ANÁLISIS DE TODOS LOS DOCUMENTOS DEL VATICANO 2. (Parte 10) ERRORES CONCERNIENTES AL MATRIMONIO Y A LA CONDICION DE LA MUJER

 


7. ERRORES CONCERNIENTES AL MATRIMONIO Y A LA CONDICION DE LA MUJER


7.0 Una variación en la doctrina del matrimonio, contraria a la enseñanza constante de la Iglesia. En efecto, la institución matrimonial se concibe ahora principalmente como «comunidad íntima de vida y amor» de los cónyuges (GS § 48), a la que le sigue la procreación como su fin propio: «por su índole natural, la misma institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y a la educación de la prole, con las que se ciñen como con su corona propia [iisque veluti suo fastigio coronantur]» (GS cit.).


Nótese bien: el matrimonio y el amor conyugal no hallan su razón de ser en la procreación y la educación de la prole: sólo hallan en ellas su “coronamiento”. De esa manera, el fin del perfeccionamiento mutuo, intrínseco al matrimonio, pasa de secundario a primario, mientras que el auténtico fin primario, la procreación, se ve relegado al segundo lugar porque se le convierte en consecuencia o coronamiento del valor personalista del matrimonio.



7.1 Una definición del amor conyugal, en el art. 49 de la GS, que abre la puerta al erotismo en el matrimonio, en contra de toda la tradición de la Iglesia.


Después de haber puesto de relieve que «muchos contemporáneos nuestros [?] exaltan también el amor auténtico entre marido y mujer…» (frase que sorprende por su vaguedad, obviedad y manifiesta superfluidad), el concilio prosigue: «Este amor, por ser eminentemente humano [amor, utpote eminenter humanus] –ya que va de persona a persona con el afecto de la voluntad–, abarca el bien de toda la persona y, por tanto, enriquece y avalora con una dignidad especial las manifestaciones del cuerpo y del espíritu [ideoque corporis animique expresiones] y las ennoblece como elementos y señales específicas de la amistad conyugal». En la redacción en lengua vernácula (en español, p. ej.), se lee «este amor, por ser un acto eminentemente humano», en lugar de «este amor, por ser eminentemente humano», lo que confiere, a nuestro juicio, un significado equívoco a todo el pasaje citado; pero aun si no se hable de “acto”, subsiste el hecho de que tal amor, por ser “eminentemente humano” (¿qué significa eso?), “enriquece y avalora con una dignidad especial las manifestaciones del cuerpo”, etc. La expresión “manifestaciones del cuerpo” no puede sino referirse al conjunto de los actos con que los cónyuges llegan al “acto conyugal” verdadero y propio. Ahora bien, tales actos, tales “manifestaciones” se justifican en bloque, exclusivamente en cuanto expresiones corpóreas y, por ende, sensuales del amor conyugal, es decir, por su valor erótico. La Iglesia, en cambio, ha enseñado siempre que los actos en cuestión son admisibles, y sólo en sus justos límites, únicamente como actos que favorecen el abrazo conyugal, entendido como acto natural cuyo objeto es la procreación; admisibles, pues, en relación con el fin primario del matrimonio, que es la procreación, y no para la satisfacción en sí del amor conyugal, que se incluye, en cambio, a título de remedium concupiscentiae, en el fin secundario del matrimonio, y que por eso se halla limitada por el fin primario del mismo (Casti connubii, Denz. §§ 2241 y 3718). Además, atribuir “dignidad especial” y “nobleza” a los actos de las relaciones íntimas entre los cónyuges parece ridículo, acaso también inconveniente, pero, en cualquier caso, no es conforme con el sentido católico del pudor.







7.2 Las afirmaciones según las cuales «Dios no creó al hombre en solitario: desde el principio los hizo hombre y mujer (Gen 1, 27). Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas humanas» (GS §§ 12 y 50).


Tales afirmaciones son formalmente correctas, pero incompletas, y, por ende, dan pábulo al engaño doctrinal porque, al omitir cuanto dice Gen 2, 18 ss., genera la falsa impresión de que Dios creó al hombre y a la mujer al mismo tiempo, haciéndolos así iguales por completo. El escritor sagrado, en cambio, resumió primero el proceder de Dios (Gen 1, 27 cit.), y luego expuso detalladamente cómo sucedieron las cosas en realidad (Gen 2, 18 ss.). En la exposición inicial, el hagiógrafo, inspirado por el Espíritu de Verdad, puso al hombre y a la mujer en el mismo plano, cual debía, para recordarnos que a ambos los hizo Dios a su imagen y semejanza, y que en consecuencia, entrambos son iguales frente al Creador: «Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y hembra» (Gen 1, 27 cit.); pero luego precisó que la mujer fue creada después del hombre, de una costilla suya, para ser su compañera: «Y se dijo Yavé Dios: No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a él » (Gen 2, 18). Semejante, pero no igual, como nos explica san Pablo, hablando en hombre del Señor, en el famosos pasaje del I Cor 11, 3 ss., nunca citado por el Vaticano 2 y hoy sumido en el olvido: «Pues bien: quiero que sepáis que la cabeza de todo varón es Cristo, y la cabeza de la mujer, el varón, y la cabeza de Cristo, Dios […] El varón no debe cubrir la cabeza [cuando ora o profetiza; nota nuestra], porque es imagen y gloria de Dios; mas la mujer es gloria del varón [sin dejar de ser imagen de Dios, no del hombre, porque, a despecho de su diversidad y subordinación, se ordena a Dios y a la salvación, no al hombre; nota nuestra], pues no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón; ni fue creado el varón para la mujer, sino el mujer para el varón […] Pero ni la mujer sin el varón ni el varón sin la mujer en el Señor. Porque así como la mujer procede del varón, así también el varón viene a la existencia por la mujer, y todo viene de Dios».


Toda la pastoral del Vaticano 2 sobre el matrimonio (GS §§ 47-52) se abstrae de hablar de las diferencias naturales que median entre los sexos, establecidas por Dios, y se rige por la idea acatólica de una igualdad natural y total entre los cónyuges, considerados en abstracto como “personas”, como seres que se expresan libremente a sí propios en la “comunidad del amor” matrimonial, ignorando por entero la enseñanza de san Pablo y de la Iglesia a lo largo de los siglos (según a cual, como se ha visto, es el hombre el jefe natural de la mujer y, por ende, de la familia), e ignorando también el principio siempre afirmado de que la vocación fundamental de la mujer es la de ser, in primis, esposa y madre, parir hijos y educarlos cristianamente.



              




7.3 La apertura a los dogmas preliminares del feminismo, forma de subcultura contemporánea particularmente perversa, consagrada, en nombre de la igualdad, a la destrucción del matrimonio y de la familia, a la exaltación del libertinaje y de la homosexualidad.


Dicha apertura se manifiesta en el reconocimiento implícito de la absurda aspiración de las mujeres de nuestro tiempo a «la igualdad de derecho y de hecho con el hombre» (GS § 9); en el reconocimiento explícito del derecho de la mujer a abrazar el estado de vida que prefiera, porque constituye uno de los presuntos «derechos fundamentales de la persona» (GS § 29); en el reconocimiento de un supuesto derecho suyo a ser educadas en una «cultura humana y civil, conforme con la dignidad de la persona» (GS § 60); en la aceptación de la supuesta necesidad de una «legítima promoción social de la mujer» (GS § 52), y en el deseo, por último, de una «mayor participación» de las mujeres «en los campos del apostolado de la Iglesia» (Apostolicam Actuositatem § 9), no por una necesidad de carácter religioso, sino por el mero hecho de que «en nuestros tiempos participan las mujeres cada vez más activamente en toda la vida social» (art. cit.) (participación más activa provocada, en gran parte, por los falsos “dogmas” recién recordados, y llevada en efecto a algún modo bajo su sello, pero que S.S. Pío IX, en cambio, condenó en la encíclica Quadragesimo anno como «desorden gravísimo que ha de eliminarse a toda costa [pesimus vero est abusus et omni conatu auferendus]», porque substrae a las «madres de familia» su cometido y deberes propios (ASS 23 (1931) § 200).


Continuará...


    



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CIEN TESTIGOS DEL PODER DE LA SAGRADA ESCRITURA (Mons. Straubinger) (3)

 



* Testigo 15º: SAN CIRILO DE JERUSALÉN, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA (+386)


"¡Recrea tu alma con la lectura de los Santos Libros, ante todo en este tiempo de Cuaresma!" [Catech. I]


"Los Salmos ahuyentan a los demonios, llaman en socorro a los Ángeles, suministran armas contra los temores nocturnos. En ellos consiste el descanso después de las labores cotidianas, la seguridad de los niños, el adorno de los jóvenes, el consuelo de los ancianos, la gala más conveniente de las mujeres. Ellos dan vida a la soledad, sabiduría al foro. A los principiantes son principio; a los adelantados incremento; firmeza a los perfectos. Son la voz de la Iglesia, llenan de alegría los días festivos, crean aquella tristeza que es de Dios". [Ench. Ascet. 246]


                                               ***


* Testigo 16º: SAN GREGORIO NAZIANCENO, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA (+389)

"Con tu mente y tu lengua, ocúpate siempre de las Letras Divinas". [Carm. Lib. I, n. 1, carm. 12]


"Adquiere los grandes tesoros de ambos Testamentos de los cuales uno se llama el Antiguo, el otro el Nuevo… Emplea toda aplicación y celo en leerlos; porque en ellos podrás aprender cómo formarte en las mejores costumbres y servir al único y verdadero Dios con ánimo devoto".


                                               ***



* Testigo 17º: SAN AMBROSIO DE MILÁN, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA (+397)

"No deje nuestra alma de dedicarse a la lectura de las Letras Sagradas, a la meditación y a la oración, para que la Palabra de Aquel que está presente, sea siempre eficaz en nosotros". [De Abraham lib. 2, c.5]


"Si eres tentado por la concupiscencia y los apetitos, lee el Evangelio; dígate Jesucristo: No se perturbe tu corazón. Si te agobia algún temor, dígate Cristo: No se perturbe tu corazón ni se amedrente. Si el perseguidor te inflige tormentos, lee el Evangelio; dígate Jesús: No se turbe tu corazón ni se amedrente. Lee al Apóstol que dice: Los sufrimientos de la vida presente no son de comparar con la gloria venidera. Si navegas y contra ti se levantan grandes oleadas y se desencadena una oscura tormenta, dígate Jesús: Soy Yo, no temas. Y si te sobreviene una grande y grave prueba, di antes: Resuelto estoy, y nada me arredra, a cumplir tus preceptos". [Encha. Ascet. núm. 417]



                          




* Testigo 18º: SAN JUAN CRISÓSTOMO, PATRIARCA DE CONSTANTINOPLA Y DOCTOR DE LA IGLESIA (+407)

"Sea cual fuere la desgracia que pese sobre el ser humano, en la Escritura encontrará el antídoto adecuado, que ahuyenta todo pesar. Así, pues, es necesario no sólo oír las lecturas en la Iglesia, sino leerla también en casa y hacer que la lectura sea provechosa". [Hom. 29 in cap. 9 Genes.]


"No os contentéis con mirar esas palabras adorables. Es menester alimentarse de ellas, asimilarlas: la verdadera causa de nuestros males es la ignorancia de la Palabra de Dios". [Hom. 9 in cap. 2 ad Col.]


"La Santa Escritura es semejante a un tesoro precioso. Porque si es verdad que puede adquirirse una riqueza considerable con sólo una pequeña parte de un tesoro, ello puede decirse con mayor razón de las Escrituras Santas. Una sola de las sentencias, por breve que sea, encierra plenitud de pensamiento y una riqueza inefable. Es también la Escritura divina semejante a una fuente de abundante e inagotable caudal. Nuestros antepasados bebieron de sus aguas, según sus fuerzas; los venideros beberán también, sin que agoten la fuente, antes al contrario, manará más copiosa y serán más abundantes sus aguas". [In Gen. Hom. 3]


"Es absolutamente necesario que nos armemos continuamente con las Escrituras y saquemos de ellas los remedios eficaces para tantos males". [Homilía sobre Lázaro]


"La lectura de las Sagradas Escrituras refresca y alivia y consuela el corazón afligido y atormentado por angustias mortales, atenuando la intensidad y el aguijón del dolor y ofreciendo un sosiego más dulce y apacible que el de la sombra de aquella enramada". [Hom. 4 de poenit. et orat.]


"Un prado es agradable, y es agradable un jardín; pero es más agradable todavía el estudio de la Sagrada Escritura. Porque sus flores se marchitan, pero las palabras de la Escritura tienen un vigor de vida perdurable. El céfiro sopla allí, pero aquí la inspiración del Espíritu Santo… Un jardín está sujeto al cambio de las estaciones; mas la Sagrada Escritura, aún en invierno, está cubierta de hojas, y en todo tiempo de frutos". [Hom. de capt. Eutrop. 1]


"Aunque no entendáis los secretos de la Escritura, con todo, la simple lectura de ella causa en nosotros una cierta santidad; porque no puede ser que dejéis de entender algo de lo que leáis. Porque, a la verdad, por esto dispuso la gracia del Espíritu Santo que estas Escrituras fuesen compuestas por publicanos, pescadores, artífices de tiendas de campaña, pastores, cabreros, torpes e ignorantes para que ningún iletrado puede alegar por excusa la dificultad de comprenderlas, y a fin de que todos entiendan fácilmente lo que en ellas se contiene". [Hom. 3 de Lázaro]



                         



* Testigo 19º: SAN JERÓNIMO, EL DOCTOR MÁXIMO (+420)

"Sé muy asidua en la lectura y estudia lo más posible. Que el sueño te encuentre con el Libro en la mano, y que sobre la página sagrada caiga tu cabeza agobiada por el cansancio". [Carta a santa Eustoquia: Ep. 22, 17]


"Libremos nuestro cuerpo del pecado y se abrirá nuestra alma a la sabiduría; cultivemos nuestra inteligencia mediante la lectura de los Libros Santos: que nuestra alma encuentre allí su alimento de cada día". [In Tit. 3, 9]


"¿Cómo podríamos vivir sin la ciencia de las Escrituras, a través de las cuales se aprende a conocer a Cristo que es la vida de los fieles?" [In Is. Prol.]


"Ignorar las Escrituras es ignorar al mismo Cristo". [In Is. Prol.]


"Debemos, pues, con el mayor ardor leer las Escrituras y meditar día y noche la ley del Señor; así podremos distinguir, como ejercitados cambistas, las monedas buenas de las falsas". [In Eph. 4, 31]


A la matrona romana Leta le da sobre la educación de su hija, entre otros consejos, el siguiente: “Cerciórate de que estudie cada día algún pasaje de la Escritura…; que en vez de las alhajas y sederías se aficione a los Libros divinos… Tendrá que aprender antes el Salterio, distraerse con sus cantos, y extraer de los Proverbios de Salomón una regla de vida. El Eclesiastés le enseñará a hollar los bienes del mundo; Job le brindará un modelo de fortaleza y de paciencia. Pasará enseguida a los Evangelios, que deberá tener siempre entre las manos. Asimilará ávidamente los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas. Después de haber recogido esos tesoros en el místico cofre de su alma, estudiará a los profetas, el Heptateuco, los libros de los Reyes y de los Paralipómenos, para terminar comprendiendo el Cantar de los Cantares”. [Ep. 107, 9, 12]


"Mientras estés en tu patria, haz de tu celda un paraíso, come los frutos variados de las Escrituras; pon tus delicias en estos Santos Libros y goza de su intimidad… Ten siempre la Biblia en tus manos y bajo tus ojos; aprende palabra por palabra el Salterio, que tu oración sea incesante, tu corazón vigile constantemente y permanezca cerrado a los pensamientos vanos". [Ad Rusticum. Ep. 125, 7, 3; 11, 1]


"Una vez que conozcas bien las Divinas Escrituras, y te hayas armado con sus leyes y testimonios, que son los vínculos de la verdad, marcharás sobre tus enemigos, los enlazarás, los encadenarás y los traerás cautivos; y luego de estos adversarios y cautivos de ayer harás hijos libres de Dios". [Ad Fabiolam. Ep. 78, 30]


"Relee con frecuencia las Divinas Escrituras, más aún, que el Santo Libro no se aparte jamás de tus manos. Aprende allí lo que luego has de enseñar. Permanece firmemente adherido a la doctrina tradicional que te ha sido enseñada, a fin de estar en condiciones de exhortar según la santa doctrina y de refutar a aquellos que la contradicen". [Ad Nepot. Ep. 52, 7, 1]


"Si hay alguna cosa, oh Paula y Eustoquia, que pueda sujetarnos aquí abajo a la sabiduría y que en medio de las tribulaciones y torbellinos del mundo conserve el equilibrio de nuestra alma, yo creo que es ante todo la meditación y la ciencia de las Escrituras". [In Eph. Prol.]


"Nos alimentamos con la Carne de Cristo y bebemos su Sangre no solamente en el Misterio (de la Misa), sino también leyendo las Escrituras".



                                            


Continuará...


CIEN TESTIGOS DEL PODER DE LA SAGRADA ESCRITURA (Mons. Straubinger) (1)
CIEN TESTIGOS DEL PODER DE LA SAGRADA ESCRITURA (Mons. Straubinger) (2)
CIEN TESTIGOS DEL PODER DE LA SAGRADA ESCRITURA (Mons. Straubinger) (3)


FIESTA DE CRISTO REY (último domingo de octubre)

 



Fiesta de Cristo Rey


"Que todos los reyes lo adoren y todas las naciones lo sirvan. Su poder es eterno y no le será arrebatado: y su reino es un reino que no se deshará".



Cristo es Rey por el doble título de Creador y Redentor de todos los hombres, por lo cual le deben entera sumisión no solamente los individuos, sino igualmente las familias, sociedades y naciones. Instituida en 1925 por S.S. Pío XI, esta fiesta inflama el corazón de los fieles contra los errores opuestos a los derechos divinos de Nuestro Señor Jesucristo, tan conculcados ya en aquel momento.



En su encíclica del 11 de diciembre de 1925, S.S. el Papa Pío XI denunció la gran herejía moderna del secularismo, el cual se niega a reconocer los derechos de Dios y su Cristo sobre las personas y sobre la sociedad misma, como si Dios no existiera.



                              



El Santo Padre instituyó la fiesta de Cristo Rey para que fuera una declaración pública, social y oficial de los derechos reales de Jesús, como Dios el Creador, como el Verbo Encarnado y como Redentor. Esta fiesta da a conocer y reconoce estos derechos de la manera más adecuada para el hombre y la sociedad mediante el acto de religión más sublime, la Santa Misa. De hecho, el fin del Santo Sacrificio es el reconocimiento del completo dominio de Dios sobre nosotros, y nuestra total y completa dependencia de Él.



El Santo Padre manifestó su deseo de que esta fiesta se celebrara hacia finales del año litúrgico, en el último domingo de octubre, como la consumación de todos los misterios mediante los cuales Jesús ha establecido sus poderes reales, y casi en la víspera de la fiesta de Todos los Santos, donde Él es “la corona de todos los santos”; "hasta que sea la corona de todos a los que en la tierra salva por la aplicación de los méritos de su Pasión en la Misa" (Secreta).



Dice el Catecismo del Concilio de Trento que “el fin de la Eucaristía es formar un solo cuerpo místico con todos los fieles,” y así, atraerlos a la adoración que Cristo, rey-adorador, como sacerdote y víctima, ejecutó de forma cruenta en la cruz y sigue haciéndolo, de forma incruenta, en el ara del altar de nuestras iglesias y en el altar dorado en el cielo, a Cristo, rey-adorado, como el Hijo de Dios, y a su Padre a quien ofrece estas almas.


Fuente: Dom Gaspar Lefebvre, OSB





ANÁLISIS DE TODOS LOS DOCUMENTOS DEL VATICANO 2. (Parte 9) ERRORES CONCERNIENTES AL REINO DE DIOS

 



6. ERRORES CONCERNIENTES AL REINO DE DIOS



6.0 Alteración de la noción tradicional de la “dilatación” o “incremento” del reino de Dios en la tierra por obra de la Iglesia visible.

En efecto, tal “dilatación” o “extensión” se confía al «pueblo de Dios, que es la Iglesia», la cual «al introducir [inducens] este reino, no arrebata a ningún pueblo bien temporal alguno [bonum temporale], sino al contrario, favorece y asume [fovet et assumit], en lo que tienen de bueno, todas las riquezas, recursos y costumbres de los pueblos [facultates et copias moresque populorum]; pero al recibirlas las purifica, las fortalece y las eleva» (Lumen Gentium § 13).



Se introduce aquí un elemento bastardo, representado por el “bien temporal de los pueblos”, como parte constitutiva del “pueblo de Dios” (elevada y purificada) y, por ende, del reino de Dios que se realiza en la tierra; se trata de una noción ambigua e inaceptable, porque dicho “bien temporal” lo integran, no sólo las “costumbres”, sino, además, las “riquezas” y los “recursos”, es decir, los bienes materiales de un pueblo. En otras palabras, también los bienes materiales, elevados y purificados (?), entran a formar parte del reino de Dios: concepto absurdo, que evidencia una visión naturalista del reino, contraria al depósito de la fe.




6.1 La correlativa e inconcebible interpretación colectivista del reino mismo.

En efecto, de LG § 13 se sigue que la individualidad colectiva de cada pueblo, con su ambiguo “bien temporal”, entra a formar parte en cuanto tal, como un valor en sí, del “pueblo de Dios” (de la Iglesia), de manera que puede ser “introducida” en el reino que se realiza en este mundo.



                        



6.2 La mal comprendida contribución de los fieles seglares a la “dilatación” del reino de Dios en la tierra.

Esa contribución habrá de hacerse «de suerte que el mundo quede imbuido [imbuatur] del espíritu de Cristo» (LG § 36) (nótese el vago “imbuirse”, harto alejado de la idea de convertir). Dicha contribución se entiende, de hecho, inevitable y erróneamente, como contribución a un progreso sobre todo material, bajo la bandera de la cultura laica o “civil”, que debe hacer avanzar, a su vez, la libertad humana y cristiana por todo el mundo: «Procuren, pues, seriamente (los seglares), que por su competencia… los bienes creados [bona creata] se desarrollen al servicio de todos y de cada uno de los hombres y se distribuyan mejor entre ellos… mediante el trabajo humano, la técnica y la cultura civil [humano labore, arte technica, civilique cultura]; y que a su manera estos seglares conduzcan a los hombres al progreso universal en la libertad cristiana y humana» (LG § 36).


En este texto se añade un elemento ulterior y espurio al naturalismo evocado en 6.0: el mito laicista del progreso, con su exaltación característica del trabajo, de la técnica, de la cultura “civil”, del igualitarismo, de la libertad (“humana y cristiana”, sea cual fuere el significado de tal expresión).




6.3 La afirmación increíble según la cual Cristo resucitado «obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo también, con ese deseo [sed eo ipso], aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin» (Gaudium et Spes § 38).


El texto parece significar que, por el hecho en sí de inspirarle al hombre el anhelo del siglo futuro, el Espíritu Santo le inspira también deseos de felicidad terrena, expresados mediante el giro “hacer más llevadera su propia vida” (!).



                                   




6.4 La afirmación incomprensible según la cual «el misterio pascual perfecciona la actividad humana».

En efecto, se define a la santísima eucaristía como «aquel sacramento de la fe en el que los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre [naturae elementa, ab hominibus esculta], se convierten [convertuntur] en el cuerpo y sangre gloriosos, en un banquete [coena] de comunión fraterna que es pregustación del banquete celestial» (GS § 38 cit.).



Según su estilo, el Vaticano 2 no nombra la transubstanciación, e insinúa una concepción protestante de la santa misa. Pero ¿de qué manera, al decir del texto conciliar, el “misterio pascual” perfecciona a la actividad humana? Pues en virtud del hecho de que los que se convierten en el cuerpo y sangre gloriosos son “elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre” (!). Al cultivar la tierra, la actividad del hombre produce el pan y el vino, que se “convierten” después en el cuerpo y la sangre, etc. ¡Una contribución de este tipo no puede por menos de volver perfecta la actividad del hombre!



Hay motivos más que de sobra para quedarse estupefactos ante un razonamiento semejante, que parece hasta ridículo. ¿Cuándo ha enseñado el magisterio nada semejante? ¿Cuándo demonios ha buscado conexiones tan disparatadas y falaciosas? No obstante, tales disparates apuntan a un fin preciso: insinuar la falsa idea de que la actividad del hombre participa de algún modo en la conversio (más exactamente: transubstantiatio) del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Cristo (conversión que, en realidad, es obra de solo el sacerdote).



Tal idea se encuentra también en la “liturgia eucarística” de la misa del Novus Ordo: «Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos: él será para nosotros pan de vida».



                        




6.5 El famoso art. 39 de la Gaudium et Spes, que, como conclusión del capítulo IIIº, dedicado precisamente a la «actividad humana en el mundo» (GS §§ 33-39), propone, en apariencia, la visión final tradicional sobre la “tierra nueva” y “los cielos nuevos”, pero que nos brinda, en realidad, la perversión final de la concepción del reino de Dios enseñada por la Iglesia.



En efecto, se delinea allí la idea de una salvación colectiva de la humanidad y hasta de «todas las criaturas (cf. Rom 8, 19-21) que Dios creó pensando en el hombre» (GS ivi), con lo que se tergiversa el versículo Rom 8, 21 al hacerle decir, gracias a una adición, que conseguirán también la salvación eterna “todas las criaturas” que Dios creó propter hominem, para servir al hombre. Así se insinúa la idea anormal –nunca enseñada antes, como es obvio– según la cual todas las criaturas, sin distinción, entrarán en el reino, incluso las destinadas al servicio y a la utilidad del hombre, como los animales (!). El artículo 39 asegura, a renglón seguido, que la “tierra nueva” está ya, en figura, en “nuestra tierra”, porque en esta última «crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo» (GS ivi).



Nótese al respecto que la prefiguración del reino no la constituye la Iglesia militante, como enseña la ortodoxia católica, sino el “crecimiento” del “cuerpo de la familia humana”: la constituye la humanidad, que crece gracias al progreso universal, a la libertad “humana y cristiana”, etc. (LG §§13 y 36; GS §§ 30, 34 y 38 cit.). El reino de Dios, que se realiza parcialmente en este mundo, no está constituido ya por la Iglesia, sino por la humanidad (!). La humanidad (“nueva”) es el sujeto que realiza el reino y que un día entrará en él en globo. Y de hecho, según concluye el art. 39 de la GS, volveremos a encontrar en el reino en cuestión, aunque «limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados», los “bienes” y los “frutos” que «hayamos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo a su mandato»; unos bienes profanos hasta la médula (como «la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad»), y además «todos los frutos excelentes de la naturaleza».



Se echa de ver que se trata de una visión naturalista, milenarista (que recuerda la religión de la Humanidad), extraña por completo al catolicismo, en neta antítesis con la realidad exclusivamente sobrenatural del reino de Dios y de su consumación al fin de los tiempos (que Nuestro Señor nos reveló y la Iglesia mantuvo siempre).



*Nota: GS § 39 no vacila en afirmar que «el progreso temporal […] interesa en gran medida al reino de Dios», y remite en una nota a pie de página a la encíclica Quadragesimo anno de S.S. Pío XI (AAS 23 [1931] § 207), como si el presunto valor salvífico del “progreso temporal” lo hubiese proclamado dicho Papa; pero ni en la pág. 207 citada, ni en ninguna otra parte de la encíclica se constata la existencia de una afirmación de tal género.



                                    


Continuará...


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