LA DESCRIPCION ERRONEA Y DESAVIANTE DE LAS RELIGIONES ACRISTIANAS
9.0 La atribución falsa a todas las religiones acristianas de una fe en el Dios creador, semejante a la nuestra: «La criatura sin el Creador se esfuma. Por lo demás, cuantos creen en Dios, sea cual fuere su religión [cuiuscumque sint religionis], escucharon siempre la manifestación de la voz de Dios en el lenguaje de la creación» (Gaudium et Spes § 36).
9.1 La atribución paralela e inconcebible de una patente de verdad y de santidad a todas las religiones acristianas, a pesar de carecer de la verdad revelada y de ser un parto de la mente humana, por lo que NO pueden en cuanto tales, ni redimir ni salvar a nadie: «La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero [vera et sancta]. Considera con sincero respeto los modos de obrar y vivir, los preceptos y doctrinas, que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces refleja un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres» (Nostra Aetate § 2).
Adviértase la contradicción que anida en esta frase de tenor abiertamente deísta: si esas religiones “discrepan en mucho” de las enseñanza de la Iglesia católica, ¿cómo es que reflejan “no pocas veces” y, por ende, con bastante frecuencia, “un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres”?. Eso significa que, para el concilio, la “Verdad que ilumina a todos los hombres” puede reflejarse en doctrinas y preceptos que “discrepan en mucho” de la enseñanza de la Iglesia (!). (¿Cómo pudo sugerir un concepto semejante un "concilio ecuménico auténtico" de la Iglesia católica?)
[*Nota: las comillas son mías, pues el Vaticano 2 NO fue un concilio verdadero, sino un infame conciliábulo, una trampa satánica]
9.2 La afirmación infundada según la cual las religiones paganas, pasadas y presentes, están incluidas de algún modo en la economía de la salvación (en contra de la tradición y de las Escrituras: Salmo 96 (Vulgata 95): «Pues todos los dioses de las gentes son demonios»; I Cor 10, 20). El art. 18 del decreto Ad Gentes, sobre la actividad misionera, exhorta, en efecto, a los “institutos religiosos” en los países de misión a que, además de esforzarse por adaptar las «riquezas místicas de que están totalmente llenos» al «carácter y la idiosincrasia de cada pueblo», «consideren atentamente el modo de aplicar a la vida religiosa cristiana las tradiciones ascéticas y contemplativas cuya semilla [semina] había esparcido Dios con frecuencia en las antiguas culturas [en general y, por consiguiente, también en sus religiones] antes de la proclamación del Evangelio». A las “antiguas culturas”, cuyos dioses eran “demonios”, y cuyos sacrificios se ofrecían «a los demonios y no a Dios» (I Cor 10, 20), el concilio, en cambio, las revaloriza ahora indebidamente, pues pretende reconocer en ellas una presencia irregular de las semina Verbi, de las «semillas de la verdad revelada». Pero eso viola una verdad considerada siempre como perteneciente al depósito de la fe. (El mismo concepto de repite en Lumen Gentium § 17 y Ad Gentes § 11, pero aplicado a todos los pueblos acristianos contemporáneos, los paganos incluidos: los misioneros deben descubrir, «con gozo y respeto, las semillas de la Palabra que en ellas se contienen»; “en ellas”, es decir, en las «tradiciones nacionales y religiosas» de los países de misión cuya evangelización se les confía).
9.3 La descripción falsa del hinduismo, porque se escribe que en él «los hombres investigan el misterio divino y lo expresan mediante la inagotable fecundidad de los mitos y con los penetrantes esfuerzos de la filosofía, y buscan la liberación de las angustias de nuestra condición, ya sea mediante las modalidades de la vida ascética, ya sea a través de profunda meditación, ya sea buscando refugio en Dios con amor y confianza» (Nostra Aetate § 2 cit.).
Descripción falsa, porque induce al católico a considerar válida la mitología y la filosofía hindúes, como si ellas “investigaran” efectivamente “el misterio divino”, y como si la ascética y la meditación hindúes realizaran algo semejante a la ascética cristiana. Sabemos, por el contrario, que la mezcla de mitología, magia y especulación que caracteriza a la espiritualidad india desde la época de los Vedas (siglos XVI-X a J.C) es responsable de una concepción de la divinidad y del mundo completamente monista y panteísta, porque, al concebir a Dios como una fuerza cósmica impersonal ignora el concepto de creación y, en consecuencia, no distingue entre realidad sensible y realidad sobrenatural, realidad material y realidad espiritual, entre el todo y los seres particulares, resolviendo toda existencia individual en la indistinción del Uno cósmico, del que todo emana y al que todo retorna sin cesar, mientras que el yo individual sería pura apariencia en sí mismo. A esta filosofía, que el texto conciliar califica de “penetrante”, le falta por fuerza el concepto de alma individual (harto conocido de los griegos, en cambio) y de lo que llamamos voluntad y libre arbitrio.
A esto se añade luego la doctrina de la reencarnación, concepción particularmente perversa (condenada explícitamente en el esquema de constitución dogmática De deposito fidei pure custodiendo, aparejado en la fase preparatoria del concilio, pero al que Juan 23 y los progresistas hicieron naufragar por su carácter poco “ecuménico”) y, el hecho de que la denominada “ascesis” hindú no es más que una forma de epicureísmo para los brahmines, una búsqueda refinada y egoísta de una superior indiferencia espiritual para con todo deseo, aunque sea bueno, y para con toda responsabilidad; indiferencia que se justifica considerando que todo sufrimiento es expiación de culpas contraídas en una vida anterior, etc., etc. ¿Qué pueden aprender los católicos de bueno de tamaña concepción del mundo? Nos gustaría mucho saberlo.
9.4 La descripción falsa del budismo, variante autónoma del hinduismo, más pura en parte. En efecto, escribe el concilio que «en el budismo, según sus varias formas, se reconoce la insuficiencia radical de esta mundo mudable y se enseña el camino por el que los hombres, con un espíritu devoto y confiado, pueden adquirir, ya sea el estado de perfecta liberación, ya sea la suprema iluminación, por sus propios esfuerzos o apoyados en un auxilio superior» (Nostra Aetate § 2 cit.).
Se delinea aquí la imagen de un budismo a la del hereje de Lubac, revisado y corregido para que pueda gozar del aprecio de los católicos ignaros, quienes no saben que “la insuficiencia radical de este mundo” la encuadran los budistas en una auténtica “metafísica de la nada”, según la cual el mundo y el yo son existencias ilusorias y aparentes (y no meramente caducas y transeúntes, pero harto reales, como para el cristiano). Para el budista, todo “se compone y se descompone” al mismo tiempo, la vida es un flujo continuo atravesado de parte a parte por el dolor universal, para cuya superación es menester convencerse de que todo es vano, liberarse de todo deseo y entregarse a una iniciación intelectual, una gnosis semejante a la de los hindúes (hasta el punto de permitirse el uso de la denominada “magia sexual” en el budismo tántrico), que hace conseguir la indiferencia completa a todo, el nirvana (“desaparición”, “extinción”): una condición final de privación absoluta, en la cual no hay otra cosa sino la nada, el vacío, en el cual el yo se extingue totalmente para disolverse de manera anónima en el Todo y en el Uno (como se prefiera). ¡Éste es el “estado de perfecta liberación” o de “suprema iluminación” que el Vaticano 2 osó proponer a la atención y al respeto de los católicos!
Continuará...
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