LOS OBISPOS ESPAÑOLES Y LA INFALIBILIDAD PAPAL EN EL CONCILIO VATICANO (1869-1870)

 



    LOS OBISPOS ESPAÑOLES EN EL CONCILIO VATICANO (1869-1870)

Por IJCIS


España, que ya en el primer Concilio Ecuménico (Nicea, 325) cooperó en tan alto grado, por medio del gran Osio, a salvar el dogma medular de la divinidad de Jesucristo; y que en la Asamblea Tridentina —la más importante de la Iglesia— logró una preponderancia tal, según propios y extraños, que contribuyó más que nación alguna a formular las verdades dogmáticas y a informar las disposiciones disciplinarias del verdadero espíritu de la reforma católica... España dio en el Concilio Vaticano I (1870) el ejemplo único y magnífico de todo su Episcopado (con el de Hispanoamérica) y de todo su clero defendiendo con ardor la Infalibilidad Pontificia, que dio el golpe de gracia a la tendencia galicana, reforzó la unidad católica y avivó tan consoladoramente la devoción al Papa.




1. UNA OMISION INCOMPRENSIBLE

Tal es la de la "Historia de la Iglesia Católica", de la B. A. C., que en todo el capítulo dedicado al Concilio no cita para nada a los españoles, con una desinformación e injusticia manifiestas. Se contenta (y eso en la segunda edición) con anteponer un parrafito, como de compromiso, en que se dice que fue notable su actuación; pero esa actuación no aparece luego por ninguna parte.


No nos detendremos en accidentes y detalles. Pero, ¿quién duda que la cuestión batallona del Vaticano I, eje a cuyo alrededor gira todo lo demás y por lo que principalmente ha pasado a la Historia, fue la definición dogmática de la Infalibilidad Pontificia?


Pues bien, todo el Episcopado español, con su clero, seguido por el hispanoamericano, desde el principio, sin vacilar y como un solo hombre, defendió con elocuencia, sólida ciencia teológica y apostólica valentía, esta verdad trascendental.


Nuestros Obispos eran, en conjunto, insignes, como formados en la escuela de San Antonio María Claret. A él se debió más que a nadie aquel episcopado excelente que supo afrontar con admirable sabiduría y entereza los embates de la revolución septembrina. Distinguiéronse especialmente: Lluch, de Salamanca; Monescillo, de Jaén; García Gil, de Zaragoza; Montserrat, de Barcelona; Caixal, de Urgel; Martínez, de La Habana...


Un testigo tan imparcial y desapasionado como el santo autor del “Diario del Concilio Vaticano I”, León Dehón, no duda en afirmar que estos Padres eran “verdaderos teólogos, que el episcopado español sobrepujaba a todos los demás”.


Ahora bien, ¿qué pensar de una “Historia” (y escrita por españoles) que no sólo no pone de relieve tan consoladora y positiva realidad, sino que la ignora en absoluto? Por lo visto, era más trascendental y constructivo entretenerse con el irenismo oportunista de Dupanloup, las belicosas diatribas de Dollinger, las intemperancias de Strossmayer o los apasionados y parciales artículos de “Correspondance” y “Allgemeine Zeitung”.


Creíamos que «la Historia no se escribe para gente frívola y casquivana»...





2. CIENCIA Y SANTIDAD: PAYÁ Y CLARET

Dos Padres españoles llamaron la atención principalmente en el primer Concilio Vaticano: el Obispo de Cuenca, Miguel Payá y Rico, y el eximio Arzobispo y Fundador, San Antonio María Claret, «el Santo del Concilio Vaticano I».


Monseñor Payá fue una figura señera en aquella Asamblea memorable. Tres fueron sus intervenciones. La más sonada y eficaz es la del 1 de julio de 1870, en la LXXX Congregación General. Véase, entre tantos, un testimonio extranjero, el del periodista francés de “L'Univers”: «Todo el honor de la sesión fue para monseñor Paya, Obispo de Cuenca, el cual consiguió durante cinco cuartos de hora, y a pesar de la extrema fatiga de los Padres, tener pendiente de sus labios al augusto auditorio. Hablando el latín con una facilidad y elocuencia admirables, refutó con una ciencia teológica profunda, que arrebataba la atención, los argumentos de todo género invocados hasta ahora, con una definición clara y completa del dogma de la infalibilidad. Al bajar de la tribuna se desbordó el entusiasmo, recibiendo abrazos de muchos Obispos, que al salir comentaban que el Prelado español había agotado la materia y había hecho trizas el galicanismo; proclamándole héroe del Concilio. El Maestro de Cámara de Su Santidad le llegó a decir: "Vos sois el Crisóstomo del Concilio Vaticano».


Fue tal la convicción que llevó al ánimo de los Padres, que más de sesenta creyeron ya innecesario hacer uso de la palabra que se les había concedido. ¿Nada más? S.S. Pío IX lo abrazó y ensalzó con efusiva gratitud en la sesión última y definitiva del 18 de julio.




San Antonio María Claret era el jefe espiritual indiscutible de nuestros beneméritos Prelados. Muchos de ellos habían sido propuestos por él para la mitra; algunos se dirigían con él, y todos le veneraban como a santo, veneración que le profesaban todos los Padres del Concilio.


No vamos a tratar de su callada labor por los seminarios y la formación sacerdotal, por el catecismo único y por el dogma de la Asunción de María. Hemos de ceñirnos a la infalibilidad del Romano Pontífice.


Ya el 28 de enero había firmado, juntamente con otros 399 Obispos, la ardiente súplica de la definición, como «ineluctablemente necesaria desde todo punto de vista». Pero su día —y uno de los más grandes de la Ecuménica Asamblea— fue el 31 de mayo. Expuestas y solucionadas todas las objeciones, el Cardenal Moreno, Arzobispo de Valladolid —y con él todos los españoles e hispanoamericanos—, afirmó, categórico, que ni uno solo vacilaría en su voto favorable. Es el momento en que habla el P. Claret.


Sus palabras breves, claras, precisas, de una impresionante libertad evangélica de corte paulino, que desenmascaraban ciertas actitudes en que había más de prudencia mundana que de espíritu de Dios, eran el testimonio de un mártir de Cristo, que ya había derramado su sangre por el Maestro y ansiaba verterla toda por la infalibilidad de su Vicario. Como algunos de los venerables Padres de Nicea, ostentaba en su rostro y su brazo las heridas recibidas en odio a la Iglesia. Y, cual otro Pablo, dijo a la sobrecogida Asamblea: «Traigo las cicatrices de Nuestro Señor Jesucristo en mi cuerpo». «Verdaderamente, exclamó el Secretario Conciliar, es un Confesor de la Fe».


«Mis palabras —escribe el mismo Santo— causaron gran impresión, como las de todos los españoles, e hicieron prorrumpir al gran convertido inglés Cardenal Manning: «Los Obispos españoles se puede decir que son la guardia imperial del Papa».



3. RECAPITULANDO

Concilio de Nicea (325).—Nuestro Osio salva del incendio arriano la primera página del último Evangelio, consagra el término consustancial (que no han sabido traducir los modernos liturgistas), con que cierra el paso a toda evasiva semiarriana y asienta la roca inconmovible en que se afirma la Iglesia: la divinidad de Jesucristo.


Concilio de Florencia (1439).Juan de Torquemada, el mejor teólogo de su siglo, contribuye como el que más a la reconciliación solemne y oficial de Constantinopla con Roma, con la definición y aceptación, por las dos Iglesias, del primado pontificio y de su magisterio universal.


Concilio de Trento (1545-63).—Es considerado por todos como el más notable de la Historia. El protestante Ranke escribe: «Con rejuvenecida fuerza se presentaba ahora el catolicismo». El católico Pastor añade: «Echó los cimientos de una verdadera reforma y estableció de un modo comprensivo y sistemático la doctrina católica». El “New York Times” decía, al terminar el Vaticano I, que era el más importante después del de Trento. No son citas sospechosas para nuestro cipayos progresistas, que son ya más anti-tridentinos que los mismos agnósticos y protestantes. Y bien, no vamos a repetir con Menéndez y Pelayo, que tan mala o ninguna prensa tiene hoy en España, que el de Trento fue tan español como ecuménico. Preferimos el testimonio del francés Cardenal de Lorena, el cual escribía al Papa que debía tenerse gran cuenta con los Obispos españoles, «ya que, hablando en verdad, son personas de mucho valer, y en ellos solos, y en algún italiano, aparece más doctrina que en todos los demás».


Concilio Vaticano (1870).Con su masiva adhesión a la Infalibilidad Pontificia contribuyen, sin fisuras, a la proclamación de este dogma nuclear, que torna tan difíciles y casi imposibles cualesquiera veleidades cismáticas o separatistas, según afirma el mismo "Cardenal" Alfrink. (…)


Fuente: Revista ¿QUÉ PASA? núm 150, 11-Dic-1966





Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos (2 de noviembre)

 



Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos


"No queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en Él" (1 Tes. 4, 13). Este era el deseo del Apóstol al escribir a los primeros cristianos; la Iglesia comparte este mismo deseo.


En efecto, la verdad sobre los difuntos no pone solo en admirable luz el acuerdo de la justicia y de la bondad en Dios: los corazones más duros no resisten a la misericordia caritativa que esa verdad infunde, a la vez que procura los más dulces consuelos al luto de los que lloran.


Si nos enseña la fe que hay un purgatorio, donde las faltas no expiadas pueden retener a los que nos fueron queridos, también es de fe que podemos ayudarlos, y es teológicamente cierto que su liberación más o menos pronta está en nuestras manos. Recordemos algunos principios que pueden ilustrar esta doctrina.



El fundamento teológico de las indulgencias

Todo pecado causa en el pecador doble estrago: mancha su alma y le hace merecedor del castigo. El pecado venial causa simplemente un desplacer a Dios y su expiación solo dura algún tiempo; mas el pecado mortal es una mancha que llega hasta deformar al culpable y hacerle objeto de abominación ante Dios; su sanción, por consiguiente, no puede consistir más que en el destierro eterno, a no ser que el hombre consiga en esta vida la revocación de la sentencia.


Pero, aun en este caso, borrándose la culpa mortal y quedando revocada por tanto la sentencia de condenación, el pecador convertido no se ve libre de toda deuda; aunque a veces puede ocurrir; como sucede comúnmente en el bautismo o en el martirio, que un desbordamiento extraordinario de la gracia sobre el hijo pródigo logre hacer desaparecer en el abismo del olvido divino hasta el último vestigio y las más diminutas reliquias del pecado, lo normal es que en esta vida o en la otra exija la justicia satisfacción por cualquier falta.


Todo acto sobrenatural de virtud, por contraposición al pecado, implica doble utilidad para el justo; con él merece el alma un nuevo grado de gracia y satisface por la pena debida a las faltas pasadas conforme a la justa equivalencia que según Dios corresponde al trabajo, a la privación, a la prueba aceptada, al padecimiento voluntario de uno de los miembros de su Hijo carísimo.


Ahora bien, como el mérito no se cede y es algo personal de quien lo adquiere, así, por lo contrario, la satisfacción, como valor de cambio, se presta a las transacciones espirituales; Dios tiene a bien aceptarla como pago parcial o saldo de cuenta a favor de otro, sea el receptor de este mundo o del otro, con la sola condición de que pertenezca por la gracia al Cuerpo Místico del Señor que es Uno en la caridad. Es la consecuencia del misterio de la Comunión de los Santos, que en estos días se nos manifiesta.



La práctica de la Iglesia

Sabido es cómo secunda la Iglesia en este punto la buena voluntad de sus hijos. Por medio de la práctica de las Indulgencias, pone a disposición de su caridad el tesoro inagotable donde se juntan sucesivamente las satisfacciones abundantísimas de los Santos con las de los Mártires, y también con las de Nuestra Señora y con el cúmulo infinito debido a los padecimientos de Cristo.


Casi siempre ve bien y permite que la remisión de la pena, que ella directamente concede a los vivos, se aplique por modo de sufragio a los difuntos, los cuales ya no dependen de su jurisdicción. Quiere esto decir que cada uno de los fieles puede ofrecer por otro a Dios, que lo acepta, el sufragio o ayuda de sus propias satisfacciones, del modo que acabamos de ver. La indulgencia que se cede a los difuntos no pierde nada de la certeza o del valor que tendría para nosotros los que pertenecemos todavía a la Iglesia militante. Ahora bien, las Indulgencias se nos ofrecen en mil formas y en mil ocasiones.


Sepamos utilizar nuestros tesoros y practiquemos la misericordia con las pobres almas que padecen en el purgatorio. ¿Puede existir miseria más digna de compasión que la suya? Tan punzante es, que no hay desgracia en esta vida que se la pueda comparar. Y la sufren tan noblemente, que ninguna queja turba el silencio de "aquel río de fuego que en su curso imperceptible las arrastra poco a poco al océano del paraíso".


Para ellas, el cielo es inalcanzable; porque ya no pueden obtenerlo con sus méritos. Dios mismo, buenísimo pero también justísimo, se ha obligado a no concederlas su liberación si no pagan completamente la deuda que llevaron consigo al salir de este mundo de prueba. Es posible que esa deuda la contrajesen por nuestra culpa o con nuestra cooperación; y por eso se vuelven a nosotros, que continuamos soñando en placeres mientras ellas se abrasan, cuando tan fácil nos es abreviar sus tormentos.


Como si el purgatorio viese rebosar más que nunca sus cárceles con la afluencia de multitudes que allí lanza todos los días la mundanalidad del siglo presente y acaso debido también a la proximidad de la cuenta corriente final y universal que dará término al tiempo, al Espíritu Santo ya no le basta sostener el celo de las cofradías antiguas consagradas en la Iglesia al servicio de los difuntos; suscita la Iglesia nuevas asociaciones y hasta familias religiosas, cuyo fin exclusivo es promover por todos los medios la liberación o el alivio de las almas del purgatorio.



Las Misas del 2 de noviembre

Si los sufragios de un simple fiel tienen tanto valor, ¡cuánto más tendrán los de toda la Iglesia en la solemnidad de la oración pública y en la oblación del augusto Sacrificio en que Dios mismo satisface a Dios por todas las faltas! La Iglesia, desde su origen, siempre rezó por los difuntos.


Al seguir la Iglesia desde un principio el mismo proceso respecto a la memoria de los bienaventurados y la de las almas del purgatorio era de prever que la institución de la fiesta de Todos los Santos reclamaría muy pronto la actual Conmemoración de los fieles difuntos.


Según nos dice la Crónica de Sigeberto de Gemblaux, el abad de Cluny, San Odilón, la instituía en 998 en todos los monasterios que de él dependían, para celebrarla perpetuamente al día siguiente de Todos los Santos. El mundo aplaudió el decreto de San Odilón. Roma le hizo suyo y se convirtió en ley de toda la Iglesia latina.


Fuente: Dom Guéranger, L’année liturgique





FIESTA DE TODOS LOS SANTOS (1 de Noviembre)

 



1 DE NOVIEMBRE - FIESTA DE TODOS LOS SANTOS 
Dom. Próspero Guéranger


LA FIESTA DE LA IGLESIA TRIUNFANTE.Vi una gran muchedumbre, que nadie podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con palmas en sus manos y clamaban con voz poderosa: ¡Salud a nuestro Dios! [1]


Ha pasado el tiempo; es todo el linaje humano ya redimido el que se presenta ante los ojos del profeta de Patmos. La vida militante y miserable de este mundo [2] tendrá su fin un día. Nuestra raza tanto tiempo perdida reforzará los coros de los espíritus puros que disminuyó antaño la rebelión de Satanás; los ángeles fieles, uniéndose al agradecimiento de los rescatados por el Cordero, exclamarán con nosotros: La acción de gracias, el honor, el poderío y la fuerza a nuestro Dios por los siglos de los siglos[3].


Y esto será el fin, como dice el Apóstol [4]: el fin de la muerte y del sufrimiento; el fin de la historia y de sus revoluciones, que en lo sucesivo comprenderemos. El antiguo enemigo, arrojado al abismo con sus partidarios, sólo existirá para ser testigo de su eterna derrota. El Hijo del Hombre, libertador del mundo, habrá entregado el mando a Dios, su Padre, término supremo de toda la creación y de toda redención: Dios será todo en todas las cosas[5].


Mucho antes que San Juan, cantaba Isaías: He visto al Señor sentado sobre un trono elevado y sublime; las franjas de su vestido llenaban el templo y los Serafines clamaban uno a otro: Santo, Santo, Santo el Señor de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria[6].


Las franjas del vestido divino significan aquí los elegidos, convertidos en ornamento del Verbo, esplendor del Padre[7], pues, siendo cabeza de todo el género humano desde el momento en que se desposó con nuestra naturaleza, esta esposa es su gloria, como El es la de Dios[8]. Las virtudes de los santos[9] son el único adorno de nuestra naturaleza; ornato maravilloso que, cuando reciba la última mano, será indicio de que llega el fin de los siglos. Esta fiesta es el anuncio más apremiante de las bodas de la eternidad; cada año celebramos en ella el progreso que en sus preparativos hace la esposa[10].


CONFIANZA. — ¡Dichosos los invitados a las bodas del Cordero! Y ¡felices también nosotros, que recibimos en el bautismo la veste nupcial de la santa caridad como un título para el banquete de los cielos! Preparémonos, con nuestra Madre la Iglesia, al destino inefable que nos reserva el amor. A este fin tienden nuestros afanes de este mundo: trabajos, luchas, padecimientos sufridos por amor de Dios realzan con franjas inestimables el vestido de la gracia que hace a los elegidos. ¡Bienaventurados los que lloran!


Lloraban aquellos a quienes el salmista nos presenta abriendo antes que nosotros el surco de su carrera mortal; su alegría triunfante llega ahora hasta nosotros, lanzando como un rayo de gloria anticipada sobre este valle de lágrimas. Sin esperar a la muerte, la solemnidad que hemos comenzado nos da entrada por medio de una santa esperanza en la mansión de la luz, a donde siguieron a Jesús nuestros padres. ¡Qué pruebas no nos parecerán livianas ante el espectáculo de la eterna felicidad en que terminan las espinas de un día! Lágrimas derramadas sobre los sepulcros recién abiertos, ¿cómo es posible que la felicidad de los seres queridos que desaparecieron no mezcle con vuestra tristeza un placer celestial? Escuchemos los cantos de liberación de aquellos cuya separación momentánea nos hace llorar; pequeños o grandes ésta es su fiesta, como pronto lo será nuestra. En esta estación en que abundan las escarchas y las noches son más largas, la naturaleza, deshaciéndose de sus últimas galas, se diría que prepara al mundo para su éxodo hacia la patria eterna.


Cantemos, pues, nosotros también con el salmo: "Me he alegrado de lo que se me ha dicho: iremos a la casa del Señor. Nuestro pies sólo pisan aún en tus atrios, pero vemos que no cesas en tu crecimiento, Jerusalén, ciudad de paz, que te edificas en la concordia y en el amor. La subida hacia ti de las tribus santas se continúa en la alabanza; los tronos tuyos que aún están vacíos, se llenan. Sean todos los bienes, oh Jerusalén, para los que te aman; el poder y la abundancia reinen en tu afortunado recinto. A causa de mis amigos y de mis hermanos que ya son habitantes tuyos, puse en ti mis complacencias; por el Señor nuestro Dios, cuya mansión eres, coloqué en ti todo mi deseo".


HISTORIA DE LA FIESTA. — En Oriente encontramos los primeros vestigios de una fiesta en honor de los Mártires. San Juan Crisóstomo pronunció una homilía en honra suya en el siglo IV y, en el anterior, celebraba San Gregorio Niseno solemnidades junto a sus sepulcros. En 411, el calendario siríaco nos señala la Conmemoración de los Confesores el sexto día de la semana de Pascua, y en 359, el 13 de mayo, en Edesa, se hace "memoria de los mártires de todo el mundo".


En Occidente, los Sacramentarios de los siglos V y VI contienen muchas misas en honor de los santos mártires que se celebran sin día fijo. El 13 de mayo de 610, S.S. el Papa Bonifacio IV dedicó el templo pagano del Panteón, trasladó a él muchas reliquias y quiso se llamase en lo sucesivo Sancta Maria ad Martyres. El aniversario de esta dedicación continuó festejándose con la intención de honrar en él a todos los mártires en general. S.S. Gregorio III consagraría en el siglo siguiente un oratorio "al Salvador, a su santa Madre, a todos los apóstoles, mártires, confesores y demás justos fenecidos en el mundo".


En 835 S.S. Gregorio IV, deseando que la fiesta romana del 13 de mayo se extendiese a toda la Iglesia, pidió al emperador Ludovico Pío que promulgase un edicto con ese fin y la fijase en el día primero de noviembre. Pronto tuvo su vigilia y S.S. Sixto IV, en el siglo XV, la daba también una Octava para toda la Iglesia.


MISA

"En las calendas de noviembre hay el mismo fervor que en Navidad para asistir al Sacrificio en honor de los Santos", dicen los antiguos documentos relativos a este día. Por general que fuese la fiesta y aun por razón de su universalidad, ¿no era ésta motivo de especial alegría para todos y también un honor para las familias cristianas? Santamente orgullosas de aquellos cuyas virtudes se iban transmitiendo de generación en generación, la gloria que estos antepasados, desconocidos del mundo, tenían en el cielo, las daba a su parecer más nobleza que cualquier honra mundana. Pero la fe viva de aquellos tiempos veía además en esta fiesta una ocasión para reparar las negligencias voluntarias o forzosas que se habían tenido durante el año en el culto de los bienaventurados inscritos en el calendario público.


La antífona del Introito canta el triunfo de los Santos y nos invita a la alegría. ¡Alegría, pues, en la tierra, que sigue dando tan magníficamente su fruto! ¡Alegría entre los Angeles, que ven llenarse los vacíos de sus coros! ¡Alegría, dice el versículo, a todos los bienaventurados, a quienes dirigen sus cantos la tierra y el cielo!


INTROITO

Alegrémonos todos en el Señor, al celebrar esta fiesta en honor de todos los Santos: de cuya solemnidad se alegran los Angeles, y alaban juntos al Hijo de Dios. — Salmo: alegraos, justos, en el Señor: a los rectos conviene la alabanza. V. Gloria al Padre.


Los pecadores, los que estamos siempre en el destierro debemos ante todo, en cualquier circunstancia y en todas las fiestas, ser solícitos de la misericordia de Dios. Tengamos hoy una firme esperanza, ya que hoy la piden por nosotros tantos intercesores. Si la oración de un habitante del cielo es poderosa, ¿qué no alcanzará todo el cielo?


COLECTA

Omnipotente y sempiterno Dios, que nos has concedido venerar los méritos de todos tus Santos en una misma festividad: suplicárnoste que, multiplicados los intercesores, nos concedas la ansiada abundancia de tu propiciación. Por Nuestro Señor Jesucristo.


EPISTOLA
Lección del Libro del Apocalipsis del Ap. San Juan (Apoc., VH, 2-12).

En aquellos días he aquí que yo, Juan, vi subir del nacimiento del sol a otro Angel, que tenía el sello del Dios vivo: y clamó con gran voz a los cuatro Angeles a quienes se había ordenado dañar a la tierra y al mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que señalemos a los siervos de Dios en sus frentes. Y oí el número de los señalados: ciento cuarenta y cuatro mil señalados de todas las tribus de los hijos de Israel. De la tribu de Judá, doce mil señalados. De la tribu de Rubén, doce mil señalados. De la tribu de Gad, doce mil señalados, De la tribu de Aser, doce mil señalados. De la tribu Neftalí, doce mil señalados. De la tribu de Manasés, doce mil señalados. De la tribu de Simeón, doce mil señalados, De la tribu de Leví, doce mil señalados. De la tribu de Isacar, doce mil señalados. De la tribu de Zabutón, doce mil señalados. De la tribu de José, doce mil señalados. De la tribu de Benjamín, doce mil señalados. Después de éstos, vi una gran muchedumbre, que nadie podía contar, de todas las gentes y tribus y pueblos y lenguas, que estaban ante el trono y en presencia del Cordero, vestidos con blancas ropas, y con palmas en sus manos: y clamaban con gran voz, diciendo: Salud a nuestro Dios, que se sienta sobre el trono, y al Cordero. Y todos los Angeles estaban en torno del trono y de los ancianos y de los cuatro animales: y cayeron delante del trono sobre sus rostros, y adoraron a Dios, diciendo: Amén. Bendición y claridad y sabiduría y acción de gracias y poder y fortaleza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.


LOS DOS EMPADRONAMIENTOS.—El Hombre-Dios, sirviéndose para ello de César Augusto, empadronó al mundo una vez por los días de su primera venida; era conveniente que al principio de la redención se hiciese de modo oficial un recuento del estado del mundo. Ahora ha llegado el tiempo de otro recuento que tiene que hacer constar en el libro de la vida el resultado de las obras ordenadas a la salvación.


San Gregorio se pregunta en una de las homilías de Navidad: "¿Para qué se hace este empadronamiento del mundo cuando nace el Señor, sino para hacernos comprender que venía vestido de la carne el que tenía que empadronar en la eternidad a los elegidos? Pero, al quedar por su culpa muchos fuera del beneficio del primer empadronamiento, que se extendía a todos los hombres por la redención del Salvador, se necesitaba otro definitivo, que separase de la universalidad del precedente a los culpables. Sean borrados del libro de los vivos; su lugar no está entre los justos; así habla el rey profeta y lo recuerda en el mismo lugar el santo papa.

Aunque entregada completamente a la alegría, la Iglesia en este día sólo piensa en los escogidos; y únicamente de ellos se trata en el recuento solemne en el que, según acabamos de ver, irán a parar los anales del linaje humano. De hecho, ante Dios, ellos solos cuentan; los reprobos no son más que el deshecho de un mundo en el que sólo la santidad responde a los designios del Creador, al precio del amor infinito. Aprendamos a adaptar nuestras almas al molde divino que las tiene que hacer conformes a la imagen del Unigénito y sellarnos para el tesoro de Dios. Ninguno que esquive la impronta sagrada, evitará la de la bestia; el día que los Angeles cierren las cuentas eternas, cualquier moneda que no pueda ponerse en el activo divino, irá por sí misma a la hornaza, donde arderán eternamente las escorias.

Vivamos, por consiguiente, en el temor que nos recomienda el Gradual: no el del esclavo que sólo teme el castigo, sino el temor filial que nada teme tanto como desagradar a Aquel de quien nos vienen todos los bienes y que merece por su bondad todo nuestro amor. Sin perder nada de su felicidad, sin menguar su amor, las potestades angélicas y todos los bienaventurados se postran en el cielo con un santo temblor, delante de la augusta y tremenda Majestad.


GRADUAL

Temed al Señor, todos sus Santos: porque nada falta a los que le temen. V. Y a los que busquen al Señor no les faltará ningún bien.

Aleluya, aleluya. V. Venid a mí, todos los que trabajáis y estáis cargados: y yo os aliviaré. Aleluya.


EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Mateo (Mt„ V, 1-12).

En aquel tiempo, viendo Jesús a las turbas, subió a un monte y, habiéndose sentado, se acercaron a El sus discípulos, y, abriendo su boca, les enseñó, diciendo: Bienaventurados los pobres de espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos: porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que lloran: porque ellos serán consolados. Bienaven turados los que han hambre y sed de justicia: porque ellos serán hartos. Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón: porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos: porque serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia: porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis vosotros, cuando os maldijeren, y os persiguieren, y dijeren contra vosotros todo mal, mintiendo, por mí: alegraos y gózaos, porque vuestra recompensa será muy grande en los cielos.


LAS BIENAVENTURANZAS. —Hoy está tan cerca la tierra del cielo, que un mismo pensamiento de felicidad llena los corazones. El Amigo, el Esposo, viene a sentarse en medio de los suyos y a hablar de su dicha. Venid, a mi todos cuantos andáis fatigados y agobiados, cantaba hace un momento el versículo del Aleluya, eco feliz de la patria, si bien nos recordaba nuestro destierro. E inmediatamente en el Evangelio se muestra la gracia y la benignidad de nuestro Dios y Salvador. Escuchémosle cómo nos enseña los caminos de la santa esperanza, las delicias dignas, garantía y anticipo de la dicha total de los cielos.

Dios, en el Sinaí, manteniendo al judío a distancia, sólo tenía para él preceptos y amenazas de muerte. ¡De qué modo tan distinto se promulga la ley de amor en la cumbre de esa otra montaña, donde se sentó el Hijo de Dios! Las ocho Bienaventuranzas han ocupado al principio del Nuevo Testamento el lugar que ocupaba, como prólogo del Antiguo, el Decálogo grabado en piedra.

No es que las Bienaventuranzas supriman los mandamientos; pero su justicia superabundante va más allá que todas las prescripciones. Las hizo Jesús de su Corazón para imprimirlas en el corazón de su pueblo y no en la roca. Son todo un retrato del Hijo del Hombre, el resumen de su vida redentora. Mira, pues, y obra conforme al modelo que se te ha puesto delante en el monte.

La pobreza fué ciertamente la primera nota del Dios de Belén; y ¿quién se presentó más manso que el Hijo de María? ¿Quién lloró por causas más nobles en el pesebre donde ya expiaba nuestros pecados y aplacaba a su Padre? Los que tienen hambre de la justicia, los misericordiosos, los puros de corazón, los pacíficos ¿dónde encontrarán, sino en El, el ejemplar incomparable, nunca logrado, siempre imitable? Aun la muerte, que hace de El el augusto capitán de los perseguidos por la justicia es en este mundo la bienaventuranza suprema; en ella se complace la Sabiduría encarnada más que en otra ninguna, de ella habla con insistencia, la describe con pormenores, hasta terminar hoy con ella como en un canto de éxtasis.

La Iglesia no tuvo otro ideal; siguiendo al Esposo, su historia en las diversas épocas no fué más que el eco prolongado de las Bienaventuranzas. Entendámoslo también nosotros; para la felicidad de nuestra vida en la tierra esperando la del cielo, sigamos al Señor y a la Iglesia.

Las Bienaventuranzas evangélicas logran que el hombre supere los tormentos y hasta la misma muerte, que no quita la paz a los justos, antes la consuma. Esto precisamente es lo que canta el Ofertorio, sacado del libro de la Sabiduría.


OFERTORIO

Las almas de los justos están en la mano de Dios, y no los tocará el tormento de la malicia: a los ojos de los necios pareció que morían: pero ellos están en la paz, aleluya.

El Sacrificio al que tenemos la dicha de asistir, dice la Secreta que da gloria a Dios, honra a los Santos y nos granjea a nosotros el favor divino.


SECRETA

Ofrecérnoste, Señor, estos dones de nuestra devoción: los cuales te sean gratos a ti en honor de todos los Justos y, por tu misericordia, sean saludables a nosotros. Por Nuestro Señor Jesucristo.

La Antífona de la Comunión es un eco de la lección evangélica, pero, no pudiendo enumerar otra vez la serie completa de las Bienaventuranzas, recuerda las tres últimas y justamente relaciona a todas con el Sacramento divino de que se nutren.


COMUNION

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios: bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios: bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

La Iglesia pide en la Poscomunión que esta fiesta de todos los Santos tenga por resultado hacer que sus hjjos los honren asiduamente, para beneficiarse también siempre de su poder cerca de Dios.


POSCOMUNION

Suplicárnoste, Señor, concedas a tus pueblos fieles la gracia de alegrarse siempre con la veneración de todos los Santos: y la de ser protegidos con su perpetua intercesión. Por Nuestro Señor Jesucristo.




               



FIESTA DE CRISTO REY

 



                              Fiesta de Cristo Rey


Reflexión espiritual sobre los textos litúrgicos de la fiesta de Cristo Rey. Que todos los reyes lo adoren y todas las naciones lo sirvan. Su poder es eterno y no le será arrebatado: y su reino es un reino que no se deshará.


DOS FIESTAS DEL REINADO DE CRISTO

Al principio del Año litúrgico encontramos ya una fiesta del reinado de Cristo: la Epifanía. Jesús acababa de nacer y se manifestaba a los reyes de Oriente y al pueblo de Israel como "el Señor que tiene en su mano el reino, el poder y el imperio"[1]. Acogimos a este "Salvador, que venía a reinar sobre nosotros"[2], y con los Magos le ofrecimos nuestros presentes, nuestra fe y nuestro amor.


Y ¿por qué quiere la Iglesia que, al fin del año, celebremos una nueva fiesta del reinado de Cristo, de su reinado social y universal?


No padecimos engaño en tiempo de la Epifanía sobre la naturaleza de este reinado, como tampoco lo padecimos sobre la dignidad de Dios que poseía el Niño recién nacido. Pero tal vez nos dejamos fascinar por aquella estrella que, al brillar en el cielo de Belén, nos alumbraba con la luz de la fe y nos hacía esperar mayores claridades para la eternidad. Entonces cantamos el acercamiento de la gentilidad a la fe en la persona de los Magos que vinieron allá del Oriente a adorar al Rey de los Judíos



EL LAICISMO

La Iglesia quiere que pensemos hoy en las consecuencias de este llamamiento Universal a la fe de Cristo. Las naciones, en conjunto, se han convertido al Señor, que las trajo, con los acontecimientos sobrenaturales, los beneficios de una civilización completamente desconocida del mundo antiguo. Pero, desgraciadamente, hace ya dos siglos que un error sumamente pernicioso destroza a todas las naciones, a Francia particularmente: el laicismo. Consiste éste en la negación de los derechos de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo sobre toda la sociedad humana, tanto en la vida privada y familiar, como en la vida social y política. Los propagadores de esta herejía han repetido el grito de los Judíos deicidas: No queremos que reine sobre nosotros. Y con toda la habilidad, tenacidad y audacia de los hijos de las tinieblas, se han esforzado por echar a Cristo de todas partes. Han declarado inmoral a la vida religiosa y expulsado a los religiosos; han intentado imponer a la Iglesia, aunque inútilmente, una constitución cismática; han decretado la separación de la Iglesia y del Estado y han negado a la sociedad civil la obligación de ayudar a los hombres a conquistar los bienes eternos; han introducido el desorden en la familia con la ley del divorcio, han suprimido los crucifijos en los tribunales, hospitales y escuelas. Y, finalmente, han declarado intangibles sus leyes y han hecho del Estado un Dios.



RAZÓN DE ESTA FIESTA

Frente "a esta peste de nuestros días" los Papas no han cesado de levantar su voz. Pero, como la plaga iba en aumento, S.S. Pío XI quiso aprovechar el año jubilar para recordar solemnemente al mundo por la Encíclica Quas primas del 11 de diciembre de 1925, el completo y absoluto poder de Cristo, Hijo de Dios", Rey inmortal de los siglos, sobre todos los hombres y sobre todos los pueblos de todos los tiempos. Además, para que esta doctrina tan necesaria no se olvidase demasiado pronto, instituyó en honor de su reinado universal una fiesta litúrgica que fuese a la vez memorial solemne y reparación de esa apostasía de las naciones y de los individuos, que se afanan por manifestarse en la doctrina y en los hechos en nombre del laicismo contemporáneo. Finalmente, el Sumo Pontífice prescribió para esta misma solemnidad la renovación de la consagración del género humano al Sagrado Corazón.


Los fieles encontrarán en el Breviario o simplemente en el Misal, la doctrina de la Iglesia sobre el reinado social de Cristo y fórmulas incomparables de oraciones de alabanza, de reparación y de petición que pueden dirigirle en esta fiesta. Pero esta enseñanza en toda su amplitud se halla expuesta en la Encíclica del Papa. Nos contentaremos con dar un resumen, invitando a los lectores que acudan al texto original para que, reconociendo los derechos del Señor, arrojen el veneno del laicismo y se lleguen con confianza al Corazón de Jesús, cuyo reinado es de amor y de misericordia.



TRIPLE REINADO

En la Encíclica verán en qué sentido Cristo es Rey de las inteligencias, de los corazones y de las voluntades; quiénes son los súbditos de este Rey, el triple poder incluido en su dignidad regia y la naturaleza espiritual de su reinado.

"Ya está en uso desde hace mucho tiempo el atribuir a Cristo en un sentido metafórico el título de Rey, por razón de la excelencia y eminencia singulares de sus perfecciones, por las cuales sobrepuja a toda criatura. Y nos expresamos de ese modo para afirmar que es el Rey de las inteligencias humanas, no tanto por la penetración de su inteligencia humana y la extensión de su ciencia, cuanto porque es la misma Verdad y los mortales necesitan buscar en Él la verdad y aceptarla con obediencia. Se le llama Rey de las voluntades, no sólo porque a la santidad absoluta de su voluntad divina corresponden la integridad y la sumisión perfecta de su voluntad humana, sino también porque, mediante el impulso y la inspiración de su gracia, somete a Sí nuestra libre voluntad, con lo que viene nuestro ardor a inflamarse para acciones nobilísimas. A Cristo se le reconoce finalmente como Rey de los corazones, a causa de su caridad, que excede a todo conocimiento y de su mansedumbre y bondad, que atraen a las almas; y en efecto, no ha habido hombre alguno hasta hoy que haya sido amado como Jesucristo por todo el género humano, ni tampoco se verá en lo porvenir.



LA DIGNIDAD REGIA, UNA CONSECUENCIA DE LA UNIÓN HIPOSTÁTICA

"Pero, avanzando un poco más en nuestro tema, cada cual puede echar de ver que el nombre y poder de Rey convienen a Cristo en el sentido propio de la palabra; se dice de Cristo que recibió de su Padre el poder, el honor y la dignidad regia en cuanto hombre, pues el Verbo de Dios, que con el Padre posee una misma sustancia, no puede menos de poseer todo en común con su Padre y, por consiguiente, el imperio supremo y absoluto sobre todo lo creado. La dignidad regia de Cristo se funda en la unión admirable que llamamos unión hipostática. Por consiguiente: los ángeles y los hombres tienen que adorar a Cristo en cuanto es Dios, pero tienen que obedecer y exteriorizar su sumisión también a sus mandatos en cuanto hombre, es decir que, por el solo título de la unión hipostática, a Jesucristo se le dio poder sobre todas las criaturas...



LA TRIPLE POTESTAD

"La dignidad regia de Cristo lleva consigo un triple poder: legislativo, judicial y ejecutivo y sin él no se puede concebir aquélla. Los Evangelios no se contentan con afirmarnos que Cristo ratificó algunas leyes, nos le presentan también dictando otras nuevas... Jesús declara además que el Padre le otorgó el poder judicial... Este poder judicial implica el derecho de decretar para los hombres, penas y recompensas, aun en esta vida. Y, por fin, también tenemos que atribuir a Cristo el poder ejecutivo, dado que es de necesidad para todos la obligación de obedecer a sus órdenes, y que ha establecido algunas penas de las que no se librará ningún culpable.



CARÁCTER DEL REINADO DE CRISTO

"Que el reinado de Cristo ha de ser en cierto sentido principalmente espiritual y referirse a las cosas espirituales... Nuestro Señor Jesucristo lo confirmó con su modo de obrar... Ante Pilatos declara que su reino no es de este mundo. En el Evangelio se nos muestra su reino como reino en el que nos preparamos a entrar por la fe y el bautismo... El Salvador no opone su reino más que al reino de Satanás y al poder de las tinieblas. Exige a sus discípulos desasirse de las riquezas y de todos los bienes terrenos, practicar la mansedumbre, tener hambre y sed de la justicia, pero también renunciarse y llevar cada cual su cruz. Como Jesucristo en cuanto Redentor compró a la Iglesia con el precio de su sangre y, en cuanto Sacerdote, se ofrece a sí mismo perpetuamente en sacrificio por los pecados del mundo, ¿quién no echará de ver que su dignidad regia tiene que participar del carácter espiritual de estas dos funciones de Sacerdote y de Redentor?

"Con todo, no se podría negar, sin cometer un grave error, que el reinado de Cristo-Hombre se extiende también a las cosas civiles, puesto que recibió de su Padre un dominio absoluto, de tal modo que abarca todas las cosas creadas y todas están sometidas a su imperio..."



MISA

Mientras en el cielo adoran al Cordero inmolado los Ángeles y los Santos proclamándole Rey, nos reunimos nosotros en la casa de Dios para renovar el misterio de la inmolación de este Cordero y proclamar también nosotros su reinado universal, en la vida individual y familiar, en la vida social y política, aquí y en la eternidad.


INTROITO

Digno es el Cordero que fue inmolado, de recibir el poder, la divinidad, la, sabiduría, la fortaleza y el honor. A Él la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. —Salmo: Oh Dios, da tu juicio al Rey: y tu justicia al Hijo del Rey. V. Gloria al Padre.


La Colecta pide para la gran familia humana dividida por el pecado, la restauración de la unidad. El único medio de conseguirla, es acatar el reinado de Cristo.

COLECTA

Omnipotente y sempiterno Dios, que quisiste restaurarlo todo en tu amado Hijo, Rey de todos: haz propicio que todas las familias de las gentes, disgregadas por la herida del pecado, se sometan a su suavísimo imperio. El cual vive y reina contigo.


CRISTO

La Epístola es un verdadero cántico en el que el apóstol San Pablo proclama arrobado lo que es Cristo para Dios, para la creación, para la Iglesia. El Padre es invisible, habita en una luz, en una región inaccesible, pero he aquí que el que es imagen suya, nacido de Él, Dios como Él, se deja ver entre nosotros, se hace hombre como nosotros, y derrama su sangre por nosotros.

Dios: obra suya es la creación; por Él subsiste todo; en Él tenemos la vida, el movimiento y el ser y todo lo que existe para Él es.

Cabeza de la creación, lo es también de la Iglesia que es su cuerpo, su Esposa. Hay entre ambos unidad de vida. Esta vida la posee Él en su plenitud y esta plenitud se comunica sin padecer mengua jamás; toda belleza, toda santidad proviene de Él como de su fuente. Así lo quiso el Padre con el propósito de reducir todas las cosas a la unidad primitiva y de pacificar en la sangre de su Hijo todo lo que hay en el cielo y en la tierra.



EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los Colosenses (Col., I, 12-20).

Hermanos: Damos gracias a Dios Padre, que nos hizo dignos de participar de la suerte de los Santos en la luz, que nos arrancó de la potestad de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor, en el cual tenemos la redención por su sangre, el perdón de los pecados. Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda criatura: porque en Él fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, sean los Tronos, sean las Dominaciones, sean los Principados, sean las Potestades: todo fue creado por Él y en Él, y Él es antes que todo, y todo existe en Él. Y Él es la cabeza del cuerpo de la Iglesia, el principio, el primogénito de los muertos, para que sea quien tenga el principado en todo: porque plúgole al Padre hacer que habitara en Él toda la plenitud, y conciliario todo en Él, pacificando por la sangre de su cruz tanto lo que hay en la tierra como lo que hay en el cielo, en Jesucristo, nuestro Señor.


El Gradual y el Aleluya cantan la universalidad y la eternidad del reino de Cristo.

GRADUAL

Dominará de un mar a otro mar, y desde el río hasta los confines del orbe de las tierras. V. Y le adorarán todos los reyes de la tierra: todas las gentes le servirán.

Aleluya, aleluya. V. Su poder es un poder eterno, que no será quitado: y su reino, un reino que no será destruido. Aleluya.


EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según S. Juan (Jn„ VIII, 33-37).

En aquel tiempo dijo Pilatos a Jesús: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Respondió Jesús: ¿Dices esto por ti mismo, o te lo dijeron de mí otros? Respondió Pilatos: ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los pontífices te han entregado a mí: ¿qué has hecho? Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, lucharían ciertamente mis ministros, para que no fuera entregado a los judíos: pero ahora mi reino no es de aquí. Dijóle entonces Pilatos: ¿Luego tú eres Rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy Rey. Yo para esto nací y para esto vine al mundo: Para dar testimonio de la verdad: todo el que es de la verdad oye mi voz.


Este diálogo entre Jesús y Pilatos nos hace conocer el carácter espiritual y universal de la dignidad regia del Mesías, su origen divino y su fin: "Nací y vine al mundo para dar testimonio de la verdad: todo el que es de la verdad, oye mi voz."

San Agustín, comentando este texto, nos habla también del desprendimiento y de la bondad de nuestro Rey: "¿De qué le servía al Señor ser rey de Israel? ¿Era por ventura algo grande para el Rey de los siglos, ser rey de los hombres? Cristo no es rey de Israel para exigir tributos, armar de la espada a los batallones y dominar visiblemente a sus enemigos, sino que es rey de Israel para gobernar las almas, velar por ellas para la eternidad y llevar al reino de los cielos a los que creen, esperan y aman." Probemos, pues, que somos súbditos suyos de verdad tributándole el homenaje de nuestra fe, de nuestra confianza y de nuestro amor. El Ofertorio recuerda la promesa, que el Padre hizo al mismo Cristo, de darle como herencia las naciones.



OFERTORIO

Pídemelo y te daré las gentes por herencia tuya, y por posesión tuya hasta los confines de la tierra.



En la Secreta consideramos el reino del Señor en cuanto trae a nuestras almas el don divino de la unidad y de la paz.

SECRETA

Ofrecémoste, Señor, esta hostia de la reconciliación humana: haz, te suplicamos, que Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, a quien inmolamos en el presente sacrificio, conceda Él mismo a todas las gentes los dones de la unidad y de la paz. El cual vive y reina contigo.



En el Prefacio, más aún que en las otras oraciones del Santo Sacrificio, se propone explícitamente a la fe y a la piedad de los creyentes la exacta noción teológica del reinado universal de Cristo. Como Hijo único del Padre, con quien es coeterno y consustancial, el Verbo encarnado comunica a su santa Humanidad, en virtud de la unión hipostática, la doble unción divina del sacerdocio y de la majestad real. En virtud de su Sacrificio Redentor sobre el altar de la cruz, como también por su nacimiento eterno, somete a su imperio indestructible a todas las criaturas, en un reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz.

PREFACIO

Es verdaderamente digno y justo, equitativo y saludable que siempre y en todas partes te demos gracias a ti, Señor santo, Padre omnipotente, eterno Dios: Que ungiste con óleo de alegría a tu unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo, Sacerdote eterno y Rey universal: para que, ofreciéndose a sí mismo, en el ara de la cruz, como hostia inmaculada y pacífica, obrase el misterio de la redención humana: y, sometiendo a su imperio todas las criaturas, entregase a tu inmensa Majestad un reino eterno y universal: un reino de verdad y de vida; un reino de santidad y de gracia; un reino de justicia, de amor y de paz. Y, por eso, con los Ángeles y los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con toda la milicia del ejército celestial, cantamos el himno de tu gloria, diciendo sin cesar:

Santo, Santo, Santo, etc.



El Señor concede la paz a los que le reciben:

COMUNIÓN

Se sentará el Señor Rey para siempre: el Señor bendecirá a su pueblo con la paz.

El fruto de la Comunión consistirá en preparar nuestras almas para entrar en el reino celestial.



POSCOMUNIÓN

Habiendo conseguido el alimento de la inmortalidad, suplicámoste, Señor, hagas que, los que nos gloriamos de militar bajo las banderas de Cristo Rey, podamos reinar eternamente con El en el trono celestial. El cual vive y reina contigo.







    CONSAGRACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

No debemos terminar el día sin hacer nuestra la fórmula de Consagración que compuso S.S. León XIII, cuya recitación pública está prescrita por S.S. Pío XI para todos los años en esta fiesta.

"Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano, miradnos humildemente postrados delante de vuestro altar: vuestros somos y vuestros queremos ser; y a fin de poder vivir más estrechamente unidos con Vos, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón. Muchos, por desgracia, jamás os han conocido; muchos, despreciando vuestros mandamientos, os han deshechado. ¡Oh Jesús benignísimo, compadeceos de los unos y de los otros, y atraedlos a todos a vuestro Corazón Santísimo! ¡Oh Señor! Sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Vos, sino también de los pródigos que os han abandonado, haced que vuelvan pronto a la casa paterna para que no perezcan de hambre y de miseria. Sed Rey de aquellos que por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Vos; devolvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve se forme un solo rebaño bajo de un solo Pastor. Sed Rey de los que permanecen aún envueltos en las tinieblas de la idolatría o del islamismo; dignaos atraerles a todos a la luz de vuestro reino. Mirad finalmente con ojos de misericordia a los hijos de aquel pueblo que en otro tiempo fue vuestro predilecto; descienda también sobre ellos, como bautismo de redención y de vida, la sangre que un día contra sí reclamaron. Conceded, oh Señor, incolumidad y libertad segura a vuestra Iglesia; otorgad a todos la tranquilidad en el orden; haced que del uno al otro confín de la tierra no resuene sino esta voz: "Alabado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud; a Él se entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Así sea."

Fuente: GUERANGER, Dom Prospero. El Año Litúrgico. Burgos, España. (1954) Editorial Aldecoa.