lado, si lo hay, cualquier cosa que pudiese ponernos en dificultades”.





CONCLUSIÓN

La vida y la experiencia no le enseñaron nada a Angelo Roncalli: captado desde su juventud por una idea fija, revelada en su Diario del alma, en su predicación y en sus últimas palabras, confió esta idea al "Concilio" para hacer de ella la norma de la nueva Iglesia.


Separó la caridad de la fe, y esto es un crimen tremendo: la caridad no puede ser caridad si no incluye la fe, tanto para tener un objeto propio como para comunicarlo. Cuando se trata de Dios, es cierto que la caridad no tiene otro fin que sí misma, porque posee en sí su propio objeto. Pero cuando se trata del prójimo, la caridad lleva siempre y necesariamente o a gozar de Dios si está presente en Él, o a dárselo si está ausente. Es evidente que existe también una forma negativa de la caridad, que busca no molestar, no desagradar, no ofender a nadie: es la paciencia, la cortesía, la amabilidad o la afabilidad.


Pero existe sobre todo una forma positiva, que es la benignidad, es decir, la comunicación del bien. Y el primer bien que debe comunicarse es Dios, su verdad, su caridad y su paz, que es fruto del orden, de la sumisión a la Palabra, a la Verdad, a la Voluntad de Dios. Esta caridad positiva es una obligación para el cristiano, para el sacerdote, para el obispo... ¡pero todavía más para el Papa! Y la verdad sobre Dios jamás puede ser importuna.


Además, "Juan XXIII" quiso olvidar una verdad que conocía bien (¡la recuerda en su alocución!), a saber, que la unidad es una realidad intrínseca. La que nace únicamente de causas extrínsecas no es una unidad, sino un “estar juntos”, una reunión en la cual cada uno conserva su propia identidad. De hecho, todos siguen estando interiormente separados, unidos sólo por un sentimiento amistoso que no cambia nada. La verdadera unidad surge de las causas intrínsecas: idem credere, idem sperare, idem velle et nolle [un mismo creer, un mismo esperar, un mismo querer y no querer], la primera de las cuales es la verdadera y única fe católica. Sólo la fe informada por la caridad puede realizar la verdadera unidad cristiana.


Por el contrario, esa gran unidad con la que sueña el "Papa" Roncalli no es la unidad de la fe, sino sólo la de los hombres que quieren amarse y apreciar a la Iglesia y su doctrina.





Lamentablemente, "Juan XXIII" hizo de una conducta de cortesía, de urbanidad o de sana diplomacia, un principio de teología, no solamente pastoral sino también dogmática: la caridad que se debe tener hacia todos los hombres debe reducir al silencio todas las exigencias de la verdad. (???) La Cristiandad es un monumento del pasado. Se debe caminar hoy sobre la vía ancha de la misericordia (que indudablemente la Iglesia nunca había seguido... hasta él) según principios y métodos despreciados hasta ahora. No es la doctrina la que se intenta cambiar -se dice- sino el espíritu y la actitud ante el mundo moderno.



Así, "Juan XXIII" hizo saltar todos los cerrojos puestos por sus predecesores para proteger la fe de la Iglesia, anulando con un revolucionario discurso de once páginas -*discurso redactado por el pérfido Montini!!!- tres Syllabus: el de S.S. Pío IX (1864), el de S.S. San Pío X (Lamentabili y Pascendi, 1907), y el de S.S. Pío XII (Humani Generis, 1950). Ese discurso es verdaderamente una declaración de guerra a la Tradición de la Iglesia.




Por consiguiente, si buscamos dónde o cuando dio un giro el "Concilio", buscamos en vano. El "Concilio" jamás dio giro alguno. Fue desorientado desde el principio por "Juan XXIII" mismo, y los giros imprimidos al "Concilio" por el Card. Liénart el 13 de octubre de 1962, o por el "Card." Suenens el 4 de diciembre (Vid. Ralph M. Wiltgen, El Rhin desemboca en el Tíber), o cualquiera otro, no son más que la confirmación y el reforzamiento de esa orientación originaria querida y dada personalmente por "Juan XXIII". Todos esos “giros” del "Concilio", como todos los actos que le precedieron (nombramiento de los expertos, por ejemplo), acompañaron (gestos hacia los no católicos, por ejemplo) o siguieron, han sido momentos en los cuales el "Concilio" ha sido guiado o reconducido sobre la vía querida por "Juan XXIII".



Y si releemos las últimas palabras del "Papa" Juan, no podemos dejar de pensar en las palabras tan claras de San Pío X sobre Le Sillon, cuyo fundador Marc Sangnier, había dejado en Mons. Roncalli “el recuerdo más vivo de toda su juventud sacerdotal” (55); verdaderamente se puede decir que el Sillon se ha hecho compañero de viaje del socialismo, puesta la mirada sobre una quimera. Nos tememos algo todavía peor (...) El beneficiario de esta acción social cosmopolita no puede ser otro que una democracia que no será ni católica, ni protestante, ni judía; una religión (porque el sillonismo, sus jefes lo han dicho, es una religión) más universal que la Iglesia Católica, reuniendo a todos los hombres, convertidos, finalmente, en hermanos y camaradas en el ‘reino de Dios’. ‘No se trabaja para la Iglesia, se trabaja para la humanidad’" (56).




"Juan XXIII" no fue un "papa" de tradición, sino de contradicción. Y si fue un "Papa" de transición, lo fue en el sentido en el cual dijo un día el hereje Karl Rahner que “el Papa de transición, "Juan XXIII", aseguró la transición de la Iglesia hacia el porvenir” (57). En este sentido es verdad que el "Papa" Roncalli fue un Papa de transición desde la Iglesia Católica a la “Iglesia Conciliar”. (¡¡¡convertida en la Ramera!!!) Él es el verdadero padre, el único padre del "Concilio" -*FALSO: el verdadero padre oscuro del conciliábulo fue Montini, como vamos a demostrar en este mega dossier-, del ecumenismo actual y de esta “Iglesia Conciliar” que él quiso y de la cual otros "Papas" han sido y son todavía hijos. Él puede decir a todos los "Papas", obispos o sacerdotes de la “Iglesia Conciliar”: “no tenéis muchos padres (...) soy yo quien os ha engendrado” (cfr. Sal. 2, 7).

“Abbé” Michel Simoulin, secta lefebvrista.

                    





NOTAS

1 Mons. Capovilla, Giovanni XXIII, Quindici letture, Roma 1970.

2 Juan XXIII, Diario del alma. Cristiandad, Madrid, 1964. En la edición italiana (San Paolo, 1989) se reproduce una nota autógrafa de Juan XXIII fechada en 1961 y publicada por el Osservatore Romano el 1 de mayo de 1966. Esta nota resulta extraña porque el Papa parece lamentar la muerte sin ceremonias religiosas de Buonaiutti, más que su culpa e impenitencia.

3 “Mi alma está en estas páginas más que en cualquier otro de mis escritos”, Diario del alma, introducción a la edición italiana, pág. 7

4 Diario del alma, pág. 130

5 De charitate, art. 4, n. 6

6 Diario del alma, 4-1-03, pág. 173

7 Diario del alma, 8-1-03, pág. 174

8 San Pío X, Pascendi Domini Gregis, 8-9-1907

9 Diario del alma, 8/9-12-03, págs. 194

10 Diario del alma, 8/9-12-03, págs. 218-219

11 Diario del alma, 10-8-14, pág. 263

12 Diario del alma, ed. It., n.722, nota 2

13 Diario del alma, pág. 322

14 Diario del alma, págs. 328-329

15 Diario del alma, pág. 332

16 Diario del alma, pág. 344

17 Diario del alma, pág. 350

18 Diario del alma, pág. 366

19 Diario del alma, pág. 378

20 Diario del alma, pág. 389

21 Summa Theologica, II-II, 55, 3

22 Diario del alma, ed. It., n.1024

23 G. Ruggeri, Appunti per una teología in Papa Roncalli, en Papa Giovanni, edición de Giuseppe Alberigo, Laterza 1987, pág. 248

24 A. Melloni, Formazione e sviluppo della cultura di Roncalli, en Papa Giovanni cit., pág. 16

25 G. Ruggeri, op. cit., pág. 246

26 M. Guasco, La predicazione di Roncalli, en Papa Giovanni cit., pág. 267

27 Juan XXIII, Cartas a sus familiares. Paulinas, Bilbao 1969, pág. 332

28 A. Melloni, Angelo Giuseppe Roncalli, La predicazione a Istanbul. Omelie, discorsi e note pastorali (1935-1944), Biblioteca de la Rivista di Storia e letteratura religiosa, Florencia 1993, pág. 180

29 Homilía del 25 de diciembre de 1934, en Francesca Della Salda, Obbedienza e pace. Il vescovo Angelo Giuseppe Roncalli tra Sofia e Roma (1925-1934), Marietti 1989, pág. 261

30 Pío XI, encíclica Mortalium Animos de 6 de enero de 1928

31 Carta a Mons. D’Herbigny, 9 de julio de 1925, en Della Salda, op. cit., pág. 37

32 Carta del 27 de julio de 1926 a C. Morcefky, en Della Salda, op. cit., pág. 49

33 De quoi s’agit-il?, en Irenekon. Della Salda, op. cit., pág. 61, nota 88

34 G. Tavard, Petite histoire du mouvement oecuménique, Fleurus 1960, pág. 41

35 Carta del 9 de mayo de 1927, en A. y G. Alberigo, Giovanni XXIII. Profezia nella fedeltà. Queriniana, Brescia 1978, pág. 427

36 Homilía del 31 de mayo de 1925, en Obbedienza e pace, cit., pág. 153

37 Homilía del 6 de enero de 1935, en Melloni, La predicazione a Istanbul cit., págs.. 49-50

38 Homilía del 25 de febrero de 1935, ibid., págs. 54-56

39 Homilía del 30 de mayo de 1936, ibid.., pág. 88. En Church Times del 7 de junio de 1963 se refiere que, recibiendo una vez a un eminente observador anglicano, el Papa le preguntó: “¿es usted teólogo?”. “No, Santo Padre”, repuso el interlocutor algo apurado. “¿Menos mal, ‘Deo gratias! Tampoco yo lo soy más de lo necesario. Fíjese en cuantas dificultades nos han puesto los teólogos profesionales, con sus sutilezas y su amor propio (...) Los cristianos corrientes, como usted y como yo, tenemos que escapar de ellos”.

40 Homilía del 6 de enero de 1938, en Melloni, op. cit., págs. 138-139

41 Homilía del 25 de diciembre de 1944, ivi, pág. 344

42 Homilía del 28 de mayo de 1944, ivi, pág. 368

43 Guasco, op. cit., págs. 125-126. Obsérvese que, el 20 de diciembre de 1949, la instrucción Ecclesia Catholica había pedido a los obispos que vigilasen para que, con el pretexto de que se debía dar mayor consideración a lo que nos une que a lo que nos separa de los no católicos, no se favoreciese el indiferentismo.

44 Il Concilio Vaticano II, en La Civiltà Cattolica, edición de Giovanni Caprile. Annunzio e preparazione, vol. I, pág. 107, n. 1

45 Ivi, pág. 108

46 AAS (1959), pág. 380

47 Acta et documenta Concilio oecumenico vaticano II Apparando, Typis polyglottis vaticanis, 1960, Series I, Volumen I, Acta Summi Pontificis, pág. 74

48 Citado por Ruggieri, op. cit., págs. 256-257. El Papa dará ejemplo recibiendo el 17 de octubre de 1960 a 180 delegados judíos del United Jewish Appeal y diciéndoles: “soy José, vuestro hermano” (J. Toulat. Juifs, mes frères. Paris, 1962, pág. 17)

49 Osservatore Romano, 10 de marzo de 1962

50 Il Concilio Vaticano II cit., vol I, p. II. pág. 576

51 Nouvelle Revue Théologique, n. 107, ene-feb. 1985, págs. 3-21. Card. Suenens, Souvenirs et esperances, Fayard 1991, págs. 65-80

52 Capovilla, op. cit., pág. 197

53 Desgraciadamente, esta distinción entre la sustancia de la doctrina tradicional y su formulación en los términos con que se expresa, fue condenada por San Pío X (Pascendi, 1907) y por Pío XII (Humani Generis, 1950). [N. del T.: para los textos de este discurso nos guiamos por Concilio Vaticano II, Constituciones. Decretos. Declaraciones, B. A. C. 252, Madrid 1965, págs. 745-752. Pero debe tenerse en cuenta que los textos transcritos, correspondientes al n. 14 de dicho discurso (pág. 749), difieren sustancialmente en la versión latina oficial y en las versiones vernáculas. Al respecto, vid. Romano Amerio, Iota Unum. Estudio sobre las transformaciones de la Iglesia Católica en el siglo XX. Salamanca 1995, Cap. IV, págs. 67-69]

54 Vatican II, I session, Paris, 1963, págs.. 38-39

55 Carta del 6 de enero a la Sra. Sangnier, L’âme populaire, n. 571, pág. 4

56 San Pío X, Notre Charge Apostolique, 25 de agosto de 1910, en Doctrina pontificia. Documentos políticos. BAC 174, Madrid 1963, pág. 419, nn. 38-39

57 Citado por G. Zizola, Les Papes du XX siècle, DDB 1996, pág. 153


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LA GRAN APOSTASÍA BÍBLICA DEL CONCILIÁBULO VATICANO 2 (LA TREMENDA CULPA DEL FALSO PROFETA ANGELO RONCALLI - JUAN 23; parte 3)

 



PALABRAS Y ESCRITOS PÚBLICOS

1) El nuncio Roncalli

Como queremos tratar aquí del ecumenismo, se considerará sólo el periodo en el cual Angelo Roncalli se halla en contacto con el mundo no católico. Tampoco tomaremos en consideración las palabras privadas referidas por otros. Las palabras públicas y los escritos bastarán para sacar a la luz de forma explícita el tema de la necesidad de buscar siempre y ante todo lo que une, dejando de lado lo que constituye una dificultad: “no se trata de un simple dato caracteriológico, de la consecuencia de una predisposición casi natural: por el contrario, es una elección precisa elevada a teoría, añadiéndose al uso explícito en las homilías del término “hermanos separados”, indicando la necesidad de superar las barreras de cualquier género, invocando una cautela que sin embargo no excluye decisiones concretas, y hablando de la falsedad de una lógica que haga perdurar la separación” (26).


Así, en carta a su hermano Giovanni el 17 de febrero de 1937, Mons. Roncalli se refiere a su comportamiento en Bulgaria y propone como modelo “mi silencio (...) contentarme con poco para no ofender la caridad y la paz” (27). Y en verdad le veremos practicar con habilidad y finura notables el arte de callar todo cuanto pueda disgustar.


“¡Oh, Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica!”, exclama en Estambul el día de Pascua de 1939 (28), pero no añade “romana”, y no lo añadirá jamás. Por el contrario, podrá decir a los ortodoxos antes de abandonar Bulgaria: “el respeto que siempre he querido profesar en público y en privado, por todos y cada uno, mi silencio imperturbable y sin amargura (...) han debido hablar a todos de la sinceridad de mi corazón también hacia ellos, a quienes siento amar en el Señor con la misma caridad cristiana y fraterna que nos enseña el Evangelio. Pensemos todos seriamente en salvar nuestra alma, y habrá de llegar, porque Jesús lo ha dicho, el día en que en la Iglesia santa sean únicos el rebaño y el pastor. Apresuremos con nuestras oraciones y con nuestra caridad ese bendito día. ‘Via pacis, via charitatis, via veritatis’” (29). En consecuencia, el camino a seguir está bien trazado, y será siempre el mismo: primero la paz, luego la caridad, por último la verdad; viviendo en la paz y en el amor fraterno, amándonos a pesar de nuestras diferentes creencias, llegaremos a la verdad.



Pero es al revés: sabemos que, así como el deseo y el amor presuponen el conocimiento, así también la caridad presupone la fe, y la unidad en la caridad presupone la unidad en la fe. Además estamos en 1935, y S.S. Pío XI había escrito claramente en 1928: “puesto que la caridad se apoya, como su fundamento, sobre la fe íntegra y sincera, es necesario que los discípulos de Cristo estén unidos principalmente por el vínculo de la unidad de la fe” (30).


          


Ello no impide que la finalidad de Angelo Roncalli, finalidad que él considera su deber, sea siempre “favorecer esas formas de confraternización entre los católicos y los ortodoxos que sirvan para reconducir a todos más íntimamente a las fuentes puras de la vida religiosa cristiana” (31). Y esa fuente pura es para él la Eucaristía, motivo de comunión entre católicos y ortodoxos.



Así, el 27 de julio de 1926, a un joven búlgaro que le pedía estudiar en el seno de la Iglesia Católica, le escribe para invitarle, “como siempre he hecho con todos los jóvenes ortodoxos, a aprovechar los estudios y la educación que usted recibe en el seminario [ortodoxo] de Sofía”. Para justificar su rechazo explica que “los católicos y los ortodoxos no son enemigos, sino hermanos. Tienen la misma fe, participan en los mismos sacramentos, sobre todo en la misma eucaristía. Nos separan algunos malentendidos sobre la constitución divina de la Iglesia de Jesucristo. Quienes fueron causa de esos malentendidos han muerto hace siglos. Dejemos las antiguas controversias y, cada uno en su campo, trabajemos para hacer buenos a nuestros hermanos, ofreciéndoles nuestros buenos ejemplos (...) Más tarde, aunque partiendo de caminos distintos, nos encontraremos en la unión de las Iglesias para formar todos juntos la verdadera y única Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo” (32).



Estas palabras son verdaderamente tremendas. No sólo se puede apreciar que Roncalli usa ya la palabra “Iglesia” cuando habla de los ortodoxos, sino que debe notarse también la influencia de Dom Lambert Beauduin, con quien Roncalli mantenía desde hacía años estrechos contactos, y que atacaba duramente la práctica de las conversiones individuales: “esta búsqueda de conquistas aisladas es altamente perjudicial para la aproximación de las Iglesias” (33). Esta concepción no era una novedad: era una herencia de algunos herejes anglicanos del siglo XIX (34).


El 18 de marzo de 1927, Angelo Roncalli se entrevista en Estambul con el patriarca ecuménico Basilio III, elegido para la sede de Constantinopla en 1925. Escribe entonces a Adelaide Coari: “hace un mes mantuve en Constantinopla un interesante coloquio con el patriarca ecuménico Basilio III, el sucesor de Focio y de Miguel Cerulario [causantes del cisma de oriente en los siglos IX y XI, respectivamente]. ¡Cómo han cambiado los tiempos! Pero es a la caridad de los católicos a la que se pide que apresure la hora del retorno de los hermanos a la unidad del rebaño. ¿Comprende? A la caridad, más que a las discusiones científicas” (35).



Como siempre, insiste Roncalli sobre la primacía de la caridad en las relaciones con los hermanos separados. Ya en la homilía de Pentecostés de 1925 (apenas llegado a Bulgaria) afirmaba sin temblar: “puesto que la caridad del Señor, difundida hoy en una forma más viva en nuestros corazones, me invita a hablar, permitidme que ofrezca el doble fruto de la fiesta de este día, ‘pax et gaudium’, en señal de saludo y de felicitación a nuestros queridos hermanos ortodoxos, separados de nosotros a causa de una disciplina diferente, pero unidos a nosotros en la misma adoración al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo” (36). Por consiguiente, el terreno estaba bien preparado para recibir todas las influencias y este pensamiento se reencontrará en muchas otras homilías.




Nombrado representante pontificio en Turquía y Grecia en 1935, las convicciones de Angelo Roncalli se confirmarán allí. El 6 de enero, Angelo Roncalli hace su solemne entrada en la catedral del Espíritu Santo, donde pronuncia su primera homilía: “cada cual tiene un espíritu particular, pero todo espíritu alaba al Señor (...) En la Santa Iglesia católica, como en la vida de los pueblos, todo se renueva salvo las bases doctrinales y morales del orden social, natural y sobrenatural; las circunstancias nuevas de tiempos y lugares inspiran nuevas formas de vida y de apostolado religioso. Y bajo este aspecto, afortunado sea quien sepa caminar con los tiempos, ajustarse a las necesidades de las almas, y encontrar en todo el punto justo para preparar el futuro” (37). Y continúa haciendo algunas observaciones sobre la “estabilidad de los principios eternos de la Iglesia y la mutación de las circunstancias”.



El 25 de febrero de 1935, octavario por la unidad de los cristianos, pronuncia unas palabras extrañas: “Jesús no fundó las diversas iglesias cristianas, sino su Iglesia (...) Aquella sociedad divino-humana que debía ser sobre la tierra imagen de la sociedad celestial, se disolvió a medida que aquí y allá los intereses humanos, locales y nacionales se impusieron al designio de Cristo y lo desfiguraron (...) Pero nuestra piedad es grande hacia tantos hermanos en Jesucristo que observamos a nuestro alrededor, dignos como nosotros y más que nosotros de gozar de los frutos de la Redención de Jesús (...) Mis queridos hermanos, no nos detengamos sobre los recuerdos de lo que nos divide (...) Contemplemos el futuro a la luz del designio de Cristo. La unidad de la Iglesia debe ser reconstruida plenamente (...) La palabra de Jesús es eficaz como un sacramento. Pero exige nuestra cooperación: cooperación de oración, cooperación de caridad fraterna (...) roguemos implorando del cielo y de la tierra el retorno a la unidad de la Iglesia (...) y eduquemos cada vez más nuestro corazón en las efusiones de esa caridad hacia nuestros hermanos separados (...) ¡Gran enseñanza es la que me gusta repetir a menudo: ‘via charitatis, via veritatis’, itinerario de caridad, itinerario de verdad!” (38). Observemos que aquí se habla de una recuperación de la unidad de la Iglesia, como si ésta se hubiese perdido, y no de un retorno de los separados a la unidad de la Iglesia. Desgraciadamente, este concepto de unidad se hará cada vez más dominante.



La fiesta de Pentecostés es fuente de inspiración sobre este tema: “¡cuántas luchas en otros tiempos sobre si el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, o procede del Padre por medio del Hijo! ¡Oh, cuánto tiempo perdido en inútiles disquisiciones, que hoy nos revelan la vacuidad de aquellos siglos dolorosos!” (39). ¿Sería posible encontrar un pensamiento más despreciativo para la Iglesia y para sus Padres?



El argumento del cambio en las formas vuelve todavía a añadirse al de la caridad como medio para superar todas las divisiones: “en los designios del Señor, lo material y mutable por naturaleza no tiene importancia (...) El reino de Dios es todo para beneficio de la humanidad, pero no está subordinado a lo que, incluso en la misma religión verdadera, hay de material, de externo, de transitorio. Jesús de Nazaret fijó las líneas fundamentales de la organización eclesiástica, pero no ligó ésta a razones locales o circunstanciales” (40).



En la tercera misa de Navidad de 1943 tenemos una bella meditación sobre el espíritu de fe y sobre el espíritu de mansedumbre, que continúa con una meditación sobre el espíritu de universalidad y de catolicidad: “en Belén comienzan a desaparecer las distinciones: si hay preferencias, es por los pequeños, por los pobres, por los marginados: la democracia en acción [sic] (...) según el nuevo y bueno espíritu que acoge a todos en una sola familia (...) Los pequeños brazos del Niño Jesús, abiertos por igual a los pastores y a los Reyes Magos, son los mismos que desde la Cruz gritan a todos el respeto por la verdadera igualdad y fraternidad universal” (41).





La misma perspectiva y el mismo convencimiento para superar las divisiones son retomados en la homilía de Pentecostés de 1944: “observando el sentimiento que nos hace amar, distingámonos de quien no profesa nuestra fe: hermanos ortodoxos, protestantes, musulmanes, creyentes o no creyentes de otras religiones”. Angelo Roncalli observa que: “parece lógico que cada cual se ocupe de sí mismo, de su tradición familiar o nacional, encerrándose dentro del círculo de la propia camarilla, como se dice de los habitantes de muchas ciudades de la Edad de Hierro”. Pero Roncalli no aprueba esta lógica: “a la luz del Evangelio y del principio católico, ésta es una lógica falsa; Jesús vino a abatir esas barreras; murió para proclamar la fraternidad universal; el punto central de su enseñanza es la caridad, es decir, el amor que une a todos los hombres a Él como primero de los hermanos, y a Él con nosotros al Padre” (42). Por consiguiente, si he entendido bien, la caridad uniría a Cristo con todos los hombres... ¡incluso con quienes no creen en Él!



Si damos un salto adelante llegamos, tras el periodo francés, al discurso con el cual se presenta ante el clero y el pueblo de Venecia el 15 de marzo de 1953. Comienza complaciéndose de su buen temperamento: “un poco de sentido común que me hace ver rápida y claramente las cosas; una disposición hacia el amor a los hombres que se mantiene fiel a la ley del Evangelio, respetuoso de mi derecho y del de los demás, me impide hacer el mal a nadie y me anima a hacer el bien a todos”. Luego describe su experiencia: “la Providencia me hizo recorrer los caminos del mundo en Oriente y en Occidente, acercándome a gente de religión e ideología diversas, conservando la calma y el equilibrio en la investigación y en la opinión; siempre preocupado, salvada la firmeza en los principios del Credo católico y de la moral, más por lo que nos une que por lo que nos separa y suscita confrontaciones” (43).


CONTINUARÁ...


                              


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