EJEMPLOS DE AMBIGÜEDADES, CONTRADICCIONES Y OMISIONES NOTABLES EN LOS TEXTOS CONCILIARES

 




EJEMPLOS DE AMBIGÜEDADES Y CONTRADICCIONES EN LOS TEXTOS CONCILIARES



- Ambigüedades


Como ejemplos de ambigüedades graves y específicas, nos limitaremos aquí a recordar las que ya se han convertido en clásicas.


En la "constitución dogmática" Dei Verbum sobre la revelación divina (dogmática sólo porque se ocupa de verdades inherentes al dogma), las verdades de la fe sobre las dos fuentes paritarias de la revelación (Sagrada Escritura y Tradición), sobre la inerrancia absoluta de las Escrituras y sobre la historicidad plena y total de los Evangelios se exponen de manera insuficiente a todas luces y poco clara (en los arts. 9, 11, 19 de DV), con una terminología que en un caso (art. 11) se presta a interpretaciones opuestas entre sí, una de las cuales puede reducir la inerrancia a sola la «verdad consignada en la Escritura con vistas a nuestra salvación» (lo que equivale a profesar una herejía, en resumidas cuentas, porque la inerrancia absoluta de la Sagrada Escritura, inclusive también la de los enunciados sobre hechos que contiene, es una verdad de fe mantenida y enseñada siempre por la Iglesia).

 



- Contradicciones



A título de ejemplo de contradicción patente, recordemos el art. 2 del "decreto" Perfectae Caritatis sobre la renovación de la vida religiosa, donde se dice que «la renovación adecuada [accommodata] de la vida religiosa abarca a un tiempo, por una parte, la vuelta a las fuentes de toda vida cristiana y a la primitiva inspiración de los institutos, y por otra, una adaptación [aptationem] de los mismos a las diversas condiciones de los tiempos».



La contradicción salta a la vista, porque lo propio de la vida religiosa (a tenor de los tres votos de pobreza, castidad y obediencia) ha sido siempre el estar en antítesis perfecta con el mundo, corrompido por el pecado original, cuya figura es caduca y pasajera.  ¿¿¿Cómo es posible, entonces, que la “vuelta a las fuentes”, a la “primitiva inspiración de los Institutos”, se verifique juntamente con su “adaptación a las diversas condiciones de los tiempos”, o por mejor decir, mediante dicha adaptación??? La adaptación a tales “condiciones”, que son hoy las del mundo moderno secularizado, de cultura laicista, etc., impide de suyo “la vuelta a las fuentes”. (!!!) Pero no solo eso, sino que el querer acomodarse al espíritu torcido del mundo hace peligrar y acaba por extinguir la búsqueda de la intimidad con Dios que toda alma consagrada debe preferir antes que cualquier otra cosa, ¡pues una vez apagada la llama de la fe y la piedad, se pierde todo!




Otro ejemplo de contradicción: en el art.79 de la Gaudium et Spes se admite el derecho de los gobiernos a la “legítima defensa” para “defenderse con justicia” (ut populi iuste defendatur), lo cual parece sustancialmente conforme con la enseñanza tradicional de la Iglesia, que ha admitido siempre, a la hora de defenderse contra un ataque externo que interno, un tipo de “guerra justa”, conforme con los principios del derecho natural. No obstante, el art. 82 de la misma Gaudium et Spes contiene asimismo una «prohibición absoluta de la guerra» (De bello omnino interdicendo) y por ende, de todo tipo de guerra, sin exceptuar expresamente la guerra defensiva, justificada tres artículos más arriba, que por ello viene permitida y condenada a la vez por el "concilio". (!?)




Un ejemplo más: también nos parece evidente que se da una contradicción tocante al tan cacareado mantenimiento del latín como lengua litúrgica. En efecto, el "concilio" ordena conservar (servetur) «el uso de la lengua latina en los ritos latinos» (Sacrosantum Concilium, 36, 1), pero al mismo tiempo concede “mayor cabida” en la liturgia a la lengua vulgar, según las normas y los casos fijados por el propio "concilio" (SC 36, 2). Pero las normas de carácter general establecidas por el "concilio" atribuyen a las conferencias episcopales, en virtud de la facultad de experimentar nuevas formas litúrgicas (¡!) que se les concede, una competencia casi ilimitada en relación con la introducción de la lengua vernácula en el culto (SC 22 §2; 40-54). 




Además, abundan los casos en que el "concilio" autoriza el uso –parcial o total– de la lengua nacional: en la administración de los sacramentos, de los sacramentales y en los ritos particulares (SC 63); en los ritos bautismales en los países de misión (SC 65); en la ordenación de los sacerdotes (SC 76); en el matrimonio (SC 77 y 78); en los rezos del Oficio Divino (SC 101), y en la solemne liturgia de la misa (SC 113). Más que de mantener el uso del latín, el "concilio" parece haberse preocupado de abrir el mayor número posible de cauces a la lengua vulgar, (¡!) sentando así las premisas de su victoria definitiva en el ruinoso "postconcilio" montiniano.




OMISIONES NOTABLES



Entre las omisiones del "concilio", limitémonos a recordar las más notables.



En el plano dogmático:


1. No se condenan los errores del siglo.



2. Falta el concepto de lo sobrenatural y, correlativamente, toda mención del paraíso.



3. Brilla por su ausencia un tratamiento específico del infierno, al que se menciona tan solo una vez, y ésta de pasada (cf. Lumen Gentium, art. 58).



4. No figura mención alguna del dogma de la transubstanciación, ni del carácter propiciatorio del santo sacrificio, en la noción de la santa misa expuesta en el art. 47 de la SC, lo que se repite, p. ej., en el art. 106 de la misma constitución y en otros lugares.



5. Tampoco se menciona en absoluto a los “pobres de espíritu” (peor aún: falta hasta su concepto).






En el plano espiritual:



1. En general, se advierte la omisión de cualquier rasgo específicamente católico en conceptos clave de la pastoral, relativos a las relaciones entre la Iglesia y el Estado, el tipo ideal del individuo, la familia, la cultura, etc. (Gaudium et Spes §§53, 74, 76, etc.).



2. No se condena el comunismo (hecho sobre el cual han corrido ríos de tinta). Dicha laguna se echa de ver en el siguiente pasaje de la Gaudium et Spes, que condena genéricamente el “totalitarismo”, poniéndolo en el mismo plano que la “dictadura”: «De todas formas es inhumano que la autoridad política caiga en formas totalitarias o en formas dictatoriales que lesionan gravemente los derechos de la persona o de los grupos sociales» (Gaudium et Spes, 75). Idéntica laguna se nota también en el art. 79 de la misma constitución, en la cual se condenan métodos abominables como «aquellos con los que metódicamente se extermina a todo un pueblo, raza o minoría étnica. Lo cual hay que condenar vehementemente como crimen horrendo». Tales “métodos” los vio aplicar el siglo XX varias veces, p.ej., contra los armenios cristianos, exterminados casi en un setenta y cinco por cien por los turcos musulmanes en los años que precedieron a la primera guerra mundial, y, por parte del nazismo neopagano, contra los judíos, cuyas vastas y florecientes comunidades de Europa centro-oriental fueron anonadadas; pero también vio a los comunistas aplicarlos al eliminar física y sistemáticamente al denominado “enemigo de clase”, es decir, a millones de individuos cuya culpa no era otra que la de pertenecer a una clase social determinada (aristocracia, burguesía, campesinado), que había de ser extirpada en nombre de la sociedad sin clases, fin utópico del comunismo.  De ahí que, en la Gaudium et Spes §79, habría debido añadirse el genocidio de una clase social a los distintos tipos de exterminio mencionados; pero el ala “progresista”, que se impuso en el "concilio", se guardó bien de hacerlo: en buena parte, se orientaba políticamente hacia la izquierda, y no quiso que se hablara, ni del marxismo como doctrina, ni del comunismo como realización práctica de aquél.


                       





3. La falta de condena de la corrupción de las costumbres, del hedonismo, que ya comenzaba a difundirse en la sociedad occidental.



Teniendo en cuenta todo este cúmulo de errores, imprecisiones, precipitaciones, ambigüedades, contradicciones y omisiones, el desarrollo del conciliábulo sólo podía ser tormentoso y agónico, como efectivamente así fue, y no digamos ya el resultado final, que envío a la Santa Esposa de Cristo al eclipse total, suplantándola por la aberración parida por esa infame asamblea de herejía y apostasía, la inmunda Prostituta de Babilonia la Grande, que se hace pasar por la Iglesia Católica a ojos de todo el universo hoy, pero cuyos padres son los eternamente malditos el Anticristo Montini-Pablo 6 y su falso profeta Roncalli-Juan 23.


CONTINUARÁ...

                     
 



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1 comentario:

  1. Esta publicación nos demuestra, sin ningún género de dudas, que lo que vemos desde la muerte de su Santidad Pío XII es solo impostura y una falsa iglesia, en ningún caso la Iglesia de Cristo. No en vano, en Juan 8: 12 se nos relata que Jesús hablando con los fariseos y escribas dice: “Yo soy la luz del mundo. El que me siga, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.”

    ¿Cómo puede entonces la Iglesia de Cristo conducir a los fieles al error, y a vivir en la oscuridad, máxime cuando el propio Señor dijo que su Iglesia estaría siempre asistida por el Espíritu de Verdad? Así en Juan 14:16-17, se nos advierte: "Y Yo rogaré al Padre, y Él os dará otro Intercesor, que quede siempre con vosotros, el Espíritu de verdad, que el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce; mas vosotros lo conocéis, porque Él mora con vosotros y estará en vosotros."

    CUÁN grande será la sorpresa de muchos al descubrir la astucia y malicia que presidió todo el Conciliábulo Vaticano II, con el que se le abrieron las puertas a todos los enemigos de Cristo y Su Santísima Madre, dejando al rebaño a disposición de los lobos.

    Y CUÁN grande será también su dolor al darse cuenta de que no son Católicos, y que aquello que creen nada tiene que ver con lo predicado por nuestro Señor Jesucristo y dos mil años de luz y claridad aportados por Sagrada Escritura, la Doctrina, la Tradición y el Magisterio bimilenarios, siendo Su Santidad Pío XII la última llamarada fulgurante del sol de los Pontífices, y el último Papa que conservó y mantuvo el depósito de la fe. Lo que vemos ahora, tanto en Roma como en los grupos tradicionalistas y sedevacantistas, es una falsa Iglesia de cartón piedra y el profetizado reinado del Anticristo, que es un reino de oscuridad, de error y, en definitiva, de muerte espiritual. Esos grupos sedevacantistas, que dicen resistir, sólo son el plan B de Satanás, para los que escapan del plan A de Roma, pero no tienen suficiente amor a la verdad, y actúan en desobediencia tanto a los mandatos de Cristo, como a los de sus vicarios, mandatos dados expresa y precisamente para la salvación de las almas. Así los mandatos del Señor en Ap. 18: 4: «SALID de ella, pueblo mío, para no ser solidario de sus pecados y no participar en sus plagas»; en Mt. 24: 23: «Si entonces os dicen: “Ved, el Cristo está aquí o allá”, NO LO CREÁIS.»; por boca de Jeremías 41: 45: "SALID de ella, oh pueblo mío, y salve cada cual su vida del furor de la ira de Yahvé"; etc. Y los mandatos, entre otros muchos pontífices, de Su Santidad Pío XII, con su Magisterio iluminado por el Paráclito, pudiendo destacarse Constitutio Vacantis Apostolicae Sedis, Mystici Corporis Christi, Ad Sinarum Gentem, Ad Apostolorum principis, etc.

    En definitiva, en estos aciagos y atribulados tiempos en que vivimos la verdadera Iglesia de Cristo ha quedado reducida a un pequeño número, un escaso y reducido remanente de fieles, que permanecen contritos en la santidad de las catacumbas de sus hogares, en el desierto interior de Apocalipsis 12, en obediencia a los mandatos de Cristo y sus vicarios, acompañados de la Santísima Virgen María, y en Comunión espiritual con nuestro Señor (que nunca abandona a su Iglesia), consumidos en holocausto de amor por el fuego de Su Sacratísimo Corazón, clamando por su pronta e inminente venida. ¡Ven, Señor Jesús! La gracia del Señor Jesús sea con todos los santos, amén.

    ¡Su Santidad Pío XII, última llamarada fulgurante del sol de los Pontífices, ruega por nosotros!

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