ANÁLISIS DE TODOS LOS DOCUMENTOS DEL VATICANO 2. (Parte 8) ERRORES CONCERNIENTES A LA ENCARNACION, LA REDENCION, EL CONCEPTO DEL HOMBRE.

 



5. ERRORES CONCERNIENTES A LA ENCARNACION, LA REDENCION, EL CONCEPTO DEL HOMBRE.


5.0 Un concepto erróneo de la encarnación.

Se afirma, en efecto, que «el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre [cum omni homine quodammodo se univit]» (Gaudium et Spes § 22), como si la segunda persona de la Santísima Trinidad, al encarnarse en un hombre concreto, en un individuo que gozó de existencia histórica, se hubiera unido por eso mismo a todos los demás hombres, y como si todo hombre, por el mero hecho de serlo, por haber nacido, se hallara unido a Cristo sin saberlo.


Se malentiende así la naturaleza de la santa Iglesia, que no es ya el “Cuerpo místico de Cristo” ni, por ende, el de los creyentes en Cristo, el de los bautizados; por manera que el “pueblo de Dios”, al cual se identifica con la Iglesia (“de Cristo”), tiende a coincidir, sic et simpliciter, con la humanidad.




5.1 Un concepto erróneo de la redención.

En efecto, se escribe que «el Hijo de Dios, encarnado en la naturaleza humana, redimió al hombre y lo transformó en una nueva criatura (cf. Gal 6, 15; II Cor 5, 17), superando la muerte con su muerte y resurrección» (Lumen Gentium § 7).



A la redención no se la presenta aquí correctamente, es decir, como una posibilidad brindada a todo hombre por la encarnación y el sacrificio en la cruz de Nuestro Señor, posibilidad que se pierde para siempre si no se hace uno cristiano de verdad (o no quiere hacerse tal), fuera de los casos de ignorancia invencible, cuyo número sólo Dios conoce, en que la gracia obra mediante el bautismo de deseo implícito. Se pretende aquí, en cambio, que la redención se verificó ya para todo hombre, visto que el hombre se transformó “en una nueva criatura” (no porque se hiciera cristiano con la ayuda del Espíritu Santo, bajo la moción de la gracia actual, sino por el hecho mismo de haberse verificado la encarnación del Verbo, así como por la “muerte y resurrección” de Cristo). Se trata de la conocidísima teoría de los cristianos anónimos, antaño enseñada por Blondel, desarrollada más tarde por de Lubac y, sobre todo, por Karl Rahner (v. supra, discurso de Juan 23 y párrafo 2.3 de la sinopsis presente). Constituye un error doctrinal gravísimo, porque se proclama que la justificación personal, subjetiva, de cada uno se verificó en el pasado, sin participación alguna de la voluntad del justificado, de su libre arbitrio y, por ende, sin necesidad de conversión, sin necesidad de la fe, ni del bautismo, ni de las obras. Una redención garantizada a todos, como si la gracia santificante estuviera presente ontológicamente en cada hombre en cuanto tal. ¡Ni siquiera Lutero había llegado a tanto!



Esta doctrina falsa niega de hecho el pecado original, porque el dogma de la fe nos enseña que los hombres no poseen la gracia al nacer (por haber heredado el pecado original, con el que vienen al mundo).



                  



5.2 La consiguiente e indebida exaltación del hombre en cuanto tal, incompatible con la fe católica.

En efecto, se afirma que Cristo, al encarnarse, «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación», elevando la “naturaleza humana” a una “dignidad sin igual” (GS § 22), como si Nuestro Señor no hubiese venido a salvarnos del pecado y de la condenación eterna, sino a «manifestarnos plenamente la “dignidad sin igual” que, según parece, es inherente al hombre por naturaleza.



El planteamiento conciliar contradice abiertamente a la enseñanza constante de la Iglesia, según la cual Jesús vino al mundo para salvar al hombre, no ciertamente para exaltarlo, sino para “manifestarle plenamente” un hecho: que es un pecador, abocado por su soberbia a la condenación eterna si no se arrepiente y no se convierte a Él. ¡Todo lo contrario de una “dignidad sublime” por redescubrir!



                      



5.3 El consiguiente y manifiesto error teológico contenido en el artículo 24 de la Gaudium et Spes. Así es; se dice allí que el hombre es la «única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma [hominem, qui in terris sola creatura est quam Deus propter seipsam voluerit]», como si el hombre poseyera un valor tal como para haber inducido a Dios a crearlo (Romano Amerio, Iota Unum, Salamanca, 1994).



Palpamos aquí el viraje antropocéntrico del Vaticano 2. Se trata de una aserción patentemente absurda e incompatible con la noción misma de creación divina de la nada, que constituye el dogma de fe. Dios, justicia infinita, creó todas las cosas, incluido el hombre, “para sí mismo”, según se ha enseñado siempre, es decir, para su propia gloria, y no a causa de un valor que poseyeran intrínsecamente y, por ende, independientemente de Dios, que las hizo. Tamaña desviación doctrinal altera también el significado exacto que se deba atribuir a la creación. Altera, además, el significado verdadero que ha de atribuirse a los mandamientos cristianos de amar al prójimo como a nosotros mismos y de considerarnos todos hermanos, porque dichos mandamientos no se justifican ya con el amor a Dios, quien quiere de nosotros esta caridad para con el prójimo (dado que todos somos pecadores), ni con la descendencia común de Él, Dios Padre, sino con la proclamación de una dignidad superior del hombre en cuanto hombre.



La Iglesia no ha negado nunca la dignidad superior del hombre respecto de las criaturas inferiores a él, la cual deriva de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. Pero dicha dignidad perdió su primitivo carácter “sin par”, derivado de la “semejanza” originaria con Dios, a causa del pecado original, que despojó al hombre de dicha semejanza, es decir, de la gracia santificante, que lo hace capaz de conocer y amar sobrenaturalmente a Dios y, por ende, de gozar de la visión beatífica. Desde la óptica católica, la dignidad del hombre no puede considerarse una característica ontológica tal, que obligue a respetar cualquier decisión de aquél (ésta es la concepción laicista), porque dicha dignidad depende de la voluntad recta, orientada hacia el Bien, y constituye, en consecuencia, un valor “relativo”, no absoluto.



                   




5.4 Un concepto erróneo de la igualdad entre los hombres.

Se funda en la concepción errónea de la redención que estudiamos supra (cf. 5.1): al haber sido todos los hombres redimidos por Cristo, gozan de la misma vocación y del mismo destino divinos; es necesario, por ello, reconocer cada vez más la igualdad fundamental de todos (fundamentalis aequalitas inter omnes magis magisque agnoscenda est) (GS § 29).



La Iglesia, en cambio, ha enseñado siempre que los hombres son todos iguales frente a Dios, sí, ¡pero no ciertamente porque haya creído alguna vez que todos los hombres estén ya objetivamente redimidos, que estén ya salvados por la Encarnación!



Esa igualdad concebida de manera tan poco ortodoxa se puso luego como fundamento de la “dignidad de la persona”, en cuyo nombre el concilio propugnó una libertad religiosa de tipo protestante (porque se funda en la libertad de conciencia, es decir, en la opinión individual en materia de fe, en lugar de hacerlo en el principio católico de autoridad; v. infra, sección 11).




5.5 La desvalorización y oscurecimiento de la noción de pecado original.

En efecto, la Gaudium et Spes afirma, en el art. 22 cit., que Cristo «ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado [a primo peccato deformatam]». Pero tal no es la doctrina católica, que ha enseñado siempre, por el contrario, que la semejanza de marras se perdió para Adán y su descendencia de resultas del pecado original.



¡No se trató de mera deformación! Declarar que se conservó, bien que de manera imperfecta, significa abrirle el camino a la concepción heterodoxa de la encarnación recién recordada (J. Dormann, Declaratio Dominus Iesus und die Religionem, in Theoligisches Katholische Menateschrift, nov-dic. del 2000, párrafos 445-460).



                                                                



Continuará...


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