Nuestra Señora del Pilar, Patrona de la Hispanidad - 12 de octubre

 


Nuestra Señora del Pilar, Patrona de la Hispanidad 


Cuenta una antigua y piadosa tradición que, estando el Apóstol Santiago el Mayor en oración a las orillas del río Ebro, se le apareció la Santísima Virgen María, en el año 40, viviendo aún en carne mortal, para consolarlo y esforzarlo a proseguir en España su obra de evangelización, y allí mismo le mandó construir un templo en honor suyo.


Según una venerada tradición, la Santísima Virgen María se manifestó en Zaragoza sobre una columna o pilar, signo visible de su presencia. Esta tradición encontró su expresión cultural en la misa y en el Oficio que, para toda España, decretó S.S. Clemente XII. S.S. Pío VII elevó la categoría litúrgica de la fiesta. Finalmente, S.S. Pío XII otorgó a todas las naciones sudamericanas la posibilidad de celebrar la misma misa que se celebraba en España.


La tradición se remonta al año 40, cuando el 2 de enero la Virgen María se apareció a Santiago el Mayor en Caesaraugusta. María llegó a Zaragoza «en carne mortal» —antes de su Asunción— y como testimonio de su visita dejó una columna de jaspe conocida popularmente como «el Pilar». Santiago y los siete primeros convertidos de la ciudad edificaron una primitiva capilla de adobe a orillas del Ebro. Este testimonio es recogido por un manuscrito de 1297 de los Moralia, que se custodia en el Archivo del Pilar. La devoción mariana inició en los albores del siglo XIII, cuando comenzaron las primeras peregrinaciones a Santa María la Mayor.


La imagen de la Virgen es una talla en madera dorada; mide treinta y seis centímetros y medio de altura y descansa sobre una columna de jaspe forrada de bronce y plata y cubierto, a su vez, por un manto desde los pies de la imagen de la virgen hasta la base vista de la columna o pilar, a excepción de los días dos, doce y veinte de cada mes en que aparece la columna visible en toda su superficie. En la fachada posterior de la capilla se abre el humilladero, donde los fieles pueden venerar la Santa Columna a través de un óculo abierto.



Simbolismo del pilar

El pilar o columna da la idea de la solidez del edificio-iglesia y la firmeza de la columna-confianza en la protección de la Virgen María.


La columna es símbolo del conducto que une el cielo y la tierra, "manifestación de la potencia de Dios en el hombre y la potencia del hombre bajo la influencia de Dios". Es soporte de lo sagrado, soporte de la vida cotidiana. Santa María, la puerta del cielo, la escala de Jacob, ha sido la mujer escogida por Dios para venir a nuestro mundo. En ella la tierra y el cielo se han unido en Jesucristo.


Las columnas garantizan la solidez del edificio, sea arquitectónico o social. Quebrantarlas es amenazar el edificio entero. La columna es la primera piedra del templo, que se desarrolla a su alrededor; es el eje de la construcción que liga entre si los diferentes niveles. La Virgen María es también la primera piedra de la Iglesia, el templo de Dios; en torno a ella, lo mismo que los apóstoles reunidos el día de Pentecostés, va creciendo el pueblo de Dios; la fe y la esperanza de la Virgen alientan a los cristianos en su esfuerzo por edificar el reino de Dios.


La Santa Columna está hecha de jaspe, tiene 1,77 metros de altura, un diámetro de 24 centímetros y un forro de bronce y plata. La tradición pilarista afirma que jamás ha variado su ubicación desde la visita de la Virgen María a Santiago.



Tres rasgos peculiares que caracterizan a la Virgen del Pilar:

1- Se trata de una venida extraordinaria de la Virgen durante su vida mortal. A diferencia de las otras apariciones, la Virgen vino cuando todavía vivía en Palestina.


2- La Columna o Pilar que la misma Señora trajo para que, sobre él se construyera la primera capilla que, de hecho, sería el primer Templo Mariano de toda la Cristiandad.


3- La vinculación de la tradición pilarista con la tradición jacobea (del Santuario de Santiago de Compostela). Por ello, Zaragoza y Compostela, el Pilar y Santiago, han constituido dos ejes fundamentales, en torno a los cuales ha girado durante siglos la espiritualidad de la patria española.


Virgen santa, Madre mía,

luz hermosa, claro día,

que la tierra aragonesa

te dignaste visitar(bis)

Este pueblo que te adora

de tu amor favor implora

y te aclama y te bendice

abrazado a tu Pilar.

Pilar sagrado, faro esplendente,

rico presente de caridad.

Pilar bendito, trono de gloria,

tú a la victoria nos llevarás.

Cantad, cantad

himnos de honor y de alabanza.

Cantad, cantad

a la Virgen del Pilar.




Maternidad de la Santísima Virgen María (11 de octubre)

 



Maternidad de la Santísima Virgen


Oh Dios, que quisiste que, al anuncio del Angel, tu Verbo se encarnase en el seno de la Bienaventurada Virgen María: suplicámoste hagas que, los que creemos que ella es verdadera Madre de Dios, seamos ayudados ante ti por su intercesión. Por el mismo Nuestro Señor Jesucristo.



EL TÍTULO DE MADRE DE DIOS

Entre todos los títulos de alabanza tributados a Nuestra Señora no hay ninguno más glorioso que el de Madre de Dios. Ser Madre de Dios es el porqué de María, el secreto de sus gracias y de sus privilegios.


Para nosotros este título encierra en sustancia todo el misterio de la Encarnación; y no hay otro por el que podamos con más razón felicitarla a ella y regocijarnos nosotros. San Efrén justamente pensaba que, para dar uno prueba cierta de su fe, le bastaba confesar y creer que la Santísima Virgen María es Madre de Dios.


Y por eso la Iglesia no puede celebrar ninguna fiesta de la Virgen María sin alabarla por este augusto privilegio. En su Inmaculada Concepción, en su Natividad, e igualmente en su Asunción, siempre saludamos en ella a la Santa Madre de Dios. Y eso es precisamente lo que hacemos nosotros también al repetir tantas veces a diario el Ave María.



LA HEREJÍA NESTORIANA

“Teotokos, Madre de Dios”: así se la llamó a María en todo tiempo. Hacer la historia del dogma de la maternidad divina sería hacer toda la historia del cristianismo. El nombre Teotokos de tal forma había penetrado en el espíritu y en el corazón de los fieles, que se armó un escándalo enorme el día el que ante Nestorio, obispo de Constantinopla, un sacerdote, portavoz suyo, tuvo la osadía de pretender que María no era Madre más que de un hombre, porque era imposible que un Dios naciese de una mujer.


Pero entonces ocupaba la silla de Alejandría un obispo, San Cirilo, a quien Dios suscitó para defender el honor de la Madre de su Hijo. Al punto hizo pública su extrañeza: “Estoy admirado de que haya hombres que pongan en duda que a la Santísima Virgen se la pueda llamar Madre de Dios. Si Nuestro Señor es Dios, ¿cómo podrá ser que María, que le dio al mundo, no sea Madre de Dios? Esta es la fe que nos transmitieron los discípulos, aunque no se sirviesen de este término; es también la doctrina que nos enseñaron los Santos Padres.”



EL CONCILIO DE EFESO

Nestorio no admitió cambio alguno en sus ideas. El emperador convocó un Concilio, que inauguró sus sesiones en Éfeso el 22 de junio del 431; en él presidió San Cirilo, como legado del Papa Celestino. Se juntaron 200 obispos; proclamaron que “la persona de Cristo es una y divina y que la Santísima Virgen tiene que ser reconocida y venerada por todos como realmente Madre de Dios”. Al saberse esta noticia, los cristianos de Éfeso entonaron cantos de triunfo, iluminaron la ciudad y acompañaron a sus domicilios con antorchas a los obispos “que habían venido, gritaban, a devolvernos la Madre de Dios y a ratificar con su autoridad santa lo que estaba escrito en todos los corazones”.


Y, como ocurre siempre, los esfuerzos del diablo sólo sirvieron para preparar y suscitar un triunfo magnifico a Nuestra Señora; los Padres del Concilio, así cuenta la tradición, para perpetua memoria añadieron al Ave María esta cláusula: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”: oración que desde entonces recitan todos los días millones de almas para reconocer en María la gloria de Madre de Dios que un hereje la quiso arrebatar.



LA FIESTA DEL 11 DE OCTUBRE

El año 1931, al celebrarse el centenario XV del Concilio, pensó S.S. Pío XI que sería “útil y grato a los fieles el meditar y reflexionar sobre un dogma tan importante” como es el de la maternidad divina.


Para que quedase perpetuo testimonio de su piedad a María, escribió la Encíclica Lux Veritatis, restauró la basílica de Santa María la Mayor de Roma y además instituyó una fiesta litúrgica, que “contribuiría al aumento de la devoción hacia la Soberana Madre de Dios entre el clero y los fieles, y presentaría a la Santísima Virgen y a la Sagrada Familia de Nazaret como un modelo para las familias”, para que así se respeten cada vez más la dignidad y la santidad del matrimonio y la educación de la juventud.


En las fiestas del 1º de enero y en las del 25 de marzo tuvimos ocasión de considerar lo que para María lleva consigo su dignidad de Madre de Dios. El tema, por decirlo así, es inagotable: podemos detenernos hoy todavía unos momentos más.



MARÍA EXTERMINADORA DE LAS HEREJÍAS

“Alégrate, oh Virgen María, porque tú sola has destruido en todo el mundo todas las herejías.”

Esta antífona de la Liturgia demuestra claramente que el dogma de la maternidad divina es el sostén y la defensa de todo el cristianismo. Confesar la maternidad divina, vale tanto como confesar, en el Verbo Encarnado, la naturaleza humana y la naturaleza divina, y también la unidad de persona; es afirmar la distinción de personas en Dios y la unidad de su naturaleza; es reconocer todo el orden sobrenatural de la gracia y de la gloria.



MARÍA ES CON TODA VERDAD MADRE DE DIOS

Ahora bien, es fácil reconocer que María es con toda propiedad Madre de Dios. “Si el Hijo de la Santísima Virgen es Dios, escribía S.S. Pío XI en su Encíclica Lux Veritatis, la que le engendró debe llamarse Madre de Dios; si la persona de Jesucristo es una y divina, no cabe duda ninguna que todos tienen que llamar a María Madre de Dios y no sólo Madre de Cristo-hombre… Del mismo modo que a las demás mujeres se las llama madres, y lo son realmente, porque en su seno formaron nuestra sustancia caduca y no porque creasen el alma humana así alcanzó la Virgen la maternidad divina por el hecho de haber engendrado a la única persona de su Hijo.”



CONSECUENCIAS DE LA MATERNIDAD DIVINA

De aquí se derivan como de una misteriosa y viva fuente la gracia especial de María y su suprema dignidad después de Dios. La Bienaventurada Virgen María tiene una dignidad casi infinita, dice Santo Tomás, y proviene del bien infinito que es Dios. Cornelio a Lapide explica así estas palabras: "es Madre de Dios: sobrepuja, por consiguiente, en excelencia a todos los Ángeles, Querubines y Serafines. Es Madre de Dios: es, por tanto, la más pura y las más santa de todas las criaturas, y, excepción hecha de Dios, no es posible figurarse mayor santidad que la de la Santísima Virgen. Es Madre de Dios: por eso, se la concedió a ella su privilegio antes que a cualquier Santo se concediese cualquier privilegio del orden de la gracia santificante".



DIGNIDAD DE MARÍA

Este privilegio de la divina maternidad relaciona a María con Dios con una relación tan particular y tan íntima, que no hay dignidad creada que pueda compararse con la suya. Esa dignidad la pone en relación inmediata con la unión hipostática y la hace entrar en relaciones íntimas y personales con las tres personas de la Santísima Trinidad.


MARÍA Y JESÚS - La maternidad divina une a María con su Hijo con un lazo mucho más fuerte que el de las demás madres con respecto a sus hijos. Estas no son las únicas que intervienen en la generación, mientras que la Santísima Virgen fue ella sola la que produjo a su Hijo, el Hombre-Dios, de su propia sustancia, Jesús es fruto de su virginidad. Pertenece a su Madre porque ella le concibió y le dio a luz en el tiempo, ella le alimentó con la leche virginal de sus pechos, ella le educó, ella ejerció sobre El su autoridad maternal.


MARÍA Y EL PADRE - La maternidad divina liga a María con el Padre de una manera que no se puede expresar con palabras humanas.

María tiene por Hijo al mismo Hijo de Dios; imita y reproduce en el tiempo la generación misteriosa por la que el Padre engendra a su Hijo en la eternidad. Y de ese modo llega a ser la coasociada del Padre en su Paternidad: “Si el Padre nos ha dado pruebas de un afecto sincero, decía Bossuet, porque nos ha dado a su Hijo por Maestro y Salvador, el amor inefable que siente por ti, oh María, le hizo concebir otros muchos planes en nuestro favor. Dispuso que fuese tan tuyo como de El; y, para formar contigo una sociedad eterna, quiso que fueses la Madre de su único Hijo y ser El el Padre del tuyo”


MARÍA Y EL ESPÍRITU SANTO - La maternidad divina une igualmente a María con el Espíritu Santo, ya que por el Espíritu Santo concibió al Verbo en su seno. S.S. León XIII llama a María: Esposa del Espíritu Santo. Y María es su santuario privilegiado a causa de las maravillas inauditas de la gracia que ese Espíritu divino obró en ella.


“Si Dios está con los Santos, concluye San Bernardo, está con María de un modo particularísimo; porque, entre Dios y ella la conformidad es tan perfecta, que Dios se ha unido no sólo a su voluntad, sino también a su carne, y de su sustancia y de la sustancia de la Virgen, hizo un solo Cristo; Cristo, aunque no procede en lo que es, ni todo completo de Dios ni todo completo de la Virgen, no deja de ser, esto no obstante, todo entero de Dios y todo entero de la Virgen; pues no hay dos hijos, sino uno solo, que lo es de Dios y de la Virgen. Por eso la dice el ángel: Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Está contigo no sólo el Señor Hijo, a quien tú revistes de tu carne, sino el Señor Espíritu Santo, de quien tú concibes y el Señor Padre, que ha engendrado al que tú concibes. El Padre está contigo y hace que su Hijo sea tuyo; el Hijo está contigo y, para realizar en ti el admirable misterio, se abre milagrosamente para sí tu seno, pero respetando el sello de tu virginidad; el Espíritu Santo está contigo y juntamente con el Padre y el Hijo, santifica tu seno. Ciertamente, el Señor está contigo”.



ORACIÓN

Santísima Madre de Dios, en vano la herejía ha querido quitaros este glorioso título: postrados a vuestros pies os pedimos nos defendáis de los enemigos de nuestra salvación, para que sean también vanos todos los esfuerzos que hacen para arrancarnos la inocencia del corazón.


Fuente: El Año Litúrgico, Dom Gueranger





NUESTRA SEÑORA DEL SANTO ROSARIO (7 de octubre)

 



Nuestra Señora del Santo Rosario - 7 de octubre


Esta fiesta fue instituida en honor a la Santísima Virgen por la protección que ha dispensado a la Iglesia a través del Santísimo Rosario, como un recuerdo de la gran victoria que las armas cristianas, a las órdenes de Don Juan de Austria, consiguieron en Lepanto, el 7 de octubre de 1571.


El Rosario es la devoción de los últimos siglos. Su fundamento está en el Evangelio mismo, pero su práctica es relativamente reciente. La Santísima Virgen le enseñó esta fórmula a Santo Domingo de Guzmán, a fin de que encontrase en ella un medio de protección y defensa en su lucha contra los albigenses.


Los Dominicos la propagaron en los últimos años en la Edad Media, y el Papa San Pío V concedió a los que la rezasen muchas indulgencias, que fueron ampliadas por sus sucesores. El Rosario es un compendio del Evangelio y un delicado homenaje a María Santísima.



Una fecha importante

El 7 de octubre de 1571, se libró una de las batallas navales más importantes cerca de lo que hoy se conoce como el Golfo de Patrás, en ese entonces el Golfo de Lepanto. De un lado se encontraban las galeras de guerra de la Liga Santa y, del otro, las de los turcos otomanos, disputándose el control definitivo del Mediterráneo. El Papa San Pío V exhortó al mundo cristiano a rezar el rosario, y ordenó la devoción de las 40 horas en Roma durante las cuales tuvo lugar la batalla, y, asimismo, ordenó que las iglesias permanecieran abiertas día y noche. La flota cristiana, superada grandemente en número por los turcos, infligió una derrota increíble a la flota turca, aniquilándola por completo.


Tras la victoria cristiana en esta batalla, el Santo Padre conmemoró esta fecha estableciendo la fiesta de "Nuestra Señora de las Victorias". Más tarde, su sucesor, S.S. Gregorio XIII, cambiaría el título a su actual nombre: "Nuestra Señora del Rosario."



Decreto del Papa San Pío V sobre el poder del santo Rosario

"...Y así, Domingo consideró esa sencilla manera de orar y suplicar a Dios, que se llama Rosario, o Salterio de la Santísima Virgen, accesible a todos y completamente piadosa. En él, la Santísima Virgen es venerada con el angélico saludo repetido ciento cincuenta veces, esto es, según el número del Salterio de David, y con la Oración del Señor en cada decena. Interpuestas con estas oraciones hay ciertas meditaciones que muestran la vida entera de Nuestro Señor Jesucristo, completando así el método de oración ideado por los Padres de la Santa Iglesia Romana. Este mismo método fue propagado por Santo Domingo, y difundido por los frailes del bienaventurado Domingo (...). Los fieles de Cristo, inflamados por estas oraciones, comenzaron inmediatamente a transformarse en hombres nuevos. La oscuridad de la herejía comenzó a disiparse y la luz de la fe católica se reveló. En muchos lugares, los frailes de la Orden empezaron a fundar cofradías en honor a esta oración (...). Siguiendo el ejemplo de nuestros predecesores, al ver que la Iglesia militante, que Dios ha puesto en nuestras manos, es sacudida en estos tiempos por tantas herejías, y es gravemente vejada por tantas guerras y por la depravación de la moral de los hombres, también elevamos nuestros ojos, llorando, pero llenos de esperanza, hacia esa misma montaña, de donde surge toda ayuda, y alentamos y amonestamos a cada miembro de los fieles de Cristo a hacer lo mismo en el Señor".

Roma, Basílica de San Pedro, 17 de septiembre del año 1569, cuarto de Nuestro Pontificado.


De todas las devociones a la Santísima Virgen María, el Rosario es la más extensamente difundida entre los fieles. Todo buen católico, amante de la Madre de Dios, debe tener una tierna devoción al rezo del Rosario y obedecer la petición del cielo de rezarlo diariamente.




Fiesta de los Santos Ángeles Guardianes (2 de octubre)

 



Fiesta de los Santos Ángeles Guardianes - 2 de octubre


Aunque la solemnidad del 29 de septiembre tiene por objeto honrar a todos los espíritus bienaventurados de los nueve coros, la piedad de los fieles en estos últimos siglos ha deseado se consagrase un día especial en la tierra a celebrar a los Ángeles custodios.


Diversas Iglesias empezaron a celebrar esta fiesta y la pusieron en diferentes fechas del año; S.S. Paulo V, aunque la permitía el 27 de septiembre de 1608, creyó conveniente no imponer su aceptación; S.S. Clemente X terminó con esta variedad respecto a la nueva fiesta y el 20 de septiembre de 1670 la fijó en el 2 de octubre, primer día libre después de San Miguel, a cuya fiesta está como subordinada.


Es de fe que en este destierro, Dios encomienda a los Ángeles la custodia de los hombres destinados a contemplarle en el cielo, y esto lo aseguran las Escrituras y lo afirma unánimente la Tradición. Las conclusiones más ciertas de la teología católica extienden el beneficio de esta protección preciosa a todos los miembros de la raza humana, sin distinción de justos o pecadores, de infieles o bautizados.


Alejar los peligros, sostener al hombre en su lucha contra el demonio, despertar en él santos pensamientos, apartarle del mal y castigarle de cuando en cuando, rogar por él y presentar a Dios sus propias oraciones: he ahí el oficio del Ángel custodio. Y es un ministerio tan especial, que no acumula el mismo Ángel la custodia simultánea de varios, y tan asiduo, que acompaña a su protegido desde el primer día al último de su vida, recogiendo el alma al salir de este mundo para conducirla después del juicio al puesto que se mereció en los cielos o en la mansión temporal de purificación y de expiación.


La santa milicia de los Ángeles custodios se recluta principalmente en las proximidades más inmediatas a nuestra naturaleza, entre los puestos del último de los nueve coros. Dios, en efecto, reserva para el honor de formar su augusta corte a los Serafines, Querubines y Tronos. Las Dominaciones presiden desde lo alto de su trono el gobierno del universo; las Virtudes velan por la firmeza de las leyes de la naturaleza, por la conservación de las especies, por los movimientos de los cielos; las Potestades mantienen encadenado al infierno.


La raza humana, en su conjunto y en los cuerpos sociales de las naciones y de las Iglesias, está confiada a los Principados; en tanto que el oficio de los Arcángeles, encargados de las comunidades menores, parece ser también el de transmitir a los Ángeles las órdenes del cielo, con el amor y la luz que baja para nosotros de la primera y suprema jerarquía. ¡Abismos de la Sabiduría de Dios! (Rom. 11, 33).


Así pues, el conjunto admirable de ministerios dispuesto entre los diversos coros de los espíritus celestiales, se ordena, como fin, a la custodia inmediatamente confiada a los más humildes de ellos, a la custodia del hombre, para quien fue creado el universo. Lo mismo afirma la Escuela; y lo dice el Apóstol: "¿No son todos ellos espíritus ministrantes, enviados para servicio en favor de los que han de heredar la salud?" (Heb. 1, 14). (...)


Para terminar, escuchemos hoy, como lo hace la Iglesia, al Abad de Claraval, a cuya elocuencia parece que en esta ocasión le nacen alas: “En todo lugar muéstrate respetuoso con tu Ángel. Muévate a rendir culto a su grandeza el agradecimiento por sus beneficios. Ama a ese futuro coheredero, que ahora es el tutor designado por el Padre para los días de tu niñez. Porque, aunque somos hijos de Dios, no pasamos ahora de niños y el camino es largo y peligroso. Pero Dios ha mandado a sus Ángeles que te guarden en todos tus caminos; y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece en las piedras. Pisarás sobre áspides y basiliscos y hollarás al león y al dragón (Sal. 90, 11-13). Ciertamente, por donde el camino es fácil para un niño, su ayuda se reducirá a ser simplemente un guía, a sostenerte como se hace con los niños. Pero la prueba ¿corre peligro de exceder a tus fuerzas? Te llevarán en sus manos. ¡Manos de Ángeles! ¡Cuántos atolladeros temibles, saltados como sin darse cuenta merced a esas manos, sólo dejarán en el hombre la impresión de una pesadilla desvanecida rápidamente!"


Unámonos a la Iglesia ofreciendo a los Ángeles Guardianes este Himno de las Vísperas del día.


Celebramos a los Ángeles que custodian a los humanos. El Padre Celestial los hizo compañeros de nuestra débil naturaleza, para que no sucumbieran a las trampas enemigas.


Porque, como el ángel maligno fue justamente arrojado de sus honores, la envidia lo corroe y se esfuerza por perder a los que el Señor llama a los cielos.


Vuela, pues, hacia nosotros, guardián que nunca duerme; aparta de la tierra que te ha sido confiada las enfermedades del alma y toda amenaza a la paz de sus habitantes.


Sea siempre alabada y amada la Santísima Trinidad, cuyo poder eterno gobierna este triple mundo de los cielos, la tierra y el abismo, cuya gloria domina los siglos. Amén.


Fuente: L'année liturgique de Dom Guéranger